Perfil de Carlos Alfonso Negret: un defensor de pueblo

El funcionario dejó el escritorio de su despacho en Bogotá para ir a las regiones a entender los problemas de la gente que habita la Colombia profunda. Empezó como mensajero y llegó a uno de los cargos más altos del Estado.

Alfredo Molano Jimeno
08 de diciembre de 2019 - 02:00 p. m.
Carlos Alfonso Negret ha realizado 24 misiones humanitarias en tres años. Ha recorrido 30 de los 32 departamentos del país. Solo le falta visitar Amazonas y Vaupés./ Mauricio Alvarado
Carlos Alfonso Negret ha realizado 24 misiones humanitarias en tres años. Ha recorrido 30 de los 32 departamentos del país. Solo le falta visitar Amazonas y Vaupés./ Mauricio Alvarado

En 2016, cuando el presidente Juan Manuel Santos envío a la Cámara de Representantes la terna para defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret era el menos conocido. También se rumoraba que era el que menos trayectoria tenía en derechos humanos. Sin embargo, a nueve meses de dejar el cargo, este caucano de 57 años es más lo que ha dejado que lo que adeuda. Se ha recorrido el país por las zonas más abandonas, pobres y violentas, ha transformado la entidad y se ha visto en las situaciones más complejas del lado de la gente.

Su historia personal no es la del nacido en las rondas del poder. Su madre, Ligia Mosquera, falleció con apenas 29 años, cuando él tenía tres años. Su padre, César Negret, fue un oficial del Ejército que alcanzó el grado de subteniente, luchó en la Guerra de Corea y, tras retirarse del servicio activo, fue alcalde de Popayán en 1970. Murió dos años después, cuando el hoy defensor del Pueblo tenía diez. “Quedamos cuatro hijos a cargo de la segunda esposa de mi papá, Gloria Kimmel, porque tuvimos el privilegio de tener dos mamás”, dice Negret revolcando en sus recuerdos de infancia.

“Yo no heredé mayor cosa. Nos quedó una casa pequeña en Popayán para cinco personas. En 1979, a mi mamá le salió un trabajo en un banco en Bogotá y nos vinimos al rebusque. Aquí empezó la vida que me ha permitido escuchar a la gente del común. Conozco sus problemas porque fueron los míos”, agrega. Es el tercero de tres hermanos y una hermana. Llegó a estudiar al Liceo Cervantes, donde vendía brownies para ayudar a la economía familiar, o por lo menos para alivianar la carga de su madre. Y desde sus días colegiales empezó un largo rosario de empleos que dan cuenta de su talante.

Se pagó la carrera de abogado en la Universidad Javeriana trabajando como mensajero de un banco, mesero, auxiliar de cocina y repartidor de yogures. “Al 99 % de la sociedad colombiana le toca trabajar para educarse. Yo trabajé todos los días de mi universidad para poder pagar mi matrícula, el agua, la luz y el teléfono. Y eso no me hace extraño sino común. Cuando estaba en cuarto año, el padre Giraldo me sacó de clase y me dijo: ‘Negret, usted no ha pagado la matrícula’. Le contesté que no había podido y me dijo que no solo debía ese año, sino también el anterior. Le expliqué que o comía o pagaba la matrícula. El padre me dijo que nada me eximía de cumplir con las reglas, que mis problemas no eran más importantes que los de los otros. Y ese día aprendí a cumplir los compromisos adquiridos”, sostiene al repasar sus jornadas de estudio en la mañana y trabajo en las noches.

Asegura que las carencias han sido la mejor escuela para estar al frente de la Defensoría del Pueblo. Como ninguno de sus antecesores, Carlos Alfonso Negret dedicó su período para recorrer el país. En los tres años ha hecho 24 misiones humanitarias a la Colombia marginada. Ha llegado a 30 de los 32 departamentos, viajando por sus ríos y montañas. Se le ha visto en los municipios más pobres, en las zonas donde la guerra no da tregua y no hay energía eléctrica ni agua potable. Ha denunciado a los carteles de la coca y la minería ilegal que operan en el Chocó y el Cauca; se ha enfrentado al Eln, las disidencias de las Farc, el cartel de Sinaloa o el Clan del Golfo. Se ha convertido en un garante para los migrantes venezolanos, las comunidades indígenas y los pueblos negros.

Su vida profesional empezó en el año 86 como jurídico en el Banco del Estado, luego pasó por la Aerocivil y el Incora. Ese recorrido por las oficinas públicas y las regiones le despertó el gusto por la política. En 1994 se lanzó a la Alcaldía de Popayán, y perdió estrepitosamente. Le hizo campaña al expresidente Ernesto Samper y lo nombraron cónsul en Chicago, donde conoció la realidad de los colombianos presos en Estados Unidos. “Cuando llegó Pastrana a la Presidencia me echaron. Yo estaba con mi esposa embarazada y fue un momento muy difícil”, relata, omitiendo que se quedó hasta el 2000 en el país del norte, mientras nacía su hijo, y para vivir trabajó en la Universidad de Iowa sirviendo desayunos, limpiando pisos y lavando platos.

Al regresar a Colombia retomó los escenarios políticos. Trabajó como lobista en el Congreso, y después como secretario del Partido de la U, desde donde cultivo su llegada a la Defensoría. “Soy como el gato, que tiene siete vidas. No me maté en un accidente de tránsito, me salvé del siniestro aéreo en el que murió el doctor Fernando Corrales, ni me mató el cáncer, uno del cual me curé y otro que me encontraron encapsulado. Eso me ha enseñado a vivir intensamente, a trabajar hasta caer rendido. No puedo ocultar que me atrae entender la vida de los colombianos marginados, los pobres, las víctimas, los presos, los campesinos sin tierras, los indígenas y afros abandonados en la Colombia profunda. Y poder trabajar por ellos desde la Defensoría del Pueblo ha sido un premio para mí”, concluye Carlos Alfonso Negret, un defensor de pueblo.

Por Alfredo Molano Jimeno

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