Antes de disparar el arma —su primer arma—, una mujer le dio las instrucciones. "Tiene que cogerla como a un pollito, sin apretarla muy duro, pero tampoco muy flojo, para poder atinar". Gustavo Petro, de 17 ó 18 años, estaba en alguna montaña cerca de Zipaquirá recibiendo entrenamiento. Lo acompañaban otros jóvenes que también acababan de ingresar al M-19. Su lucha apenas comenzaba.
Primer acto: el nacimiento
Fue un matrimonio furtivo. Gustavo Petro (padre del candidato) y Clara Nubia Urrego (la madre) juraron amarse en una iglesia de Bogotá el 18 de abril de 1959. Sólo algunos familiares de ella y unos cuantos vecinos los acompañaron. La familia del novio, que vivía en Ciénaga de Oro (Córdoba), se enteró sólo un mes después. "Yo era un estudiante universitario sin recursos y ella apenas había terminado el bachillerato y tampoco tenía ningún ingreso. No era el momento de contarles a mis padres", cuenta el señor Petro desde la sala de su casa. Es un hombre tranquilo, de voz pausada y sonrisas esporádicas.
Los dos jóvenes, ella de 21 y él de 23, cumplían apenas un mes de noviazgo cuando decidieron casarse. Luego de la unión, del enfado de los padres del novio al conocer la noticia, de arrendar un apartamento pequeño y de él conseguir su primer trabajo como profesor, nació el niño (el 19 de abril de 1960): Gustavo Francisco, en homenaje al padre y al abuelo. Nació en Bogotá y fue bautizado en Ciénaga de Oro, aunque él se sienta más de allá: de la cultura costeña, del vallenato, de los porros, del sol implacable, que de la capital.
El niño fue matriculado en kínder. Dos meses pasaron para que el profesor les notificara a los padres que el pequeño ya sabía leer. Que lo mejor era promoverlo a primero de primaria para no desaprovechar su genialidad. Así lo hicieron. En el segundo grado —viviendo ya en Zipaquirá, porque el señor Gustavo empezó a trabajar como profesor allí— se repitió la historia. Los maestros querían ascenderlo a tercero. Esta vez el padre no accedió. "Era muy frágil, muy delgadito, me daba temor forzarlo", dice.
A los siete años el niño ya usaba gafas para tratar la miopía, leía incansablemente biografías de Napoleón, Simón Bolívar y Alejandro Magno. También quiso escribir una novela política en la que el protagonista era un hijo de inmigrantes que presenciaba el asesinato de sus padres, a manos de la Interpol, en una plaza pública. El huérfano decide vengarse. "Yo inocentemente le cogí el cuaderno en el que estaba escribiendo —cuenta don Gustavo, con un dejo de arrepentimiento—. No sé cómo se dio cuenta de que lo había leído y decidió no volver a escribir". El niño era callado y tímido. "De libros más que de carritos".
Vivía en una casa "pobre" —así la describe él— en la calle octava. Frente al matadero. Hace unas semanas, las correrías de la campaña presidencial lo llevaron otra vez a esa casa, a esos rincones de los años de niño que hoy están convertidos en un restaurante. También volvió a caminar los pasillos del colegio, "a sentir el mismo olor de los libros".
En el primer año de secundaria conoció a Germán Ávila, quien se convertiría en su amigo entrañable. Con él empieza el capítulo del M-19. De esta parte de la historia poco sabe el señor Gustavo Petro. Él sólo se enteraría de la filiación política de su hijo muchos años después, en un acto público en la plaza de Zipaquirá. Para ese momento ya había empuñado su primer arma.
