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Comienzo por aclarar que, en la política, el centro no es una apuesta ideológica en sí misma. Es la expresión del “justo medio”. En la teoría, responde a la muy relegada ética kantiana según la cual, el interés de lo público debe ser edificado por todos aquellos que, sin importar sus intereses o deseos personales, construyan y trabajen de manera solidaria en función del interés colectivo.
En la práctica, es una salida efectista para quitarse la mugre de la política tradicional y desmarcarse de la polarización. Es una opción de movilización electoral alternativa para los actores políticos, partidos y movimientos simpatizantes moderados de las ideologías ubicadas a los extremos. Todo en procura de aportar al arte de gobernar, pero asumiendo una postura en apariencia imparcial, ligera en contenido y sin el lastre de la historia que tienen las demás fuerzas electorales.
Cuesta creer en la solidez de una opción de centro que se construye sin filtros desde los cuatro puntos cardinales. No es del todo verosímil que un puñado de quienes se ubican allí, decidieron en medio del viaje bajarle la velocidad al sectarismo o, sencillamente y por un repentino ataque de moral, se apartaron de “la empresa” de bandera azul, roja o amarilla, que en un inicio auspició su aventura política.
Bien cierta es la frase que asegura que la política es dinámica. Que no obstante las motivaciones individuales, los vaivenes de la opinión o algún fracaso consumado en alguna contienda, el centro tiende a ser un refugio seguro, una segunda oportunidad, un face lift, trivial por momentos o utópico, surrealista e irrealista por otros.
No me olvido de la bandera verde, por supuesto. De la efervescente ola mockusiana de 2010, interesante impulso de “tercera vía”, hoy quedan hojas secas. Con excepción de algunos (as) instalados en el Congreso, que aún cosechan de lo sembrado por Antanas y uno que otro líder a nivel local, los militantes del verde y sus facciones transitan por el eclecticismo, el clientelismo y se dividen erráticamente las cargas para que no se apague la llama con los vientos de los extremos.
De cara a la determinante competencia electoral que se avecina y a pesar de las figuras visibles, la conclusión es que no existe una identidad de centro. En él confluyen de todos para todos. Sobran las etiquetas, los colores, los matices y, por supuesto, los referentes. Faltan, empero, las ideas, los programas y estrategias que definan de una buena vez por qué el centro es una verdadera opción de poder y permitan visibilizar, ahí sí, verdaderos referentes de esperanza.
La circunstancia es que llenar al centro de contenido y moldear su rostro de forma genuina y atractiva, es un desafío mayúsculo para democracias imperfectas como la colombiana. Democracia en las que la ética, la estética y la técnica no son propiamente los valores destacables en nuestros líderes, y en donde ni la historia, ni el presente, y menos el incierto futuro, ayudan. Pero bueno, manos a la obra que aún hay tiempo, y más vale que lo hallemos.
¿En qué consiste entonces la oportunidad del centro? Para un país polarizado como el nuestro, la respuesta parece obvia. Desde lo electoral, consiste en capturar la intención de voto de quienes anhelan ver una parrilla renovada, caras nuevas, con ideas frescas (no necesariamente verdes ni moradas) y, sobre todo, con experiencia probada, de alto impacto, en proyectos de interés público. Visiones de país y de regiones. ¡Somos muchos!
Desde lo programático, consiste en demostrar al electorado que existe un elemento diferenciador y que es posible superar el notablato, el mesianismo y el caudillismo, por organizaciones y líderes provenientes de todos los sectores, con ideas de poder sostenibles, que remitan a los sueños y deseos de cambio. Pasar la página de la corrupción y la violencia, encontrando el camino para resolverlos.
El centro debe sintonizarse con la idea de hacer política desde el valor, no desde el miedo. Superar las vaguedades de la polarización, borrar la línea que divide los “buenos” de los “malos”, la “tenebrosa” izquierda de la “insensible” derecha, del castrochavismo y del paramilitarismo, más los cientos de epítetos que nos fragmentan.
Más allá de los nombres, los líderes del centro tienen la tarea de seducir y persuadir a la opinión pública en torno al sueño de tener un mejor país, para lo cual requieren una alta capacidad argumentativa, un alto sentido de la sensibilidad social, sincronía con la diversidad territoriales y una buena dosis de carisma. ¿Quiénes podrían lograrlo para 2022? Con el debido respeto por los colegas y amigos que se ubican en el centro, pongo sobre la mesa dos ideas para el debate.
Fortalecimiento de capacidades para gestión integral de proyectos. Punto de partida y plataforma del cambio. Proyectos de todo tipo, tamaño y alcance, desde los cuales se comprenda y explique con absoluto rigor científico y, para el lenguaje de todos, qué significa que Colombia sea un país de regiones y cómo aprovechar dicha ventaja comparativa.
Lo anterior no es un llamado exclusivo para gobiernos nacional y subnacionales, sino también para la comunidad en todos sus frentes: empresarios de todos los niveles, juntas de acción comunales, organizaciones de la sociedad civil, academia, entre otros. Nuestro país se tiene que pensar en clave de proyectos que convoquen por sus expectativas y resultados, no por la retórica ideológica.
A manera de ejemplo, los diagnósticos situacionales y estratégicos con los beneficiarios-participantes de los proyectos en las regiones, deben ser el punto de partida para la generación de empatía, no por la cara del político, sino por el alcance del proyecto. Esa es la ruta para construir.
Libertad y orden. Desde una mirada moderna, audaz, propositiva -diferente a la del escudo-, cada quien tiene el derecho a decidir autónomamente sobre las cuestiones esenciales de su vida, haciéndose responsable ante la sociedad -y el Estado- de las consecuencias de sus decisiones y de sus resultados. No es al revés, como promueven algunos, que buscan avivar al ‘leviatán’ para regular asuntos ligados a la propiedad o el consumo. Ni la filosofía de otros, que promueven la idea del terror como pretexto para exacerbar el control.
El centro debe hallar, no el “justo medio”, sino el mejor argumento para explicar la naturaleza del Estado en este mundo vibrante, de redes sociales, de incertidumbres, excesos, peligros, de expresiones y reclamos -contra él mismo, claro está-. Es recuperar su legitimidad, encontrar el camino de su vitalidad, reinventar sus modos, sus alcances, pero sobre todo sus atribuciones. Tal vez el mayor desafío en la década actual, so pena de asistir al quiebre absoluto de la institucionalidad, será promover la idea de un Estado que comprende la diversidad del territorio, que es justo, respetuoso de los derechos humanos, que trabaja por resultados, cumple, garantiza la competencia y actúa con transparencia.
Sin desconocer que las posiciones centristas son mutables, oportunistas y altamente abstinentes, el respetuoso llamado es a que se actúe desde la política de los consensos, la técnica y la ciencia para dar forma a un proyecto de éxito que derrote el populismo de derecha e izquierda. Que salga del lodo, que se dé a la tarea quitar el protagonismo a las ideologías, promueva los consensos desde los proyectos y asegure la libertad de los ciudadanos de la mano de un mercado y un Estado fuertes.
* politólogo, consultor y profesor universitario @dialbenedetti