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Cuando Luis Carlos Restrepo se despertó una mañana después de ser Alto Comisionado de Paz, se encontró convertido en director del Partido de la U. De un día para otro, de reputado psiquiatra, máster en filosofía, autor de 12 libros y coordinador del Mandato Ciudadano por la Paz que movilizó a diez millones de colombianos en contra de la violencia en 1997, pasó a ser un político tradicional en el oficio de sacarle ventaja a sus opositores y ahondar en el juego de las propuestas para provocar y ganar aliados.
En marzo de 1983, a sus 29 años, Restrepo publicó su obra Libertad y locura, que como lo escribió Florence Thomas, “impactó a un grupo de profesores de sicología de la Universidad Nacional”, entre los cuales se encontraba ella. Once años después, en 1994, ya era un autor reconocido, en especial por sus obras El derecho a la ternura y La fruta prohibida. El primer trabajo fue un exitoso ensayo sobre la vivencia afectiva en una sociedad guerrera y el segundo un sesudo análisis sobre la problemática de las drogas.
La sociedad lo reconocía como un intelectual del pacifismo, con audaces ideas, como advertir que “ante el drama del adicto, la ternura y el fomento de la libertad personal son alternativas más lúcidas que la guerra degradante que nos han impuesto”. Mientras persistía en su disciplina como escritor, Restrepo fue el líder del Mandato Ciudadano por la Paz que lo llevó a concluir que la búsqueda de una salida pacífica al conflicto armado interno había tomado el carácter de norma de normas y “fuente de legitimidad para todo aquel que pretenda ejercer el poder en Colombia”.
De hecho, en abril de 1997, a manera de plataforma de su activismo por la reconciliación nacional, vio la luz otra de sus obras más mentadas: Proyecto para un arca en medio de un diluvio de plomo. Un ejercicio en favor de la ética pública y el deber de la paz, con sugestivas frases como advertir que el odio se incrementa “cuando sin reflexión alguna descalificamos al enemigo llamándolo bandido”, o que “seguir recurriendo a la guerra para enfrentar nuestros conflictos es una prueba palmaria de falta de imaginación y de creatividad”.
Sin desconocer la necesidad de las acciones de fuerza contra los violentos como una forma de disuadirlos de sus actos, el psiquiatra y filósofo se atrevió a sugerir una fórmula alternativa y socialmente revolucionaria: “Poner en juego un método de confrontación civil que genere alternativas claras a los diferentes tipos de violencia, llegando incluso a constitucionalizar el derecho de resistencia en lo que cabría entender como la legitimación de una forma de insurgencia civil y desarmada que actúe como motor constitutivo de la democracia”.
El tiempo siguió pasando y la victoria electoral de Andrés Pastrana tuvo como uno de sus argumentos el Mandato Ciudadano por la Paz o ideas semejantes a las sustentadas por Luis Carlos Restrepo, pero en la práctica la paz no llegó y en 2002 el país volcó sus preferencias hacia Álvaro Uribe y su discurso de fortalecimiento de la seguridad del Estado. No obstante, sin renunciar al diálogo con los violentos, el nuevo gobernante designó como Alto Comisionado de Paz precisamente al ya reconocido escritor: Restrepo.
Ese mismo año publicó una de sus obras más documentadas: Más allá del terror, un recuento histórico de la violencia en Colombia desde una perspectiva simbólica con una convocatoria a la sociedad para superar el fatalismo guerrero. “Lo más grave que podría sucedernos a los colombianos es perder de manera definitiva la inocencia y caer prisioneros del fatalismo guerrero”. “La fragilidad de nuestra vida civil reside precisamente en la tentación de los estadistas a inclinarse por la represión y la guerra cuando se sienten acorralados y confrontados”. Esperanzadoras frases de lúcido pensador.
En pocos meses, Restrepo estaba inmerso en un proceso de paz sin antecedentes: una negociación política entre el Estado y los grupos de autodefensa que, según el Gobierno, formalizó el desarme de más de 30.000 combatientes, pero cuyos resultados en verdad, justicia y reparación son todavía inciertos. El presidente Uribe y el propio Restrepo insisten en que el paramilitarismo es asunto del pasado. Los hechos prueban que hay un reacomodamiento de fuerzas ilegales y que la violencia contrainsurgente renace con nuevas expresiones.
A principios de 2009, a través del decreto 797, desapareció la Consejería para la Paz y fue agregada a la Consejería para la Reintegración. Días antes, Restrepo se desamarró del mástil de la búsqueda de la paz para lanzarse a las aguas procelosas de la política. En los meses previos, con una que otra actitud beligerante en su palabra y hasta obrando como denunciante contra los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, ya venía dando muestras claras de su metamorfosis. Hoy ejerce como presidente del Partido de la U, y de sus invocaciones a la ternura o la caricia sólo quedan sus textos bien escritos.
“A los ciudadanos nos corresponde desactivar los discursos polarizados, no caer en el maniqueísmo, ni exaltar los ánimos bélicos”, escribió Restrepo en su libro Más allá del terror, un magnífico ensayo que concluyó con una invocación final donde, entre otras peticiones le pide a Dios: “Ayúdanos a construir desde ya, en medio de este diluvio de balas, relaciones respetuosas de la libertad y la diferencia”. Un pensamiento generoso que en los terrenos de la política actual no aplica. Hoy prevalece la polarización y Restrepo es uno de sus principales protagonistas.
El librepensador de ayer pide hoy la inmunidad parlamentaria que la Constitución de 1991 abolió a buena hora, recusa a sus contradictores en procura de hacer aprobar un referendo cerrado sin disidentes y hasta propone la disolución de los partidos uribistas porque se benefician del poder del Presidente. Habrá que esperar su próximo libro. Por lo pronto, cabe recordar un extracto del primero: “Él (subversivo) es un hombre sano que aliado con el progreso e inmerso en la historia colectiva, se ha propuesto la tarea de buscar para sus congéneres una forma de vida donde se respeta más la condición humana”.
Cuando el Arca avanzaba en la tempestad
En su libro Proyecto para un arca en medio de un diluvio de plomo, Luis Carlos Restrepo habla de rechazar el recurso a la violencia como asunto de vital importancia para la constitución de un poder civil, al tiempo que se niega a aceptar el que, asediados por bandas armadas que se alimentan del deterioro producido por una guerra prolongada, los ciudadanos terminen acostumbrándose “a la fatídica periodicidad de la cuota macabra de víctimas necesarias para arrancarles sus loas a la convivencia”. Y advierte: “Obnubilados por tentaciones mesiánicas, acabamos combinando la palabra con la sangre y la militarización con la democracia, sintiendo más respeto por un hombre armado que por un ciudadano desarmado”, invitando a un pacto de ternura.