Segundo acto: la secundaria
Los dos muchachos, Gustavo y Germán, coincidían en el rechazo a la religiosidad extrema de los sacerdotes del Colegio Nacional de La Salle. Orar antes de cada clase. Misas diarias. Cánticos bíblicos. Ante aquel exceso, decidieron renunciar a la religión. "Había una presión muy fuerte. Empezamos a rechazar las creencias religiosas —recuerda Germán—. Yo me mantengo en eso, pero he escuchado que Gustavo no, porque él en los últimos años ha planteado abiertamente su creencia en Dios". Esa resistencia los enfrentó a los curas, quienes además cuestionaban sus nuevas convicciones políticas y hasta literarias.
Leían a Marx, a Lenin, a Engels, desobedeciendo a los sacerdotes. Leían a Gabriel García Márquez, quien a pesar de haber estudiado en esas mismas aulas no contaba con la simpatía de los religiosos, que lo tildaban de comunista. Empezaron a reunirse con movimientos sindicalistas de Zipaquirá, con obreros simpatizantes de la Anapo (Alianza Nacional Popular). La política era la vida entera. Sin fiestas ni fútbol ni amores. "Vivíamos en ese mundo frío, encerrados, sin discotecas, sin mujeres, sin saber qué era una novia y con muchas ganas de saberlo, sin televisión", decía Gustavo Petro en una entrevista inédita que le concedió a un periodista de este diario años atrás.
Terminó la secundaria y los dos muchachos decidieron estudiar economía. Gustavo en la Universidad Externado de Colombia y Germán en la Nacional. Estando cada uno en su facultad, los contactó el M-19. Por separado. "De una forma silenciosa y clandestina". Tan prudentes debían ser, que los dos amigos no se dijeron nada. Sólo un año después, en una reunión de comandos, se verían las caras y se reconocerían como militantes del Eme. A Gustavo lo contactó un maestro de escuela. "El lenguaje del M-19 era absolutamente diferente al de la izquierda radical. Para mí fue un discurso refrescante, porque ya no quería estar en las discusiones entre trotskistas, maoístas, estalinistas ni mamertos", dijo alguna vez.
Gustavo y Germán seguían coincidiendo en que la lucha armada era el camino para triunfar. Les pesaba todavía el "fraude" de las elecciones de 1970, en las que perdió la presidencia Gustavo Rojas Pinilla. Les pesaba la muerte de Allende, el primer presidente de izquierda que llegaba al poder en Chile. Los estimulaba la victoria de la Revolución Cubana (1959) a la cabeza de Fidel y el Che Guevara. "Todo indicaba que los triunfos de la insurgencia armada eran el camino más rápido, más efectivo y menos doloroso para la humanidad", dice Germán, entusiasta, desde su oficina, desempolvando recuerdos.
En el Eme, Gustavo Petro pasó a ser alias Aureliano. Por Cien años de soledad. Por la profunda admiración que siente por Gabriel García Márquez. Allí conoció a Pacho Paz, otro amigo entrañable.
Tercer acto: la guerrilla
"Gustavo era el hombre político, como dicen hoy los milicos: el ideólogo. No todos los guerrilleros echaban tiros. Había unos que tenían la tarea de hacer trabajo de masas y proselitismo: ese era Gustavo", dice Pacho, de cabello blanco y largo, barba abundante, cigarrillo en mano, siempre sonriente. Él llegó al Eme en 1977, a los 36 años. Sus tareas sí eran de tipo militar.
Gustavo tenía 17 años. "Era flaaaco, flaaaco, de una flacura extrema —dice Pacho—. Tenía el cabello largo y abundante, porque ese era nuestro primer gesto de rebeldía: dejar de cortarnos el pelo. Usaba gafas gruesas, culo de botella, que le hacían ver los ojos saltones". Era activo en las reuniones. Llegó a ser un ayudante muy cercano a Carlos Pizarro y un hombre clave para la desmovilización del Eme en 1990.
Vivió la 'Operación Cantón Norte' (diciembre de 1978) y fue el responsable de guardar algunas de las armas que el Eme había robado de aquel lugar. Vivió el éxito de la toma a la Embajada de la República Dominicana (1980), "el M-19 se volvió muy popular. Uno lo sentía en cualquier bus urbano, en cualquier calle de la ciudad. Eran héroes para la sociedad y no sólo en las clases populares, sino en las clases medias", dice Petro.
