Las visitas de mi mamá en mi infancia eran muy cortas, hablaba poco y pronto empezaba a llorar. No lo entendía, pero cada vez que recibía una llamada de su nueva pareja su mirada cambiaba, se despedía entre lágrimas y se iba apurada.
Cuando Sonia*, una gran amiga de la adolescencia, me contaba sobre su novio decía que prefería dejar detalles para después, se quedaba callada un rato y cambiaba de tema; después de un tiempo me pidió que dijera que estaba estudiando con ella para evitar verlo. Ambas fueron golpeadas por sus parejas en el punto más alto de violencia que sufrieron, pero mucho antes de eso ya estaban siendo víctimas de violencia psicológica, una forma de violencia de género que varias expertas encuentran como la más difícil de identificar y denunciar.
De acuerdo con ONU Mujeres, “menos del 40 % de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda”. La organización también advierte que las víctimas de cualquier violencia de género acuden a su red de apoyo más cercana, amigos o familiares, y menos del 10 % acuden a la Policía para reportar estos casos.
Para Gina Paola Duarte, psicóloga clínica y coordinadora nacional del programa de salud mental de Profamilia, estas cifras son la consecuencia de la revictimización a la que se pueden enfrentar las mujeres en el proceso de denuncia y probación de los hechos. Una situación que se acentúa al momento de denunciar la violencia psicológica, en la que las pruebas no siempre son consideradas contundentes por las autoridades.
La Ley 1257 de 2008, sobre sensibilización, prevención y sanción de formas de violencia y discriminación contra las mujeres, define el daño psicológico como la “consecuencia proveniente de la acción u omisión destinada a degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de otras personas por medio de intimidación, manipulación, amenaza, directa o indirecta, humillación, aislamiento o cualquier otra conducta que implique un perjuicio en la salud psicológica, la autodeterminación o el desarrollo personal”.
Aunque estas acciones se puedan asociar con conductas agresivas y gritos, no es necesario llegar a esos niveles para estar sufriendo violencia psicológica. Los comentarios sobre nuestro cuerpo, los chistes machistas que surgen en las conversaciones familiares o laborales y el control sobre nuestras actividades son violencia psicológica que tienen impactos en el desarrollo del proyecto de vida y en la interacción en distintos espacios de la sociedad.
Las comunes “red flags”
Cuando Sonia no le contestaba el celular a su novio ya sabía que cuando hablaran tendrían una discusión; si salía con sus amigas dos fines de semana, tenía que dedicarle a él doble de tiempo para que no estuviera de mal humor. “Es un novio intenso, pero eso es normal, es porque está pendiente de usted”, le decía su mamá.
Claudia*, una mujer adulta, inmersa en un matrimonio de cuatro años, vive una situación similar. Su esposo controla el tiempo promedio que gasta de su oficina a la casa y, si se pasa de esos cuarenta minutos, sabe que tendrá una discusión, pero a diferencia de Sonia, si no permite que él revise su celular, ya no se enfrenta a una discusión, sino a que su pareja rompa el teléfono, le dé puños a la pared o fume en su cara porque sabe que a ella le molesta el humo del cigarrillo.
Este tipo de comportamientos son señales de alarma dentro de una relación de pareja, o “red flags”, como se han viralizado en redes sociales los ejemplos de violencia psicológica. Carolina Blanco, psicóloga de salud digital de la Fundación Santa Fe de Bogotá, con experiencia en tratamiento de dificultades emocionales, del estado de ánimo y acompañamiento a víctimas de violencia, explica que la dificultad para identificar esta forma de agresión radica en que hay todo un ciclo de violencia del que, sin el acompañamiento adecuado, es difícil salir.
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“La violencia psicológica no se presenta de forma grande o chocante en un primer momento, son microviolencias que no se detectan tan fácil hasta que van creciendo y aumentando el control sobre la víctima”, explica Blanco.
Con comentarios sutiles o que se pueden confundir con preocupación como “¿por qué mejor no te pones un pantalón?”, “te ves mejor con la falda larga”, “¿otra vez vas a salir con tus amigas?, quiero pasar más tiempo contigo”, “tu familia viene mucho, yo te quiero para mí, eres todo para mí”, el agresor aísla a la mujer de sus redes de apoyo para convertirse en su único soporte.
Con este panorama, cuenta Blanco, se inicia un ciclo donde ya no son los comentarios sutiles los que ejercen control. “Primero se presenta un disgusto, una situación de tensión, después se aparece el acto violento, un acercamiento violento, comentarios agresivos, actos como golpear las paredes, levantar el tono de voz, emplear palabras humillantes”, y añade que identificar estos signos de alarma es clave para prevenir agresiones físicas; “la violencia no aparece de la nada”, aclara.
Como si fuera la psicóloga quien estuviera describiendo un ejemplo, Claudia cuenta que además de haber roto varios celulares, su pareja se descompone emocionalmente, ha pateado la mesa, roto algunos vasos, dicho groserías, bajado los tacos de la energía de su casa e incluso ha impedido que salga de su casa. ¿El detonante? Claudia no quiso ir a dormir al cuarto a la hora en que él se lo ordenó.
Después de situaciones como las descritas, de tensión y agresión, su esposo le ha pedido que lo perdone y se vayan de viaje a modo de reconciliación, pero este ciclo se repite.
