El presidente de Estados Unidos no solo relacionó la aparición de trastorno de autismo, en bebés, con el consumo de acetaminofén. También hizo un llamado a que se revise la frecuencia de los programas de vacunación en la población infantil. Como se sabe, Trump ha exhibido una tendencia “anti-vacunas”. Debido a su gran influencia en el mundo, ¿cree que se fortalecerá esa conducta en otros países?
Sí. Es posible que la tendencia “anti-vacuna” crezca si los líderes políticos de diferentes países retiran su apoyo a los programas de vacunación o si crean dudas alrededor de los mismos. Por el contrario, se requieren apoyos institucionales para que la población, con la información científica relevante, pueda seguir pautas de comportamiento que favorezcan su salud. Las vacunas salvan vidas y disminuyen los problemas relacionados con las enfermedades que atacan.
Entonces, ¿su recomendación de médico infectólogo, consiste en que la gente se aplique las vacunas que les indiquen los especialistas y con la frecuencia que ellos ordenen?
Efectivamente. Todas las personas deben aplicarse las vacunas tal como lo señalen los especialistas y los entes rectores de salud de cada país por cuanto esas recomendaciones se basan en evidencia científica que soporta el correcto uso de las mismas.
Las manifestaciones de Trump sobre las vacunas no son sorpresivas: no solo ha reiterado su posición sino que escogió, para ser su secretario de Salud, a Robert Kennedy, un personaje radical y negacionista en esta materia ¿ los planes públicos de vacunación, sobre todo, en niños, para prevenir enfermedades como varicela, sarampión, rubeola o paperas, también podrían afectarse por falta de apoyo político y presupuesto?
Es cierto que han surgido controversias alrededor de las vacunas con los mensajes confusos de los Centros de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC), sobre los planes de vacunación. Esa información afecta a los padres que toman la decisión de seguir o no los programas para sus hijos. Recientemente, la Asociación Americana de Pediatría se apartó de las recomendaciones de esos centros y continuó aconsejando la vacunación con esquemas que siguen pautas científicas. Si los niños no son vacunados, el número de personas en riesgo de contraer ciertas enfermedades aumentaría; y, con ello, la posibilidad de que surjan nuevos brotes. La reaparición del sarampión en Estados Unidos, es el resultado de una disminución continua en las tasas de vacunación contra este virus a partir de la pandemia, o sea, en los últimos 5 años.
Hay padres de familia que dejan de vacunar a sus niños, por ejemplo, contra el sarampión, porque están mal informados o porque creen que el riesgo es menor debido a que no se trataría de una enfermedad grave ¿Esto es cierto? Menores de edad que se contagien con sarampión, ¿pueden morir?
Claro que sí. En esta epidemia que ya abarca varios países, los casos han ocurrido en comunidades en las que los padres y los líderes, con frecuencia líderes religiosos, rechazan la vacunación. En América, ha habido, recientemente, muertes de niños por sarampión, secundarias a los brotes y a la falta de vacunación.
¿El nivel de contagio del virus de sarampión y otras enfermedades similares, es relativamente alto?
El sarampión es una de las enfermedades más contagiosas que existen. Los estudios muestran que cada persona contagiada puede, a su vez, contagiar a otras 15 o 20. Le hago una comparación: mientras un paciente con COVID puede contagiar a 3 personas, una con sarampión tiene la potencialidad de afectar, como ya dije, a 15 o 20. Este año han muerto, en América, 13 personas por sarampión: 3 en Estados Unidos; uno, en Canadá y 9 en México. Esas muertes habrían podido evitarse si se hubiera mantenido la vacunación y su alto nivel de cubrimiento de la población. Este continente se consideraba libre de sarampión en 2016. El rebrote actual se debe a que bajaron las tasas de vacunación en los tres países mencionados aunque también hay que decir que, debido a la pandemia, la aplicación de vacunas descendió en casi todo el mundo.
La notable reducción ordenada por el gobierno Trump, de presupuestos y fondos para la investigación y desarrollo de nuevas vacunas, ¿tendrá efectos en este campo de la ciencia médica en el resto del continente?
El Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos era uno de los más grandes financiadores de las investigaciones en este campo, del mundo. La reducción de fondos afecta a entidades en ese país como universidades, centros de desarrollo, etc. Pero estos, a su vez, tenían profundos lazos con instituciones de todos los continentes. Otro ejemplo: el recorte de fondos para programas contra el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) ha afectado, profundamente, los planes de salud en África. Así mismo, en todas las áreas hay impactos sobre las instituciones colaboradoras. El resultado se verá en los próximos años con una disminución importante de investigaciones, publicaciones y, con seguridad, en patentes y nuevos desarrollos en medicamentos, pruebas de laboratorio, vacunas y demás.
En el caso de Colombia, ¿es posible que la política negacionista sobre las vacunas en Estados Unidos, también termine incidiendo en la investigación y programas de nuestro país?
Desafortunadamente nuestro nivel de investigación en vacunas es muy bajo en la actualidad. Sin embargo, el retiro de apoyos por parte de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud y, en específico, a los programas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), sí puede reflejarse, de manera negativa, en Colombia.
¿Hospitales públicos o clínicas privadas nacionales, ¿les hacen seguimiento a los programas anuales de vacunación, tanto para adultos como para niños, o ese control estatal no existe?
Existe un programa ampliado estatal que tiene sus vacunadores. Los municipios, las ciudades capitales y los departamentos, es decir, todo el territorio nacional, tienen obligación de implementar y cumplir las tasas de vacunación previstas. El programa público funciona con regularidad y tiene controles.
Con su especialidad y experiencia en investigación, ¿cómo califica el funcionamiento actual de los programas de vacunación tanto en niños como en adultos en este país?
El Programa Ampliado de Inmunización (PAI) cubre a los niños y sigue siendo uno de los mejores en América. Durante la pandemia, las tasas de vacunación cayeron, y algunas de estas aún no han recuperado el nivel que tenían. En la década anterior se implementaron y crecieron programas para varias vacunas útiles para la población. En la actualidad no parece haber interés en mejorarlo y expandirlo. El PAI no cubre a los adultos pero es una necesidad imperiosa aunque algunas ciudades como Bogotá, han destinado parte de sus recursos de salud pública a cubrir vacunas que requiere la población adulta. Es necesario que el PAI se extienda a toda la población con vacunas contra la influenza y el neumococo, entre otras.
¿Cuáles vacunas se aplican regularmente en Colombia, contra cuáles enfermedades y cuáles están cubiertas por el sistema de salud?
El PAI que, como anoté, cubre la vacunación en niños hasta los 18 años, incluye vacunas que previenen enfermedades producidas por unas seis bacterias (o enfermedades producidas por toxinas de bacterias), y unos once virus. Pero todas la que requieren los adultos, no son cubiertas por ese mismo programa, o lo son solo en ciertas áreas geográficas. Entre las vacunas del PAI hay: 1.- muchas de las cuales la gente ya no oye hablar, justamente porque el programa es muy efectivo en erradicación de las enfermedades prevenidas como la difteria, las paperas o el sarampión; 2.- otras que vienen controlando las enfermedades aunque todavía hay muchas personas que pueden adquirirlas, como la hepatitis B, la fiebre amarilla, la hepatitis A, la varicela o el COVID; y 3.- otras de las cuales requerimos mejores versiones o más completas para poder erradicar las enfermedades que atacan, como el neumococo, el virus del papiloma humano o la tuberculosis. Para microorganismos como el meningococo (que causa meningitis), hay vacunas pero no han sido incluidas en el sistema de salud.
El costo de las vacunas no cubiertas por el sistema ¿las convierten en artículos de lujo, inalcanzables para la mayoría de quienes las necesitan?
