En medio de una de las crisis humanitarias más devastadoras de los últimos tiempos, un equipo de profesionales de Médicos Sin Fronteras (MSF), mayoritariamente compuesto por mujeres, ha trabajado en Gaza ofreciendo apoyo psicológico. Gisela Silva, psicóloga ecuatoriana con más de 10 años de experiencia, es una de las profesionales que ha sido testigo directo del impacto de la violencia en la salud mental, especialmente en las mujeres y los niños.
A lo largo de varias misiones en Gaza, Silva y su equipo han creado espacios de contención emocional, diseñados para devolver un mínimo de dignidad a quienes han perdido casi todo. Desde consultas individuales hasta grupos de apoyo, su trabajo ha demostrado que la reconstrucción de una comunidad no solo depende de la ayuda material, sino también de la preservación de la salud mental. En esta entrevista, Silva comparte su experiencia en el terreno, los desafíos que han enfrentado y la resiliencia de las mujeres en este contexto.
¿Cómo viviste la experiencia de trabajar en Gaza, especialmente siendo parte de un equipo mayoritariamente femenino?
La verdad fue muy inspirador porque me encontré con mujeres increíblemente fuertes, poderosas y altamente capacitadas, liderando distintos frentes: desde la administración hasta la atención médica, todo en medio de un conflicto.
Era fascinante ver cómo cada una traía consigo una historia y una experiencia distinta. Veníamos de Latinoamérica, Europa y Asia, y al final terminamos tejiendo una red de apoyo y colaboración que trascendía nuestras diferencias culturales. Fue un espacio donde la sororidad se hizo tangible, en el sentido más profundo de la palabra.
¿En qué consistía tu labor de psicóloga en Gaza? ¿Cómo apoyaron a las comunidades?
Yo era responsable de las actividades de salud mental. Nuestro trabajo se centraba en atender las emociones, preocupaciones, los sentimientos y pensamientos de las personas, tratando de encontrar estrategias para que recuperaran la esperanza y la sensación de control sobre sus vidas, aunque fuera en un entorno tan hostil.
Por ejemplo, con mi equipo, nos dimos cuenta de que era urgente habilitar espacios de lactancia. Más allá de las consultas individuales, las mujeres necesitaban un lugar seguro donde pudieran alimentar a sus hijos sin temor ni estrés. Así que inauguramos estos espacios, donde podían sentirse protegidas y, por un momento, cuidar y ser cuidadas. Además, organizábamos grupos de apoyo para mujeres, donde discutíamos temas como la violencia, el manejo del estrés y la maternidad en tiempos de guerra. Se generaban lazos de confianza y solidaridad que eran esenciales para su bienestar emocional.
¿Cuánto tiempo estuviste en esta misión y cómo llegaste a Médicos Sin Fronteras?
Estuve en Gaza en tres períodos: diciembre 2023-enero 2024, marzo-mayo 2024 y diciembre 2024-febrero 2025. Es importante aclarar que en Médicos Sin Fronteras no somos voluntarios. Para ser parte del equipo, pasamos por pruebas técnicas y procesos de selección rigurosos. Desde 2020, he trabajado con MSF en distintas misiones en África y cuando surgió la emergencia en Gaza me llamaron para integrarme al equipo.
Hablábamos de la importancia de la sororidad y el apoyo mutuo entre mujeres. ¿Cómo se manifestaba ese cuidado colectivo en un entorno tan hostil?
Una de las formas más poderosas era el contacto físico. En Gaza, el contacto entre hombres y mujeres es muy restringido, pero entre mujeres sí podíamos abrazarnos, sostenernos, darnos apoyo físico y emocional. Eso reducía los niveles de estrés y nos permitía sentirnos contenidas. También compartíamos conversaciones sobre cosas cotidianas, desde los dolores menstruales hasta la maternidad. Aunque veníamos de diferentes partes del mundo, nos dábamos cuenta de que nuestras experiencias eran más parecidas de lo que imaginábamos. Eso generaba un sentido de pertenencia muy fuerte.
¿A cuántas mujeres lograron atender durante ese tiempo?
