La espada de Bolívar y la memoria del M-19: el pasado de Petro marcó su posesión

Evocando a su padre —Carlos Pizarro, líder del M-19 asesinado—, la senadora María José Pizarro le puso la banda presidencial al nuevo jefe de Estado.

Laura Angélica  Ospina
08 de agosto de 2022 - 02:08 a. m.
Petro, posesionado como presidente, dio la orden de que le trajeran la espada de Bolívar.  / Presidencia
Petro, posesionado como presidente, dio la orden de que le trajeran la espada de Bolívar. / Presidencia

Toda la vida del presidente Gustavo Petro fue condensada en su posesión presidencial. Fue un evento abierto a la ciudadanía y con fuerte carga simbólica. La mitad de la plaza de Bolívar estuvo ocupada por el público, una decisión logística que respondió a la idea de que el pueblo ha llegado al gobierno, promesa que llevó al poder a Petro y a la vicepresidenta Francia Elena Márquez. Mientras la gente gritaba “se pudo” y la emoción se volvía eco con cada voz que se sumaba al canto de victoria de los excluidos, a Petro se le hacían agua los ojos por ver cumplido su deseo de ser presidente. No lloró en toda la ceremonia y mantuvo una posición solemne; sin embargo, al pronunciar cada palabra, su cara mostró que contenía en la garganta un nudo de alegría imposible de ocultar.

Si bien estaba dispuesto que caminara con su familia detrás de la espada de Bolívar hasta llegar a la Plaza, el objeto nunca pudo llegar a tiempo y a Petro se le vio transitando sin ella. Un día antes de la posesión, el hasta ese momento presidente Iván Duque, no autorizó su salida, argumentando inquietudes sobre la seguridad. A partir de esa determinación, un evento protocolario de inicio de gobierno fue el lugar para que Petro tomara la primera decisión oficial: solicitar, en frente de los diplomáticos, políticos, invitados especiales y la ciudadanía presente, que trajeran a la tarima al emblemático acero que representa no solo la historia de la República, sino también una parte de la memoria del M-19, el grupo guerrillero al que perteneció durante doce años de su juventud y que robó el objeto.

“Le solicito a la casa militar traer la espada de Bolívar”, dijo después de tomar juramento ante el presidente del Senado, Roy Barreras. Fue una verdadera sorpresa para los asistentes y generó una oleada de clamor del público, donde estaban varios excombatientes de esa y otras guerrillas. Para que la espada estuviera en la tarima, Barreras anunció un receso de diez minutos mientras se cumplía la primera orden presidencial del nuevo gobierno. Arribó a las 4:18 de la tarde, cargada por la guardia presidencial en una caja transparente. En ese momento fue inevitable que el primer mandatario, acostumbrado a improvisar sus discursos, también lo hiciera en esta ocasión.

“Llegar aquí, junto a esta espada para mí es toda una vida, una existencia. Esta espada representa mucho para nosotros y quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida. Que nunca se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en el país. Que sea del pueblo; es la espada del pueblo y por eso la queríamos aquí, en este momento y en este lugar. Quizá para los próximos presidentes y presidentas, cuando se posesionen, se vuelva un hecho permanente, protocolario, simbólico, que los acompañe siempre, que las acompañe siempre la espada libertaria de Bolívar”, dijo el jefe de Estado del primer gobierno de izquierda en Colombia.

Les hablaba a muchos, pero sobre todo a la comitiva del M-19, que hacía parte de los invitados a la posesión y se ubicó en el ala derecha de la Plaza, de cara a la tarima. La espada de Bolívar tiene un peso simbólico para ellos pues, en los albores de su guerra contra el Estado, la robaron de la Quinta de Bolívar (casa del Libertador en Bogotá) y la escondieron en el hogar del poeta León de Greiff.

No fue el único hecho relacionado con su pasado en el “Eme”. Después de jurar que cumpliría con la Constitución, fue la senadora María José Pizarro quien le puso la banda presidencial. Ella es hija de Carlos Pizarro, líder de esa guerrilla, quien firmó la paz en 1990 y luego fue asesinado en un avión. Con esa memoria fresca y de cara a los ciudadanos que alzaron pancartas con la cara del excomandante del M-19 mientras cantaban “Carlos Pizarro vive”, la senadora (que hace parte del Pacto Histórico) lloró mientras le ponía la banda. En la posesión, fue el símbolo de un país que se está tejiendo con la reconciliación como propósito.

En campaña, el entonces candidato Petro generó suspicacia con unas declaraciones en las que decía que en el último tramo de la carrera iba a retomar lo que hizo en su juventud. Varios ciudadanos prendieron sus alarmas en Twitter pues, ante la confusa afirmación, creyeron que el político volvería a la lucha armada. No obstante, a lo que se refería era volver a estar con la gente de a pie, por lo que pasó días y noches compartiendo con algunos campesinos. Ese relato tomó relevancia ayer, porque aquellos a quienes visitó asistieron como invitados de honor a la posesión. Arnulfo Muñoz, un pescador en Honda (Tolima); Catherine Gil, de Chocó; Kelly Garcés, una barrendera de Medellín (Antioquia); Rigoberto López, un campesino cafetero de Caldas; Iván de Jesús Londoño, un silletero de Antioquia, y Genoveva Palacios, vendedora ambulante en Chocó, se pararon de sus asientos una vez Petro los mencionó. A su estilo, este apartado tampoco hacía parte de su discurso, pero improvisó para demostrar que cumplió con lo que dijo en campaña.

La tarde del domingo 7 de agosto de 2022, día en que la izquierda progresista asumió el poder en Colombia, dejó la postal de Iván Duque, el último mandatario de una línea de política derechista que estuvo controlando las riendas del país por más de dos décadas, y la familia Petro, quienes, de cualquier manera, representan el cambio. Sin largas, Petro y Duque estrecharon sus manos y sin mediar muchas palabras, intercambiaron el lugar en las escaleras de la Casa de Nariño. El drástico giro en el cambio de mandatarios, dicho por el mismo Petro, deja sobre sus hombros la tarea de cumplirle a un pueblo que depositó la confianza en él con la intención de darle voz a “los nadies”, lema de su campaña.

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