El Gobierno de Colombia se declaró internamente en guardia para saber cómo navegará a partir de este viernes en la turbulencia geopolítica que se generó con la ratificación de Nicolás Maduro como el líder del régimen en Venezuela y que, así se intente esquivar la reactivación de la relación directa entre mandatarios, tiene un impacto interno que toca ámbitos electorales, económicos, políticos y sociales.
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Es por eso que la Casa de Nariño lleva 72 horas continuas endureciendo su tono hacia el Palacio de Miraflores –sede del poder venezolano–, pero con la vocería directa del presidente Gustavo Petro dejando claro que, al menos desde Bogotá, no se tiene pensado en ningún momento romper relaciones. De hecho, es un escenario vedado a menos que la decisión se tome de manera unilateral desde el otro lado de la línea limítrofe.
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Pero en medio de reuniones privadas, cruces de mensajes y consultas constantes con las delegaciones diplomáticas en Caracas y Washington, la crisis del país vecino se está abordando con pinzas para evitar que los 3 millones de colombianos que se calcula viven en Venezuela y los 2,8 millones de venezolanos que residen en Colombia sean afectados y que, por esa misma vía, se termine golpeando un intercambio comercial entre dos países que para el cierre de 2024 se esperaba superara los US$1.000 millones.
“Romper relaciones con Venezuela no sirve de nada y afecta a todo el país”, dijo el canciller Luis Gilberto Murillo, quien en todo caso advirtió que “el pasado proceso electoral no brindó garantías a los participantes ni se realizó de manera transparente, de acuerdo con lo establecido en la Constitución y las leyes de Venezuela; no fueron unas elecciones libres. Sin actas públicas ni transparentes, Colombia no reconoce los resultados electorales en Venezuela”. La dualidad abierta es que se acompañó este viernes una posesión sin darle legalidad al proceso del cual se derivó; la oposición ha calificado eso de “incoherencia”.
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Murillo ha sido el vocero del tono fuerte en la administración Petro, pero en todas sus declaraciones ha ratificado que espera que el diálogo no vuelva al punto muerto de 2015, cuando se rompieron las relaciones entre Bogotá y Caracas. “Colombia ha decidido responsablemente mantener las relaciones bilaterales con Venezuela, lo que no significa un aval a los resultados electorales. Colombia promueve una diplomacia responsable y estratégica, que tiene el propósito de construir relaciones sostenibles en el tiempo que respondan a los intereses nacionales y que le sirvan al país”, dijo 12 horas antes de la posesión de Maduro.
En contraste, el presidente Petro –afín ideológicamente a Maduro y lo que su régimen heredado del fallecido Hugo Chávez representa– esquivó su participación en la tercera investidura de este viernes en Caracas, e incluso le salió al ruedo al segundo del régimen, Diosdado Cabello, pero no ha rechazado directamente y de fondo lo que pasa en ese país.
“Mi papel no es condenar a Colombia y América del Sur y el Caribe a la sangre, sino a la vida. El pueblo de Venezuela libertario, soberano, ha luchado con nosotros al lado por libertad, no por cadenas. Ese pueblo debe decidir libre, completamente libre de quienes codician petróleos o la servidumbre de los pueblos. El esfuerzo de Colombia, si es invitada por el pueblo venezolano, es ayudar a que el pueblo de Bolívar pueda expresarse libre y soberanamente”, afirmó Petro en la mañana de este viernes.
Aunque es una estrategia acordada para evitar que la tensión nacional escale aún más, e incluso fue por eso que pese a todas las críticas el embajador Milton Rengifo representó a Colombia entre las 125 delegaciones internacionales que acompañaron a Maduro, lo cierto es que se quiere evitar a toda costa que se dé un impacto negativo sobre los habitantes de los más de 2.200 kilómetros de frontera común y que –entre otras cosas– se reviva una ola de migración irregular por la que en el país ya hay 2,7 millones de ciudadanos venezolanos debidamente registrados.
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El Espectador estableció que –previendo lo convulso de este 10 de enero– la diplomacia colombiana, con el canciller Murillo y su vicecanciller Jorge Rojas a la cabeza, lleva varias semanas dialogando con Estados Unidos, Bruselas y otros actores internacionales sobre cómo pensaba moverse en estos días. Y el punto clave en todo momento fue mantener la relación de Estado a Estado.
