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En medio de la convulsa situación mundial, este mes de agosto nos ha traído una noticia triste: se ha ido Diego Uribe Vargas, uno de los más importantes internacionalistas de Colombia. Tres aspectos son quizás los más representativos para resaltar su figura, a manera de memoria para las nuevas generaciones: Su actividad en el campo de la educación, su producción intelectual y sus gestiones como hombre público y diplomático de su país.
Debe recordarse que fue el colombiano que fundó y alimentó durante años el que en su momento fue el único programa de Estudios Internacionales, no solo en Colombia sino en el mundo andino. Fue el fundador del programa de la Universidad Tadeo Lozano. Desde allí, orientó el programa de estudios, en momentos en los cuales en el país existía economía internacional, derecho internacional, y diplomacia empírica, pero estaba ausente una reflexión interdisciplinaria.
Era la primera vez que, en Colombia, una unidad académica efectuaba reflexiones simultáneas sobre Derechos Humanos, incluidos los de tercera generación, Derecho del mar, Temas ambientales, el estatus de la Antártida y del Espacio Exterior (en especial el tema de la Órbita geoestacionaria), a la par del Derecho a la Paz.
Pero el asunto no paraba allí: Uribe Vargas tenía una visión abierta del mundo y sabía que la reflexión sobre los temas más diversos era indispensable no solo para sus estudiantes sino para el público en general. Fue así como, durante casi una década, abrió al público una parte de las instalaciones de la Universidad, una vieja casa de la Carrera 7ª con calle 23, que hubiera sido una casa más de Bogotá, de no ser porque los martes, a partir de las 3 de la tarde, se desarrollaba en la misma, la más extraordinaria tertulia que haya existido en Colombia.
Sesiones semanales, abiertas al público (el promedio era de unos 350 asistentes), en jornadas dedicadas a los temas más diversos: Historia mundial, grandes viajes, temas del arte y la literatura, el psicoanálisis, las nuevas filosofías de Europa, las grandes discusiones mundiales sobre temas internacionales, la historia nacional, las lógicas civilizacionales. Por allí desfilaron expertos y conocedores de muchas disciplinas intelectuales. En las discusiones, Uribe Vargas intervenía siempre con comentarios agudos y preguntas sutiles. Ese ejercicio del intelecto, por el cual nunca se nos cobró un centavo, contribuyó a formar como humanos integrales a miles de personas.
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Su otro aporte académico fueron sus clases en la Universidad Nacional. Parece existir un consenso entre los que fueron sus estudiantes, en que aprendieron de él, no solo Derecho Internacional Público, con todos sus difíciles vericuetos, sino también: pluralidad, ejercicio de la tolerancia como principio sagrado por las opiniones diferentes, curiosidad intelectual. Todos lo admiraban por su memoria.
La mejor anécdota al respecto, me la contó uno de sus exestudiantes, hoy embajador de Carrera Diplomática: Diego Uribe hacía al parecer esporádicas campañas políticas por su partido, el Liberal. En ocasiones algunos de sus estudiantes lo acompañaban en sus giras de sábado o domingo por algunos pueblos de Cundinamarca. En un pueblo (Anolaima o Anapoima, si mal no recuerdo), Uribe Vargas saludó a varias personas que lo esperaban para una manifestación. A por lo menos 10 de ellos los llamó por su nombre, al parecer sin equivocación, y al que parecía más conocido le preguntó por su esposa y sus hijos e hijas, a todos por su nombre. Luego, le preguntó también por Kiko.
— ¿Kiko?, dijo el interrogado, haciendo una cara de extrañeza.
— Sí, dijo Diego Uribe. Kiko, que era tan alegre y gracioso; lo recuerdo bien, reafirmó.
Después de largos segundos de duda, buceando en la niebla de su memoria, el habitante de la población dio un salto, puso cara de admiración y de recuerdo, y dijo:
— Claro, Kiko, el perro de la familia hace como diez años.
—Claro, dijo Uribe Vargas, lo recuerdo muy bien. Los animales de compañía son miembros de las familias como los demás.
Su producción intelectual fue también numerosa y variada: libros sobre las Constituciones de Colombia, sobre Derecho Ambiental, Derechos Humanos, y diversos temas internacionales.
Y en su gestión, fue un garante fundamental para que, mediante un proceso de negociación, se solucionara sin derramamiento de sangre la toma de la Embajada de la República Dominicana en Colombia. Dicen los que saben que promovió en todo momento las negociaciones. Habló con todos: con los países involucrados por tener embajadores entre los rehenes, con el gobierno cubano, que finalmente garantizó una importante solución para un final feliz al delicado asunto; y con los diversos sectores políticos en el país. Es lo que cabía esperar de alguien que predicaba el respeto por las opiniones diferentes, los Derechos Humanos y el Derecho a la Paz, norma que luego fue consagrada en la Constitución de 1991, por iniciativa suya y de otros miembros de la Constituyente.
También fue un promotor de la Integración (la Andina, como se predicaba en su tiempo). Incluso parece haber sido suya la iniciativa que llevó a que los países andinos, a nivel presidencial, emitieran una Declaración a partir de la cual pudieron actuar, con apoyo diplomático y logístico, para ayudar a que el dictador Somoza fuera sacado del poder en Nicaragua.
Hoy se debe recordar a un hombre equilibrado, sensato, y sin falsos apetitos de poder, que hizo lo que pudo para que este país, o por lo menos una parte de él, entendiera algunas cosas del mundo y actuara por la paz y la concordia. A donde quiera que haya ido, esperemos que la alegría de Kiko haya salido a recibirlo. Para su familia y sus amigos, un sentimiento de solidaridad y de grato recuerdo.
* PhD en Relaciones Internacionales. Exviceministro de Relaciones Exteriores de Colombia.