
David Corensewt es el sexto actor en interpretar al Hombre de Acero en la pantalla grande.
En el mundo del cine de superhéroes hay una línea invisible entre la grandeza y el ridículo. Lo saben los actores que deciden usar los calzoncillos por encima del pantalón. David Corenswet la caminó, y sin red, el día que James Gunn le ofreció convertirse en Superman.
Corenswet, nacido en Filadelfia y formado en la prestigiosa escuela de artes Juilliard School, es un actor que parece esculpido con herramientas antiguas: mandíbula de cine clásico, voz pausada y una mirada encantadora que muchos desearíamos tener. Lo conocimos en series como The Politician y Hollywood, donde ya jugaba con una estética vintage sin parecer impostado. Su físico y su aura lo convirtieron en el candidato que nadie pidió, pero que muchos, en silencio, deseaban. Tengo que confesar que, para mí, Reeve y Cavill son irremplazables.
Sigue a la Revista Vea en WhatsAppPero antes de que el sueño despegara tuvo que hacer algo muy humano: contestar una llamada de un número desconocido. “David, soy James Gunn”, escuchó del otro lado de la línea. Y como si fuera un colombiano cualquiera, en este auge de estafas telefónicas respondió: “¿Puedes probarlo?”.
“En ese momento pensé: ‘No tengo idea de si este es el número de James...’”, recuerda Corenswet entre risas. “Y él se lo tomó con humor. Me dijo: ‘Bueno, soy el único que puede ofrecerte este papel, así que probablemente sí soy yo’”. Esa fue la señal. La capa de Superman había encontrado a su nuevo portador.
Lo que siguió fue un momento de incredulidad. “No te atreves a esperarlo. Puedes imaginarlo una o dos veces, pero no te permites creerlo del todo”, dice. “Es como a un astronauta al que le dicen que va a la Luna. Siempre fue el sueño, pero ahora empieza el trabajo duro”.
Pero antes de ponerse la capa tuvo el gesto más humano de todos: escribir. Le envió un mensaje a Henry Cavill y otro a Tyler Hoechlin (quienes fueron los últimos en interpretar al hijo de Krypton en el cine y en la TV, respectivamente) agradeciéndoles la forma en que habían habitado al Hombre de Acero y que si estuviesen dispuestos a brindarle algún consejo lo recibiría. “Ambos, a su manera, se abstuvieron de dar consejos”, contó después. “Pero fue realmente maravilloso recibir palabras de aliento de ellos”.
Aprender a volar duele, pero vale la pena
Tener este poder incluyó una serie de sesiones en arneses y trajes que no perdonan la piel. “Estás colgado por unos cables debajo de toda la ropa. Te pellizcan, te raspan, te jalan... Es incómodo en todos los sentidos”, describe. “Pero cuando dicen ‘tres, dos, uno, ¡acción!’, todo desaparece. De pronto estás volando”. Y así es como el sueño de muchos hombres desde hace miles de años se vuelve realidad.
Corenswet se suma a una genealogía cinematográfica de hombres de acero. Desde el hierático George Reeves en los años 50 hasta el carismático Christopher Reeve en los 70 y 80, el único que logró que creyéramos de verdad que un hombre podía volar, todos han llevado el peso simbólico de ese primer despegue. Brandon Routh intentó rendirle homenaje en Superman Returns (2006), mientras que Henry Cavill le dio músculos, tormento y gravedad a una versión más épica y oscura. Ahora, le toca a David encontrar su propio cielo.
Con esta apuesta, James Gunn se aleja de la solemnidad de Zack Snyder y la nostalgia reverente de Bryan Singer, para crear un universo más amplio, lúdico y colorido. Uno donde Superman no está solo, sino rodeado de héroes, dudas y contradicciones.
Pero más allá del traje, el vuelo y los cómics, ¿qué representa hoy Superman? David lo tiene claro: “Es el ideal de hacer el bien. De hacerlo lo mejor que puedas cada día. Es la perseverancia pura. Levantarte, poner un pie delante del otro, actuar con conciencia de lo que puedes hacer... y de lo que eso implica”.
Y esa mirada ética se vuelve aun más valiosa en un contexto que parece despreciarla. “Vivimos en una era donde ser bueno no siempre se ve como algo cool. Donde hacer lo correcto te deja atrás, frente a quienes son más egoístas. Pero la película plantea que, al final, esos valores sí importan y sí tienen poder”.
