Mientras los últimos viajeros salían de Bogotá en la noche del miércoles, luego de un día de eternos trancones, Guillermo Alfonso Jaramillo, ministro de Salud, hizo un sorpresivo anuncio en RTVC. Pasadas las 7 p.m., confirmó lo que el presidente Gustavo Petro había escrito en su cuenta de X: “El Gobierno Nacional declara la emergencia sanitaria en todo país”.
En su intervención, dijo que los casos confirmados de fiebre amarilla habían incrementado, en comparación a la semana anterior, cuando los registros señalaban 70 personas infectadas entre 2024 y 2025. Ahora, ese número es de 74. De ellos, 34 han fallecido. Precisamente, la alta tasa de letalidad es una de las cosas que tienen nerviosos a quienes se mueven en el mundo de la salud.
Aunque el decreto de la declaratoria de emergencia sanitaria aún no se conoce, Jaramillo anticipó algunas medidas. La más importante, la vacunación. Su idea es vacunar a 14 millones de personas. Basta una sola dosis para quedar protegido de por vida y la aplicarán a partir de los 9 meses de edad. Por el momento, señaló que el Gobierno tiene 3 millones 100 mil vacunas y en las próximas semanas espera recibir 3.5 millones más. Ya solicitaron otros 8 millones.
Por el momento, Jaramillo explicó que para cumplir la meta serán claves 10 mil “equipos básicos de salud”, conformados por 80 mil personas. No es muy claro aún cuál será la estrategia para repartir las dosis, pero como dice Zulma Cucunubá, PhD en Epidemiología y directora del Instituto de Salud Pública de la Universidad Javeriana, es clave priorizar las zonas donde hay más riesgo de transmisión. “Hay que repartirlas estratégicamente”, insiste.
A lo que se refiere es que como el número de vacunas es finito, hay que planear muy bien en qué lugares se distribuirán para cortar la cadena de transmisión. Los esfuerzos, recordaba en X el epidemiólogo Julián Fernández-Niño, subsecretario de Salud de Bogotá, deben concentrarse en las zonas endémicas, es decir, donde el virus puede circular de forma continua.
Por el momento, los ojos están puestos en el oriente del Tolima. En ese departamento se han presentado la mayor parte de los casos (41 este año, hasta la semana pasada). Los municipios de Cunday, Prado y Ataco son en los que más pacientes ha habido: 11, 10 y 8.
La pegunta que todos se hacen ahora es cuál será el corredor de transmisión del virus. No tan fácil responderla, asegura Cucunubá, pues empiezan a entrar en juego varios factores. Uno de ellos, la movilización de muchas personas que viajaron esta semana para tomar unas vacaciones y que regresarán luego a sus hogares. Además, dice, como ya hay un caso en Caldas, en el municipio de Neira, puede tomar muchos caminos.
Su gran temor es que haya transmisión urbana. En los últimos 100 años, recuerda, eso no ha sucedido en Colombia, pues el virus de la fiebre amarilla es transmitido por mosquitos que viven en entornos selváticos. Son del género Haemagogus y Sabethes y quienes usualmente tienen contacto con ellos son las personas que trabajan en áreas rurales o suelen realizar actividades en bosques que están por debajo de los 2.300 metros sobre el nivel del mar (aproximadamente, el 80% de los casos han sido detectados en hombres).
Pero si el virus empieza a circular en ciudades, allí un viejo conocido, el Aedes aegypti (el mismo del zika y el dengue), podría ser el transmisor, aunque, como dice el entomólogo (un especialista en insectos) Jonny Edward Duque Luna, director del Centro de Investigaciones en Enfermedades Tropicales de la Universidad Industrial de Santander, aún hay algunas dudas sobre si el Aedes aegypti será un vector competente para causar un brote en esos entornos.
En todo caso, nadie quiere que eso llegue a suceder, pues la situación podría ser a otro precio. La pregunta es cómo cortar la transmisión para evitar que se salga de las manos.
Las pistas de los primates
La epidemióloga Silvana Zapata Bedoya, presidenta de la Asociación de Epidemiología de Colombia, cree que hay varias acciones claves para que la fiebre amarilla no se acerque a las fronteras urbanas ni peri urbanas, es decir, las zonas de transición entre el área urbana y el entorno rural (como Jamundí, en el Valle del Cauca).
Una fundamental, claro, es vacunar a la población antes de que tenga contacto con el virus. Gran parte de los esfuerzos del Gobierno han estado dirigidos a los mayores de 59 años. Como la vacuna contra la fiebre amarilla solo empezó a ser obligatoria desde 2002, han detectado que una porción de grupo no tiene inmunidad.
Pero para saber en qué lugares hay que concentrar esos esfuerzos es necesario, primero, conocer cuál será el corredor de transmisión. No es tan sencillo descubrirlo, pero hay una pista que suele ser esencial para ir un paso adelante del virus: los primates, que también pueden infectarse en los entornos selváticos y morir.
“Por eso es que crucial detectar de manera temprana epizootias”, insiste Zapata Bedoya. “Esto nos permite anticipar brotes”.
Epizootias es un término muy común en el argot de quienes estudian epidemias. Dicho de manera sencilla, se refiere a cuando una enfermedad afecta a un número alto de animales de una misma especie. En el caso de la fiebre amarilla, los primates han sido esenciales, pues permiten saber el rumbo que está tomando el virus. Ya, dijo ayer el ministro de Salud, han encontrado monos aulladores (que pertenecen al género Alouatta) muertos.
