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“La política hecha sobre el resentimiento es muy peligrosa en Colombia”

Uno de los fundadores de Dejusticia, centro de estudios sociales que cumple 20 años, analiza la violencia que asola el país y el panorama de cara a las elecciones presidenciales de 2026. ¿El país cerca de un mandato autoritario?

Nelson Fredy Padilla

24 de agosto de 2025 - 10:00 a. m.
El politólogo Mauricio García Villegas opina: “El presidente de la República usa el resentimiento para movilizar a las masas”.
Foto: Terumoto Fukuda
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Mauricio García Villegas es doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y doctor honoris causa de la Escuela Normal Superior de Cachan (Francia). También es profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, investigador de Dejusticia, columnista de El Espectador y un reconocido autor de libros de ensayo. (Vea otra entrevista de Nelson Fredy Padilla, al historiador Eduardo Sáenz Rovner sobre el narcotráfico en Colombia).

A raíz del incremento de la violencia en el país, incluido el asesinato del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, releí su libro “El país de las emociones tristes” (sello Ariel, 2020). ¿Por qué es importante volver sobre esos conceptos para entender este fenómeno cíclico?

Como muchos historiadores lo vienen haciendo desde hace un par de décadas hay que mirar la historia de un país no desde el punto de vista de las instituciones, los próceres, las guerras, las catástrofes, sino de las emociones de los protagonistas. Y si se revisa la historia de Colombia uno se da cuenta de que hay una constante desde Bolívar y Santander, de algo que Baruch Spinoza, filósofo del siglo XVII, llamaba las emociones tristes, que incluían el odio y la venganza. Decía que hay que evitarlas porque nos terminan perjudicando mucho. Él, que fue expulsado de una manera violenta de la comunidad judía de Ámsterdam, decía: ‘a mí no me interesa odiar, no me interesa vengarme, lo que quiero es entender’. Entonces en el libro utilizo esa idea para tratar de entender en qué medida esas emociones han malogrado la historia de nuestro país. Colombia está llena de buenos proyectos, de empresas extraordinarias, pero mucho de esos ideales se han estropeado en el camino y en buena parte ha sido por los actores y por sus emociones tristes, por lo que José María Samper llamaba “los viejos queridos odios del siglo XIX”.

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Usted habla del estado psicológico del odio como generador de violencia y en Colombia parece que no cede sino que se incrementa. ¿Por qué?

El odio y el miedo son dos emociones muy importantes. Las emociones tristes no son exclusivas de Colombia, eso no está en nuestro ADN, ni es por ser colombianos que sentimos así.

Aunque nuestra historia sí ha sido muy violenta.

Los odios han sido muy importantes en nuestra historia y hay una cierta cultura de la violencia, como en muchas partes del mundo. La diferencia en Colombia y en muchos países de América Latina es que cuando la gente siente odio saca una pistola y eso es distinto en otras partes. En Francia, durante esas manifestaciones de los chalecos amarillos que duraron 11 meses, hubo un muerto. Aquí en las manifestaciones sociales que duraron dos meses en 2021 hubo 60 muertos. Pasamos muy fácilmente de esas emociones tristes, de los odios en particular, a ejercer la violencia como manera de solucionar el problema y la gente no se da cuenta que es totalmente contraproducente.

¿En ese comportamiento influye que hemos vivido en estado de guerra desde el siglo XIX?

Una de las cosas que ha influido es la falta de reglas claras, porque en un entorno social donde las reglas no son claras los seres humanos sacamos lo peor de nosotros mismos. Eso era lo que decía Hobbes en el Leviatán. En Colombia las reglas han fallado mucho, sobre todo en la periferia, también en las ciudades, pero sobre todo en la periferia. Muchas de nuestras guerras se explican por la falta de presencia legítima del Estado en las regiones, que es un problema que continúa y que creo que en los últimos años se ha agravado.

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Pero históricamente este ha sido un país de leyes y reglas. El problema es que no se cumplen.

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Claro. Esa es una tradición muy española de tratar de resolver todo por medio de la legislación, pero en la realidad no se resuelve nada. Para que una ley o una norma sea eficaz hay que crear las condiciones para que eso que dice la norma se pueda lograr. Y en Colombia hemos fallado muchísimo sobre eso. Hice mi tesis de doctorado hace ya 30 años sobre la eficacia simbólica del derecho y Colombia es experta en eso, en legislar simbólicamente, y eso termina siendo ineficaz, crea muchos malestares que crean violencias.

Usted también analiza otros factores determinantes, por ejemplo, el resentimiento, la envidia y la desigualdad. ¿Esos sentimientos inciden mucho en la violencia que nos acosa a diario?

