“Las razones de las protestas masivas son muy claras”: José Fernando Isaza

El intelectual, matemático y físico con varias maestrías y un doctorado summa cum laude en su admirable hoja de vida, analiza la situación social colombiana que parece reflejar un país que rompió con el pasado. Se refiere a varios fenómenos recientes, como las manifestaciones callejeras, las motivaciones de los ciudadanos para protestar, la baja aceptación del presidente Duque y la impopularidad del poderoso senador Álvaro Uribe.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
12 de enero de 2020 - 02:00 a. m.
José Fernando Isaza advierte que “hay un reforzamiento del paramilitarismo”, que explicaría la ola de asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos y excombatientes. / Gustavo Torrijos - El Espectador
José Fernando Isaza advierte que “hay un reforzamiento del paramilitarismo”, que explicaría la ola de asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos y excombatientes. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Hasta hace poco, los colombianos no se manifestaban en la calle salvo por presión de políticos en campaña o de sindicatos. Ahora la gente sale a marchar masivamente y por voluntad propia. ¿Cuál es su explicación a este fenómeno que sacude también a otros países de América Latina?

Las movilizaciones populares son una expresión de la sociedad en casi todos los países. Lo extraño era que en Colombia no hubiera manifestaciones masivas, lo que se explica, en parte, porque después del Frente Nacional se satanizaron las protestas, simultáneamente con el desarrollo de los movimientos guerrilleros. Entonces se creó una situación en la que, en especial, los gobiernos vincularon las manifestaciones con la subversión. Esa vinculación empieza a romperse a partir de la Constitución del 91 y con mucho más énfasis cuando se firma el Acuerdo de Paz. Ya la sociedad acepta que puede protestar en las calles sin que la tachen de ser aliada de la guerrilla. En América Latina ha habido manifestaciones desde hace muchos años. Colombia era un caso atípico.

Si era impensable que el colombiano del común saliera a protestar, todavía resulta más increíble que lo hiciera de manera continua, como ocurrió en diciembre. ¿Se puede prever que este fenómeno siga y tenga proyección, u ocurrió solo por hechos puntuales?

Que continúe con la misma intensidad y que sea permanente no es muy probable. Pero que haya nuevas movilizaciones, en forma esporádica, sí es posible, porque las razones por las cuales se producen siguen vigentes. No creo que sea un fenómeno pasajero, a menos que se resuelvan a corto plazo los problemas de desempleo juvenil, de corrupción, de paramilitarismo, de asesinatos de líderes sociales, etc., por cuanto esas son las motivaciones de las protestas, entre otros muchos factores: la exclusión, la falta de oportunidades, la grandes desigualdades regionales y sociales, el deseo del partido de Gobierno de volver a la guerra, entre otros.

Para usted, ¿es verdad que el bajo nivel de aciertos que le atribuyen los encuestados al gobierno Duque motiva parte de la exasperación pública que se siente en las marchas?

En ese aspecto, hay que reconocerles igual mérito a Duque y al partido de Gobierno: ambos han contribuido al bajo nivel de acierto oficial, como, por ejemplo, oponerse a la JEP y al Acuerdo de Paz, y en su lugar querer volver a estados de guerra. Duque planteó, en el momento más inoportuno, una nueva política de Seguridad Democrática, similar a la del gobierno Uribe y en sentido contrario a lo que esperaba la ciudadanía: respaldó y fortaleció el Esmad, ordenó aspersiones aéreas con glifosato y ha tomado otras medidas represivas. En cuanto a la caída de popularidad del presidente, hay que darles mérito no a dos sino a tres sujetos: el propio Duque, el partido gubernamental y el jefe natural de ese partido.

¿El poco entusiasmo y la oposición disimulada del gobierno Duque frente al Acuerdo de Paz tiene relación con los movimientos sociales que han surgido en su contra?

Poco entusiasmo, no: ningún entusiasmo. Y tampoco oposición disimulada. Diría oposición abierta. Las objeciones que el Gobierno presentó ante el Congreso contra la JEP constituían un claro rechazo al Acuerdo de Paz, un rechazo sustentado, además, con argumentos incorrectos. Decir que la JEP les garantizaba impunidad a los delitos de reclutamiento de menores, a la violencia sexual o a las masacres significaba oposición al Acuerdo con base en mentiras. En varios apartes del documento en que se consigna lo acordado expresamente se dice que esos delitos no se pueden amnistiar. Por eso es posible asegurar que la oposición del Gobierno al Acuerdo es abierta. Pero también hay que admitir que una parte de los votantes que llevaron a Duque a la Presidencia lo hicieron precisamente para que acabara el Acuerdo.

