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¿Hay un centro político y una democracia de clase media en Colombia?

Existe la idea generalizada de que la clase media es consustancial a la democracia: que una clase media amplia mitiga el conflicto siempre latente entre los intereses irreconciliables de las élites y los trabajadores y que es también el antídoto contra el autoritarismo ¿Pero es así? ¿Son las clases medias garantes de la democracia en Colombia? ¿Lo han sido históricamente?

Constanza Castro Benavides*/Especial para El Espectador
17 de diciembre de 2021 - 12:03 p. m.
De una definición de clase media ligada a la dependencia del Estado se pasó a una ligada a la independencia laboral. Pero hoy esta noción de clase media está también entrando en crisis pues la promesa de éxito individual y emprendimiento se esta agotando y no se materializa o se materializa muy poco. /Getty Images
De una definición de clase media ligada a la dependencia del Estado se pasó a una ligada a la independencia laboral. Pero hoy esta noción de clase media está también entrando en crisis pues la promesa de éxito individual y emprendimiento se esta agotando y no se materializa o se materializa muy poco. /Getty Images
Foto: Getty Images - erhui1979

En el mundo de las ideas políticas existe la idea generalizada de que hay un vínculo causal entre clase media y democracia. Una extensa clase media, se supone, es garantía de estabilidad política y social pues media entre los intereses irreconciliables de las élites y los trabajadores y evita, por lo tanto, los antagonismos de clase. Economistas clásicos como Adam Smith consideraron, a mediados del siglo XVIII, que un sistema de clases tripartito, con una extensa clase media, era garantía de progreso y estabilidad social. Algo similar había planteado Aristóteles mucho antes para explicar la existencia de una “sociedad armoniosa.” En el siglo XX, en medio de la Guerra Fría, la expansión de la clase media se convirtió en la vía expedita de Estados Unidos para contrarrestar la amenaza comunista. Y al final de los años ochenta, Francis Fukuyama declaró el fin de la historia a partir del indudable triunfo del capitalismo sostenido en la clase media.

Para algunos autores hoy, la clase media es el vínculo necesario entre el progreso económico y la democratización política pues representa las posibilidades de ascenso social, el triunfo del esfuerzo y el mérito, y el desprecio por los privilegios heredados o por el dominio derivado de la fuerza. La clase media sería entonces, por interés propio, democrática. Para otros, la clase media es una clase mediadora también en términos ideológicos. Por ubicarse en el centro económico, representaría la moderación ideológica: el centro que se aleja de la polarización política entre derecha e izquierda, y que protege la democracia del peligroso ascenso de regímenes populistas.

En Colombia, la construcción caricaturizada de una polarización ideológica, entre una derecha fascista que se describe como liberal y una centro izquierda convertido en amenaza comunista, solo puede ser contrarrestada, se proclama, con un nuevo contrato social de centro que trascienda la considerada polarización política y social. La clase media, sinónimo de cohesión social, democracia, y mesura política parece ser el antídoto contra el antagonismo de clases, el autoritarismo, y hoy en día, la polarización política. ¿Pero es así? ¿Son las clases medias garantes de la democracia en Colombia? ¿Lo han sido históricamente?

Hablé hace unos días con el historiador Ricardo López Pedreros**, profesor de historia de América Latina en Western Washington University, y reconocido internacionalmente por su larga trayectoria en el estudio de las clases medias en Colombia y América Latina. En esta conversación, López Pedreros habla del papel fundamental de la clase media en la elección de Trump y, entonces, en el ascenso de un gobierno antidemocrático. Nos habla también de la expansión, en la segunda mitad del siglo XX, de la idea de democracia de clase media en América Latina como un proyecto imperialista.

En su más reciente libro Makers of Democracy: A Transnational History of the Middle Classes in Colombia, publicado en el 2019 por Duke University Press, López Pedreros analiza precisamente cómo, en la segunda mitad del siglo XX, fue cobrando forma una clase media derivada de un modelo de democracia sostenido en la ideología del libre mercado, la desigualdad económica y las jerarquías de género en el mundo laboral.

