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“Que el liberalismo volverá, volverá”

El precandidato liberal Alfonso López Caballero habla de la escasa intención de voto que tiene su partido. Critica la reelección y asegura que César Gaviria representa “algo parecido” a Uribe pero con énfasis en  DD.HH.

El Espectador

27 de junio de 2009 - 10:00 p. m.
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Pocas casas más representativas del Partido Liberal colombiano en el siglo XX que la de los López. Alfonso López Pumarejo en la primera mitad de ese siglo, y Alfonso López Michelsen en la segunda, fueron definitivos para el curso de la historia nacional. Ahora, el nieto e hijo de los dos ex presidentes de la República, Alfonso López Caballero, se disputa la candidatura oficial del liberalismo con otros seis aspirantes. Con semejante herencia, la cual es al mismo tiempo un pesado fardo que lleva a sus espaldas, el López de la tercera generación que pretende ser jefe de Estado no parece tenerlas todas consigo.

Primero, decidió participar en la consulta interna hace escasas semanas. Entre tanto, rivales fuertes como Rafael Pardo y Alfonso Gómez Méndez llevan años preparando su campaña y otros cuentan con una curul en el Congreso que les da mayor visibilidad. Segundo, si por un lado suma puntos con su inteligencia y preparación académica, por el otro, le resta ventaja la timidez de su personalidad que muchos confunden con altivez y frialdad. Tercero, cuando él manifestó interés en participar en la contienda interna, la bancada liberal ya se había comprometido con otros nombres. Eso lo dejó sin maquinaria partidista y frente a un escenario muy escaso, de votos de opinión.

Sin embargo, no se le ve angustiado. Por el contrario, está tan sereno que da la impresión de que tiene todo bajo control, o bien, de que jugará sin amarguras con la filosofía del que sabe que tiene mucho por ganar. En esta entrevista se muestra ingenioso en las respuestas, cauteloso en las críticas al Presidente, salvo en lo que corresponde a la reelección, y muy efusivo en la expresión de su legado más preciado, el que corresponde al que él llama, repitiendo la frase de su padre, el de un “liberal de tiempo completo”.

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Cecilia Orozco Tascón (C.O.T.).– ¿Cómo le parece que Uribe le dedique siete horas de uno de sus días laborales como Jefe de Estado a preparar la estrategia de su segunda reelección con sus subalternos y amigos políticos?

Alfonso López Caballero (A.L.C.).– Me parece que nos pone al mismo nivel de Venezuela, Ecuador, Bolivia…

C.O.T.– A su juicio, ¿cuáles son los efectos más graves que se generan de esta situación?

A.L.C.– Ya se están notando: una tremenda polarización en la opinión pública, un debilitamiento de nuestras instituciones y la hegemonía arrolladora del Ejecutivo sobre las otras ramas del poder público, el Legislativo y la Judicial.

C.O.T.– ¿Qué piensa de los asistentes a la reunión electoral de la Casa de Nariño? ¿Son los “ungidos” del Presidente?

A.L.C.– Lo que me llama la atención es que no hubieran invitado a Juan Manuel Santos.

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C.O.T.– Pero allí estaba Luis Carlos Restrepo en representación de la U.

A.L.C.– Mire, no creo que haya una ‘jefatura’ de esa naturaleza en ninguna otra parte del mundo: que una persona que nunca ha pasado por un proceso electoral ni que ha sido jamás elegida a nada  resulte jefe de parlamentarios curtidos, es increíble.

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C.O.T.– El jefe de Estado ha sido tradicionalmente, en Colombia, el árbitro de las contiendas electorales. ¿Es justo que el árbitro sea al mismo tiempo uno de los jugadores del partido?