Si Duque está haciendo lo que sus electores esperaban, ¿por qué, entonces, es tan impopular?

Porque, si bien parte de sus electores votaron por él porque estaba contra el Acuerdo —no podemos ignorar que su partido fue el que dijo que había que hacerlo trizas—, no todos los votantes del presidente lo apoyaron para destrozar lo acordado. La masa de antipetristas que votaron por Duque, por ejemplo, no tenían necesariamente ese interés. Tal vez hubo un error del mandatario si creyó que sus electores tenían iguales expectativas y no se sintonizó con todos. En las regiones en donde volvió la paz cotidiana es seguro que sus habitantes la quieren defender por encima de las intenciones del Gobierno. Si uno mira el crecimiento del producto interno y la contribución del turismo en ese crecimiento, entiende que quieran defenderla: la gente volvió a viajar a sitios antes vetados y muchos países eliminaron las alertas rojas para venir a Colombia. Por eso muchos consideran que ese logro social y económico no se puede echar por la borda.

En todas las expresiones de protesta subyace la forma diferente en que la gente se relaciona hoy con el poder. ¿Es una rebeldía legítima contra un establecimiento que no responde a las necesidades sociales o podría tratarse de que un movimiento internacional de izquierda, como el Foro de São Paulo, aprovecha las frustraciones populares?

Cuando la teoría conspirativa es expuesta por los grupos de izquierda, es ridiculizada por la derecha. Pero cuando esas mismas teorías surgen del establecimiento, no se pueden discutir porque se consideran incontrovertibles. Es un poco ridículo decir que las manifestaciones populares son promovidas por Putin, Maduro o el Foro de São Paulo. Las razones para que las protestas masivas se estén presentando son muy claras: las protagonizan una juventud y una clase media que no ven futuro para ellas y que oyen un discurso político que no tiene relación con sus problemas. A un estudiante o a un padre de familia les importa un comino que los funcionarios digan que la economía colombiana está creciendo y que va bien en comparación con América Latina, porque ese discurso no resuelve las escasas posibilidades de trabajo de los jóvenes o el ingreso miserable de una clase media que está al borde de la pobreza. A eso se añaden los escándalos de corrupción, que han llegado a unos niveles insoportables que indignan más a la gente. Es risible que se diga que los rusos tienen influencia en las manifestaciones, a no ser que se estén refiriendo a los obreros de construcción.

La ola de asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos y excombatientes de las Farc, y denuncias como la del confinamiento de la población de Bojayá, ¿prueban la reaparición del paramilitarismo? ¿Puede adjudicársele responsabilidad al Gobierno por ese resurgimiento?

Parece que nunca desapareció. Lo que hay es un reforzamiento del paramilitarismo. Esta ola de asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos y excombatientes también se puede explicar, parcialmente, por las declaraciones de altos funcionarios del Estado. Cuando un alto servidor público asegura que los asesinatos de defensores de derechos se deben a líos de faldas, en cierta forma está diciendo que no hay que preocuparse por esos hechos. Cuando un alto funcionario afirma que, más que crímenes contra líderes sociales, lo que está sucediendo es robo de ropa en los patios, minimiza un problema de gran gravedad. Los asesinatos de no combatientes en los llamados falsos positivos sucedieron por el estímulo que prometieron y que daban altísimos funcionarios que declaraban, en ese momento, que, más que ejecuciones extrajudiciales, había falsas denuncias y que los que murieron fueron asesinados porque no estaban cogiendo café. Esas afirmaciones públicas profundizaron el fenómeno dramático de crímenes cometidos por algunos militares.

Al tiempo con el auge de las manifestaciones callejeras ha ocurrido otro nuevo fenómeno político: el salto de percepción en las encuestas (de altamente positiva a negativa) sobre Álvaro Uribe, el actor público más influyente de Colombia en las dos últimas décadas. ¿Qué tiene que ver la disminución de la popularidad del expresidente con el rechazo al establecimiento que se deduce de las marchas?

