
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Qué triste es escuchar hoy a los jóvenes, con más frecuencia que en el pasado, promover y motivar su ingreso a la educación superior definiéndola como el mejor motor de inversión para la generación futura de mejores y mayores ingresos económicos. Lo asumen como un costo presente que, al término del periodo de estudios, deberá producir una gran rentabilidad a ellos y a su grupo familiar, dejando de valorar al mismo nivel las aspiraciones intelectuales, los anhelos culturales y el desarrollo ciudadano que se promueve a través de la educación superior. Suele valorársele como si fuera una simple mercancía o cualquier producto comercial que se compra o recibe como servicio.
Es mayor el pesar cuando estas recomendaciones mercantilistas provienen de los padres o acudientes. Incluso validan y utilizan listados de las profesiones mejor pagadas, una especie de ranking en el mercado laboral, y las de mayor rédito y plusvalía, dirigiéndose hacia ellas sin importar ni tener en cuenta su vocación, su talante, sus aptitudes y actitudes.
Si bien sí se trata de una inversión en lo personal, esta trasciende el plano económico y los términos de las ganancias de dinero. Por supuesto que es un factor clave para la movilidad social, una puerta de acceso a mejores oportunidades laborales. De hecho, mediciones como las Encuestas de Hogares del DANE evidencian la diferencia en ingresos laborales de acuerdo con los niveles educativos. Sin embargo es, sin duda, mucho más que eso, pues representa un bien intangible y prolífico que alimenta al ser humano en su esencia e identidad con conocimientos y experiencia, y una apuesta para un proyecto de vida que impacta positivamente a la persona y la sociedad; sobre todo, si esta logra permear en el egresado el cultivo permanente de valores.
La educación superior coadyuva a promover la formación humanística, el pensamiento crítico, el desarrollo de habilidades y competencias, la construcción de una ciudadanía consciente y activa, la consolidación de valores y la apertura de caminos para el desarrollo personal y colectivo. Además, para mí, otro valor trascendente que tiene es que facilita el aprovechamiento de las capacidades y la inteligencia, permitiendo que el ser humano pueda acercarse a la comprensión de su entorno, de la naturaleza, del universo y de la cultura y adaptarse e involucrarse en la evolución de la sociedad humana.
Otra valía que le reconozco en grado sumo es la de incentivar el valioso hábito de la lectura y la comprensión lectora.
Decía el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer que “si lo que uno quiere es educarse y formarse, es de fuerzas humanas de lo que se trata, y en que solo si lo conseguimos sobreviviremos indemnes a la tecnología y al ser de la máquina”. Y le agregaría que, no solo mantenernos indemnes, sino preservando la inteligencia humana y la esencia del ser social por encima de tales avances.
La educación superior es generadora de cambios sociales, impulsora de igualdad y equidad y potenciadora de desarrollo.
La persona que solo valora su formación universitaria a nivel economicista siempre se sentirá esclava de su trabajo y profesión, y nunca gozará de las mieles del conocimiento y la cultura.
*Rector de la Universidad Simón Bolívar