A.L.C.– Aquí pasan cosas absurdas. En Colombia existe una tradición según la cual quienes ocupaban cargos públicos no podían ser candidatos ni realizar actividades de política partidista. Ahora lo paradójico es que el Presidente, como puede ser simultáneamente jefe de Estado y candidato, acabó haciendo política mientras ningún otro empleado público está autorizado a ejercerla. Estamos ante un privilegio creado para una persona porque cualquier otro funcionario que participe en política sería fulminantemente destituido por la Procuraduría.

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C.O.T.–  La frase misma que será consultada en el referendo fue redactada para prolongar ese privilegio. ¿Por qué, ante esa evidente discriminación, no reaccionan los colombianos?

A.L.C.– El Presidente es inmensamente popular, sobre todo en las regiones y los departamentos que constituyen el que podríamos llamar “frente de guerra”. En el Meta, por ejemplo, la gente tiene gran simpatía por él; lo mismo sucede en Huila y Caquetá. En el resto del país el apoyo hacia Uribe no es menor. Ante los resultados de la gestión presidencial, las consideraciones filosóficas sobre la importancia de las instituciones se han vuelto secundarias para la opinión pública.

C.O.T.–  Pero ni la falta de reacción ni la popularidad del Mandatario justifican que se alteren las reglas de la democracia.

A.L.C.–  La razón por la cual hay muchos uribistas antirreeleccionistas es ésa. La redacción del texto del referendo indica que se está cambiando la Constitución por una situación coyuntural y es altamente inconveniente. La popularidad va y viene porque la opinión pública es muy voluble, pero las Constituciones no deberían manipularse al vaivén de consideraciones personales.

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C.O.T.– Entonces, ¿por qué los precandidatos liberales, los del Polo y aun uribistas como Vargas Lleras insisten en continuar en la contienda?

A.L.C.–  Mire, yo tengo una relación cálida y cordial con el presidente Uribe. Me parece que su paso por el Gobierno ha sido positivo, como le dije antes, porque este país estaba sediento de autoridad y orden. Él colmó esos vacíos. Pero insisto en que perpetuarse en el gobierno es algo que no le conviene ni al país ni a él. Personalmente pienso que no va a haber reelección, y que se va a volver a barajar de nuevo.


C.O.T.– Mucha gente dice que el candidato lógico del partido frente al fenómeno Uribe debería ser César Gaviria y no alguno de ustedes, los precandidatos. ¿Qué opina?

A.L.C.– Gaviria representa algo muy parecido a Uribe. Muchos no entienden la diferencia, pero en política interna ambos simbolizan la posición de mano dura frente a la subversión. En materia económica, ambos apoyan la libre empresa y de cierta manera serían igualmente bien vistos por los gremios de la producción y por la banca multilateral. En política exterior, los dos tienen gran cercanía con Estados Unidos. La diferencia está en el énfasis que pone Gaviria en el tema de los Derechos Humanos, uno de los puntos críticos del Gobierno.

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C.O.T.– Pero no me ha contestado si él debería ser el candidato o no.

A.L.C.–  Yo no creo que a él le disgustara volver a ser primer mandatario. El problema es que los ex presidentes no suelen medírsele a una reelección, a menos de que crean que van a ganar. Y esa no es la situación actual. Gaviria tenía prestigio, pero sus críticas al Gobierno le han representado un altísimo costo político. Si se hubiera quedado en Nueva York dedicado a su colección de arte, probablemente conservaría ese prestigio y el partido podría estar considerando su candidatura.

C.O.T.–  Volvamos entonces a la realidad: hay siete precandidatos liberales y algunos han dicho que ese es un número excesivo. ¿Está de acuerdo o en desacuerdo con esa opinión?

A.L.C.– Hoy no existe una fila india ni un candidato predestinado, como había antes, cuando se sabía quién iba a ser el próximo aspirante porque se conocía con mucho tiempo de anticipación el nombre del designado. Ahora el único candidato que hay en el espacio político es Álvaro Uribe. Todos los demás hacemos solamente amagos.

