Los científicos saben desde hace años que la actividad física tiene efectos positivos en la salud mental. En un mundo donde cada vez más personas sufren de trastornos como la depresión y la ansiedad —con una prevalencia estimada de entre el 26 % y el 33 % a lo largo de la vida, lo que representa del 9 % al 17 % de la carga global de enfermedad—, intervenciones simples como salir a trotar se han convertido en tratamientos accesibles y eficaces. Está demostrado que mejoran la salud psicológica, la función cognitiva y la percepción que tenemos sobre nuestro propio bienestar. Lo que aún no está del todo claro es qué tanto puede beneficiar el baile, que implica actividad física, a la salud mental.
Un grupo de científicos revisó en 2024 investigaciones previas para saber si bailar —como forma de ejercicio estructurado— puede tener efectos positivos en la salud psicológica y cognitiva (como el estado de ánimo, la memoria o la motivación), y cómo se compara con otros ejercicios físicos estructurados (como caminar, nadar o hacer aeróbicos).
Encontraron que el baile fue tan efectivo como otros tipos de actividad física (como caminar, hacer pesas, artes marciales o deportes en equipo) para mejorar varios aspectos de la salud psicológica y cognitiva. “La evidencia preliminar sugiere que la danza puede ser mejor que otras actividades físicas para mejorar el bienestar psicológico y la capacidad cognitiva. Estos hallazgos no sólo se observaron en adultos mayores, sino también en poblaciones más jóvenes y en personas con afecciones clínicas”, dijo la autora principal, Alycia Fong Yan, de la Facultad de Medicina y Salud de la Universidad de Sydney.
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Para llegar a esa conclusión, buscaron en 8 bases de datos estudios publicados hasta julio de 2022. Solo se incluyeron aquellos que comparaban directamente programas de baile de al menos 4 semanas con otros ejercicios físicos estructurados, y que midieran efectos en la mente o emociones. Al final, seleccionaron 27 estudios con un total de 1.392 participantes. Entre ellos, había personas de diferentes grupos: desde individuos sanos hasta pacientes con enfermedades como Parkinson, fibromialgia, dolor muscular generalizado, cáncer de mama, insuficiencia cardíaca crónica, caídas inexplicables, etc.
Los tipos de baile evaluados en los estudios revisados en el metaanálisis fueron muy variados: desde danzas aeróbicas como Zumba o step, hasta bailes de salón (rumba, salsa, vals, rock & roll), danzas culturales (como el tango argentino o danzas tradicionales de países como Brasil, Grecia o Polonia), y también estilos teatrales como jazz o danza moderna. Algunas intervenciones incluían baile en pareja, y otras individuales. Las sesiones duraban entre 30 y 90 minutos y se realizaban entre una y cuatro veces por semana. Algunas intervenciones duraron apenas seis semanas, y otras hasta 18 meses.
“La danza tiene amplios beneficios para la salud. Si se mantiene una actividad física, los beneficios a largo plazo para la salud física reducirán el riesgo de enfermedades relacionadas con el sedentarismo, la conexión social y el efecto psicológico de la danza aliviarán los síntomas de las enfermedades mentales, y las mejoras cognitivas podrían contribuir a la independencia de las personas mayores”, agregó Fong Yan.
Aunque el estudio confirma que el baile puede ser tan efectivo como otras formas de actividad física para mejorar la salud psicológica y cognitiva, no se pueden dar recomendaciones específicas para ciertos grupos de población. Esto se debe a las muchas diferencias entre los estudios analizados: no todos usaron las mismas medidas, estilos de baile, duración o tipo de ejercicios para comparar, ni trabajaron con los mismos tipos de personas (algunas eran sanas, otras tenían enfermedades). Es posible que el tipo de baile y la edad de los participantes influyan mucho en los resultados, advierte la investigación.
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Además, todavía no está claro si los beneficios psicológicos y cognitivos del baile se mantienen en el tiempo, ya que casi ningún estudio hizo un seguimiento después de que terminaron las clases de baile. Solo uno lo hizo, y reportó que un mes después de un curso de tango argentino de 10 semanas, los participantes seguían sintiéndose más seguros al caminar, aunque no hubo diferencias significativas frente al grupo que solo caminó. Otros dos estudios analizados redujeron la frecuencia de las clases pero encontraron beneficios similares tanto en el grupo de baile como en el de ejercicio convencional.
En cuanto a la calidad de los estudios revisados, la mayoría eran de calidad baja a moderada, principalmente por falta de cegamiento (es decir, los participantes o quienes evaluaban los resultados sabían a qué grupo pertenecían) y por no asegurar que los tratamientos fueran realmente equivalentes entre los grupos. Para que los resultados de estos estudios sean confiables, reconocen los autores, es fundamental que se informe si los grupos recibieron un tratamiento realmente comparable: por ejemplo, el mismo tiempo con instructores, el mismo acceso a información sobre actividad física o sobre manejo de enfermedades, y el mismo tratamiento médico. De lo contrario, no se puede asegurar con total certeza que los efectos observados se deban solo al tipo de ejercicio.
Por todo esto, los resultados de esta investigación deben analizarse con cautela. Sin embargo, ya evidencia anterior ha demostrado que al aprender una coreografía se ejercitan la memoria y la atención, mientras que la ejecución del movimiento mejora la coordinación, el equilibrio, la orientación espacial y la conciencia corporal. Incluso bailar frente a un espejo puede contribuir a corregir la postura mediante retroalimentación visual. Aunque no todos los estudios muestran que la danza sea siempre superior a otras formas de ejercicio, sí hay evidencia de que en ciertos contextos —como en adultos mayores o en intervenciones centradas en el bienestar emocional— puede ofrecer beneficios cognitivos.
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