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¿Un gobierno diferente?

La posesión de Gustavo Petro se apartó de las tradiciones. ¿Será innovador también su gobierno?

Rodrigo Pardo / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
11 de agosto de 2022 - 10:07 p. m.
La de Petro fue una posesión distinta, señal de que será una Presidencia distinta.
La de Petro fue una posesión distinta, señal de que será una Presidencia distinta.
Foto: EFE - Mauricio Dueñas Castañeda

Más que los anuncios de rigor y los trámites del protocolo, la posesión de Gustavo Petro como presidente, el domingo pasado, se caracterizó por la proliferación de mensajes simbólicos. No fue una ceremonia de trámite que repitió las fórmulas conocidas del pasado. Más bien, fue un evento que le apuntó a la riqueza de símbolos y mensajes, tal vez para dejar en claro que el nuevo mandatario se va a jugar a fondo para cumplir su mandato de cambio. De cambio de veras. Vale decir, que no será igual a sus antecesores.

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Con Bolívar y su espada a la cabeza. El episodio fue llamativo e impactante, con la ayuda del presidente saliente, Iván Duque, quien en principio se opuso a la petición de Petro de facilitar la espada. Lo cierto es que si algo se va a recordar de esta ceremonia de posesión será la presencia del arma del libertador con todo el significado que tiene. Que hubiera sido rechazada por el mandatario saliente, pues, y que su retorno a la ceremonia en la Plaza de Bolívar se convirtiera en la primera orden del nuevo presidente, Gustavo Petro.

La suspensión del evento mientras aparecía la simbólica arma generó expectativas. El mensaje claro que implicaba: aquí mando yo. Y, de alguna manera, repetir la frase que usó en su momento el M-19: “Libertador, tu arma vuelve”. Solo que, esta vez, no a la lucha, como se decía entonces, sino como símbolo de lo contrario: del fin de la lucha. El mensaje de Petro fue claro: aquí mando yo y mantendré los principios que han inspirado mi lucha política.

Más aún en el entorno de una plaza colmada, entusiasmada y expectante. Como se sabe, no es usual que las transmisiones de mando sean ceremonias populares. Si por algo se recuerdan las del pasado es por los personajes de primera línea que las atendieron, los invitados extranjeros y los anuncios de los futuros gobernantes. El nuevo mandatario, en cambio, consolidó su autoridad a su manera. ¿No es eso de lo que se trata una transmisión de mando?

Al nuevo presidente no se le conocían las dotes de comunicación que mostró en su posesión. Detalles, unos más sutiles que otros, que sumados al largo discurso -casi una hora- reiteraron su intención de buscar nuevos rumbos. Y haber dotado a los oyentes de un mensaje claro sobre lo que pueden esperar hacia adelante. Haberle cedido a María José Pizarro, en vez del presidente del Congreso, Roy Barreras, la entrega de la banda presidencial, por ejemplo, con todo lo que eso significa. Ni más ni menos, que su carrera no se llevó a cabo en los partidos de siempre -como casi todos sus antecesores- sino en el M-19.

El ambiente, además, se caracterizó por la presencia de elementos que subrayaban el cambio de rumbo. La presencia de la Guardia Indígena, por ejemplo, y también el público raso y entusiasmado que no solo estaba en la Plaza de Bolívar en Bogotá sino en varios lugares del país. Representantes de los pueblos del Caribe y de toda la nación, como nunca se habían visto en una ceremonia de transmisión del mando presidencial. Fue una posesión distinta, que llevaba el mensaje de que la que se viene será una Presidencia distinta.

Y al lado de la gente común y corriente, las instituciones propias de la ocasión. Como las Fuerzas Armadas y el formalismo de su reconocimiento de las tropas por parte del nuevo mandatario, la presencia de jefes de Estado y delegaciones extranjeras, unos más entusiasmados que otros, pero allí presentes al fin y al cabo. Todo bajo una tarde, por cierto, inusualmente cálida y soleada (Habría que recordar los paraguas y la lluvia que dominaron la posesión de Iván Duque hace cuatro años). A Petro, en cambio, no le falló ni la suerte.

Y esperar a lo que viene. El nuevo ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, presentó el primer día del nuevo gobierno su proyecto de reforma tributaria. Se anticipó a los análisis y múltiples controversias que normalmente acompañan a cualquier esfuerzo para aumentar impuestos. Como si quisiera aprovechar la luna de miel para evitar demoras en algo que el presidente Petro considera una prioridad: las reformas económicas. Y, de paso, asegurar la financiación de los proyectos y programas por los que se jugará su gobierno. Asegurar, en una palabra, la platica que necesitará su administración reformista en el siguiente cuatrienio. El cambio, sin fondos, no es viable.

En fin, una cosa es la fiesta de la posesión, los invitados extranjeros, las novedades y anuncios del nuevo gobierno y, por qué no, el descubrimiento de quién es el nuevo mandatario (¿el mismo que los colombianos conocen por su trayectoria en otros cargos y en su carrera sui generis?) y otra muy distinta son la dura realidad que enfrentarán el presidente y su equipo. Y esa apenas empezará a conocerse ahora.

Por Rodrigo Pardo / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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