Para toda gran reforma se necesita una gran discusión y debatir qué funciona, qué no tanto y, sobre todo, cómo mejorar. En esta ocasión la gran conversación fue para salvar de violencias y desarrollos truncados a más de 70.000 niños en procesos de restablecimiento de derechos y que, de ser internados en instituciones desprovistas de afecto, corren el riesgo de convertirse en un capítulo más en la historia de jóvenes que pagan con su niñez lo que se decide en el mundo de los adultos.
A finales de octubre se realizó el foro para transformar el sistema de protección familiar poniendo el cuidado de los niños en el centro del debate. El evento, organizado por la ONG Aldeas Infantiles, fue el primer gran encuentro para hablar de los daños de ubicar a niños en instituciones donde se ha comprobado que, además de correr riesgos, también ven estancados su desarrollo, salud mental y futuro.
El resultado fue esperanzador, pues se pavimentó el camino para que en Colombia la vida de los niños predomine por encima de procesos judiciales o administrativos.
Acción sin daño
Por más de 70 años se ha visto cómo niños, usualmente en condición de pobreza, han sido sacados de sus familias e internados en instituciones del Estado. Orfanatos y casas de acogida han recibido miles de niños que son ingresados por correr riesgos en entornos familiares.
La bola de nieve empieza a crecer cuando, bajo el argumento de ser protegidos, sufren aún más en estos lugares que en los espacios donde vivían historias de derechos violentados.
Estudios científicos han demostrado que estos escenarios, aunque han cumplido su propósito de alejar a los pequeños del peligro, terminan siendo un antídoto con más efectos secundarios que curas para la niñez.
Esteban Reyes, director de Aldeas Infantiles, asegura que al institucionalizar a los niños se los ha protegido, pero también ha creado un efecto dominó de perjuicios.
“Debemos hablar de la importancia que tiene el desarrollo para que predomine por encima de asuntos administrativos o legislativos”, comenta Reyes.
Y es que por los pasillos de estas instituciones han pasado miles de menores: desde niñas abusadas sexualmente, jóvenes obligados a la indigencia, desprotegidos o violentados, hasta adolescentes reclutados por grupos armados. El resultado, explica Aldeas Infantiles, es el mismo: jóvenes que crecen en el desarraigo y que ven cómo su desarrollo queda en pausa.
Matilde Luna, directora de la Red Latinoamericana de Acogimiento, asocia estos espacios con centros de privación de libertad, pues los jóvenes no tienen voz a la hora de entrar allí y tampoco en el momento de salir. No todo se debe a una situación premeditada, pues hay centros transitorios en los que por cada profesional responsable puede haber 15 o más niños.
“Aquellos que egresan del cuidado institucional sufren desventajas en la adultez: menos oportunidades económicas, exclusión, salud mental o índices de suicidio”, reza un estudio que hizo Luna.
¿La solución? Ambos consideran que radica en cambiar el paradigma para demostrar que hay otras alternativas, como familias sustitutas o de acogida, delegar el cuidado en otros allegados o incluso preponderar los derechos de los niños en situaciones donde su vida no está expuesta, como escenarios de pobreza.
Primeros pasos
Hay quienes consideran que para reformar el sistema se necesitan dos puntos, como Luis Pedernera, expresidente del Comité de Niñez de Naciones Unidas. Primero: reconocer que ha sido un mecanismo que, con pros y contras, ha protegido a la niñez. En segundo punto, que las decisiones, más que un asunto académico, también pasen por las arcas del Estado y que miles de millones de pesos, en lugar de ser destinados a orfanatos se inviertan en las familias o lugares donde los niños, aun con historias de vulnerabilidad, puedan tener un hogar y cariño.
“La experiencia ha demostrado que detrás de niños abandonados hay familias abandonadas. Esta es una discusión que debe permear en el presupuesto de los países y en cómo, en lugar de llegar tarde cuando los derechos ya se vulneraron, el Estado esté allí para ofrecer sus servicios sociales”, comenta Pedernera.
Allí aparecen ejemplos internacionales en los que los niños, en lugar de vivir juventudes difíciles en orfanatos, sí pueden crecer en contextos de cariño, como Panamá, donde otros familiares se hicieron cargo con ayuda de inversión estatal. En Colombia incluso hay ejemplos donde las comunidades acogen a sus niños, como es el caso de grupos étnicos u organizaciones sociales que se apersonan del cuidado de los menores.
La pregunta ahora es cuándo este proceso empezará a notarse. Para el director de Aldeas Infantiles, se dio un gran paso para que el país, en lugar de ver a sus jóvenes crecer con desarrollos truncados y desarraigo, pueda observar cómo crece en entornos protectores y derechos garantizados sin riesgo de que su futuro quede en pausa. El debate hasta ahora comienza.