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El Congreso se volcó a las redes en la lucha por controlar la narrativa en campaña

Un número creciente de gastos en publicidad en redes sociales y la plaza pública en la que se convirtió X atraviesan el Legislativo. La “renovación” que prometió esta cohorte de congresistas no llegó solo con caras nuevas, sino con estrategias que esperan convertir las interacciones en otras plataformas en votos en 2026.

María José Barrios Figueroa

24 de marzo de 2025 - 06:04 p. m.
Las representantes Catherine Juvinao (Alianza Verde) y María Fernanda Carrascal (Pacto Histórico), así como el senador "Jotape" Hernández (Alianza Verde) llegaron al Congreso después de acumular un importante número de seguidores en redes sociales.
Foto: El Espectador
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Más de cinco horas estuvo reunida la Comisión Séptima del Senado antes de la votación que hundió la reforma laboral. Nunca hubo silencio total. El volumen comenzó a crecer cuando se pidió tomar, una a una, la intención de voto de los senadores, sentados en dos bandos: uno a favor y otro en contra de la ponencia de archivo. En la sala, el tono crecía, tenían que elevar la voz.

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Poco importaba. Cada posición tomada en ese momento, y las previas de la sesión, quedarían consignadas, juiciosamente, en las redes sociales de cada congresista que participó. Aunque hubiera ruido en el fondo, el video que estaría en esas plataformas aislaría al congresista de ese entorno caótico para que sus electores —o quizás más importante, sus seguidores— le dieran toda su atención.

De todas formas, lo que trascendió no fueron las intervenciones en esos 310 minutos que duró la sesión de ese 18 de marzo, sino un encontronazo entre el senador Alirio Barrera (Centro Democrático) y el representante Alfredo Mondragón (Pacto Histórico) al final de la votación. No ocurrió bajo el ojo de la cámara de la sesión, sino de las pantallas vigilantes que, desde todos los ángulos, captaron la situación.

Algo similar pasa en las plenarias. No hay silencio cuando un congresista toma la palabra. Una moción de orden llega a oídos sordos. A veces se dificulta oír bien las intervenciones, pero el público objetivo de los congresistas no está entre los 280 puestos que hay en el Legislativo. Su verdadera audiencia está en otro lado.

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Cuando a un congresista le dan la palabra, hay un ritual previo a comenzar a hablar. Para algunos, no solo es necesario que activen el micrófono, esperan hasta que la cámara, quizás el único ojo que importa en esa circunstancia, se pose sobre ellos. Para otros, el proceso es más largo. Parte de su equipo se desplazará a un lugar cercano, montará todo un pequeño set de grabación, que incluye, en algunos casos, cámaras para grabar reacciones de sus colegas, y un micrófono personal con el que se pueda aislar el sonido de fondo de la plenaria.

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La plenaria del Senado en el debate del acto legislativo que aumentaba las transferencias al Sistema General de Participaciones.
Foto: Mauricio Alvarado

Por las transmisiones en internet, sus intervenciones pueden ser escuchadas por hasta 12.000 personas, al menos en un día movido. Esa ha sido la cifra más alta que ha reportado una transmisión de la plenaria del Senado o de la Cámara de Representantes en el Canal de Congreso en YouTube. Pero ese número ni siquiera les llega a los talones a los que consiguen en sus propias redes sociales. El senador “Jotape” Hernández (Alianza Verde) alcanzó en uno de sus videos de Instagram a los 1,6 millones: se trató de una denuncia contra la ley de financiamiento presentada por el gobierno del presidente Gustavo Petro.

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“Deberían darse debates más fuertes”, dicen algunas voces en el Congreso. No se les escapa que esa discusión que estaba destinada originalmente a las plenarias, el lugar del debate democrático por excelencia, ahora ocurra con otras plataformas en mente. Los discursos preparados con antelación para esos salones se encuentran con una pared de voces dispersas, atención perdida.

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“Las redes han contribuido a viralizar pedazos emocionales de los debates y de otras noticias con una grave pérdida de contexto. El pequeño video de una pelea en una sesión se convierte en ‘la noticia’ sin que eso necesariamente haya sido lo más importante que pasó. A mi juicio esa pérdida de contexto es lo más peligroso en la desinformación”, señala la exdirectora de RCN y columnista de El Espectador, Yolanda Ruiz. Y agrega que “el hecho de que los algoritmos privilegian a quienes ponen contenidos más emocionales y menos racionales, hace que la percepción de la realidad cambie y que se vaya perdiendo la necesaria argumentación”.

Ese disgusto está presente entre los mismos congresistas, en conversaciones que ocurren por fuera de la plenaria. Es un secreto a voces. Lo que parece un pulso por figurar —sea de la forma que sea— se ve como una degradación a la honorabilidad que sustentan cargos como el de ellos, golpeados por los numerosos escándalos de corrupción que atraviesan no pocas curules.

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Un paredón digital contra quienes votan en contra y videos con cortes rápidos que incitan a la indignación, con un lenguaje incluso coloquial, parecen ser las pistas que deja el espectáculo unipersonal que han asumido algunos integrantes del Legislativo como una tarea que se suma a la de formular leyes. Todo parece indicar que la política está en el camino de la “espectacularización”, de la teatralidad por la atracción de las miradas.

¿Alguna vez la política no ha sido un performance constante?

El presidente Gustavo Petro, junto con el expresidente del Senado, Iván Name.
Foto: Óscar Pérez

Para 1962, el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas —uno de los autores citados por el propio presidente Gustavo Petro— hablaba de que “las noticias y los informes, incluso las declaraciones, están equipados con el inventario de la literatura de entretenimiento”. Quienes han visto de cerca cómo se mueve la política concuerdan en que, si bien las redes son un fenómeno relativamente nuevo, el objetivo siempre ha sido el mismo. Las formas cambian, pero no el fondo.