En actividades grupales alcanzamos a unas 10.000 personas, de las cuales aproximadamente el 80 % eran mujeres. En consultas individuales, alrededor del 90 % de los pacientes fueron mujeres, y se realizaron más de 1.000 consultas en total.
¿Cómo afectan la guerra y la violencia a la salud mental de las mujeres? ¿Qué desafíos específicos enfrentaban?
El impacto se da en distintos niveles. En primer lugar, está el tema de la dignidad. Algo tan básico como la falta de insumos para la higiene menstrual afecta profundamente la autoestima y el bienestar de las mujeres. Pasar de vivir en una casa con baño privado a compartir un espacio con cientos de personas, sin ninguna intimidad, es un golpe brutal.
La pérdida es otro factor devastador: hijos desaparecidos, familias destrozadas, viudez forzada, el aumento del riesgo de violencia sexual y matrimonios forzados. Esto generaba altos niveles de ansiedad y depresión. Muchas mujeres no podían dormir ni comer; algunas sentían que habían perdido su identidad.
¿Cómo trabajaban para que el apoyo psicológico llegara a quienes más lo necesitaban?
Aparte de las consultas individuales, apostábamos por la reconstrucción del tejido comunitario. Organizábamos actividades grupales tres veces por semana, programas de psicoestimulación para madres con hijos en riesgo de malnutrición, y espacios donde las mujeres podían aprender, compartir y apoyarse mutuamente. El objetivo no era solo aliviar el dolor individual, sino fortalecer a la comunidad para que pudieran sostenerse entre ellas.
¿Qué papel juegan las mujeres en estos procesos de reconstrucción del tejido social?
Las mujeres son el pilar fundamental en muchas sociedades. Simbólicamente, representan el cuidado y la cohesión familiar. Cuando ellas logran organizarse, reunir a sus comunidades y generar espacios de apoyo, contribuyen a la estabilidad emocional de su entorno. Por eso es vital empoderarlas, no solo como beneficiarias de ayuda humanitaria, sino como protagonistas en la reconstrucción de sus comunidades.
¿Cómo procesas y qué impacto ha tenido en tu vida vivir esta experiencia en Gaza?
Creo que toda persona que ha estado en Gaza sale transformada. El grado de destrucción es indescriptible. Hace apenas 17 meses, la gente tenía una vida relativamente normal, y, de repente, todo desapareció. Para mí, fue un recordatorio de nuestra vulnerabilidad. La vida puede cambiar en un instante, sin importar lo que hagamos. Fue una confrontación con la fragilidad de la existencia y, al mismo tiempo, con la fortaleza del espíritu humano.
¿Siempre supiste que querías ser psicóloga y enfocarte en la labor humanitaria? ¿Qué le dirías a alguien que quiera seguir un camino similar?
Desde el inicio quise entender lo más profundo del ser humano: sus emociones, sus miedos, sus pensamientos. Mi interés comenzó en lo individual, pero con el tiempo entendí que la salud mental también es un derecho, y que muchas personas no tienen acceso a ella.
Trabajé en Ecuador con refugiados del conflicto colombiano, y fue ahí donde vi la urgencia de atender a poblaciones en crisis. Entrar a Médicos Sin Fronteras fue un paso natural en ese camino.
A quienes quieren adentrarse a este mundo les diría que la empatía es fundamental, pero también la preparación. La salud mental es un área delicada y requiere tanto compromiso emocional como rigor técnico. Si alguien quiere dedicarse a esto, le diría que se forme bien y que entienda que, más allá de la vocación, este trabajo tiene un impacto real en la vida de las personas.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
🌏📰🗽 Le puede interesar nuestro plan superprémium, que incluye acceso total a El Espectador y a la suscripción digital de The New York Times. ¡Suscríbase!
📧 📬 🌍 Si le interesa recibir un resumen semanal de las noticias y análisis de la sección Internacional de El Espectador, puede ingresar a nuestro portafolio de newsletters, buscar “No es el fin del mundo” e inscribirse a nuestro boletín. Si desea contactar al equipo, puede hacerlo escribiendo a mmedina@elespectador.com