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¿Cómo se recordará este año que termina, 2021? Es casi seguro que la mayor parte de los medios de comunicación y de los análisis que vendrán de centros académicos y de reflexión no serán optimistas. Fueron 12 meses para olvidar, que sobre todo preceden a un año nuevo en el que los anhelos distribuidos en todos los continentes son más de cambio que de continuidad. Aunque el año que se va empezó a ver el fin de la pandemia y el regreso a la normalidad de muchas actividades, este no es todavía convincente, crece el temor por el ómicrom -una tercera ola de pandemia- y los desastres causados por las anteriores aún se sienten a pesar de que las economías alcanzaron a sentir los beneficios de la recuperación. Incertidumbre, más que seguridad, es el sentimiento predominante. (Recomendamos: Columna de Rodrigo Pardo sobre las coaliciones en las campañas políticas colombianas).
Y en un clima así, complejo, convulsionado e impredecible, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, convocó una cumbre virtual, que había sido parte de sus promesas de campaña, con el fin de reconstruir consensos, sobre todo para defender la democracia. A pesar de las limitaciones que impone la pandemia y de la falta de consensos mínimos, ¿se pueden encontrar formas de acción conjunta para construir -o reconstruir- un sistema democrático? ¿O para restablecer una convicción amplia, acaso generalizada, de que la democracia es la mejor forma de gobierno? ¿O la menos mala, como se decía el siglo pasado?
Cerca de 100 países atendieron la cita virtual. Y quedó claro que no es fácil ser optimistas sobre el futuro de la democracia en el planeta. Porque los problemas van más allá de las tradicionales diferencias ideológicas entre sistemas políticos basados en la búsqueda de la libertad y las alternativas aferradas a los conceptos extremos de seguridad. Basta mirar la fotografía de las posiciones de los distintos países para concluir que se ha debilitado la fe en la democracia como la mejor opción. O como la “menos peor”, como se decía el siglo pasado.
Cuando el cuestionamiento a la democracia se siente con fuerza en Estados Unidos, es claro que mucho ha cambiado. Las imágenes de las turbas entrando al Capitolio hace justo un año, en las postrimerías del mandato de Trump, el lenguaje provocador del mandatario saliente y su impresionante votación en la elección presidencial (la segunda más alta en la historia, solo superada por la de Biden) corroboran la idea clara de que la democracia está en peligro porque su defensa importa cada vez menos y porque ya no reúne un pensamiento mayoritario y mucho menos un consenso. Lo han explicado con claridad autores como Steven Levitsky -quien estuvo en el Festival Hay de Cartagena el año pasado- y Daniel Ziblatt que publicaron un libro inquietante: Cómo mueren las democracias. Lo cierto es que la idea, predominante durante mucho tiempo, según la cual el progreso de la humanidad bajo sistemas políticos libres era la única alternativa, ha perdido fuerza.
Más aún para la otra creencia más o menos generalizada, según la cual la democracia era un bien que inexorablemente llegaría con el paso del tiempo y con el progreso. El paso atrás que por mucho tiempo se consideró imposible, hoy es una alternativa. En Estados Unidos muchos consideran que el fenómeno Trump no está superado y que, incluso, el Partido Republicano está en sus manos. Es decir, que está controlado por alguien que solo esporádicamente dedicó su carrera a la política, porque siempre prefirió los negocios. Y que no tiene convicciones democráticas.
El futuro en democracia, en fin, no está asegurado. Ni siquiera existe una idea común, entre los países que han defendido este sistema de gobierno, sobre cómo asegurar su defensa efectiva. Biden invitó a la cumbre de la semana pasada a Taiwán, por ejemplo, lo cual suscita la esperable reacción negativa de China. Y no fue el único invitado que causó malestar. Para varios observadores, si algo quedó claro de la cumbre por la democracia, es que Estados Unidos no tiene, hoy y ahora, ni el liderazgo ni la fuerza suficiente para construir consensos amplios y que el mundo está más quebrado que antes.
Retirada Ángela Merkel del gobierno en Alemania, en medio de aplausos, no es claro dónde está el liderazgo mundial. O dónde puede surgir. La imagen es preocupante, pero quedó corroborada en la cumbre convocada por Biden. Basta repasar los escritos de los principales analistas internacionales para concluir que 2022 llegará con más incertidumbre que esperanza. Con todo y el fin de la pandemia, si es que se consolida. Por todo esto no es fácil predecir cómo se recordará este año que termina. Uno de transición, tal vez. Pero, ¿hacia dónde?
* Excanciller y periodista.