Sí. El resentimiento es una emoción fundamental. Marx decía que la partera de la historia era la guerra. Yo creo que la partera de la historia es el resentimiento. Buena parte del éxito de Donald Trump tiene que ver con su capacidad malévola de promover el resentimiento de una cierta población blanca y rural de los Estados Unidos. Lo de Putin está igualmente sustentado en un resentimiento contra Europa y casi cualquier gobernante en el mundo utiliza al resentimiento para lograr réditos políticos. Aquí, en los últimos años, hemos visto muchísimo cómo el presidente de la República usa el resentimiento para movilizar a las masas y en cierta medida ha tenido éxito. Una política hecha sobre el resentimiento es muy peligrosa, sobre todo en Colombia, donde saltamos tan fácilmente del dolor, del resentimiento, del miedo y del odio a coger un arma y a matar a quien odiamos.

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Más peligroso en estos tiempos de populismo exacerbado.

Sí. El populismo es un fenómeno que, después de la Segunda Guerra Mundial, creímos que se había terminado. Pensamos que no solamente se había derrotado al nazismo sino al populismo. Pero nos equivocamos. Ochenta años después creo que el renacimiento del populismo, que tiene mucho que ver con el nacionalismo resentido, está siendo exacerbado, entre otras cosas, por las redes sociales y por esas grandes compañías digitales que sobreestiman el resentimiento y el sentimiento nacionalista en la población. En las redes sociales lo que más circula es lo más extremo. Pero no toda la población siente así y ese es uno de los grandes problemas en los que estamos: que los políticos están siguiendo esas redes sociales y las redes sociales siguen las emociones tristes.

¿Las redes no reflejan la verdad del pensamiento social?

En realidad, la sociedad es mucho más moderada y mucho más calmada de lo que aparece en las redes. Aunque el voto finalmente termina dando cuenta de las redes y no de la realidad.

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¿Vivimos impactados negativamente por esa asimilación social de emociones?

Sí, porque una de las características de la manera como nos estamos comunicando últimamente, en los últimos 30 años, es por medio de lo emocional, no por medio de lo racional, lo ecuánime. La conversación está siendo desplazada por la algarabía, lo que el algoritmo de las redes sociales favorece. La conversación lenta y razonable es poco visible. Estamos acabando casi que con el diálogo democrático.

En su libro convoca al cultivo de las emociones plácidas o amables como contrapeso a las tristes. ¿Cómo incorporar benevolencia, civilidad, compasión, respeto, para generar un equilibrio comunicativo?

Los seres humanos somos una mezcla de pasiones y de emociones en tensión. Así como existe agresividad, odio, envidia y resentimiento de un lado, del otro existe compasión, solidaridad y empatía. Para incorporarlas dependemos de otra circunstancia que es fundamental, en la cual Colombia también ha fracasado rotundamente, y es la educación.

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Portada del libro "El país de las emociones tristes", el libro de Mauricio García Villegas publicado por el sello editorial Ariel.
Foto: Editorial Planeta

Usted publicó un libro sobre ese tema, “La quinta puerta” (sello Planeta, 2021), en el que advierte que la desigualdad y la violencia también surgen de ahí.

Sí. Lo publicamos con dos colegas de la Universidad de los Andes, Juan Camilo Cárdenas y Leopoldo Fergusson. Es sobre el drama que es la educación en Colombia. Da cuenta de que uno de los grandes fracasos, una de las grandes promesas incumplidas de la democracia colombiana, es la igualdad de oportunidades. En Colombia hay una especie de apartheid educativo en donde los ricos estudian por un lado, los pobres por otro, y no solamente están separados, sino que los ricos reciben una buena educación y los pobres una educación mediocre o mala. Eso ya es un principio fatal. En ese libro hablamos de lo que los economistas llaman el costo de oportunidad. ¿Cuántos genios, cuántas personas brillantes, incluso cuántos premios Nobel ha habido durante dos siglos en la población colombiana que nunca han surgido porque nunca tuvieron las oportunidades, nunca tuvieron la educación que necesitaban? La buena educación es igualitaria y produce convivencia, entendimiento y emociones plácidas entre la gente. Cuando se separan las poblaciones por clases sociales y a unas se les da un servicio y a otras otro completamente distinto eso crea un malestar terrible y unos odios grandísimos, un mal camino para solucionar los problemas de Colombia.

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Alcanzar un estado de convivencia en un país como este es un trabajo de décadas.

Claro. Antanas Mockus tenía razón en eso. La cultura es un ingrediente fundamental del cambio social, pero la cultura es lenta. Uno no cambia la cultura por decreto. La cultura toma tiempo. La cultura implica educación, entendimiento y conversación. Aquí no reflexionamos, todo el mundo vive muy impaciente, empezando por los gobernantes. No crean proyectos de largo plazo. El político no piensa en poner las primeras piedras para este gran proyecto que puede rescatar a Colombia en 20 o 30 años. Quiere hacer cosas inmediatistas mientras los grandes problemas de nuestra sociedad, que son reforma agraria, educación, reforma política, reforma a la justicia, se dejan de lado.

Usted es experto en el Estado de derecho. ¿Está en riesgo con nuestra realidad actual?