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“En el pasado, cuando era punta de discursos, ¿no era lo que hoy ocurre de manera mucho más compacta con trinos y ese tipo de historias? Sí, es lo mismo. Siempre el debate político es un debate que busca de alguna forma sobresaltar para que se produzca un espacio de interés, en primer lugar, y, en segundo lugar, si te va bien, de que haya una alineación con lo que vos estás proponiendo, con la posición que estás estableciendo, con la acusación que estás haciendo, etcétera”, precisa Ángel Becassino, experto en marketing político.

La ventaja con la que cuentan los políticos de hoy es que su audiencia mucho más grande. El electorado ha crecido, sin lugar a dudas, y quienes ya le cogieron el tiro a las redes sociales esperan que estas funcionen como los canales que muestren su propia “transparencia” y logren que el algoritmo esté a su favor.

Pero si se le pregunta a consultores políticos, no creen que transparencia sea la palabra adecuada. Quizás más lo fuera vigilancia, con un agregado de propaganda que les haga a los políticos sumar seguidores y, luego, quizás, votos. Eso sí, hablándole directamente a la audiencia, eliminan los intermediarios, y en sus propias redes, toman el control de la narrativa.

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“Soberano es quien manda sobre la información en la red”, propone el filósofo coreano-alemán Byung Chul Han, a quien cita el presidente Petro en sus intervenciones públicas. Y a eso le suma que “cuantos más datos generemos, cuanto más intensamente nos comuniquemos, más eficaz será la vigilancia”.

Esa seguidilla de videos sobre un tema particular, denuncias hechas con el logo de cada congresista, respuestas a cuentas de la misma red social, todo eso busca que la mirada de la audiencia se pose sobre un tema específico. Ahí esperan que se retenga. No siempre lo logran. Por eso se trata de una interacción constante. ¿Cómo se mide el éxito de la posición del congresista en un debate? Para ir a las urnas todavía falta tiempo, por el momento, quedan las interacciones vía X o Tiktok.

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Algunos lamentan la política volcada a las redes, pero a menos de un año de las elecciones para el Congreso, todos parecen haberse montado en el mismo bus. Y es el que esperan los lleve a una reelección en su curul, que los propulse al Senado o, si son ambiciosos, a la Casa de Nariño.

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Ya le funcionó al senador “Jotape”, con 194.758 votos en las elecciones de 2022. Representantes como Catherine Juvinao (Alianza Verde) y María Fernanda Carrascal (Pacto Histórico) comenzaron con una presencia importante en redes de veeduría (o vigilancia) ciudadana en la que luego se apalancaron para llegar al Capitolio. La misma Juvinao reconoce que esos últimos comicios fueron “un gran caso de estudio para revisar cuántos congresistas [llegaron] a través de las redes sociales”.

La representante Catherine Juvinao durante el debate de la reforma a la salud en la Comisión Séptima del Senado.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

“Eso de que los políticos fuertes en redes son los que pierden en la vida real, eso cambió. Ahora los políticos fuertes en redes también traducen eso en votos. Algunos no, pero otros sí lo hemos logrado. Las redes son absolutamente esenciales para los políticos más jóvenes”, dice.

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En todo caso, los números hablan por sí solos.

El senador y precandidato Miguel Uribe Turbay (Centro Democrático) es, actualmente, el integrante del Congreso que más ha gastado en publicidad en Meta: en los últimos 90 días de su bolsillo han salido $57’456.916 destinados a las empresas de Mark Zuckerberg. Al día, un promedio de más de $600 mil.

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Antes de él están en el ranking otras figuras visibles en redes: Vicky Dávila, con un total de $111’440.155 en ese mismo lapso y un promedio de 1,2 millones gastados al día, aproximadamente. También el exvicepresidente Germán Vargas Lleras, con $57’582.279 invertidos en ese tiempo.

Eso es solo lo revelado por Meta Ad Library, pero en otras plataformas su presencia también es ineludible. Tampoco el progresismo escapa de la centralidad que han tomado las redes. La senadora María José Pizarro (Pacto Histórico), el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, e incluso el director de Prosperidad Social, Gustavo Bolívar, también siguen una juiciosa rutina de al menos una publicación al día busca que se mantengan vigentes, que nunca estén muy abajo en la plaza pública que se trasladó a X.

La “renovación” del Congreso que quedó sellada con unas votaciones históricas en 2022 no ocurrió solo con caras nuevas. A la oposición le tocó medirse, por primera vez, a ser oficialismo, y lo contrario pasó con aquellos que habían tenido el poder en los últimos cuatro años. Ambos se enfrentan, de todas formas, a una pelea por la narrativa y esta continúa derivándose en instancias diferentes a las del encuentro en el Legislativo.

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Y es precisamente en esas plataformas que están sumando adeptos para ver quién se quedará con el poder en el próximo año. La vigilancia siempre fue hecha en el Congreso, nada de eso es nuevo para quienes han estado antes en el Capitolio, pero la lucha de narrativas seguirá tomando fuerza en estas legislaturas, en las que las campañas llegarán a primar por encima de los proyectos radicados, la que solía ser la medida del éxito de un congresista.

* Esta es la tercera de tres entregas sobre cómo el Gobierno y el Congreso buscan apoderarse del debate público a través de diversas estrategias narrativas.

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Por María José Barrios Figueroa

Periodista interesada en temas internacionales, de conflicto, paz, memoria y género.@mariabarriosfmbarrios@elespectador.com
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