Como nos cuenta aquí, con el ascenso del neoliberalismo en la década de los noventa, esta formación previa de clase ha ido derivando abiertamente hacia la derecha. Esta conversación nos muestra que las clases medias en Colombia no son, ni han sido históricamente, actores moderados, neutrales o mediadores. Y que más bien, un sector amplio de las clases medias puede ser hoy, como en el pasado, central en el ascenso y preservación de un proyecto político que, en nombre de la democracia, legitime una forma de hacer política y una sociedad profundamente antidemocrática.

CC. Durante las elecciones de 2016 leímos en la prensa, e incluso en artículos académicos, que el triunfo de Donald Trump había sido consecuencia de la reducción dramática de la clase media en Estados Unidos. Su reducción, causada por la crisis económica de 2008, suponía una profunda polarización entre una clase alta y una clase trabajadora con intereses irreconciliables. ¿Crees que hubo, efectivamente, una reducción de la clase media en Estados Unidos, y que esa reducción llevó al ascenso de Trump y a lo que se consideró, entonces, como una crisis de la democracia?

RLP. Esta idea, que efectivamente ha circulado mucho, es engañosa pues asume dos cosas que no son necesariamente ciertas. Primero, que la existencia de una clase media amplia es sinónimo de democracia y, segundo, que es imposible, como consecuencia, que la clase media apoye políticamente a un candidato claramente antidemocrático como Trump. Pero lo que vimos fue justamente el apoyo significativo de esta clase a lo que Trump significaba. La prensa invisibilizó la masiva participación de las clase medias, porque aceptar su papel en el ascenso de un proyecto antidemocrático como el de Trump, contradecía las bases sobre las que se define la democracia en Estados Unidos y, así mismo, su proyecto imperialista.

Pero esto no ocurre solamente en Estados Unidos. Regímenes de derecha contemporáneos han ganado las elecciones y se han sostenido en el poder, no solo gracias al apoyo de clases trabajadoras ‘menos educadas,’ ‘menos progresistas,’ o ‘menos cosmopolitas,’ sino de las clases medias. El caso brasilero es un ejemplo de estas contradicciones. Lula da Silva y Dilma Ruosseff llevaron al poder al Partido de los Trabajadores entre el 2003 y el 2016, y para lograr legitimidad política afirmaron que ampliarían las clases medias. Ese discurso se tradujo en políticas sociales que redujeron, de hecho, los niveles de pobreza.

Sin embargo, ante la crisis económica del 2014, el apoyo de las clase medias y su lealtad al Partido de los Trabajadores se redujo. Ante crisis económicas, como vemos aquí, las clases medias buscan mantener su estatus de clase media y, en ese proceso, pueden moverse fácilmente hacia la derecha. Con la idea de que, al mantenerse como clases medias, están manteniendo la democracia, pueden ir incluso en contra del partido político que creó las condiciones materiales para que se convirtieran en clase media.

CC. Teniendo en cuenta el papel que puede tener la clase media en el avance de un proyecto antidemocrático de derecha, y que algo así es contrario a la idea generalizada de clase media como sinónimo de democracia ¿cómo entender políticamente lo que llamamos clase media?

RLP. Lo que a mí me interesa, más que hacer una definición de la clase media, es tratar de entender el cambio histórico entre una noción, más bien generalizada, de clase media como identidad y conciencia de clase, a lo que podemos llamar hoy una ‘sociedad de clase media’. Desde finales de los años noventa, personas que podríamos considerar de élite o de sectores populares, se han empezado a considerar a sí mismas como clase media. Buena parte de la población se considera, efectivamente, de clase media ¿Significa esto que ya no hay clases o conflicto de clases? La idea de que vivimos en sociedades de clase media es, me parece, tremendamente problemática, porque implica que vivimos en sociedades post-clase y entonces, en sociedades post-políticas y armónicas.

Hablar de sociedad de clase media es una manera de justificar la desigualdad social y de impedir demandas o reclamos sociales. Es una manera de evitar hablar de lucha de clases, y es también una manera de idealizar posiciones políticas neutrales o de centro aparentemente desideologizadas. Esta idea de sociedad de clase media, en la que la ideología es el mercado y las relaciones sociales son transacciones económicas, es fuente de inspiración tanto para la derecha como para el llamado centro en términos políticos. Las clases medias, según esta visión, defienden la democracia de las ideologías y de la política que la amenazan. Se piensa entonces, que la consolidación de una clase media amplia puede superar cualquier problema que presente la postmodernidad, la globalización o el neoliberalismo.

