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La vigencia del racismo

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Columnista invitado
08 de junio de 2020 - 11:00 a. m.
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En Colombia, el camino por recorrer es largo en términos de igualdad racial. La moralidad política del mestizaje étnico como unidad nacional debe profundizarse. Este ideal hay que trabajarlo duro en la conciencia colombiana desde la familia y la vida escolar.

Por: Carlos Eduardo Kronfly David* - Especial para EL ESPECTADOR

La violencia racial se estableció en el continente americano con la llegada del hombre blanco. A Latinoamérica, los íberos le trajeron su violencia y a Norteamérica, los anglosajones le importaron su violencia atávica.

La intolerancia religiosa y el racismo existen en los ancestros de la civilización europea. En vísperas del año 1492, Europa estaba sumergida en implacables guerras religiosas como la Guerra de los Cien Años y la Guerra de las Dos Rosas; al siglo siguiente vivió el enfrentamiento entre el protestantismo y la contrarreforma y luego, la Guerra de los Treinta Años, enraizaron los odios religiosos.

Cuando se produce el descubrimiento del nuevo Mundo, el 12 de octubre de 1492, apenas unos meses antes, el 2 de enero del mismo año, después de ochocientos años, los árabes y los judíos peninsulares -por supuesto completamente consustanciados con la península- fueron expulsados por los reyes católicos fundamentando su actuar en motivaciones racistas y religiosas.

Fue implacable la Santa Inquisición con los no cristianos y sospechosos de no serlo. Igualmente, cuando los anglosajones llegan al norte del continente, lo hacen con sus odios raciales y religiosos.

Los africanos son traídos como esclavos a la hoy parte latina del Nuevo Mundo por españoles y portugueses, y al norte los traen los anglosajones, en ejercicio de un comercio vulgar.

El europeo fue siempre racista. Se autoproclamó históricamente como la “raza superior”. En el Congreso Africanista de Berlín (1885), los emperadores europeos pactaron el reparto del continente africano entre ellos. Es inenarrable la tragedia y el horror que llevaron al continente negro en su proceso colonizador, extendiéndolo hacia el sudoeste del continente asiático.

Sin penetrar en los orígenes ancestrales, la violencia americana, incluidas la esclavitud y el odio racial, son producto del racismo del colonizador europeo. El racismo, a lo largo del tiempo, lo siguen padeciendo tanto los nativos como los afroamericanos en manos del “hombre blanco” - como se autocalifican los europeos-, tanto en el mundo iberoamericano como en el norte anglosajón.

El espíritu del Ku Klux Klan, en forma larvada, permanece en el alma norteamericana desde antes de la Guerra de Secesión hasta los días actuales.

Ni el pensamiento ético de Abraham Lincoln, ni el auténtico sentir cristiano, han logrado sublimar la tragedia del racismo. Por desgracia sigue vigente y, consecuencialmente, permanece presente.

El asesinato de George Floyd constituye solo un eslabón dentro de esta prolongada tragedia. Pese al plausible avance ético y filosófico de los nuevos procesos legislativos, subyace en la conciencia contemporánea de occidente ese perverso sentir moral.

Aunque la Constitución de 1991 consagró a Colombia como un Estado Social de Derecho y, no obstante, la filosofía ética del Título II del ordenamiento de los Derechos, las Garantías y los Deberes, el camino por recorrer es largo en términos de igualdad racial. La moralidad política del mestizaje étnico como unidad nacional debe profundizarse. Este ideal hay que trabajarlo duro en la conciencia colombiana desde la familia y la vida escolar.

“Caminante no hay camino se hace camino al andar”, enseñó el insigne bardo español, Antonio Machado.

* Director del programa de derecho de la Universidad San Martín

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