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¿Se ha preguntado si sabe descansar?

¿Ha sentido que no logra descansar, pese a quedarse en casa el fin de semana y no tener que trabajar? No es al único que le pasa y tiene una razón que lo explica: posiblemente, no se esté tomando en serio el reposo. Hacerlo bien es un asunto un poco más serio de lo que imagina.

Juan Diego Quiceno

08 de diciembre de 2025 - 07:01 a. m.
El descanso no es solo ausencia de actividad: es un proceso activo que permite recuperar energía física y mental. En épocas decembrinas, vale la pena pensar en el descanso.
Foto: Getty Images/iStockphoto - Kanizphoto
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Hace unas semanas se realizó en Cartagena el III Congreso Iberoamericano para Prevenir el Burnout, auspiciado por la Vacation is a Human Right Foundation (VIAHR). Durante varios días, más de 150 asistentes de más de diez países se reunieron para hablar de un tema que rara vez encabeza las agendas laborales: el descanso. En la jornada inaugural, uno de los participantes lanzó una frase que terminó marcando buena parte de la conversación: “Es que no sabemos descansar”.

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A las puertas de la que quizá sea la temporada de descanso más importante del año, vale la pena preguntarnos si realmente sabemos qué es descansar y, sobre todo, si sabemos hacerlo. Sobre su necesidad, el filósofo griego Plutarco de Queronea (siglos I-II d. C.) sostenía que toda nuestra vida oscila entre la actividad y el reposo en De liberis educandis (Sobre la educación de los hijos), uno de los tratados que integran la colección Moralia. El descanso, agregaba, “es el condimento del esfuerzo. Y esto puede verse no solo en los seres vivos, sino también en las cosas inanimadas: también los arcos y las liras los aflojamos para poder tensarlos de nuevo. En general, el cuerpo se conserva gracias a la combinación de vacío y saciedad, y el alma gracias a la alternancia de descanso y trabajo”.

“Pero, a veces, creemos que descansar es simplemente no hacer nada”, dice Mariantonia Lemos Hoyos, doctora en Psicología de la Universidad de Los Andes e investigadora en salud de la Universidad Eafit.

No es una discusión tan obvia como parece. La investigadora sueca Margareta Asp, profesora de la Universidad de Mälardalen, lleva años estudiando el concepto mismo de “descanso” y sostiene que, sorprendentemente, la ciencia lo ha explorado muy poco. En uno de sus estudios, publicado en 2015, sugiere que el descanso no es la ausencia de actividad, sino un estado de equilibrio donde la actividad se alinea con las necesidades y la motivación interna del individuo. Es decir, descansamos de verdad cuando existe armonía entre lo que nos motiva, lo que sentimos y lo que hacemos.

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“El descanso es un proceso activo: supone bajar la carga tensional, recuperar las funciones ejecutivas y volver a conectar con la capacidad de sentido y placer”, explica Wilmer Sánchez Álvarez, investigador de la Universidad CES, psicólogo y experto en salud mental laboral.

Tanto la motivación de la que habla Asp como el placer que menciona Sánchez dependen de los mismos circuitos cerebrales que regulan la recompensa y el interés. En el centro de ese sistema está la dopamina, la molécula que impulsa la motivación, el deseo de actuar y la sensación de recompensa. Si lo que hacemos durante el descanso no nos despierta ni un poquito de interés, gusto o sensación de “esto me hace bien”, el cerebro no pasa a lo que algunos conocen como “modo restaurativo”: cuando se activa la llamada Red por Defecto (DMN), un conjunto de áreas que se encienden cuando la mente puede “respirar”: divagar, procesar lo que vivimos, ordenar ideas y recuperar energía mental.