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C.O.T.– ¿Qué sentido tiene que el liberalismo, que aparece tan abajo en las encuestas, tenga siete precandidatos para repartirse las pequeñas cifras de intención de voto?

A.L.C.– Usted se refiere al oficialismo liberal, no al liberalismo. Para un elector raso, Juan Manuel Santos es liberal y lo mismo sucede con Germán Vargas. Contra lo que usted dice, el liberalismo está tan arraigado que ha dado para por lo menos tres grandes partidos: el oficialismo, el Partido de la U y Cambio Radical.

C.O.T.–  No me ha dicho qué debería hacer el partido con sus siete precandidatos.

A.L.C.– Se lo respondo entonces: somos los siete enanitos porque ninguno de nosotros pasa del 1% en la encuesta nacional de Napoleón Franco.

C.O.T.–  Me sorprende que siendo tan realista y tan pesimista simultáneamente, esté metido en este paseo. ¿Cuál es su verdadera expectativa?

A.L.C.– Es que la política es como los reinados de belleza. Cuando se es señorita Putumayo o señorita Nariño, nadie le para a la niña muchas bolas. Pero si ella gana el reinado y se convierte en señorita Colombia, al día siguiente está en otra dimensión: se vuelve candidata a Miss Mundo, le llueven contratos de publicidad, le ofrecen ser actriz de telenovela y todos los hombres quieren salir con ella.

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C.O.T.– Cualquiera que gane el “reinado” liberal al que usted se refiere va a perder en consulta interpartidista propuesta por César Gaviria, a políticos tan fuertes como Vargas Lleras, Garzón y, eventualmente, Santos. ¿La consulta interna no es un juego inútil?

A.L.C.– La situación política actual es mucho más volátil de lo que se cree. Aquí puede pasar cualquier cosa de ahora en adelante. Acuérdese de que una vez elegida la Miss Colombia liberal, el candidato no estará solo, sino que tendrá detrás al oficialismo con toda su fuerza política trabajándole. Allí puede crecerse el enano.

C.O.T.–  Da la impresión de que usted sólo tiene un apellido de tradición liberal pero no votos, ¿todavía existe el lopismo?

A.L.C.– No existe, por lo menos como corriente hereditaria que pasa de generación en generación. Lo que sí existe y me precio de tener es lo que se podría llamar el talante lopista, que consiste en ser lo que llamaba mi papá un “liberal de tiempo completo”: una persona tolerante, de mentalidad abierta, ajena a los caudillismos y dogmatismos, amiga del libre examen y de respetar las minorías.

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C.O.T.– Respeto su aprecio por el Jefe de Estado, pero me parece que él encarna todo lo contrario de lo que usted llama el talante liberal.

A.L.C.– Usted tiene algo de razón. La verdad es que el Presidente es de estirpe liberal. Sin embargo, la fórmula de su éxito ha sido la de ajustarse a la coyuntura histórica en un país que reclama autoridad y un fuerte liderazgo. Hemos caído en lo que se denomina  cesarismo democrático o bonapartismo, en que el caudillo pasa por encima de los demás poderes, tiene un contacto directo y sin intermediarios con el pueblo, y refrenda periódicamente su liderazgo a través de referendos. Eso no es particularmente liberal, pero es lo que los colombianos querían.

C.O.T.– Dado el poder uribista, ¿el liberalismo está destinado a desaparecer?

A.L.C.–  El lopismo puede que no exista, pero el liberalismo sí. En el pasado la política era como una corrida de toros que cuando se sacaba el trapo rojo, el toro embestía, todo el mundo gritaba olé y vivas al glorioso Partido Liberal. La gente ya no se acuerda de eso. Sin embargo, el espíritu liberal definitivamente subsiste. Lo que sucede es que no impera por el momento porque hoy Colombia funciona exclusivamente con referencia a Álvaro Uribe. Pero que el liberalismo volverá, volverá.