En medio de la disculpa es usual que el agresor culpe a su pareja por su reacción violenta y, además, Blanco dice que se acompaña esa disculpa de ataques posteriores que afectan la autoestima de la mujer como “nadie te va a querer como yo”, “solo puedes confiar en mí” o “nadie más te va a tener paciencia”. “Este es un momento peligroso, porque si la autoestima disminuye y no me creo capaz de estar sola, de afrontar los desafíos y además estoy aislada de mi red de apoyo, lo más probable es que no salga de la relación”, apunta Blanco.
Las heridas que no se ven
Así como la violencia psicológica es ejercida en la familia y en las relaciones de pareja, también se da en espacios laborales, frente a las presiones que pueden sufrir las mujeres en las relaciones de poder que ejercen figuras masculinas y, en los espacios públicos, al ser abordadas con comentarios en la calle, ser acosadas o abusadas en el transporte público. Todas estas formas de violencia repercuten en la salud mental y en el desarrollo del proyecto de vida de las mujeres.
Duarte recalca la importancia de tener presente que para sufrir los impactos del abuso psicológico no hay que estar expuestas frecuentemente a estas situaciones; basta con un episodio para referenciar síntomas como trastornos alimenticios, trastornos del sueño, de estrés postraumático al recordar constantemente lo vivido, sentimientos de tristeza y desconfianza en su relacionamiento con otras personas.
Además, la psicóloga aclara que sufrir de otros tipos de violencia basada en género (VBG), como violencia física, sexual, obstétrica o económica, también las hace susceptibles de tener efectos en su salud mental, pues la violencia psicológica permea estos espacios. Por ejemplo, de los 13.800 casos atendidos por la Línea Púrpura, uno de los mecanismos de atención a la violencia de género en Bogotá, aunque se reportan varios tipos de VBG, la carga psicológica está presente en todos.
Otro tipo de efectos que pueden ser señal de violencia psicológica y que pueden ser más visibles, de acuerdo con Blanco, son el consumo de alcohol, de tabaco y sustancias psicoactivas, aislamiento de su red de apoyo, irritabilidad o manifestar pensamientos suicidas. “No hay una sola reacción, o una lista de chequeo, todos los impactos están sujetos al contexto de la persona víctima, la frecuenta y la intensidad de las agresiones”, aclara.
En los casos de las agresiones en espacios públicos, las expertas concuerdan en que los efectos más frecuentes que experimentan las mujeres son temor, altos niveles de estrés y de ansiedad, así como una sensación constante de inseguridad.
Sus explicaciones no se quedan en teoría, pues una muestra de esa exposición que representa para una mujer salir a altas horas de la noche o usar el transporte público es el informe de la Veeduría Distrital sobre acoso callejero, donde se evidencia que siete de cada diez mujeres manifestaron tener miedo a sufrir un ataque sexual en el transporte o en el espacio público. Adicionalmente, el informe muestra que ocho de cada diez mujeres ya han experimentado una situación de acoso sexual en algún momento de su vida.
Acompañamiento y acceso a la reparación: prioridades
Reconocer situaciones de violencia psicológica puede ser complejo como observador, pero aún más como víctima. “Él está cambiando”, “ha hecho cosas, pero nunca me ha pegado directamente”, “ya tenemos un acuerdo y dice que no lo va a volver a hacer”, son algunas de las frases que Claudia dice cuando habla de su relación actualmente, aunque ya ha intentado denunciar su caso.
Paula Andrea Valencia Cortés, abogada y profesora de cátedra de la Universidad Javeriana, explica que “acceder a la justicia no es un proceso fácil, por eso es indispensable escuchar las necesidades de la víctima para ser reparada, siendo honestos del proceso y sin crear falsas expectativas”, pues añade que estar en un sistema de justicia patriarcal enfrenta a las víctimas mujeres a ser revictimizadas.
Para Claudia fue una medida extrema acudir a la Comisaría de Familia a denunciar los abusos de su esposo, buscaba una protección y “sentar un precedente” si la violencia aumentaba. Sin embargo, en medio de la explicación del funcionario le dijo que una denuncia en la Fiscalía, a lo que apuntaba Claudia, implicaría una notificación en la empresa donde él trabaja. Su esposo le dijo que, si lo hacía, él podría perder el empleo por su culpa. Ahí terminó el intento de denuncia.
“Es muy importante que las víctimas de violencia de género sepan que tienen agencia y poder de decisión, que pueden denunciar, pero también buscar otras rutas para protegerse y sentirse reparadas”, agrega Valencia e insiste en la necesidad de que los funcionarios de todas las entidades que pueden atender a víctimas de violencia de género estén capacitados con un enfoque integral que evite la revictimización.
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Ante los casos en que sus denuncias no sean tenidas en cuenta, señala que la Ley 1257 de 2008 será el principal respaldo de las mujeres para activar una ruta de atención, así como para exigir que se les garantice “acceder a un acompañamiento jurídico y psicológico, al derecho a la información, que la entidad a la que decida asistir le explique el tipo de violencia que está sufriendo y cómo proceder”.
Desde el punto de vista de Duarte, esa misma capacitación debe brindarse a los psicólogos y trabajadores sociales, pues “preguntar si eres víctima de violencia no es suficiente, porque en muchas ocasiones la respuesta es no, la idea es preguntar de forma empática y sensible, centrarse en sus necesidades, hacer énfasis en el lenguaje no verbal, hacer preguntas orientadoras para identificar si las personas están normalizando la situación de violencia”, asegura.
Promover campañas de sensibilización en derechos sexuales, educación sexual integral, trabajo de formación en autoestima, dar ejemplos de violencia psicológica, rutas de atención y denuncia son algunas de las estrategias que las expertas proponen para prevenir este tipo de violencia.
* Nombres cambiados por petición de las fuentes.