Lejos de definirse como una persona obsesiva –por la verdad, por el impacto del paramilitarismo, por la defensa de los derechos humanos, por investigar–, Iván Cepeda se percibe como alguien persistente. Así lo dijo cuatro días antes de que se conociera la decisión de la jueza Sandra Heredia en el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe, el político más relevante de las últimas dos décadas en Colombia.
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La entrevista es virtual. El senador atiende la videollamada en un estudio con una biblioteca empotrada en la pared y en la que resalta un cuadro a blanco y negro con una cifra: 6.402. Se ha convertido en un número representativo, por ser la cantidad de casos reconocidos por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) de los mal llamados falsos positivos; ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros del Ejército, particularmente, durante la presidencia de Uribe.
Esa persistencia de la que habla tuvo un momento clave el 17 de septiembre de 2014, cuando tomó la palabra en el Salón Boyacá del Congreso durante 92 minutos en el debate de control político que había citado previamente sobre el paramilitarismo en el país. La mayoría de su intervención giró en torno a una única figura: el expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien, electo ese mismo año como senador, lo escuchaba en el recinto.
Este es el perfil del expresidente Álvaro Uribe Vélez
Ese debate fue el germen del proceso por el que este lunes el expresidente Uribe fue hallado culpable de dos delitos: fraude procesal y soborno en actuación penal. La jueza 44 penal del Circuito de Bogotá encontró que el jefe del Centro Democrático cometió esos crímenes para manipular testimonios de paramilitares para que declararan en contra de Cepeda.
Más allá del resultado de un juicio histórico, no fue casualidad que Cepeda se haya convertido en la persona que llevó a juicio a Uribe, el político más importante de este siglo en Colombia. El senador del Pacto Histórico es una figura clave de la izquierda colombiana, ideología que heredó de sus padres, los políticos Yira Castro y Manuel Cepeda, quien fue asesinado por grupos paramilitares.
En los últimos 15 años se ha convertido en un congresista con un importante caudal electoral. En su primera postulación al Congreso, en 2010, obtuvo 35 mil votos que le valieron una curul en la Cámara; en 2014 dio el salto al Senado con 84.126 votos y en 2018 repitió, esa vez con 77.842 votos.
En las tres ocasiones tuvo el aval del Polo Democrático y para 2022 se sumó a la lista cerrada del Pacto Histórico, ocupando el cuarto renglón de esta. Y la resolución, en primera instancia, del juicio contra Uribe lo podría candidatizar para las presidenciales de 2026, año en el que la izquierda busca repetir silla en la Casa de Nariño.
El legislador y posible aspirante presidencial es, además, una víctima del conflicto. En 1994, su padre fue asesinado mientras iba al Congreso, donde tenía una curul por el partido Unión Patriótica. Luego se comprobaría que los paramilitares que lo ejecutaron actuaron en anuencia con militares en el marco del plan “Golpe de Gracia”; un crimen por el que el Estado colombiano fue condenado.
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Por ello, no es casualidad el papel de Cepeda en el juicio de Uribe, pues toda su vida la ha dedicado a investigar el conflicto armado en Colombia, particularmente, el paramilitarismo en la región Caribe. Se trata de una obsesión que ha guiado sus pasos, primero como defensor de derechos humanos y ahora como político que, con el resultado del juicio, se empieza a perfilar como la carta de la izquierda para las elecciones de 2026.
Cepeda habla de manera serena. Con la misma cadencia con la que lo hizo el 11 de abril de 2012, cuando era representante a la Cámara y citó a un debate de control político sobre el paramilitarismo en Antioquia durante la gobernación de Uribe, entre 1995 y 1997. Fue en esa ocasión, en el Salón Elíptico del Capitolio, que Cepeda denunció que en la hacienda Las Guacharacas –ubicada entre los municipios de Yolombó y San Roque– habría existido un grupo paramilitar. La denuncia la hizo exponiendo los testimonios de los exparas Pablo Hernán Sierra y Juan Guillermo Monsalve.
Por esas versiones, Uribe denunció a Cepeda ante la Corte Suprema de Justicia por abuso de función pública, calumnia agravada y fraude procesal. En 2014, raudo, Uribe cruzó la Plaza de Bolívar desde el Capitolio hasta el Palacio de Justicia y tras el debate del 17 de septiembre de ese año, anunció que ampliaría su demanda contra Cepeda, sin esperar que, 11 años después, esa sería la razón por la que fue llevado a juicio.