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C.O.T.– Puede que esté equivocada, pero usted no refleja la desesperación de ganar la consulta interna de su partido que sí mueve a los demás precandidatos. ¿Usted es un supracandidato o un anticandidato?

A.L.C.– Lo que usted detecta pueden ser fallas de mi personalidad que dan una impresión equivocada: soy más reflexivo que apasionado y siempre le he dado prioridad a los problemas reales sobre los virtuales. Colombia está en medio de la recesión; la seguridad democrática funciona en el campo y no en las ciudades; tenemos problemas en el campo internacional y, mientras todo eso sucede, aquí se centran en discutir la fecha del referendo y la pelea entre ‘Uribito’ y Noemí. Todo eso es marginal frente a la magnitud de los problemas que tendrá que enfrentar el próximo presidente. Yo me concentro en lo esencial, no en lo anecdótico.

C.O.T.– Usted parece ser el último López que va a participar en esa resurrección porque ninguno de sus hermanos parece interesado en la política ¿Cree que habrá algún López político en la próxima generación?

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A.L.C.– Pensaría que no. Al fin y al cabo la próxima generación será sólo de mujeres, pues ni mis hermanos ni yo tuvimos hijos varones.

C.O.T.– Con ese comentario tan machista no va a conseguir votos femeninos. Las mujeres de su familia podrían interesarse en política, ¿por qué no?

A.L.C.– Pues la mía no. De pronto la de Felipe sí.

Latinoamérica se parece. Sus presidentes también

C.O.T.–  En la decisión de cambiar las normas para hacerse reelegir, se comparan las actitudes de los presidentes Uribe y Chávez, sobre todo en el campo internacional. ¿A usted le parece justa esa comparación?

A.L.C.– No. No creo que sean comparables. Pero sí me llama la atención que los fenómenos políticos, en la evolución de la historia, son parecidos en América Latina en las diferentes épocas, a pesar de que nuestros países tienden a estar a espaldas los unos de los otros.

C.O.T.– ¿Como en cuáles casos?

A.L.C.– Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, cuando se vivió la época radical en Colombia, tuvimos la Constitución de Rionegro, a Murillo Toro, etc. En México, a Benito Juárez con las Leyes de Reforma. Y en Argentina, estaba Alberdi, y la Constitución liberal del 53. Después vino un autoritarismo desarrollista: en México, con Porfirio Díaz; en Colombia, con el general Reyes y en Argentina, con el general Roca. En los 50 llegaron las dictaduras militares de Perón, de Pérez Jiménez, de Batista, de Rojas Pinilla…

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C.O.T.– ¿Y hoy?

A.L.C.– Fíjese en la coincidencia de que a varios presidentes de la región, de tendencias políticas tan distintas, les haya dado por cambiar la Constitución de sus países para hacerse reelegir.

Estudiar, estudiar y estudiar

Siendo Alfonso López Caballero un nombre tan sonoro en el Partido Liberal, puede ser un desconocido para el colombiano del común quien no lo asocia con los ex Presidentes de la República del siglo pasado. Este López, que constituye la tercera generación de su familia que aspira a ser Primer Mandatario de la Nación, se preparó desde cuando tenía nueve años para ocupar ese cargo. Estudió, estudió y estudió, en vez de la fórmula que subyugó más fácilmente a los colombianos del presente, es decir, la de trabajar, trabajar y trabajar. López Caballero tiene tres títulos universitarios: grado en Relaciones Internacionales, de la Universidad de Georgetown, en Washington. Un MBA en Administración de Empresas, en el INSEAD, de Francia. Una maestría y estudios de doctorado en Economía, del Columbia University.

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Pocos colombianos han leído tantos libros de literatura, historia política, economía y relaciones internacionales como este ratón de biblioteca. Simultáneamente, López Caballero ha sido dos veces ministro y tres veces embajador. Con tal preparación, a él nunca se le ocurrió pensar que en este país más vale ser manzanillo y clientelista que lector apasionado y estudioso de los problemas estructurales del país.

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