Si el problema es que la sociedad es inequitativa, la solución es que haya más clases medias. Si el problema es la polarización y la radicalización de los considerados extremos políticos, la solución es fortalecer el centro, que se asocia con la clases medias y con la armonía política y social. Esta visión de la sociedad es, por supuesto, tan ideologizada como las visiones que se busca combatir o, incluso, criminalizar.

Lo que está en juego aquí es quién tiene el monopolio de lo que debe ser la política. La izquierda, en algunas de sus variantes, también habla de la necesidad de crear sociedades de clase media, pero no cae en la asociación sociedad-mercado, y reivindica la ideología como un elemento central para pensar una democracia inclusiva. Por eso es importante preguntarnos ¿cuándo hablamos de clase media de qué estamos hablando? Incluir en ella cualquier cosa, permite legitimar formas de dominación que terminan por considerarse democráticas simplemente porque son de clase media y aparentemente neutrales, mediadoras o despolitizadas.

CC. Historizar la clase media y entenderla como producto de circunstancias y tiempos específicos significa entonces romper con la idea, indiscutible, de la clase media como sinónimo de democracia. En tu libro, de hecho, argumentas que la idea de una democracia de clase media es más bien reciente, y que se extendió por América Latina a mediados del siglo XX como un proyecto imperialista ¿Cómo ocurrió esto?

RLP. Efectivamente lo que consideramos hoy como clase media es resultado de un proyecto imperialista de los Estados Unidos. En el siglo XIX la idea de clase media se asociaba con la época Victoriana y el Imperio Británico, pero en el siglo XX cobró fuerza la idea de que Estados Unidos era creador de una democracia, única y excepcional, de clase media. Esta idea se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial con la circulación de discursos que demonizaban el comunismo y cuyos ecos se vuelven a escuchar hoy con fuerza.

En mi libro analizo cómo el poderío imperial estadounidense se expandió en América Latina a través de programas de desarrollo que buscaban consolidar sociedades de clase media. El Frente Nacional y la Alianza para el Progreso dedicaron recursos para mostrar que las clases trabajadoras no podían ser sujeto democrático y que las élites, como decía incluso Orlando Fals Borda, eran recalcitrantes y no querían un cambio o una reforma social. El consumo, la propiedad privada, el mérito profesional, y el esfuerzo individual, ligados a la clase media, crearían según las ideas desarrollistas una democracia que superara la “peligrosa” lucha de clases y la “caduca” politización de la sociedad.

La democracia de clase media estadounidense no fue, sin embargo, una imposición. Fue más bien un proceso trasnacional, fuertemente ideologizado, surgido a partir de relaciones desiguales de poder. Esta idea de clase media legitimó el imperialismo norteamericano, visto entonces como democrático, y logró que se expandiera a través de políticas y programas de desarrollo. Muchos intelectuales en Colombia decían: “si así vamos a lograr la democracia de clase media, pues bienvenido el imperio”.

En otros países de América Latina el deseo de crear clases medias justificó la imposición o el apoyo a regímenes militares y autoritarios pues estos, se decía, buscaban la expansión de la clase media que traería democracia a la región. Solo hay que leer los textos de John J. Johnson, el considerado pionero de los estudios de las clases medias, para ver como justificaba la idea de que, dada su condición de subdesarrollo, América Latina tendría que pasar por un período dictatorial/militar—breve ,pero necesario—para evitar que las clases trabajadoras o las oligarquías llegaran al poder, pero también para que las clases medias se consolidaran.

CC. Considerando entonces que cualquier definición de clase media es histórica y además situada ¿qué idea de clase media fue cobrando forma en Colombia como resultado de este proyecto imperialista, pero también de las condiciones sociales y políticas locales?