Su zona de influencia era Zipaquirá. Allí lo conocían y lo estimaban. Allí lo eligieron personero (a los 21 años) y luego concejal (a los 24). "Uno de los fenómenos que más lo afectaban era el desplazamiento. Empezaron a llegar al municipio familias sin casa ni trabajo y él se puso al frente de ese problema", cuenta Pacho. Para esas familias sin techo, Gustavo Petro fundó un barrio llamado ‘Bolívar 83’. En esas mismas casas humildes, que él ayudó a construir, lo apresaría el Ejército unos años después. Estaba disfrazado de mujer.
Hasta ese momento, Petro seguía siendo un estudiante de economía que vivía en casa con papá, mamá y dos hermanos: Adriana y Juan Fernando. Su familia ni siquiera sospechaba su militancia en el Eme. Su padre dice que el muchacho era reservado, callado, tímido. Salía por las mañanas hacia la universidad y regresaba por la tarde. No había nada que sospechar.
Terminó la universidad. En 1984, siendo concejal de Zipaquirá, el M-19 decidió que era momento de revelar públicamente su militancia. "Lo hice en una manifestación que fue una de las más grandes en la historia del municipio. Se llenó la plaza completa. A partir de ahí mi vida cambió. Se me acabó la juventud". Allí también se enteró su padre. "Sentí una angustia —dice el señor Petro—. Ese sentimiento incontrolable de los padres a la protección de los hijos". Empezaron la persecución de las autoridades y la vida clandestina. Dormía cada noche en una cama diferente. Cargaba sólo un morral y unos libros, siempre alguno de García Márquez. Llegaron el hambre y la flacura.
Octubre de 1985. Gustavo Petro fue capturado por el Ejército en el barrio 'Bolívar 83'. Llevaba una peluca y un vestido de mujer. Fue trasladado a la XIII Brigada del Ejército, en Bogotá, donde lo torturaron e interrogaron durante diez días con sus noches. Luego fue transportado a la cárcel La Modelo. Allí estaría 18 meses.
Pacho Paz, quien había sido apresado dos meses antes, lo recibió. "Venía muy golpeado, con unas ojeras terribles, moretones, hambre". Desde la prisión se enteraron de la toma al Palacio de Justicia. Siguieron la noticia por la radio. "Fue uno de los momentos más amargos de nuestras vidas", recuerda Pacho.
En marzo de 1987, Gustavo Petro regresó a la libertad, sin ser juzgado. Volvió a las filas del Eme, se sumó al proceso de desmovilización y en 1991 participó como asesor económico de la Asamblea Nacional Constituyente. A partir de ese momento empezó a escribir su historia política en la legalidad, en la que lo ha acompañado su amigo Fernando*, también ex integrante del M-19.
Cuarto acto: la política
"A nosotros no nos derrotaron militarmente, dejamos las armas porque queríamos la paz", así resume Fernando la desmovilización del Eme. Recuerda que para ese momento el pueblo los apoyaba. "Llenábamos la Plaza de Bolívar y la población reconocía nuestro heroísmo". Quizá fue ese sentimiento el que llevó a Gustavo Petro a ser elegido representante a la Cámara por Cundinamarca en 1991, con el nuevo partido político AD-M19 (Alianza Democrática M19).
En 1994 hizo nuevamente campaña, pero no alcanzó el umbral. Fue entonces cuando su partido le pidió al Gobierno protección para los antiguos miembros del Eme. Gustavo Petro fue nombrado agregado diplomático en Bélgica. "Se sintió derrotado", reconoce Fernando.