“Incrementar la vigilancia de epizootias es una necesidad urgente”, pide Zapata Bedoya. “Al trabajo deben sumar gente experta en los hábitats donde están estos animales. Es clave involucrar biólogos, por ejemplo, e insistir a la población para que reporte cuando encuentren uno de estos primates enfermos. Es una señal de alerta para movilizarse de forma inmediata y vacunar allí”, complementa Cucunubá. Es, dice, poner en práctica un enfoque que ha cobrado popularidad en los últimos años en el mundo de la salud: lo llaman One Health (Una sola salud) y reconoce la estrecha conexión que hay entre la salud humana, la salud animal y la salud ambiental.
En el último gran brote de fiebre amarilla que tuvo Brasil, entre 2016 y 2018, rastrear primates infectados fue una de las acciones claves para contener el brote. Entonces, hubo 2.154 casos y 745 personas fallecidas, como registra la Organización Panamericana de la Salud, luego de que años antes el virus saliera de los límites de la Amazonia, en donde era endémico. No se sabe con precisión cuántos primates murieron, pero algunas cifras que por esos años dieron las autoridades de Brasil indicaban que hubo más de 4.500 muertes sospechosas por fiebre amarilla de primates, aunque podían ser mucho más, le había dicho a Scientific American el biólogo Sérgio Lucena Mendes, profesor de la Universidad Federal de Espírito Santo.
Algunos estudios, como el liderado por Mariana Sequetin Cunha y publicado en Scientific Reports (del grupo Nature) en 2019, reiteraron luego que, precisamente, en los monos del género Alouatta hubo altas tasas de mortalidad, similares a las reportadas en humanos. “Son los mejores indicadores de la circulación del virus de la fiebre amarilla”, escribieron.
El Minsalud ha reiterado que estos monos también son víctimas del brote. No hay que estigmatizarlos ni causarles daño.
Lo otro que es vital en estos tiempos, apunta Cucunubá, es incrementar el trabajo de biología molecular para saber si hay cambios en el virus e integrar a entomólogos para tener más certeza de si hay otros mosquitos que puedan transmitir el virus. La noticia no tan mala, afirma el inmunovirólogo Bladimiro Rincón, profesor de la UIS, es que el virus de la fiebre no ha tenido, históricamente, una tasa de mutabilidad alta.
Cafeteros, esenciales para contener la fiebre amarilla
El mensaje que escribió el martes en la noche el presidente Gustavo Petro no le cayó nada bien a la Federación Nacional de Cafeteros. La culpó de no haber asistido a los PMU donde están analizando el brote y cómo contenerlo.
La Federación le respondió en un breve comunicado: “De parte del Gobierno Nacional no hemos recibido convocatoria alguna y estamos dispuestos a prestar la colaboración que corresponda”, aclararon. Reiteraron que lo que sí han atendido son invitaciones de “algunos departamentos y municipios para tratar asuntos relacionados con salud pública”.
Más allá del malentendido, hay un motivo por el que quienes recogen café también pueden ser claves para contener el brote de fiebre amarilla: por estos días, afirma Zapata Bedoya, empezarán a dar frutos las cosechas y habrá una buena cantidad de trabajadores expuestos, que se moverán de finca en finca tanto en Tolima, algunos puntos de Cundinamarca, Antioquia y el Eje Cafetero.
Una medida que podría ser útil, dice, es pedirles que lleguen vacunados a los predios donde van a recolectar. “Es un gremio sumamente juicioso y los trabajadores siempre están dispuestos a ayudar. Estoy segurísima de que lo hacen”, añade. El otro gremio que cree que es vital vincular es el arrocero.
Pero, agrega, lo que hay que evitar a toda costa es estigmatizar a comunidades. Hay que mostrar “empatía y comprensión: las comunidades rurales, étnicas o cafeteras no deben ser responsabilizadas, sino acompañadas”, escribió la Asociación Colombiana de Epidemiología que ella lidera en un comunicado el miércoles.
Lo publicaron luego de que el presidente Petro hiciera el anuncio en su cuenta de X con un mensaje que causó más de un malentendido. “Comunicar salva vidas”, escribieron desde esa Asociación. No pedían mayor cosa: generar confianza, orientar la acción, prevenir el pánico, mostrar empatía, hablar con evidencia en mano y comprender a las comunidades y no responsabilizarlas. No estaban de acuerdo en que señalaran como culpables a algunas zonas afectadas, pues se podría erosionar la confianza.
El Presidente, por el contrario, responsabilizó a la gente que ha talado madera ilegalmente “y empezó a mover el mosquito hacia la gente”. También escribió que “el turismo de Semana Santa puede llevar los mosquitos a Bogotá y a las grandes ciudades”.
A Julián Fernández-Niño, subsecretario de Salud de Bogotá, no le hizo mucha gracia el anuncio. En un video le explicó al mandatario por qué en la capital no habrá transmisión de fiebre amarilla. Su altura, cercana a los 2.600 metros sobre el nivel del mar, y su temperatura, impiden que haya mosquitos que transmiten la enfermedad. Petro se retractó, pero lo tildó de “negacionista climático”, algo que asombró tanto Fernández y a sus colegas.
“Insisto: en estos contextos hay que comunicar el riesgo de manera clara, con evidencia y generar confianza”, recalca Zapata Bedoya. Claro, añade Javier Idrovo, epidemiólogo y profesor de la Universidad Industrial de Santander: también es útil aumentar la percepción de riesgo: “Desde hace meses era baja y la situación puede complicarse y los gobernadores y alcaldes tienen que sumar esfuerzos porque la vigilancia es una tarea compartida”.
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