¿Cuántas veces ha visto a un niño viajando en el asiento delantero del carro de un amigo o un vecino? ¿O en la parte trasera, en brazos de un adulto o sujetado únicamente con el cinturón de seguridad que usan normalmente los adultos? Lo cierto es que muchas personas podrían responder afirmativamente a alguna de estas situaciones, mientras que muy pocas dirían haber visto a un niño menor de 10 años viajando en una silla especial, diseñada para proteger su integridad en caso de un choque. Estas sillas, que comúnmente llamamos “infantiles”, “de bebé” o “para niño”, en realidad se conocen como Sistemas de Retención Infantil (SRI). A pesar de que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte en un siniestro vial, su uso en Colombia sigue siendo limitado, y tanto su regulación como su implementación están aún lejos de lo que exigen los estándares internacionales.
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Así lo describe una nueva investigación que publican DeJusticia, RedPapaz y Despacio. No se trata de un asunto menor. A pesar de que los adultos jóvenes hombres son las mayores víctimas de los siniestros viales en el mundo, los niños no se quedan atrás. Según UNICEF, la agencia de la ONU para la niñez, cada año fallecen en el mundo unas 220.000 niñas, niños y adolescentes por lesiones en choques y atropellos viales, es decir, más de 600 muertos al día, o uno cada 2 minutos. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los siniestros viales son la principal causa de muerte en el mundo para personas de 15 a 19 años, y la segunda causa de muerte de 5 a 14 años. En Colombia, datos del Observatorio Nacional de Seguridad Vial (ONSV) revelan que, en 2023, 541 menores de edad perdieron la vida en siniestros viales, y otros 2.654 resultaron lesionados.
Por eso, desde hace varias décadas se han realizado esfuerzos para reducir esas cifras. “Y está comprobado que el uso de sistemas de retención infantil funciona para reducir el riesgo de muerte de los niños y niñas en los siniestros viales”, afirma Julián Gutiérrez Martínez, investigador de DeJusticia. Los SRI no se limitan a ser solo simples arneses; como explica la investigación, incorporan diversos elementos diseñados específicamente para brindar mayor seguridad. Estos sistemas de sujeción aseguran que el niño o la niña esté correctamente protegido en caso de un choque. De hecho, según la OMS, el uso de los sistemas de retención puede reducir hasta en un 71 % las muertes de bebés en siniestros.
Aunque la OMS recomienda el uso de los diferentes tipos de sistemas de retención hasta los 12 años, en Colombia no existe una ley que expresamente defina como obligatoria la instalación de estos dispositivos. El Código Nacional de Tránsito prohíbe que los menores de 10 años viajen en el asiento delantero y exige que los menores de 2 años usen una silla de seguridad en el asiento trasero. Pero no obliga el uso de SRI para todos los niños entre 2 y 10 años, no contempla qué hacer si el vehículo no tiene sillas traseras y deja por fuera a vehículos de transporte público, como taxis y buses. “Todo esto tiene a la normativa colombiana en unos vacíos muy importantes que dejan desprotegida una población vulnerable”, dice María Fernanda Ramírez, líder de Seguridad vial de Despacio.
A pesar de que un par de proyectos de ley en el Congreso han intentado llenar algunas de estas ausencias en el marco normativo del país, ninguno ha logrado llegar a buen término.
¿Por qué no sirven los cinturones comunes?
Si usted es un padre de familia y tiene carro, es posible que se pregunte por qué si el cinturón le sirve a usted, no le sirve a su niño de 6 años. Puede parecer una pregunta sencilla, pero en realidad la respuesta exige comprender la anatomía infantil y la lógica detrás del diseño vehicular. Nadie duda de la importancia y efectividad de los cinturones de seguridad. La Organización Mundial de la Salud dice que han salvado más vidas que cualquier otra intervención de seguridad vial en la historia, reduciendo las muertes de ocupantes de vehículos en accidentes hasta en un 50 %. Pero están hechos para adultos.
