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¿Por qué, si al legislador más viejo del país le querían rendir honores en la Asamblea de Manizales, en el Salón Elíptico del Congreso y en La Dorada (Caldas), donde la muchedumbre se apostó en las calles para exigir que su líder político fuera enterrado en esas cálidas tierras? Esta semana surgió la probable explicación: un hombre llamado Jorge Ortiz apareció pidiendo una prueba de ADN para demostrar que el fallecido, quien nunca reconoció públicamente hijos, era su padre.
El hecho escandalizó, precisamente porque una de las características de las que Víctor Renán Barco hizo alarde en vida fue de su “eterna soltería sin hijos”. Sin embargo, es tradicional en Colombia que la muerte de un supuesto millonario esté amarrada a la aparición automática de herederos. Y los rumores hablan de otras dos hijas del fallecido, pero hasta ahora el único que ha dado la cara en público es Ortiz.
El difunto senador se esmeraba por proyectar una condición económica humilde. En sus días de sesiones en el Congreso lo veían darse modestos almuerzos de cuatro mil pesos en el restaurante Las Tías, en el centro de la capital, mientras que en las calles de La Dorada, donde vivía, algunas personas lo calificaban de “tacaño”, porque si acaso gastaba un tinto a la vuelta de la sede del Partido Liberal en el pueblo. Por eso, sus esfuerzos por mostrarse humilde no los cree casi nadie.
Cuentan que además de su casa residencial en el barrio La Magdalena, allí en La Dorada, tenía varias fincas ganaderas en el departamento, en Antioquia y hasta fuera del país, supuestamente en Venezuela y México. Entre sus bienes por verificar figurarían también búfalos y colecciones de animales exóticos, joyas como una esclava de oro de 24 kilates con diamantes incrustados traídos de África, cuentas millonarias en el exterior, acciones en varias empresas y automóviles importados directamente de Alemania, aunque su gusto por los Mercedes-Benz disminuyó proporcionalmente con el aumento de su edad.
Y han sido todo esos rumores los que han provocado la llegada de muchos extraños a La Dorada, desde el día de la muerte de Víctor Renán. Jorge Ortiz, su supuesto hijo, cuenta que hay gente que ha abordado a su familia para preguntar cosas extrañas: “Estoy muy preocupado. Muchos de los forasteros dicen que mi papá tuvo negocios o sociedades con ellos. Temo por mi integridad y ya pedí a la policía que me dé custodia, porque siento que hay intereses materiales de terceros y hasta de mi familia. Me contaron que mi tío, Rubén Darío, radicó ya un documento para que le entreguen las cesantías”.
La mañana del 20 de enero, un día después del deceso de Barco, Ortiz interpuso una acción de tutela ante un juzgado en La Dorada, solicitando la práctica de una prueba de ADN. Pero los restos mortales del ex senador tuvieron que realizar un largo recorrido por Manizales, Bogotá y La Dorada para dar cumplimiento a dicha orden judicial.
Estando en esta última población, la gente se opuso a que el cadáver fuera llevado Cali, donde sus familiares decidieron darle sepultura, y las autoridades montaron todo un operativo en horas de la madrugada del miércoles para llevar a Barco hasta la Base Aérea de Palanquero, donde por fin le practicaron la prueba de paternidad, que reposa, según Ortiz, en los laboratorios del Instituto de Medicina Legal en Bogotá.
Lo curioso es que este hombre esperó hasta sus 52 años para exigir reconocimiento del político, según dice, en consideración a su carrera pública, pero no porque el congresista le hubiese hecho una prohibición expresa acerca del tema. “Con hechos él me pedía discreción. No quería perjudicarlo”. Aunque nunca le dijo papá, el consuelo de Jorge Ortiz es saber que, de puertas para adentro, el senador liberal sí lo reconoció como su hijo y su certeza es el padrinazgo laboral que siempre le dio. Gracias a él trabajó en el Fondo Rotatorio de la Aduana, el Ministerio de Justicia y el Congreso de la República, donde estuvo varios años en su Unidad Legislativa. Hoy, Ortiz vive en La Dorada, donde trabaja en política apoyando la corriente de Barco.
En lo que sí insiste Ortiz es en que no está detrás de la fortuna del fallecido legislador y dice que ni siquiera sabe cuáles son los bienes de los que tanto hablan los campesinos de La Dorada. Advierte que su único deseo es ser reconocido y llevar el apellido Barco. “Estoy reconstruyendo mi historia”. Su madre era una humilde campesina de Aguadas (Caldas), que enfrentó sola su embarazo y decidió hablarle muy tarde a su hijo de Víctor Renán. Esta semana la mujer, quien tiene 78 años, con su precaria memoria le contó que el congresista le envió dinero en varias ocasiones. Y las sorpresas siguen apareciendo: según Ortiz, sólo ahora se enteró de que podría tener dos hermanas, pero asegura no saber nada de ellas.
La sombra menos oculta trae a la memoria una historia publicada en El Espectador el viernes 21 de enero de 1949, titulada “Artistas de circo son acusados hoy por el rapto de una niña”. El artículo es una denuncia a José Antonio Fernández y a su esposa, trabajadores del circo Flyng Berhs, por el rapto de una niña llamada Luz Stella. Según dicha historia, la niña era producto de una relación entre Víctor Renán Barco y una mujer de nombre Nieves Escalante, quienes ante la difícil situación económica que atravesaban por la crisis de violencia tras el 9 de abril de 1948, la entregaron en adopción a los artistas circenses, quienes le cambiaron el nombre y la llamaron Delia.
Tras un tiempo por fuera de Bogotá, el circo regresó a la ciudad y Barco, tras haber reconocido ante un notario la paternidad de la niña, promovió una querella contra la pareja de artistas de circo, acusándolos del delito de rapto. El juez dio traslado del caso a un juez de menores y nunca se supo qué pasó. “La chiquilla actualmente se encuentra rebosante de salud y goza del cariño y la dedicación de sus padres adoptivos, quienes querían hacer de ella una estrella de circo, entrenándola desde muy temprana edad en la acrobacia y el malabarismo”, concluye la nota de El Espectador.