RLP. En la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, la clase media en Colombia estuvo ligada a la ampliación del sector de servicios, es decir, al trabajo de oficina. “Hombres empleados” y “mujeres de oficina” –como se definía a sí mismos con base en distinciones de género—reclamaron una identidad de clase media. Trabajar en oficinas se convirtió en una distinción social, y en evidencia de movilidad social y éxito económico. Para la segunda mitad del siglo XX, y gracias a los programas de desarrollo, la educación pública se extendió a más personas y surgió una nueva definición de clases medias conectada con la expansión y profesionalización del Estado, pero también con los pequeños comerciantes. Más recientemente la idea de la clase media se asocia con el emprendimiento. Y no es que los empleados de oficina o los profesionales ya no sean clase media, lo que ocurre es que la visión dominante sobre ser y actuar como clase media hoy está determinada por el ideal del emprendimiento y la independencia laboral.

En esta idea cambiante de clase media hay que incluir, también, ciertos valores, pues no todos los profesionales o comerciantes son de clase media. Estos valores son también históricos y resultado de luchas políticas. La valoración del mérito, por ejemplo, ha diferenciado históricamente a la clase media de las élites. En la segunda mitad del siglo XX los logros de la élite se asociaron con su riqueza o con derechos heredados, mientras el mérito legitimó la movilidad social, y puso en un sustrato moral superior a las clases medias. Cuando la profesionalización se empezó a asociar con las clases medias y su reclamo de representar la democracia, las elites expandieron sus esfuerzos por educarse y por representar “legítimamente” al Estado neoliberal como tecnócratas. Esto supuso una lucha de clases entre estas elites y estas clases medias en la que se disputaba quién tenía el derecho a dominar, y de qué manera, en sociedades democráticas.

CC. ¿Cómo se transforma la clase media, heredera del imperialismo estadounidense y de las políticas e instituciones desarrollistas, en una clase media neoliberal en los noventa? ¿Por qué, a partir de entonces, la clase media parece convertirse en una noción “todo terreno” que ves como peligrosa?

RLP. Esta es una pregunta complicada, pero absolutamente clave. Desde los años cincuenta y hasta finales de los ochenta las clases medias, como identidad, como proyecto político y como realidad social, luchaban por ser vistas como la representación de la democracia. Pero de una democracia liberal excluyente, es decir, una democracia como jerarquía social. En los noventa, en el caso colombiano, fueron las clases medias las que defendieron las primeras manifestaciones del neoliberalismo. De hecho, mientras los industriales en Colombia estaban parcialmente en contra políticas neoliberales, los pequeños propietarios impulsaron la idea de abrir las fronteras y de acabar con el Estado ‘cantinero,’ como llamaban al Estado cobrador de impuestos. Los gobiernos de Pastrana Borrero, López Michelsen y Turbay Ayala, aceptaron y respondieron a tales demandas, así fuera de forma parcial. López Michelsen, por ejemplo, propuso el salario integral, que se materializó muchos años después, pero que dio origen al discurso compartido con los pequeños propietarios de la sociedad como mercado.

Pero, además, con la caída del muro de Berlín, se empezó a hablar del llamado “fin de la historia”, es decir, del capitalismo como única opción posible y entonces, también, de una sociedad generalizada de clase media. En Colombia, los noventa vinieron también con varios cambios, entre ellos, la consolidación del neoliberalismo y el fortalecimiento del paramilitarismo. Con estos cambios globales y locales, la idea de clase media se convirtió en una noción “todo-terreno”, como tú dijiste.

En una entrevista hecha por Darío Arizmendi a principios de siglo en el Canal Caracol, Carlos Castaño declaró que las autodefensas eran la representación de los intereses de las clases medias en Colombia. El Tiempo tradujo luego estas palabras afirmando que las Autodefensas eran el brazo armado de las “olvidadas” clases medias. El paramilitarismo se presentaba como la defensa del pequeño propietario, del emprendedor, imaginado generalmente como una realidad masculina. Una idea neoliberal de sociedad, una idea particular de clase media, y el fortalecimiento del paramilitarismo se entrelazan entonces para defender, en nombre de la democracia, la anti-democratización de la sociedad. ¿Es una coincidencia que, en su manifiesto democrático de 100 puntos, presentado al empezar su régimen en el 2002, Uribe Vélez argumentara algo parecido?