Pero a nivel interno, por el costo que el factor Venezuela tiene, el tema ha sido más complejo de manejar. Petro no quiere externos a su administración le eruten su estrategia, y de ahí que repita su relato en torno a que otros gobiernos previos al suyo intentaron otras vías que rayaron con lo antidemocrático y que, por lo mismo, no tienen “autoridad moral” sobre sus decisiones.
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Además, siendo un año de campaña electoral anticipada, todos los sectores, incluyendo al que comanda la Casa de Nariño, buscan cómo sacar un rédito político. El progresismo que rodea a Petro está defendiendo el actuar del jefe de Estado y promoviendo el relato de que eso demuestra por qué en el 2026 debe seguir una administración afín al Pacto Histórico; y la oposición, que este sábado alista un plantón en la frontera con el expresidente Álvaro Uribe a la cabeza, advierte que lo clave es que la izquierda no continúe en el poder para evitar los respaldos tácitos a regímenes dictatoriales como el de Maduro.
Incluso, el senador Carlos Fernando Motoa, del opositor Cambio Radical, ya anunció que después del 16 de febrero, cuando se reanuda el Congreso, promoverá una moción de censura contra el canciller Murillo por la postura de Colombia frente a Maduro. No obstante, es casi un hecho que para esa fecha ya se habrá dado un relevo en el liderazgo del Ministerio de Relaciones Exteriores.
“Esta terca idea de condenar al hambre a 14 millones de colombianos que viven en la frontera y desatar un inmenso éxodo de migrantes hacia América del Sur y del Norte. No señores, ‘las acciones contundentes’ no las debe tomar un gobierno contra otro, la política interna de un país la determina su propio pueblo. Nostálgicos de las guerras y la sangre, el presidente de Colombia hace lo que la Constitución ordena: la paz”, respondió Petro sobre sus posturas y las de su gabinete.
Y no es para menos, pues Colombia también quiere cuidar las importaciones de gas que se harán desde Venezuela para surtir el mercado interno tras la suspensión de exploraciones; además, no quiere que el intento de adquirir Monómeros se caiga en medio de las tensiones cada vez más frecuentes y, entre otros puntos, quiere evitar que el papel de Caracas en la política de paz total –que toca a varios grupos cuyos cabecillas ligados al narcotráfico están parapetados en el país vecino– se trunque.
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A estos movimientos hay que sumarle que el próximo 20 de enero habrá relevo oficial en el manejo de la Casa Blanca, pues ese lunes se posesiona Donald Trump y comienza el periodo presidencial número 47 de la historia estadounidense. Este magnate republicano se abstuvo de reunirse con Edmundo González (Joe Biden, quien le entregará el poder, sí lo hizo esta semana en Washington), pero ya lo reconoció como “presidente electo” en un mensaje de respaldo que incluyó a María Corina Machado.
Washington quiere mantener la relación con Venezuela por su interés en el petróleo (también tuvo representación en la ceremonia de este 10 de enero) y para evitar que Rusia, China e Irán –entre otros países hostiles con las políticas occidentales y que acompañaron este viernes a Maduro– ganen más preponderancia en la región. Aquí es clave, según fuentes diplomáticas colombianas, que la Casa de Nariño evite la confrontación pública y que se mantengan los canales con la Casa Blanca para evitar que el país quede en una encrucijada si esta parte de Suramérica se vuelve un escenario más de las batallas de las potencias.
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El Espectador estableció que personas que estarán en la administración Trump ya le hicieron saber a Bogotá que sí se quiere dialogar sobre Venezuela, lo cual se le informó a Petro y se está a la espera de que las citas se concreten después del 20 de enero.
Así las cosas, con un Maduro que se atornilló este viernes por otros seis años como líder del régimen venezolano, la Casa de Nariño mueve con delicadeza sus cartas para evitar efectos negativos en la relación binacional y por supuesto en el panorama electoral interno.
Pero queda claro que quien asuma el poder en 2026, a menos que de aquí a esa fecha se dé algún movimiento, deberá seguir sorteando el factor Maduro en el manejo diplomático. Por ahora, Petro no quiere que se le recuerde como un mandatario de izquierda que rompió diálogos con una administración con la cual ha mostrado cercanía ideológica y política; eso sí, en el mediano plazo no hay previstas nuevas citas –ya llevan cinco en dos años y medio– entre los dos presidentes.
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