La caída de los niveles de popularidad de Álvaro Uribe se debe a varios factores. De un lado, se están conociendo los horribles efectos colaterales de la política de Seguridad Democrática. Aunque desde la época de sus administraciones se hablaba de los asesinatos de personas indefensas por parte de miembros del Ejército para obtener beneficios personales y mostrar resultados en la guerra contrainsurgente, hoy —y esto se debe a la JEP— se sabe de la sevicia con que se producían esos crímenes, a los que es necesario dejar de llamar con el rótulo de falsos positivos porque ocultan la verdadera magnitud de lo que ocurrió, tal vez el hecho más terrible de la guerra contrainsurgente. No hay que olvidar que el presidente de la República es, por Constitución, el jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Por tanto, Álvaro Uribe tiene responsabilidad frente a lo sucedido. Fue durante su gobierno cuando se dictó la directiva ministerial 029 de 2005, que promovió esa ola de asesinatos. Por otra parte, la justicia está dando a conocer posibles vinculaciones —non sanctas— de su familia cercana con hechos criminales. Y, de otro lado, él mismo está implicado en, por lo menos, la contratación de abogados oscuros para su defensa. La sociedad, enterada de estos sucesos, ha cambiado su opinión sobre Uribe. Por supuesto, la justicia tiene todavía un largo camino por recorrer. Mientras tanto, lo protege la presunción de inocencia.

La elección de algunos alcaldes y gobernadores indica una notable transformación en el voto popular. ¿Se abre paso una clase política más conectada con los nuevos electores, es decir, los menores de 35 años?

En las pasadas elecciones se presentó un fenómeno interesantísimo: la gente, que estaba aburrida de votar por el hijo de... y que se encontraba desesperada por la falta de oportunidades, no quiso seguir eligiendo a los mismos. En Bogotá se presentó el ejemplo más claro: los ciudadanos prefirieron votar por la hija de una maestra que surgió por su propio esfuerzo y que llegó a los mejores niveles académicos con su trabajo. En Medellín, el candidato favorito, Ramos, era el hijo de... Y ocurrió algo similar: los electores votaron mayoritariamente por otro candidato. A medida que la sociedad se politice más, este fenómeno va a perdurar. El Acuerdo de Paz permitió que la sociedad expresara lo que el ruido de los fusiles no permitía.

Tal como usted lo destaca, el más significativo de los nuevos mandatos locales es el de Bogotá, con Claudia López. ¿Qué consecuencias políticas tendrá la amplia acogida popular de una mujer para dirigir por primera vez la ciudad más importante del país, sin conexión con la política tradicional y representante de la diversidad sexual?

Hay varios sucesos significativos: primero, Claudia, a pesar de que la han querido caracterizar como militante de izquierda, es una mujer de centro, ligeramente de centro izquierda o de centro derecha. Que ella haya trabajado en la investigación que destapó los nexos entre una parte de la clase política y el paramilitarismo no la hace de izquierda: la hace una gran investigadora. Por supuesto, habla muy bien de los bogotanos que hayan elegido a una persona de opción sexual diversa. Las implicaciones políticas de esta elección son importantes, porque ella no estaba vinculada a la clase política tradicional, lo que le puede dar margen de acción y espacio a una generación de jóvenes que podrán participar en su gobierno. Ha sido muy positivo lo que Claudia ha decidido hasta ahora en cuanto a la selección de su equipo.

La elección de López, ¿puede llamarse revolucionaria?

Hay palabras que se desgastan y el término revolución, así como los de excelencia, innovación y emprendimiento, se está desgastando. La elección de López es un cambio importante en la política bogotana que, valga la verdad, venía desde la alcaldía de Antanas Mockus y ligeramente desde la época de Jaime Castro. Pero llamarlo revolucionario puede ser exagerado.

Los medios de comunicación masivos, antes tan conectados con sus audiencias, también parecen estar divorciándose de las mismas. ¿Por qué la gente duda ahora de lo que eran verdades sin discusión solo porque estaban en la prensa?

Es un fenómeno mundial: la prensa tradicional está cediendo campo a las redes sociales y al periodismo en línea. Pero la prensa investigativa, analítica, sigue teniendo gran importancia en las democracias y eso no se puede desconocer. Lo que ha perdido importancia es el periodismo narrativo o el periodismo ligado a los órganos de poder, porque crean suspicacia.

Ampliando la discusión, las naciones tienen una nueva agenda política, encabezada por las causas ambientales. La lucha contra el cambio climático implica profundas transformaciones en las costumbres y en los negocios, por ejemplo, los que dependen del petróleo y la minería. ¿Se pueden prever guerras físicas internas o internacionales que enfrentarían a los pro y antiambientalistas?