CC. ¿Lo que dices entonces, es que en Colombia la idea de clase media que surge en los años noventa está ligada a la ilegalidad y al uso de la violencia?

RLP. Con la idea de que en la “armonía democrática” no debe haber oposición o conflicto social, ni ideología, ni política, el contrincante entonces debe desaparecer, la ideología debe erradicarse, la política debe extirparse. Algo así ocurrió durante el gobierno de Turbay Ayala y su estatuto de seguridad. Un sector de las clases medias apoyaba la idea de que, para vivir en paz, la violencia estatal era necesaria y legitima. Hoy, la rabia o la indignación de clase, lo que llaman ‘odio,’ se deslegitima y se excluye de la política.

Las protestas de Fecode, por ejemplo, que representan a una clase media que reivindica la educación como derecho y no como distinción o producto de consumo, eran vistas en el pasado al igual que hoy, como ideologizadas, y eran por lo tanto deslegitimadas. Las ideas que se agrupan bajo la llamada “ideología de género” se ven como obstáculos para el desarrollo natural de una tranquila vida social y familiar. Las acciones de la hoy llamada “gente de bien” en cambio, no se asumen como ideológicas sino como la norma; no como posición política, sino como defensa de la paz. Pero estas elites y clases medias hoy, como ayer, instauran una noción de paz como violencia. Aquí no ven contradicción alguna. La idea de clase media que prima, o que ha triunfado como definición de clase media, es esta última, que aparece como desideologizada o de centro, pero que participa de lleno en la anti-democratización de la sociedad.

Lo que debemos entender es, entonces, la contienda que llevó al triunfo parcial de una clase media ‘neoliberal’ sobre otra más ‘progresista’ que, aunque también reprodujo distinciones de género y raza –pues concebía el derecho a dominar desde lo masculino y desde una identidad mestiza—luchó por lograr una democracia más inclusiva. La noción neoliberal triunfante de clase media que vemos hoy como sinónimo de democracia, fue un producto histórico y político resultado de una larga lucha en la que otras versiones de lo que significaba ser clase media fueron derrotadas tanto en franca lid como a sangre y fuego. Esta clase media neoliberal ha propuesto y defendido una idea de democracia racista, clasista y machista; una democracia que incluye la idea de que el funcionamiento de la sociedad depende de la armonía social, que solo puede ser jerárquica, apolítica o neutral.

Pero, además, en momentos de crisis económicas, esta clase media se mueve aún más hacia la derecha. Te doy unos ejemplos. El UPAC fue creado durante el gobierno de Pastrana Borrero como respuesta a la politización de un sector de las clases medias que se radicalizó y se acercó a la ANAPO. Intentando alejarlos de su influencia, el gobierno les ofreció la posibilidad de tener propiedad privada integrándolos así a un incipiente modelo neoliberal. Aunque el proyecto fue inicialmente exitoso, entró en crisis justamente por una radicalización del modelo neoliberal en los años noventa y mucha gente perdió sus viviendas. Ante la crisis, los sectores medios que se habían visto favorecidos por el UPAC se movieron hacia la derecha.

Algo que también es posible ver en este caso, es que las clases medias favorecidas por el UPAC eran las que trabajaban con el Estado. Con la crisis, esta versión de la clase media empieza a ser reemplazada por la del emprendedor. De una definición de clase media ligada a la dependencia del Estado se pasó a una ligada a la independencia laboral. Pero hoy esta noción de clase media está también entrando en crisis pues la promesa de éxito individual y emprendimiento no se han materializado y reproducen formas de explotación. Unos sectores de la clase media ven, por ejemplo, la educación como derecho y a partir de esta noción forman lazos de solidaridad con grupos populares.