Por supuesto. Volvemos a las reglas de una sociedad desde los antiguos griegos. La Ilíada empieza hablando de cómo es posible que la venganza nos haya llevado a este punto. Enseña que una sociedad necesita pasiones, pero también reglas para para limitar esas pasiones. Esas son las constituciones. Ahora tenemos un mundo muy emocional, pasional, rabioso, con muchos miedos y malestares, y todo eso ha ido en detrimento de las reglas. Por eso en Colombia es prioritario defender el Estado de derecho, las reglas que nos permiten entendernos.

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Viendo los extremos que gobiernan, desde la ultraderecha El Salvador y Argentina y desde la ultraizquierda Nicaragua y Venezuela, ¿qué tan cerca estamos de regímenes autoritarios o hasta totalitarios?

Cerca. Incluiría en esa lista a los Estados Unidos. Durante muchos años en la universidad enseñé instituciones estadounidenses elogiando lo que habían hecho los padres de esa patria, pero eso se ha acabado mucho. Me parece que ya es difícil hablar de una democracia. El mundo mismo está en riesgo. Europa vive esos riesgos. Nosotros tenemos una tradición de caudillismo y de atropello al Estado de derecho muy larga. Y podemos volver a caer ahí facilísimo a través de la violencia y la destrucción de las instituciones. Sí estamos en peligro.

Estamos a un año de elecciones presidenciales en Colombia. ¿Cuál es la responsabilidad de los partidos políticos para defender la democracia?

Los partidos de todo el espectro político tienen la responsabilidad de defender las instituciones y eso implica, por ejemplo, que la derecha democrática denuncie los atropellos de la extrema derecha, incluido el paramilitarismo, con la misma fuerza que denuncia los atropellos de la extrema izquierda, incluyendo las guerrillas, y viceversa. Ejercicio de tolerancia. Cuando llega un régimen autoritario, los partidos tradicionales son los primeros en salir perdiendo. Los políticos deberían ser los primeros en ser conscientes de que su supervivencia depende de la defensa del Estado de derecho.

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Usted es doctor en Ciencias Políticas. ¿En este momento resulta conveniente una opción de centro que venga a equilibrar esos extremos de izquierda y derecha?

El país debería intentar esa opción, por lo menos. Los problemas de Colombia son muy delicados, tomarán mucho tiempo y no se solucionan en un gobierno. A mí me gustaría que hubiera varios gobiernos encadenados, sintonizados en resolver grandes problemas de largo plazo. Para eso se necesita calma, moderación, conocimiento, expertos. En buena parte, esos son los valores que defiende el centro, desde centro izquierda hasta centro derecha.

Mauricio García Villegas advierte: “Por el odio, el Estado de derecho está en peligro en Colombia".
Foto: Laura Salomón Prieto

Otro tema suyo es la justicia transicional. ¿Cuál es el balance?

Hemos avanzado en muchas cosas. La JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) ha hecho progresos. Debería haber hecho más y en los próximos meses esperamos ver mucho más. La justicia es para mí un dolor de cabeza. Creamos un organismo que se llama Dejusticia con la idea fundamental de proteger el Estado de derecho. Escribimos muchos libros sobre una reforma a la justicia, la necesidad de fortalecerla. Si uno compara la colombiana con otras del continente está mejor que muchas. Aquí la justicia es bastante independiente, aunque hay mucha corrupción y hacen falta reformas estructurales.

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¿Será clave lo que decida en las próximas semanas la JEP sobre las condenas contra la antigua guerrilla de las Farc?

Eso será fundamental. Esperemos a ver qué pasa.

¿Que la justicia condene en primera instancia al expresidente Álvaro Uribe por soborno y fraude es un síntoma saludable de una justicia independiente?

Es un síntoma saludable que una jueza sea capaz de decidir en contra de alguien tan poderoso. También es un síntoma saludable que exista una segunda instancia, que haya alguien que revise esa condena y tome una decisión definitiva.

Usted es fundador de Dejusticia, el Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad, que el viernes pasado cumplió 20 años de ejercicio y es reconocido como una de las ONG más influyentes del país. ¿Dos décadas después Colombia es más justa o más injusta?

Hablando con Rodrigo Uprimny, otro de los fundadores, preguntaba: ¿Sería distinto el país si Dejusticia no hubiera existido? Uno tiene la esperanza de que sí hemos ayudado a un mejor ejercicio de la justicia. Pero hay que admitir que de todos los libros que escribimos sobre mejora de la justicia a través de una reforma judicial casi nada ha salido adelante. Me refiero a que el Estado llegue a las regiones, no solamente el Ejército, si no el Estado legítimo, construir instituciones en las regiones. Lo mismo en educación. Entonces es evidente tener cierto desaliento después de 20 años, pero yo tengo la esperanza de que esas ideas sean tenidas en cuenta cuando llegue el momento, cuando se creen las condiciones, cuando haya unos tres, cuatro o cinco gobiernos respetuosos del conocimiento y de lo que hay que hacer.

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Entonces podremos hablar de esos conceptos de verdad, justicia y reparación como una realidad de paz.

Ojalá.

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com
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