Debate de control político de Iván Cepeda en 2014 sobre paramilitarismo:
La vida política más allá del juicio
Cuando se le pregunta si es una persona obsesiva, Cepeda, que es poco expresivo, se ríe: “Yo soy una persona que cuando toma un asunto, hasta que no lo desarrolla hasta sus últimas consecuencias, no lo deja. No sé si sea obsesivo, pero por lo menos sí bastante perseverante”.
Durante sus más de 30 años de vida política, primero como activista y hoy como senador, Cepeda ha trabajado con insistencia por entender la raíz del conflicto en Colombia desde mediados de los ochenta hasta la fecha. Ha habido críticas a ese trabajo y el uribismo lo acusa de haber sido él quien manipulara los testimonios de Juan Guillermo Monsalve, el “testigo estrella” en el juicio contra Uribe.
La persistencia que reconoce en él lo llevó a enfrentarse en los estrados con Uribe y a ser protagonista de uno de los juicios más significativos y vistos de los últimos años. Ha criticado con dureza al jefe de Estado, que en respuesta, ha hecho lo propio.
“En sus propios alegatos, él no ahorra epítetos ni ataques. Él me culpa de una serie de asuntos”, dice Cepeda al reflexionar si cree que el expresidente lo ve como un enemigo.
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Pero, además, dicha persistencia lo tiene cada vez más cerca de aspirar a la Presidencia en 2026. Y es que, aunque el fallo de la jueza Heredia fue en derecho, lo cierto es que el juicio se convirtió en un escenario político que da prueba del pulso polarizante entre la izquierda y la derecha colombianas.
El Espectador pudo confirmar con distintas fuentes que el presidente Petro, en varias ocasiones, ha manifestado su interés en que Cepeda se lance a la Presidencia en el afán reeleccionista que tiene el progresismo.
El abogado y representante Alirio Uribe, amigo cercano de Cepeda desde los 90, lo confirma también: “Él recoge a muchos sectores del país a los que les gustaría que fuera candidato, pero se molesta cuando se lo proponen. Y la gente me dice: ‘Alirio, dígale a Iván que se lance’, pero yo estoy mamado de decírselo. Todo el mundo le sigue insistiendo, pero no tengo idea de si se va a lanzar”.
Al preguntárselo directamente, el senador no muestra esa molestia mencionada por su amigo, sino que se muestra prudente: “Ahora estamos en un contexto en que esa pregunta emerge cada vez con más fuerza, pero no me voy a poner a pensar en ella ni a dar ningún tipo de respuesta hasta que no sopese con todo el cuidado qué significaría esa decisión, no para mí, aunque obviamente tiene una carga, sino sobre todo para quienes han puesto la confianza en nuestro proyecto, que es lo que va a determinar cualquier decisión que yo tome”.
El reflejo de los padres
La pulsión política no nació al azar en Cepeda. Desde su nacimiento, el 24 de octubre de 1962, el activismo y la vida pública hizo parte de la cotidianidad del senador. Sus padres, Manuel y Yira, fueron rostros prominentes del Partido Comunista Colombiano, siendo su padre el director del Semanario Voz, el periódico de la colectividad.
De hecho, el senador es la tercera generación de una familia militante del comunismo. Su madre la heredó de su padre, Gustavo Castro, quien hizo parte del Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista Colombiano. Desde los años 50 militó en sus filas, primero en la Juventud Comunista Colombiana (JUCO)–que dirigía Manuel Cepeda– y luego en el partido, siendo redactora de Voz, el órgano de difusión de la colectividad. En 1981 fue elegida concejal de Bogotá. Sin embargo, falleció un año después.
Siguiendo sus pasos, y acostumbrado desde pequeño a acompañarlos a mitines y reuniones políticas, Cepeda empezó de manera temprana su militancia. Al igual que ellos, entró en su adolescencia a la JUCO y, desde allí, empezó a perfilarse como un izquierdista de base con una profunda formación política.