Otros sectores piden educación con crédito y que el Icetex dé más dinero. Siguen la idea neoliberal de que la educación es un privilegio, un bien a futuro. Lo que se ve, entonces, como antes, es una lucha por la primacía de una clase media sobre otra: una visión de lo común, por un lado, versus una visión de los derechos como privilegios de clase. Pero la disputa en las calles está reivindicando esas otras prácticas de lo que significa vivir en democracias, y no solo las visiones populares, sino las de otros sectores de la clase media. Por eso, lo que intento hacer en mi trabajo es llevar al terreno histórico, etnográfico, y subjetivo conceptos como democracia, y tomarlos en serio para entender por qué, en nombre de la democracia, se legitima el autoritarismo o incluso el fascismo. La única manera que encuentro para entender esta contradicción es cuestionar los elementos antidemocráticos que se encuentran en una democracia. Por eso es necesario historizarla, verla como resultado de luchas sociales. Al hacerlo, es posible ver como hoy –y esto es clave— la versión dominante de la democracia conectada con la clase media está llevando al ascenso del fascismo.

CC. Hablaste del carácter imperialista de la democracia de clase media y de los valores, incluso antidemocráticos, que este tipo de democracia puede defender. Mencionaste la vinculación democracia-clase media como estrategia anticomunista durante la postguerra, y como base incluso de la defensa de las dictaduras en los ochenta en el Cono Sur. Según esta trayectoria ¿qué estarían defendiendo las clases medias que apoyan de manera irrestricta hoy al uribismo que es claramente antidemocrático?

RLP. Mucha gente dice que el uribismo “es muy colombiano”. Pero no. El uribismo es la versión local de un movimiento trasnacional neoliberal. Este movimiento incluye la idea de que el mercado legitima las jerarquías, las desigualdades y las exclusiones sociales, y la idea de que si usted es pobre es porque no se esfuerza o porque no tiene capacidades para competir. Es una forma de legitimar las bases estructurales de la pobreza y de justificar la explotación. Este movimiento también incluye la “ideología de género,” es decir, la idea de que se está destruyendo la familia de clase media.

Pero esta idea neoliberal se vincula, a nivel local, con los valores del uribismo. La afirmación: “con Uribe pude volver a la finca”, tiene que ver con la paramilitarización de la sociedad, es decir, con la individualización y la defensa del privilegio de clase a través de la violencia. Y esta paramilitarización fue lo que vimos en las recientes protestas: destruir, literalmente, a aquel que presenta otra visión de democracia, al que se acusa de vándalo, de no trabajar, de ser un vago. Y otra cosa que defienden las clases media uribistas sería al Estado como ente emprendedor. El Estado como empresa. El neoliberalismo no minimiza el rol del Estado como piensan muchos: lo reconfigura para responder a los intereses de las elites con apoyo de las clases medias.

CC. Con respecto a las próximas elecciones, se argumenta que estamos entre dos alternativas extremas, pero equivalentes y que la solución es apuntar al centro, a una visión no radicalizada de la política. Algunos candidatos se presentan como candidatos de centro, moderados, y por supuesto, no polarizantes. Estos candidatos serían entonces, según la investigación, versiones contemporáneas de una larga historia que perpetua lógicas neoliberales y que se ubica en la derecha del espectro político ¿Reforzar esta idea de polarización es, más bien, una estrategia que busca mantener una idea de democracia de la clase media antidemocrática?

RLP. Esa idea de evitar la polarización y quedarse en el medio va a calar electoralmente entre algunos sectores de clase media pues movilizarán la posición de la considerada ‘mesura’ que parece ser la ‘adecuada’. El deber ser. Esta es una posición política ideologizada, que sostiene una idea de democracia excluyente. Y habría que decir aquí dos cosas. Primero, esta posición de centro neutral viene de la idea de armonía social que ya discutimos y, que presenta a la sociedad como post-clase. Aquí el centro, que se asocia con la superación de la violencia, es más bien la evidencia de la consolidación de una violencia que se ve como legitima para alcanzar—o mantener—una sociedad jerarquizada de clases, tranquila y en paz. Es la posición de quienes en Colombia se consideran “gente de bien”.

Y segundo, y más importante, es que a través de esta definición jerárquica de democracia entra el fascismo, pues en nombre de la neutralidad se consolida la violencia contra aquellos que se consideran una “amenaza” para un orden. Los sectores que se consideran moderados dicen: no quiero estar en los extremos, no quiero tomar una posición política, pero es justamente ese considerado medio el que legitima, así sea de manera indirecta y parcial, el ascenso del fascismo en nombre de una armonía social y política. Esa idea de que la clase media permitiría la superación de la polarización política y social esconde una pregunta más grande que no podemos evadir y es ¿qué clase de democracia quiere el centro, o aquellos que dicen no estar en la izquierda ni en la derecha?