“Para que el cerebro descanse, hay que procurarle actividades que sean placenteras. El descanso a veces no nos descansa porque lo que hacemos no nos da una sensación de placer o de competencia”, resume Lemos. “Es distinto subir un cerro o montar en bicicleta —que te hacen sentir que haces algo y liberan dopamina, por eso la gente se siente feliz y con sensación de logro— a pensar que descansar es sentarse en la casa, a ver reels durante cinco horas”, agrega Lemos. El primer reel probablemente también va a producir placer. “El problema es que nos quedamos en una actividad que, por su repetición, pierde valor. Cada vez que lo hacemos, vale menos a nivel de recompensa. Si somos sinceros, cada vez nos estamos sintiendo menos bien, pero da pereza pararse”, dice Lemos.

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La subjetividad del descanso

Aquello que resulta gratificante es profundamente subjetivo. Lo que para una persona es placer, para otra distinta puede ser estrés. “Uno tiene que descubrir qué es lo que le sirve, porque no a todo el mundo le funciona lo mismo. No a todo el mundo le gusta cocinar o hacer senderismo, por ejemplo. Hay gente para la que descansar es pasear con la familia, estar con los hijos’”, explica Viviola Gómez Ortiz, psicóloga de la Universidad de los Andes, doctora en Psicología de la Johannes Gutenberg Universität (en Alemania) e investigadora en bienestar subjetivo y estrés asociado al rol laboral. Lo importante, insiste Gómez, “es hacer algo distinto, que la persona disfrute y que le haga pensar de otras maneras”.

Tampoco hay que demonizar nada. Ver la serie favorita en Netflix puede ser un tiempo de descanso real, pero no siempre. Depende de cómo y para qué se hace. Si verlo da placer, relaja, ayuda a desconectarse del trabajo y no lo deja más cansado que antes, entonces es una forma importante de descanso. Pero si termina en un maratón automático de capítulos, viendo “lo que sea” solo por inercia, o si después de horas siente más agotamiento, culpa o vacío, entonces ese tiempo ya no está restaurando nada.

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“No se trata de salir a trotar todos los días a las cinco de la mañana, solo porque hago parte de un grupo o porque es tendencia. Ahí no hay descanso real: eso se acerca más a la búsqueda de aprobación social. Lo ideal sería sentirlo como un propósito más profundo. Salgo a trotar a las cinco porque allí encuentro mi punto de equilibrio emocional, porque me da satisfacción lograrlo”, explica Silvana Ahumada, investigadora de la Facultad de Comportamiento de la Universidad de La Sabana. “Hoy, lo que se valora en las redes sociales es ‘quién está más’. Quien está más en paseo, en la fiesta, en el grupo. Hay una nueva cultura alrededor de estar y hacer parte de todo, lo que puede ir en contra vía del descanso”. En otras palabras, el descanso solo funciona cuando la actividad elegida está alineada con lo que de verdad nos sostiene por dentro, no con lo que esperan los demás.

En ese sentido, ¿se equivocan quienes llenan sus días de descanso de actividades, una tras otra? No necesariamente. “Depende de la persona. Puede que haya personas a las que eso les sirve. Pero si llegas a la casa después de un día de ese tipo, y la sensación es: ‘por fin puedo descansar’, de pronto no está funcionando algo”, dice Gómez.

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“También es cierto que esas vidas muy agitadas no dependen solo de si uno está cansado o no, sino de las personalidades. Hay algunos de nosotros a quienes nos gusta tener una vida con muchísimas actividades y, para nosotros, esa vida está bien. Quienes sean un poquito más extrovertidos o más introvertidos pueden sentir que necesitan tiempos y actividades de descanso distintos”, agrega Lemos.

Con eso en mente, el asunto no es la cantidad de actividades, sino desde dónde se hacen. Si cada plan responde a un deseo genuino (si brinda energía, sentido o alegría), ese día hiperactivo puede ser reparador. Pero si esas actividades se encadenan por compromiso o por miedo a perderse algo, entonces quizá no hay descanso: solo una agenda diferente, incluso igual de exigente que la laboral.

Todas estas reflexiones alrededor del descanso son mucho más importantes si se consideran en un contexto global donde el llamado “burnout” es cada vez más usual.