El cambio climático puede estar llegando a un punto de no retorno y la sociedad no toma aún conciencia de ello. No se trata, simplemente, de que la temperatura suba uno o dos grados sino de que, si aumenta un poco más, se derrite el permafrost (capa de subsuelo que se encuentra constantemente congelada y que, si se derrite, libera 1,8 billones de toneladas de metano y de dióxido de carbono). Si el permafrost se destruye, se emitiría tal cantidad de metano a la atmósfera que el aumento de temperatura sería de decenas de grados y el planeta no se podría habitar. Adicionalmente, pueden presentarse movimientos geopolíticos muy complicados, como el de las migraciones masivas por hambruna y sed, que desestabilizarían la paz mundial, así como otros fenómenos que producirían graves catástrofes, a tal punto que podría acabarse la civilización tal como la conocemos hoy.

Los primeros años de este siglo XXI parecen estar definidos, en general, por los reclamos de igualdad y de acceso efectivo a los derechos. ¿Habrá soluciones pacíficas a estas exigencias o estas serán motivo de conflictos armados en el mundo?

Después de la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de que ha habido horribles conflictos como el de Ruanda y otros de carácter interno, el mundo no ha padecido otra confrontación de esa magnitud por temor a desatar una guerra nuclear. En cuanto a la exigencia de derechos de la gente, el problema es que las sociedades buscan vivir en democracia, pero no tienen confianza en sus instrumentos. En el país, por ejemplo, hay un porcentaje no muy amplio que cree que el sistema democrático es la mejor opción, pero, al mismo tiempo, tiene una profunda desconfianza en las herramientas para lograrlo: el Congreso, el Ejecutivo, el sistema judicial, la Policía. Es un dilema que algunos países han logrado resolver, pero Colombia no está entre ellos.

“El Gobierno se puso del lado contrario al de la ciudadanía”

La Policía representa al Estado en materia de orden y seguridad en las ciudades. Los choques violentos del Esmad con los manifestantes y otros incidentes por la presunta conducta agresiva de sus agentes ¿lesionan la credibilidad, confianza y acatamiento de los ciudadanos frente al Ejecutivo y frente a la institucionalidad del país?

En momentos en que la sociedad está indignada con razón, ocurrió que el Gobierno volvió a premiar el conteo de cuerpos, como si fuera el regreso de la política de Seguridad Democrática. Gracias a que este hecho fue denunciado por la prensa internacional, el Ejecutivo modificó su infortunada posición. Cuando se congregaron las manifestaciones en las calles y se demostró que si no había presencia del Esmad, las marchas podían ser pacíficas, el Gobierno propuso el fortalecimiento de esos escuadrones. De nuevo, se ubicó en el lado contrario de lo que la gente pedía: una Policía que la protegiera, no que la atacara. En resumen, con su discurso y con sus posiciones, la Presidencia se fue en contravía de las aspiraciones de la ciudadanía.

“La mala hora de Uribe no puede atribuirse solo a Duque”

Hace año y medio el expresidente eligió al segundo Presidente escogido previamente por él. Pero, en contraste con el primero que instaló en Casa de Nariño, es decir, Santos, a quien declaró enemigo mientras mantenía su enorme popularidad, a Duque, visto como su subalterno, le atribuyen la mala hora del senador ¿Qué explica este resultado contradictorio?

Hay que hacer una precisión: el candidato favorito para la Presidencia, en 2010, era Andrés Felipe Arias pero este fue derrotado, en consulta interna, por Noemí Sanín. Uribe apoya a Santos como segunda opción, contrario a Duque que fue su candidato desde el principio. Hecha esa aclaración, hay que decir, sin embargo, que la mala hora del expresidente no puede atribuirse solo al pobre desempeño de Duque. Creo que pesa mucho más que la gente se haya enterado de qué era, en realidad, la política de Seguridad Democrática, como dije. El país también está reaccionando a los mensajes del exmandatario en las redes que le son inaceptables, por ejemplo, cuando justifica los bombardeos en donde hay menores. La ciudadanía ya no tolera la guerra y, en cambio, considera que los derechos humanos tienen más importancia. La intersección de esos dos conjuntos – Seguridad Democrática y derechos humanos - es vacía. Nunca se encuentran.

 

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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