Sobrerregulación del Estado, un muro muy débil

La única forma de avanzar es quitándole poder de sobrerregulación a un Estado ineficiente e infectado de corrupción y devolvérselo a la iniciativa privada, sin pretender acabar con los grandes, pero sí exigiéndoles el cumplimiento de la ley y una ética general.

Santiago José Castro Agudelo*
10 de septiembre de 2019 - 06:20 p. m.
EFE
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Recientemente hemos sido testigos de uno de los peores escándalos de corrupción que han salido a la luz pública. Seguro ha habido otros tantos y ni siquiera nos hemos enterado. De lo contrario no se explican tantas y tantas fortunas de quienes lo único que han ejercido en su vida es la política, con cargos cuya remuneración no alcanza para sostener esos niveles de gasto. El problema es que muchos en Colombia siguen asumiendo que “hay que aprovechar los 15 minutos de poder y fama” y “bobo el que no aprovecha”.

Eso precisamente hizo el exviceministro Gabriel García Morales, un “chino bien” dirían por ahí, que solo cobró 6,5 millones de dólares por facilitar “alguna gestión” y que Odebrecht pudiera hacer la suya. Hasta ahí llegó el asunto. En pocos años saldrá de prisión y de seguro volverá al club como si nada. De ahí que muchos digan “algunos años de prisión y una vida llena de lujos después”. Triste realidad en Colombia.

Nada de esto es nuevo. Por eso no entiendo los golpes de pecho que algunos alegan darse ahora, cuando han compartido una y otra vez con los mismos. Revisen queridos lectores lo poco que queda por ahí del proceso 8000, revisen algunos elementos que aún andan sueltos de los grandes escándalos de corrupción como Foncolpuertos, el hospital San Juan de Dios y el caso Nule, entre tantos otros. Muchos involucrados pasan de un Gobierno a otro sin que nadie diga nada y la pregunta entonces es ¿Por qué?

El asunto es relativamente sencillo. Colombia es un país donde el Estado se ha venido expandiendo de una manera atroz, en una lógica extraña donde la ciudadanía desconfía de todos los poderes públicos, aunque no de las armas de la república (véanse los estudios de cultura política), pero los políticos quieren más y más Estado. Es apenas lógico: ahí están los votos.

Además, la sobre regulación beneficia a unos pocos que logran impedir la competencia y así sostener un conjunto de empresas que en el mercado mundial sencillamente ya no serían competitivas. Esa relación entre “empresarios”, clase política y algunos gremios, conduce a un sistema blindado a los cambios. Por eso, Malcom Deas afirmaba que en Colombia había una clase dirigente que no dirige, una clase empresarial que no quiere competir y una clase política con una muy limitada noción de lo que es la política.

El muro entre el sector empresarial, la innovación, la competencia y el Estado es muy débil. Por ello, la clave para los grandes está en lograr la mayor cercanía con el poder público, en especial el ejecutivo, sin importar quién lo ejerza. Si usted es un mediano empresario con ventas cercanas a 30 mil millones de pesos al año, pida cita con un Ministro y me cuenta qué tal. Si, por el contrario, usted es uno de los grandes y está por resolver un asunto un poco incómodo con una empresa brasilera con la que presuntamente compartió un soborno, pues tranquilo, seguro le dan una mano para que no pierda tanto.

Ahora no me van a salir con el cuento de que soy un “izquierdista” y un “mamerto”. Todo lo contrario, soy un conservador convencido y por eso defiendo y seguiré defendiendo la libertad, el emprendimiento y el imperio de la ley, esa que tiene que ser igual para todos y sin privilegios, como cantan todavía los conservadores en su himno, pero que algunos olvidan en la práctica.

La única forma de avanzar es quitándole poder de sobrerregulación a un Estado ineficiente e infectado de corrupción y devolvérselo a la iniciativa privada, a los pequeños y medianos empresarios, sin pretender acabar con los grandes, pero sí exigiéndoles el cumplimiento estricto de la ley y ojalá de alguna ética general.

Ese muro, el muro que impide que el Gobierno, cualquiera que sea, sea más poderoso que la ciudadanía; ese muro no puede ser tan débil.

* Rector Universidad La Gran Colombia

 

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Por Santiago José Castro Agudelo*

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