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La Guajira: el arte de gobernar crisis climáticas

La Guajira ha tocado los extremos en que varía el clima en Colombia. En las sequías ha estado en el techo de la escala nacional con más de 40% de déficit hídrico y en las precipitaciones ha estado con más de 160% de excesos hídricos. Sin una acción decidida en materia de resiliencia y adaptación climática en La Guajira, los cimientos del desarrollo serán frágiles e insostenibles.

Juan Carlos Orrego O.
05 de julio de 2023 - 08:36 p. m.
Gustavo Petro en Albania, La Guajira, donde tuvo lugar el Diálogo social y medidas de emergencia frente al cuidado del agua, el paso 30 de junio.
Gustavo Petro en Albania, La Guajira, donde tuvo lugar el Diálogo social y medidas de emergencia frente al cuidado del agua, el paso 30 de junio.
Foto: ANDREA PUENTES

Cobra fuerza la tendencia de medición que incorpora en la forma de calificar a los gobernantes su capacidad para anticiparse y manejar crisis y esto aplica, por supuesto, a las crisis que se deriven del clima extremo. El futuro de La Guajira dependerá de lo que se haga hoy para mejorar su gobernabilidad y adaptar este departamento a los feroces contrastes de sequías e inundaciones.

La Guajira es tierra de contrastes porque presenta carencias y desafíos en los temas de salud, acceso a agua, educación, infraestructura, y corrupción, pero de otros lados es motivo de esperanza por su reconocido potencial turístico, su diversidad cultural y potencial de generación de energía solar.

Poco se piensa en La Guajira como un territorio que está marcado por su clima. Tal vez por eso no es muy común saber cuáles han sido los efectos acumulados de los últimos 25 años, pues ha sido una de las regiones más afectadas por eventos extremos, como los fenómenos El Niño 1997/1998 y 2015/2016, La Niña 2010/2011 y 2021/2023, así como por los huracanes Iota (2020) y Julia (octubre de 2022).

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En total, en estos 25 años han sido más de 99 meses entre las crisis climáticas (66 meses) y la pandemia (33 meses), con multimillonarios daños y un impacto humano devastador para muchas poblaciones en La Guajira, en la seguridad alimentaria, en los medios y las condiciones de vida.

Tanto el fenómeno El Niño, que se manifiesta predominantemente con sequías, como La Niña, más de carácter lluvioso, han sido especialmente severos en las regiones Caribe y Pacífica. Y de estas dos regiones, La Guajira es el departamento que ha estado en los primeros lugares de daños.

Y es que La Guajira ha tocado los extremos en que varía el clima en Colombia. En las sequías ha estado en el techo de la escala nacional con más de 40% de déficit hídrico y en las precipitaciones ha estado con más de 160% de excesos hídricos.

Durante El Niño 1997 1998 en La Guajira se presentaron 15 meses donde las intensas sequías e inundaciones se alternaban y llevaron a la disminución de agua para consumo en Maicao, Riohacha, Villanueva, Barrancas, Fonseca y Manaure, así como incendios forestales en Dibullá donde se afectaron 598 hectáreas.

En contraste, La Niña 2010 – 2011, representó 11 meses de lluvias por encima de lo normal, afectando a 165 mil personas y un saldo de 36,839 viviendas afectadas, 560 sistemas de aducción y captación de agua con daños, así como graves deterioros en infraestructura de gobierno, vías, servicios sociales y bienes culturales.

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Cinco años más tarde, el fenómeno, El Niño 2015 – 2016, volvería a ocasionar 1,6 billones de pesos en pérdidas y 15 meses de déficit hídrico. Con el fenómeno La Niña 2021 – 2023, que concluyó oficialmente el pasado mes de enero, en La Guajira se afectaron la totalidad de sus 15 municipios y se registraron 89.806 personas damnificadas. Maicao y Riohacha estuvieron en la lista de los 10 municipios más afectados en todo el país y se presentaron daños en 34.741 viviendas, 15 sistemas de abastecimiento afectados, así como escuelas y sedes culturales, para un saldo total de daños superiores a 700 mil millones de pesos.

Al no haberse desarrollado procesos de recuperación post desastres con criterios de adaptación, se ha han acumulado afectaciones y mayores vulnerabilidades y la región ha entrado en lo que se describe como el ciclo perverso de mayores riesgos y desastres.

Un clima exigente, la alta susceptibilidad de las actividades productivas al clima, las vulnerabilidades socioeconómicas y las debilidades en la gobernabilidad en La Guajira son los ingredientes para la fórmula de la trampa de pobreza. Y como lo señalan Ester Duflo y Abhijit V. Banerjee – “no hay justificación para tolerar la pérdida de vidas y talento que trae consigo la pobreza, puesto que sabemos cómo remediarlo”.

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Sin una acción decidida en materia de resiliencia y adaptación climática en La Guajira, los cimientos del desarrollo serán frágiles e insostenibles. La Guajira necesita ayuda humanitaria y requiere inversiones para salir adelante, pero no puede ser un desarrollo convencional, ciego al clima. Por eso, cada inversión, sea un proyecto productivo, social o de cualquier índole, deben garantizar un blindaje frente a los extremos climáticos.

Por eso, la noticia del gobierno en pleno desplazándose a gobernar en el sitio, es una buena noticia. La acción del gobierno, hace bien, si conecta las acciones de respuestas humanitarias y rápidas, con inversiones en desarrollo de infraestructura y de capacidades institucionales y sociales, así como la puesta en marcha de un plan sistémico de largo plazo para reducir las vulnerabilidades dándole real potencia a la adaptación a la variabilidad climática y considerando el fuerte peso de la ancestralidad y los factores propios culturales.

Ordenar el territorio en torno al agua, ya sea poca o mucha; hacer el blindaje de inversiones ante extremos climáticos, fortalecer el conocimiento de los riesgos climáticos y análisis de sensibilidades, generar sistemas de alerta comunitario para riesgos por impacto humano, garantizar el trabajo coordinado intersectorial y poner en marcha el sistema de información y administración territorial señalado en el Plan Nacional de Desarrollo deben ser algunas de las acciones en esta visión de reducción de vulnerabilidades.

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Por Juan Carlos Orrego O.

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