Sí, son costosas en el mercado privado. Algunas de estas vacunas pueden valer menos de un dólar por dosis, pero especialmente las vacunas nuevas, como las que se aplican contra el meningococo, el dengue, el herpes zóster y el virus del papiloma humano, suelen costar, en el mercado privado, más de $300 mil pesos por dosis. Como ya expliqué, el sistema de salud cubre algunas, pero solo para los niños. No obstante, debería expandirse su cubrimiento a los adultos.
Existe, en Colombia, el Consejo Nacional de Prácticas de Inmunización que depende del ministerio de Salud, ¿tiene que ver con decisiones sobre cuáles vacunas entran al sistema?
Sí. Se trata de un organismo independiente que está integrado por médicos especialistas y expertos en vacunas. Allí se decide, con el concurso del ministerio de Salud, cuáles se incluyen en el sistema. El ministerio solicita un estudio a una universidad sobre la efectividad y costo de la vacuna en cuestión. Definido su precio, se examina si su inclusión le ahorra plata al sistema. Si los factores son positivos, las vacunas ingresan al sistema. Pero el Consejo no funciona ahora: no ha sido convocado por el ministerio desde el 2023.
En la época de la pandemia y después, ha habido muchos rumores sobre posibles efectos secundarios de la vacuna contra la COVID-19 ¿Cuáles de esos efectos han sido probados científicamente y cuáles, entre ellos, fueron clasificados como graves o permanentes?
Las vacunas contra el COVID han sido sometidas a un escrutinio exhaustivo. Un factor importante para tener en cuenta, es que los efectos adversos graves de las vacunas que se siguen utilizando, ocurren con muy baja frecuencia. En cualquier vacuna se evalúa el beneficio (la enfermedad o complicación que evita) contra la frecuencia de los eventos adversos graves. Si estos ocurren con frecuencias muy altas, es decir, cuando superan el 0.01% de los vacunados (menos de 10 casos por 100.000 personas), la vacuna se retira del mercado. Dado que casi todo el mundo recibió alguna dosis de vacuna contra el COVID, es posible identificar a quienes tuvieron complicaciones, afortunadamente, la gran mayoría sin secuelas.
Si la frecuencia es mayor al porcentaje que usted dice, ¿no se sigue aplicando?
Cuando se encuentran eventos adversos muy graves asociados a la vacunación, las entidades regulatorias suspenden su uso.
Según los cálculos aceptados internacionalmente, la vacuna contra la COVID-19 salvó la vida de 14 millones y medio de personas en el mundo pero subsisten dudas. Entre los efectos negativos, ¿es verdad que, hubo casos relacionados de inflamación del corazón o de herpes zóster?
La vacuna del COVID se asoció con inflamación del corazón en personas jóvenes pero en los estudios subsiguientes, en que se trató de entender el fenómeno, se encontró que el propio virus del COVID produce miocarditis con mucho mayor frecuencia que la vacuna. Entonces, pudo demostrarse que la gente tiene menor riesgo de que se inflame su corazón, si se vacuna, que cuando es afectada por la infección natural del virus.
Una gran parte de la población mundial y colombiana se aplicó, durante la pandemia, 3 o 4 dosis de la vacuna contra la COVID-19. Como la circulación del virus SARS-CoV-2 subsiste, aunque con menor intensidad, ¿usted recomendaría y a cuáles personas, aplicarse nuevas dosis de esa vacuna en este año 2025?
Personas mayores de 80 años pueden requerir dosis actualizadas de la vacuna contra el COVID. Los estudios muestran que este sector poblacional se beneficia por la disminución del riesgo de complicaciones o de muerte. En este grupo también se incluye a personas que han sufrido cánceres o enfermedades graves cardiovasculares o pulmonares, y las que tuvieron inmunosupresión en la época de la vacunación, o actualmente. Si una persona recibió, al menos, una dosis de la vacuna sin efectos adversos importantes, la probabilidad de tener un evento adverso grave, ahora, es extremadamente baja, mucho menor a la anotada previamente.
Aparte de la que se aplica contra la COVID-19, ¿cuáles otras vacunas recomienda usted ponerse sin falta, tanto en menores de edad como en adultos jóvenes y adultos mayores?