Lo interesante es que, a diferencia del Superman atribulado de Cavill, marcado por la desconfianza de los humanos y los dilemas existenciales, el de Corenswet parece mirar al mundo con optimismo. No ingenuidad, sino esperanza activa. Esa esperanza que hoy los noticieros nos hacen añorar todos los días.
Clark y Superman: un solo cuerpo, dos almas
Uno de los mayores desafíos para cualquier actor que toma la capa es encontrar la voz de Clark Kent. No solo en contraste con Superman, sino como identidad propia. David lo aborda desde el juego: “Clark disfruta ser ambas personas. Le encanta ser Superman, salvar el día, brillar. Pero también ama desaparecer en el Daily Planet, dejar que los demás lleven la voz cantante. No es el periodista estrella, es parte del equipo. Escucha más de lo que habla”.
Esa humildad no es falsa modestia: es parte de su poder. El Superman de James Gunn no busca intimidar, sino invitar a la empatía. Por eso incluso los detalles estéticos son decisiones narrativas, y eso Corenswet lo hace muy bien.
Y regresan los famosos calzoncillos rojos. “James quería incluirlos, pero no encontraba cómo justificarlos”, revela David. “Y le dije: ¿y si no tienen una función? ¿Y si simplemente dicen: ‘No me tomo tan en serio’? Porque este tipo puede volarte la cabeza con los ojos. No necesita demostrar fuerza. Necesita mostrar que está ahí para ayudarte, para abrazarte, para que un niño pueda acercarse sin miedo”. Así es que los calzones son lo de menos.
Un personaje inherente a la historia de Superman es Lois Lane, interpretado por Rachel Brosnahan, “Ella es la Lois perfecta”, asegura. “Nada se le escapa. Es aguda, escucha todo, lo recuerda todo. Es casi frustrante trabajar con ella… pero de la mejor manera posible. Te obliga a estar concentrado. Te confronta con lo que dijiste hace dos escenas”.
Si Margot Kidder fue la Lois atrevida de los años 70; Amy Adams, la periodista emocional de la era Snyder, Rachel Brosnahan promete ser una Lois intelectual, incómoda, con dientes y sin miedo.
Luthor siempre ha fallado
Nicholas Hoult, como Lex Luthor, trae una versión cargada de ambigüedad y riesgo. “Un héroe solo es tan interesante como su villano”, dice David. “Y Nick probó todos los sabores de Lex. Puede ser divertido, puede darte miedo. A veces me hacía reír en mitad de la escena, y al segundo siguiente me clavaba una mirada que aterrorizaba”.
Si Gene Hackman fue un Lex casi caricaturesco, Kevin Spacey resultó poco creíble, con una maldad que resultaba patética, pues parecía más un villano del cine de los 50, y Jesse Eisenberg, un villano errático y acelerado, Hoult parece venir con una amenaza más contenida, más cerebral... y por eso mismo más peligrosa. En el mundo de DC Comics el Joker es el villano más carismático y Lex Luthor es el que tiene más carácter y emblemático, pero infortunadamente en la pantalla grande no hemos logrado ver un Alexander Luthor que valga la pena, esperemos que este sí lo sea.
Gunn y el riesgo de quemar el cohete antes del despegue
En lo personal, como autor de este artículo, no puedo evitar compartir una preocupación: la expectativa que se ha generado es gigantesca, y gran parte de ella ha sido construida y quizá sobreexpuesta por el propio Gunn.
En lugar de mantener el misterio, el director ha ido soltando vestuarios, fotos de personajes, clips e información clave a través de redes sociales, como si la sorpresa ya no fuera parte del viaje, sino un estorbo. Y eso, en una historia como Superman, que vive del asombro, puede jugar en contra. ¿Qué nos queda para el cine si ya lo vimos casi todo antes de sentarnos en la sala?
Además, el universo que Gunn está construyendo tiene la presión de reiniciar DC desde cero tras años de intentos fallidos. Si esta película fracasa, no solo cae una cinta: se tambalea un nuevo orden narrativo entero. Y justo detrás viene Los 4 Fantásticos, listos para capitalizar cualquier tropiezo.
James Gunn está volando alto. Tiene una nueva capa, un nuevo Superman, un nuevo multiverso. Pero esta vez, no hay red abajo.
Esperemos que, como David, logre mantenerse en el aire… y que ese “tres, dos, uno, ¡acción!” no sea el inicio del descenso, sino del verdadero renacer de un mito.