El activismo de ambos los llevó, en varias ocasiones, a resultar encarcelados y a ser acusados de una supuesta militancia en las extintas Farc. De hecho, en 1965, con un Iván Cepeda de tres años, viajaron a Cuba y de allí a Praga (Checoslovaquia), donde permanecieron en el exilio hasta 1970.
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En el año 2000, por sus investigaciones sobre el paramilitarismo, Cepeda tuvo que repetir parte de esa historia de exilio, teniendo que desplazarse a Lyon, Francia. Estando allí, se encontró con un joven y también exiliado –pero en Bruselas– Gustavo Petro. Desde los 90, los dos son cercanos.
Y, de hecho, fue por la persecución política a los militantes de izquierda que, cuando tuvo que estudiar la universidad en los años 80, migró a Sofía, capital de Bulgaria. Y durante seis años vivió en el país, entonces socialista, mientras estudiaba filosofía. Así, fue testigo de primera mano de la caída de la Unión Soviética, que se concretaría tres años después, con la caída del muro de Berlín.
Su formación política y académica se vio, entonces, atravesada por la implementación de las políticas de apertura de la URSS impulsadas por Mijaíl Gorbachov, conocidas como perestroika y glasnost. El cambio en la perspectiva en la que el gigante de la Guerra Fría también transformó la forma en la que él mismo entendió la izquierda.
“La izquierda tuvo una etapa en nuestro país, sobre todo la izquierda urbana, en la que modelos de otras latitudes influenciaron nuestra forma de ver la realidad. Ese movimiento que ocurrió en esos países fue muy importante porque acabó con la época de las ideologías de la Guerra Fría y obligó a repensar muchas de las ideas y de los valores con los que se actuaba en Colombia y en muchas partes del mundo”, dice.
Si la influencia de su familia, el temprano activismo político y el colapso de la Unión Soviética le dieron forma a la conceptualización de su ideología, el asesinato de su padre, Manuel Cepeda, el 9 de agosto de 1994, marcó de manera significativa su camino.
Para el abogado y congresista Alirio Uribe, “Iván lo que ha hecho es honrar la memoria de su padre, porque sus vidas son muy parecidas, en el sentido de que ambos han reivindicado los temas de derechos humanos, de paz. Manuel era el último senador de la UP antes de que lo mataran y lo que hace Iván es prolongar su legado”.
Caminos cruzados con Uribe
Ese martes de mediados de 1994, el senador Cepeda fue asesinado camino al Congreso, corporación a la que había llegado tres semanas antes. Ese día estaba programado un debate para la adopción del Segundo Protocolo de Ginebra, un tema que causó duras discusiones porque, en la práctica, llevaba a que las guerrillas tuvieran estatus político.
Alirio Uribe, entonces miembro del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Cajar), recuerda que meses antes le pidió al congresista que se fuera del país por el genocidio que se adelantaba en contra de los militantes del partido UP, nacido del Acuerdo de La Uribe entre las Farc y el Gobierno de Belisario Betancur.
“A los pocos días de que lo matan, aparece Iván en la oficina y me dice ‘Alirio, necesito hablar contigo porque mi padre me dijo que si le pasaba algo, lo hiciera’. Ahí entro yo en contacto con él. En ese momento empezamos a avanzar de acuerdo a la información en tratar de esclarecer quién había matado a Manuel Cepeda”, recuerda Uribe. Y de allí surgió una amistad que se fortaleció en las investigaciones que, desde la Fundación Manuel Cepeda, realizó el senador para encontrar la verdad en el asesinato de su padre, un caso que llevó a que el Estado fuera condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2010.
“Como muchas víctimas de este país, tuve que recorrer el tortuoso camino de buscar la justicia y de esclarecer la verdad por mis propios medios y con la ayuda de mi familia, de mis compañeros, de las organizaciones de derechos humanos y de la Unión Patriótica. Uno se convierte de alguna manera en investigador forense, y tiene que hacer un esfuerzo empírico, pero que, poco a poco, se vuelve más calificado, para desentrañar quiénes están detrás de un crimen, cómo y por qué se hizo, y cuáles son las responsabilidades penales”, dice Cepeda sobre la búsqueda de esas respuestas.
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Precisamente, fue ese uno de tantos puntos en los que los caminos del expresidente Uribe y el senador Cepeda se han cruzado. Después de conocerse la decisión de la Corte IDH, en una rueda de prensa en la Casa de Nariño, el 24 de junio de 2010, Uribe se refirió a la decisión.