Un adulto sano debería tener vacunas contra la influenza y la fiebre amarilla, el virus del papiloma humano y una dosis de tosferina que se aplica junto con la de tétanos y difteria. En nuestro medio sería bueno aplicarse la vacuna del dengue y, según la edad y las comorbilidades, también las vacunas contra zóster, neumococo, hepatitis A o B. Ahora, hay vacunas para las embarazadas que incluyen algunas de las mencionadas y, en Bogotá, se aplicará una contra el virus sincitial respiratorio lo que traerá una disminución muy importante de estos casos en los recién nacidos y lactantes menores.
¿Cómo se manifiesta el virus sincitial respiratorio y cómo se diferencia del resfriado común?
El virus sincitial respiratorio puede producir una gripa como lo hacen otros virus pero, con mayor frecuencia, provocar un síndrome clínico que se denomina bronquiolitis lo que obliga a hospitalizar a los niños por la dificultad respiratoria; ellos pueden requerir, incluso, cuidado intensivo. Es una de las causas más frecuentes de hospitalización y, potencialmente, de muerte en niños menores de seis meses. Al vacunar a la mamá embarazada, sus anticuerpos terminan protegiendo al bebé.
Al terminar esta entrevista me parece importante que usted, como infectólogo especialista que es, haga una reflexión general sobre vacunación y sobre cómo recibir los mensajes antivacunas de grupos políticos sin formación científica….
La vacunación y el agua potable son las medidas que mayor bienestar le han dado a la humanidad: han permitido el desarrollo de las sociedades. Las vacunas son una estrategia eficaz y segura para proteger a las poblaciones de gran cantidad de enfermedades.
La OMS descalifica relación entre uso de acetaminofén y autismo
El presidente Trump perturbó a los investigadores de la salud mundial, la semana pasada, cuando aseguró que el uso del acetaminofén durante el embarazo, “puede estar asociado con un riesgo muy elevado de autismo” en los bebés, pese a que no hay evidencia científica que apoye esa afirmación rotunda. El trastorno del espectro autista consiste en una alteración del desarrollo neurológico, caracterizada por la poca o nula interacción social o por la poca o nula comunicación de quien la padece. Dos de los síntomas del autismo que las personas del común reconocen en los pacientes, son, uno, la falta de interés de estos por un número amplio de actividades sociales y, dos, las conductas repetitivas. Los factores de riesgo de este síndrome son múltiples y es difícil establecer una sola causa, de acuerdo con un comunicado que expidió, inmediatamente, la Organización Mundial de la Salud en que objeta la declaración del mandatario de Estados Unidos. La aparición del trastorno autista puede asociarse con factores genéticos o ambientales y se ha establecido que es una condición con variada intensidad en los síntomas: desde los muy leves hasta los muy severos.
Las recomendaciones sobre uso del acetaminofén se mantienen
Aunque dentro de los factores no genéticos que podrían relacionarse con el autismo, se mencionan, entre otros, algunos medicamentos o tóxicos ambientales, en estudios observacionales de gran importancia, no ha podido demostrarse una asociación consistente entre la presencia del trastorno y el uso del acetaminofén (también llamado parecetamol o Tylenol. Por este motivo, las guías internacionales y las agencias de medicamentos del mundo no han restringido, hasta el momento, su uso durante el embarazo. En todo caso, durante la gestación se limita, siempre, el consumo de medicamentos. Estos deben usarse, por las madres, bajo supervisión médica y cuando su circunstancia de salud así lo requiera, durante un tiempo corto y en las dosis y frecuencias mínimas. La Agencia Europea de Medicamentos, la OMS y otros organismos decidieron que las recomendaciones sobre el uso del acetaminofén en el embarazo se mantengan, con las restricciones mencionadas. Esto no significa que la vigilancia y la investigación sobre el uso de medicamentos en el embarazo, se detengan. Al contrario, es imperativo mantener activas las redes de farmacovigilancia especial en personas o grupos poblacionales con factores de riesgo.