1998: Petro regresó a Colombia y, siendo el segundo en la lista del Movimiento Vía Alterna, después de Antonio Navarro Wolf, fue elegido a la Cámara de Representantes por Bogotá. En 2002 llegó nuevamente a la Cámara. En 2006 ascendió al Senado con el Polo Democrático. Ocuparía ese mismo cargo hasta el pasado 4 de mayo, cuando daría su último debate en el Capitolio denunciando lo que él llama "terrorismo de Estado": una estrategia del Gobierno para eliminar a sus enemigos, entre ellos él. "Esto no es un tema de chuzadas del DAS, es terrorismo —diría—. Querían asesinarme, pagaron miles de millones de pesos para desprestigiarme. ¿Estamos hablando sólo de chuzadas?".
Fernando afirma que en estos años Gustavo Petro ha sido vehemente, estudioso, analítico, profundo, obsesionado con el tema de la legalidad. "Odia la especulación. Nos enseñó a ser rigurosos, a no hablar sin pruebas". En 2006 se convirtió en uno de los personajes del año al destapar el escándalo de la parapolítica. Señaló a Salvador Arana, ex gobernador de Sucre, y a Álvaro El Gordo García de participar en crímenes con el respaldo de las Auc. La justicia le dio la razón al condenarlos a 40 años de prisión. Ha protagonizado los debates más explosivos de la última década. De eso nadie tiene duda.
"A Petro le tienen miedo en el Congreso —dice un senador que pidió la reserva de su nombre—. Usted no puede tener rabo de paja si quiere enfrentársele. Es un hombre muy documentado, que investiga demasiado". De él también se dice que es prepotente. Orgulloso. Impaciente. Que su voto —de izquierda— al procurador Alejandro Ordóñez —de derecha— fue incoherente con su ideología; algunos no se lo perdonan, muy a pesar de sus explicaciones, en las que argumentaba que Ordóñez se había comprometido a "defender la Constitución del 91 y los derechos humanos".
Su mayor contradictor —coinciden todos— es el propio presidente Álvaro Uribe. Inolvidable su discurso: "Quienes incendiaron el Palacio de Justicia, con los dineros del narcotráfico, simplemente se quitaron el camuflado, se pusieron un traje de civil y llegaron al Congreso a querer darle cátedra moral al país. Unos lo han hecho muy bien. Otros, infortunadamente, simplemente pasaron de ser terroristas de camuflado a ser terroristas de traje civil".
En el capítulo del Eme, Gustavo Petro dejó dos amores. Katia Burgos, cordobesa, madre de su primer hijo, y Mary Luz Herrán, tolimense, con quien tuvo dos hijos más. Fueron relaciones cortas. En abril de 2000, en un auditorio universitario de Sincelejo, conoció a Verónica Alcocer, su esposa actual. Con ella tuvo dos pequeñas: Sofía (8 años) y Antonella (2 años). Verónica, 33 años, es alegre, descomplicada. Habla con un inmenso amor de Gustavo. Abandonó sus estudios de comunicación social por amenazas. Se dedicó entonces a ser madre. Asegura que por ningún motivo su esposo desistiría de la carrera a la Presidencia. "Esa idea está en la cabeza de Gustavo. Sabe que su propuesta es la mejor. Y va a llevarla hasta donde sea posible, hasta 2014 si es necesario".
La última semana de campaña, Petro se ha confesado agotado. "A ustedes se les olvida que soy un humano, no sólo un candidato", le dijo esta semana a uno de sus colaboradores. Los tímidos porcentajes que muestran las encuestas a su favor "dejaron de atormentarlo hace tiempo. Gustavo es muy pragmático", asegura su esposa Verónica.
Hay quienes dicen que su pasado en el Eme no lo dejará llegar nunca a la Presidencia. "¿Qué opino yo de eso? La verdad, no entiendo de dónde nació el odio al M-19, si antes tenía tanta simpatía en el pueblo. Uribe fue el que creó eso. Uribe odia y crea odio", concluye su padre, el hombre de palabras precisas, contundentes, como su hijo.
*Nombre cambiado por petición de la fuente.