“Colombia tiene que pedir perdón a toda la ciudadanía afectada por la violencia y corresponde al presidente de la República hacerlo, independientemente de la época de los crímenes. Yo lo hago con toda humildad, porque lo que hemos querido en estos años es recuperar la seguridad para los colombianos. Yo no puedo decir que el Estado asesinó al senador Cepeda, al uno o al otro. Lo que sí puedo decir es que lo asesinaron y que eso es muy grave y no se puede repetir. Y yo pido perdón”, dijo.
Con vehemencia, Cepeda le respondió en una carta: “usted formuló la semana pasada una declaración que presentó ante la opinión pública como una petición de perdón. Los términos y el espíritu en que se pronunció nos llevan a considerar que dicha declaración es inaceptable. Su solicitud se constituye en un nuevo agravio para las víctimas”.
En todo caso, no eran desconocidos. Luego de llevar adelante la investigación por el asesinato del padre, Cepeda fue uno de los co-fundadores del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) y, estando allí, comenzó a investigar el paramilitarismo, que para ese momento estaba en momentos álgidos: ya habían ocurrido masacres que se convirtieron en muestra de la crueldad de las autodefensas, como la de Mapiripán.
Además, sus ramas se habían extendido a la política nacional, llevando a que, para 2002, y como lo ha probado la justicia, la tercera parte del Congreso fuera elegido con el respaldo de estos grupos criminales, liderados por, entre otros, los hermanos Castaño y Salvatore Mancuso. Y entre 2004 y 2006, durante el primer periodo presidencial de Uribe, había iniciado la desmovilización de las AUC, un proceso que aún deja preguntas sin responderse.
Desde el Movice, Cepeda empezó a denunciar con ahínco los crímenes de los paramilitares. Particularmente, empezó a buscar respuestas para entender el fenómeno en el Caribe, una región que no le era extraña. Su madre, Yira Castro, era oriunda de Sincelejo, y esas raíces también lo llevaron a recorrer la región, donde fue testigo de primera mano de la connivencia entre el paramilitarismo y el poder político y económico.
“Yo hice mis primeras experiencias en la vida política en un momento en el cual ya la sombra del paramilitarismo comenzaba a aparecer en lugares como Puerto Boyacá, en Magdalena Medio, con la presencia de estos mercenarios extranjeros, con esa imbricación entre el narcotráfico y los paramilitares. Y lo más importante, lo que estaba detrás de todo eso eran civiles que usufructuaban esos aparatos, que eran quienes realmente tenían o controlaban el Estado y las ganancias económicas y los réditos políticos que provocaba esa violencia”, dice.
La búsqueda de respuestas en la región lo llevó a preguntarse por lo que ocurría en una de las propiedades de mayor tamaño: El Ubérrimo, una hacienda en Córdoba que suma 1.311 hectáreas, diez veces lo que mide el Simón Bolívar de Bogotá. Está a solo 23 minutos en carro de Montería y a 25 minutos del casco urbano de San Carlos. De esas preguntas resultaron dos libros: “A las puertas del Ubérrimo” (2008) y “Por las sendas del Ubérrimo” (2010), coescritos con Jorge Rojas –exdirector del Dapre de Petro– y Alirio Uribe, respectivamente.
“Nosotros decidimos adoptar esto con un método particular de no partir de la presuposición, de la acusación ni del señalamiento de que Uribe estaba aliado con los paramilitares. Nuestro método fue reconstruir el entorno social y una vez que teníamos ese entorno hacernos una pregunta sobre ese personaje político tan importante, primero como gobernador, luego como congresista y como presidente. ¿Qué hacían a las puertas de su gran hacienda mientras estaba ocurriendo todo esto?”, explica.
En Colombia, aún hay preguntas sin respuestas sobre el conflicto. Y como Cepeda, otros tantos han dedicado su vida, con mayor o menor éxito, a resolver esos interrogantes en búsqueda de la justicia, la verdad y la no repetición. Sin embargo, hoy el senador queda con un rótulo que marcará lo que seguirá en su trasegar político: haber llevado a juicio al expresidente más popular en Colombia, aunque aún esté pendiente el pronunciamiento en segunda instancia.
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