“Los carros tienen cinturones y fijaciones de tres puntos, uno a cada lado de la cadera y otro a la altura del hombro. Pero esa separación, especialmente la de la cadera, está pensada para el cuerpo de un adulto, no para un niño. Y lo mismo pasa con la altura del cinturón en el hombro: está diseñada para alguien que mide al menos metro y medio. Entonces, cuando un niño usa ese cinturón, no le queda ajustado en los puntos correctos y, en lugar de protegerlo, puede lastimarlo”, explica Ramírez. Se refiere a que los cinturones convencionales “abrazan” zonas específicas del cuerpo de un adulto —como la parte baja de la pelvis y el centro del pecho— donde los huesos son fuertes y pueden soportar mejor la fuerza de un choque. Pero en los niños, mucho más pequeños en altura, ese ajuste se desplaza y el cinturón puede terminar presionando justamente las partes más débiles.
El cuerpo de un niño es diferente al de un adulto, y eso es importante cuando se habla de seguridad vial. Su esqueleto está en desarrollo: sus huesos son más frágiles y sus costillas, más flexibles. Esto significa que no pueden absorber los impactos de la misma forma que una persona adulta. Por su menor estatura, el cinturón de seguridad tradicional no se ajusta correctamente: en lugar de quedar sobre la pelvis y el pecho, suele cruzar el abdomen. En caso de un choque, eso puede provocar lesiones internas graves, en lugar de protegerlos. Además, agrega Ramírez, el cinturón también suele pasar por el cuello del niño, lo cual es muy peligroso. “Todos hemos cargado a un niño alguna vez. ¿Qué es lo primero que nos dicen? Sosténgale la cabeza. Los niños tienen una cabeza grande y un cuello débil”.
En efecto, como explica la OMS en su manual de 2023 sobre el uso de sillas infantiles en vehículos, la cabeza de un niño es mucho más grande en proporción a su cuerpo que la de un adulto. Su cuello todavía está en desarrollo y no tiene la fuerza suficiente para sostener ese peso en caso de un choque o un frenazo fuerte. Por eso, si el cinturón no está bien ubicado, puede ejercer demasiada presión sobre el cuello del niño, lo que podría causar lesiones graves en la columna o incluso fatales, como una decapitación interna.
En términos simples, los sistemas de retención infantil están diseñados para ajustar el cinturón de seguridad a la altura y anatomía de un niño. La OMS reconoce diferentes tipos de sistemas según el peso y la estatura del niño. Por ejemplo, los asientos para bebés se utilizan desde el nacimiento hasta los 9 meses o 13 kg, y deben ser colocados mirando hacia atrás para brindar mayor protección en caso de accidente. A medida que el niño crece, se utilizan asientos de seguridad que miran hacia adelante, adecuados para niños de 9 meses a 4 años, y luego los asientos elevadores o “boosters” para niños mayores de 4 años, para asegurar que el cinturón de seguridad se ajuste correctamente a su cuerpo.
“Entonces, claro, cuando uno se compara con el estándar que establece la OMS, pues estamos muy por debajo y estamos clasificados dentro de los países que más bajo tienen el estándar en el mundo”, dice Julián Gutiérrez, de DeJusticia. Sin embargo, no se trata solamente de establecer la regulación, es decir, la prohibición. “Chile es un buen ejemplo. Cuando se realiza este tipo de análisis, la regulación entra en vigor y se necesitan algunos años para hacer un análisis retrospectivo. Lo que el análisis del caso chileno señala es que, efectivamente, el problema radica en que quienes más han sido multados son precisamente aquellos en situaciones socioeconómicas más vulnerables”. Es decir, a la hora de pensar en la implementación de estas medidas, no solo es importante establecer la norma, también hay que garantizar que las sillas de retención infantil sean accesibles. El costo de estas sillas puede ser una barrera para muchas familias, lo que dificultaría el cumplimiento de la normativa. Por eso, las políticas deben incluir medidas para hacerlas asequibles a todos.
En el fondo, explican finalmente los expertos, el problema no debe verse como una eventual falla individual de los padres que no adquieren una silla de seguridad para sus hijos, sino como un reto colectivo. Se trata de crear, como sociedad, entornos más seguros para todos.
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