Un llamado a la atención

Vacation is a Human Right Foundation nació después de que su fundadora y presidenta, María Méndez, atravesara un episodio de burnout. Méndez cuenta que llevaba años sin tomarse vacaciones, hasta que un día una de sus hijas la invitó a recoger manzanas y calabazas a las afueras de Nueva York. Ese plan sencillo, cuenta ahora, le hizo caer en cuenta los años que había pasado sin frenar, acumulando estrés.

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El estudio del burnout empezó en los años noventa. En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconoció como un síndrome asociado al estrés laboral crónico que no se ha manejado bien. No es una enfermedad, sino un conjunto de señales que aparecen cuando la exigencia del trabajo supera de forma sostenida la capacidad de recuperación de una persona. No se trata de un episodio de cansancio pasajero.

“Uno de sus componentes principales es el agotamiento, tanto físico como emocional. Otro es lo que se conoce como cinismo o desprendimiento frente al trabajo. No es un desapego general con la vida ni con la familia, es específicamente con el trabajo. Empieza a importarme menos la gente con la que trabajo, o la empresa. Y el tercer elemento, que para algunos es consecuencia de los anteriores, aunque hay teorías de todo tipo, es la baja sensación de eficacia profesional”, explica Gómez. Los tres elementos se relacionan y pueden reforzarse entre sí, generando un círculo que empeora la experiencia laboral y la vida fuera del trabajo: el agotamiento puede aumentar el cinismo, el cinismo puede disminuir la sensación de eficacia, y sentirse ineficaz puede agravar el agotamiento.

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La OMS no cuenta con una cifra única sobre la prevalencia del burnout a nivel global, pero sí lo reconoce como un fenómeno ocupacional grave. Las estadísticas varían según el sector y la región, lo que dificulta establecer un número exacto. Lo que sí se sabe es que, a nivel mundial, cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo debido a la depresión y la ansiedad, con un costo estimado de US$ 1 billón en pérdida de productividad.

¿Qué podrían ser señales de burnout? Empezar a sentir que le estamos perdiendo el sentido al trabajo, que está muy ligado a este asunto de la autorrealización. Es decir, que yo ya empiezo a sentir que lo que estoy haciendo no tiene ningún sentido”, explica Lemos. “El sentido no significa que todos tengamos que tener el trabajo más feliz del mundo, ni que debamos encontrar en él una pasión. Esa es una concepción que puede generar más presión que alivio. A veces, simplemente, reconocemos que el trabajo es el medio que nos permite obtener recursos para hacer lo que nos gusta. En ese sentido, nos permite autorrealizarnos de manera indirecta, al poder dedicar tiempo y energía a aquellas actividades que realmente nos llenan”.

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Mejía, de la Universidad CES, suma otras señales que muchas veces pasan desapercibidas, como las pequeñas, pero constantes dificultades de concentración, los cambios en los patrones de sueño y la rigidez cognitiva, es decir, la incapacidad de adaptarse con facilidad a nuevas demandas o situaciones en el entorno laboral. “Generalmente, las racionalizamos y normalizamos como simple fatiga pasajera”, dice.

Hay algo en lo que insisten Gómez y todos los especialistas que consultamos: no se trata de un problema individual. Factores como la sobrecarga de trabajo, la falta de control sobre las tareas, la escasez de apoyo social y la ausencia de reconocimiento son las condiciones más importantes detrás del síndrome. Es decir, aunque la respuesta al estrés pueda variar entre individuos, el contexto laboral y organizacional tiene un papel central: sin condiciones laborales crónicas y estresantes, dice la investigadora de la U. de los Andes, el burnout no se desarrolla de la misma manera. Por eso se habla de un problema sistémico, que requiere atención tanto de las personas como de las empresas y políticas de salud laboral.

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El burnout no aparece de un día para otro y, en épocas como esta, donde las agendas se llenan de compromisos, viajes y celebraciones, puede ser importante detenerse a pensar en qué significa descansar de verdad. Cuidarse, priorizar actividades que realmente recarguen y escuchar las necesidades de cada uno es, en última instancia, la manera más efectiva de mantenerse sano, productivo y equilibrado, tanto dentro como fuera del trabajo.

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