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“Feminizar la política”, el llamado de Ángela María Robledo en su libro

Fragmento de “Feminizar la política”, sello editorial Ariel, en el que la líder política hace memorias de su vida privada y pública hasta llegar a ser congresista.

Ángela María Robledo * / Especial para El Espectador
16 de diciembre de 2021 - 08:44 p. m.
Ángela María Robledo dice en su libro: "En los cuerpos de las mujeres explotadas, subordinadas, masacradas, quemadas, asesinadas, están las huellas del capitalismo salvaje que busca, gracias al patriarcado reforzado, mantener una estructura que produce relaciones asimétricas de poder, explotación y muerte".
Ángela María Robledo dice en su libro: "En los cuerpos de las mujeres explotadas, subordinadas, masacradas, quemadas, asesinadas, están las huellas del capitalismo salvaje que busca, gracias al patriarcado reforzado, mantener una estructura que produce relaciones asimétricas de poder, explotación y muerte".
Foto: Mauricio Alvarado

“Una politicidad en clave femenina es, no por esencia, sino por experiencia histórica acumulada, una política del arraigo espacial y comunitario. No es utópica, sino tópica, pragmática y orientada por las contingencias, y no principista en su moralidad. Próxima y no burocrática. Investida en el proceso más que en el producto y, sobre todo, solucionadora de problemas y preservadora de la vida, aquí y ahora”.

Rita Segato

Esta frase de la antropóloga argentina Rita Segato contiene muchos de los conceptos y prácticas que de alguna manera han orientado mi trabajo como mujer feminista y pacifista, empecinada en la búsqueda de la justicia social y de la paz en uno de los países más desiguales y violentos del mundo. Cuando la profesora Segato señala que pensar la política en clave femenina implica entenderla como una práctica histórica, recuerdo decenas de testimonios y proyectos de mujeres feministas de distintas generaciones que reconocen, en sus subjetividades presentes, múltiples y diversas, las huellas y los legados de las mujeres que por siglos nos han precedido en sus luchas por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos; por el acceso a la tierra, a la educación y al trabajo; por el reconocimiento de nuestras prácticas de reproducción social y económica en torno al cuidado de la vida, y por su inagotable tarea por desmilitarizar el mundo y trabajar por la paz. (Recomendamos: ¿En qué va el proceso que dejó sin curul en el Congreso a Ángela María Robledo?).

Antes que nosotras miles, millones de mujeres optaron, a pesar de su dolor y de las violencias ejercidas sobre ellas, por la fuerza de la no-violencia que se soporta en el ideal de que todas las vidas deben ser vividas. Mi comunicación constante con organizaciones y movimientos sociales y políticos de mujeres me convenció de que cuando encontramos espacios para compartir nuestros dolores, sueños y exigencias desde los territorios rurales y urbanos, logramos construir un tenue «nosotras» que, a su vez, se vincula con otros grupos y personas tratados como «minorías» por sus condiciones de género, raza, generación o clase. (Más: La Corte Constitucional tendrá una mayoría de mujeres magistradas).

Los recorridos que hice como congresista y durante la campaña de la Colombia Humana con Gustavo Petro me confirmaron de manera plena los planteamientos teóricos sobre el poder articulador de los feminismos llamados de frontera, feminismos que aspiran con su ejercicio político a un profundo cambio de la humanidad para derrotar el neoliberalismo, el colonialismo y el patriarcado como la tríada que está en el corazón de un mundo depredador, productor de desigualdad y muerte.

Segato alerta de una «vuelta atrás» de fuerzas ultraconservadoras que, en pleno siglo XXI, reivindican sin pudor la misoginia, el sexismo y el racismo, afincadas en una pedagogía de la crueldad y en una justificación de las violencias contra las mujeres, las jóvenes y las niñas que se atreven a desobedecer el mandato de «volver a casa» como parte de una familia patriarcal.

¿Cómo enfrentar esta «vuelta atrás»? Según Segato, con la domesticación de lo político y el fortalecimiento de lo común; los comunes, como lo llaman otras feministas. La argentina es tajante en señalar que no hay forma de efectuar ese cambio desde el Estado, pues, durante siglos, no solo ha mostrado su incapacidad para cuidar las vidas de las mujeres, sino que se ha convertido en un factor más de violencia. Una idea muy parecida a la del colectivo chileno Las Tesis en el video que le dio la vuelta al mundo a finales de 2019: «El Estado opresor es un macho violador […]. ¡El violador eres tú!», y a la que luego se le agregaron frases como «El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas».

Se trata, nos dicen feministas como Segato, de una política de vínculos, de tejer de nuevo la sociedad en clave de afectos, de cercanías, superando las distancias burocráticas. En su manifiesto Quemar el miedo, el colectivo Las Tesis denuncia la alianza macabra entre el patriarcado y el capital: «No se puede entender el capitalismo sin saber que se basa en la esclavitud femenina, laboral, sexual y reproductiva».

En los cuerpos de las mujeres explotadas, subordinadas, masacradas, quemadas, asesinadas, están las huellas del capitalismo salvaje que busca, gracias al patriarcado reforzado, mantener una estructura que produce relaciones asimétricas de poder, explotación y muerte. Y como no hay poderes absolutos, es desde la micropolítica y desde esos cuerpos de las mujeres como espacio de arraigo y resistencia por donde fluyen y se expresan las prácticas de feminización de la política.

Sabemos que las luchas feministas son de largo aliento, que lo logrado puede ser mucho para algunas y muy poco para otras, pero lo que tenemos ha sido fruto de procesos revolucionarios que nos han permitido estar en las calles, levantar nuestras voces y llegar a la esfera pública, no solo para estar incluidas —como lo ha documentado la profesora María Emma Wills—, sino también representadas con nuestra agendas, exigencias y derechos.

Por eso, como política yo siempre he escudriñado hasta encontrar el rostro sensible del Estado, y es allí donde me aparto de algunos de los planteamientos de Segato. He trabajado por aportar en la construcción de un Estado y una sociedad del cuidado que pongan en su centro la vida, en todas sus expresiones. Y en ese esfuerzo, que siempre ha sido colectivo, me he cruzado con académicas, activistas, políticas y defensoras de los derechos humanos que consideran, como yo, que el cambio también pasa por las instituciones en la tríada Estado, sociedad, comunidades.

El cambio solo será posible con las mujeres, lo he repetido muchas veces, así como he reiterado la misma consigna en las cuatro campañas políticas en las que he participado (una al Concejo de Bogotá, dos veces a la Cámara de Representantes y una a la Vicepresidencia de la República, todas austeras y todas demostrándoles a las mujeres que es posible llegar a la política sin hipotecar la libertad y sin venderle el alma al diablo): juntas somos más.

* Se publica con autorización del Grupo Editorial Planeta.

Por Ángela María Robledo * / Especial para El Espectador

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