Iván Duque Márquez, el presidente disruptivo

Su triunfo en junio de este año frente a la izquierda, por primera vez unida en una segunda vuelta presidencial, ciertamente significó la ruptura de varios paradigmas.

Nicolás Uribe Rueda*
02 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Iván Duque asumió el cargo de presidente a los 42 años. / EFE
Iván Duque asumió el cargo de presidente a los 42 años. / EFE

Iván Duque llegó al Congreso hace 4 años y rápidamente se convirtió en un senador estrella. Deslumbró por su juicio, disciplina y don de gentes. En la opinión pública logró abrirse espacio como vocero de temas económicos y entre los medios de comunicación se volvió fuente calificada para comentar y discutir asuntos de relevancia pública. Sus colegas lo eligieron en dos oportunidades como el mejor Senador y su partido rápidamente lo catapultó a lugares de privilegio, brindándole la oportunidad para que se luciera en debates, con proyectos de ley e intervenciones. Su papel en la oposición al plebiscito del 2016 lo volvió una figura nacional.

Respetuoso en el diálogo político con adversarios ideológicos, así como poco camorrero, decidió no comprar las peleas aquilatadas durante años por su grupo parlamentario, asunto que lo ubicó en el centro del Centro Democrático.

Repitió en su precampaña presidencial la metodología de talleres democráticos que llevó a Uribe a la Casa de Nariño en el 2002 y superó luego a cinco copartidarios con quienes se midió en casi 40 debates regionales que terminaron con la definición de un candidato único seleccionado a través de un proceso de revisión de encuestas. En marzo, compitió por la candidatura definitiva ante Marta Lucía Ramírez y obtuvo más de 4 millones de votos, convirtiéndose, por fin, en el candidato oficial de una coalición de centro derecha que tenía serias posibilidades de llegar a la Presidencia de Colombia.

Su triunfo en junio de este año frente a la izquierda, por primera vez unida en una segunda vuelta presidencial, ciertamente significó la ruptura de varios paradigmas. Duque sería el presidente más joven desde el año 45, su gabinete sería el primero en tener paridad de género, su vicepresidente sería por primera vez una mujer, superó como candidato la barrera de los 10 millones de votos y su discurso, al contrario de lo políticamente rentable, no se basaba en el etiquetamiento peyorativo del contradictor en un momento de profunda polarización política.

Formado en el BID, bajo el influjo disruptivo de los retos y oportunidades de la cuarta revolución industrial, Duque se atrevió a impulsar una campaña política llena de propuestas, ideas e iniciativas en cuya base está la transversalización e impulso de las nuevas tecnologías, la innovación y las posibilidades de la economía naranja; asuntos necesarios para enrutar a buen destino a las instituciones en una sociedad poscrisis.

Y como buen “quiebra-paradigmas”, Duque también acabó con la costumbre de hacerle al país un refrito de propuestas de desarrollo basado en el perfeccionamiento y reordenación de los tradicionales factores de producción y la explotación de nuestros recursos. Su apuesta principal fue, y sigue siendo, la de fortalecer la capacidad de las empresas y del Estado para transferir y absorber tecnología, al mismo tiempo que impulsa entre las personas la idea de innovar constantemente. Más que un político tradicional, dedicado a interpretar la marrullería y la política de cafetín para nadar hábilmente en las aguas de la componenda y la transacción de lo cotidiano, el presidente es un gran intérprete de la nueva realidad en la que vivimos, en donde nada ni nadie subsiste si permanece obstinadamente de espaldas a la revolución de la tecnología.

Todo esto, que a criterio de algunos “estadistas” parece un capricho juvenil, es nada más y nada menos que la irremediable impronta de una época que nos tocó vivir y cuya transformación continúa sucediendo exponencialmente. Es por ello por lo que el presidente Duque está empecinado en gobernar a Colombia promoviendo y echando mano a lo que se ha denominado Internet de las cosas (en el mundo, más de 100 elementos se conectan cada segundo a Internet), a la inteligencia artificial y al big data, la robótica, la impresión en 3D y la realidad virtual. Todo, como resulta apenas obvio, para que Colombia pueda resolver los enormes desafíos que tiene en materia de salud, educación, protección del medio ambiente, lucha contra la corrupción, seguridad, eficiencia institucional, productividad y generación de ingresos.

Duque, por lo demás, no solo entiende las derivaciones prácticas que la tecnología tiene para el funcionamiento de las instituciones, sino que también sabe de sobra lo que ello implica en el propio ejercicio del gobierno. Para él, no es un secreto que la disponibilidad e inmediatez de la información utilizada irresponsablemente en las redes sociales está generando un efecto demoledor en la credibilidad de las instituciones en una época de posverdades y relativismos. Una época, además, donde de manera abrupta se exacerbaron las demandas y expectativas ciudadanas. Como bien lo dicen y reiteran ya una infinidad de autores calificados, gracias a la revolución tecnológica, el poder es más difícil de ejercer y más fácil de perder.

El presidente Duque no es el hombre del año en Colombia por ser presidente, que ya es bastante cosa, ni tampoco por su irremediable voluntad de acabar con la mermelada y de esta manera impulsar la transformación política más relevante de los últimos años. Tampoco lo es, aunque podría serlo, por representar una política moderna, que de manera reposada y serena encuentra en el consenso el instrumento político más conveniente para impulsar las transformaciones que requiere Colombia. Para ser el hombre del año, a muchos bastaría, por ejemplo, liderar, como lo ha hecho Duque, una coalición internacional que busca llevar a Maduro a pagar por sus crímenes de lesa humanidad en los tribunales internacionales, mientras con entusiasmo y generosidad adecúa las instituciones nacionales para recibir cientos de miles de venezolanos que huyen de la dictadura.

El presidente podría pues ser el hombre del año por varias razones. Sin embargo, ninguna de ellas resulta tan poderosa como la de haberse convertido en el primer gobernante en Colombia que cuenta con un plan para enfrentar con determinación las causas y consecuencias que para el país está teniendo y tendrá la revolución tecnológica. Revolución que, sin lugar a dudas, tiene patas arriba a las empresas, los Estados, la política, las personas y las instituciones.

Duque es el hombre del año porque llegó al poder sin ataduras dogmáticas con el pasado, comprendiendo que ninguna revolución pacífica o violenta, política o económica, ha cambiado tanto al mundo y a las personas de la manera en que lo ha hecho la tecnología. En esto el presidente es único, disruptivo y auténtico. Ojalá sea eficaz en su mandato y cuente con el apoyo ciudadano para lograrlo.

* Consultor de Asuntos Públicos y de Gobierno, exrepresentante a la Cámara por Bogotá, columnista de El Espectador.

Por Nicolás Uribe Rueda*

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