CC. Algunos historiadores que estudian el ascenso del fascismo, consideran que este surge dentro de regímenes elegidos democráticamente. Afirman que estos regímenes empiezan como democracias y se van, digamos, deformando hasta convertirse en antidemocráticos. Lo que tú dices es distinto. No es que se ataque la democracia ya en el poder y se transforme, sino que la democracia misma, de la manera en que la entendemos, tiene un origen y un carácter antidemocrático. Así que la derechización de la política es consustancial a la democracia tal y como la entendemos cuando la vinculamos a la clase media y sus valores.

RLP. Son contradicciones históricas. Por eso es necesario historizar nuestra noción de democracia para entender, por ejemplo, el arraigo social que tienen proyectos políticos como el uribismo. Aclaro que no me gusta llamar a este proyecto ‘uribista’ pues tiende a asociarse con el individuo, con la creación de héroes. Uribe tiene una responsabilidad histórica y legal, claro, pero también hay que ver esto como una realidad política colectiva. Estaría de acuerdo con Federico Finchelstein, cuando rebate la idea de que el fascismo fue solo algo del pasado y que fue además una anormalidad. Al igual que el, lo veo en el presente, distinto pero vigente. Si uno analiza la construcción de las subjetividades políticas como movimientos sociales, se da cuenta de que esta derechización no es anormal, está muy arraigada socialmente, y está ligada a la jerarquización de la sociedad, a la racialización de las relaciones sociales, a la práctica profundamente clasista de vivir en democracias.

Reivindicando a Estanislao Zuleta, me parece necesario decir que la democracia no es armonía. Es más bien la posibilidad de tener mejores conflictos, es decir, conflictos que no destruyen al contrincante político. Democracia es lucha social. La llamada polarización no es el “coco,” como lo plantean incesantemente los medios de comunicación. Es parte de la disputa política. De hecho, los sectores medios también están en esa disputa. Siempre se habla de las clases medias como si estuvieran por fuera del conflicto social y político.

El planteamiento que considero más importante de mi libro es que la formación de las clases medias no ha estado en una burbuja histórica inmune a las condiciones que han creado el conflicto armado. El proyecto que las clases medias dominantes llaman democracia, y que han legitimado, es el que parcialmente ha creado las condiciones para que se perpetúe el conflicto armado. Ahí existe una responsabilidad histórica. En últimas, me parece que si nos sacudimos de las definiciones dominantes de democracia quizás podamos imaginar otra definición, y buscar e incluso reivindicar, esas otras formas de vivir en democracia que han sido silenciadas históricamente.

*PhD en Historia. Profesora del Departamento de Historia y Geografía, Universidad de los Andes.

**Ricardo López es autor del libro Makers of Democracy: A Transnational History of the Middle Classes in Colombia, publicado en el 2019 por Duke University Press y ganador de Mención de Honor de La Fundación Alejandro Ángel Escobar (FAAE) en Ciencias Sociales en el 2020. El libro será publicado el próximo año en Colombia por la Universidad del Rosario. Es también co-editor del libro The Making of the Middle Class: Toward a Transnational History, publicado por Duke University Press en 2012.

Por Constanza Castro Benavides*/Especial para El Espectador

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Marco(t2vy2)17 de diciembre de 2021 - 03:42 p. m.
Y es esa noción de clase media que se ha establecido desde el discurso paramilitar y de Estado como empresa la que nos ha llevado a este hueco sin fondo de violación sistemática de derechos humanos, de persecusión de la libre asociación y de la protesta y de desigualdad. Ahí está nuestra actualidad sumida en el más absurdo fascismo.
Didier(12213)17 de diciembre de 2021 - 01:13 p. m.
Cuando la clase medía, repudia los privilegios se puede decir que sustenta la democracia, pero cuando se traslada a la derecha, se vuelve poco empática con los problemas sociales y apoya a lo más sórdido, generando más desigualdad e inequidad. Frases: “Estudien,vagos” “mantenidos” etc...
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