*Este artículo contiene temáticas que abordan la muerte por suicidio e intento de suicidio. Se recomienda que, ante identificación de síntomas, se consulte a un profesional de la salud o se acuda a las líneas gratuitas según la ciudad de residencia para obtener el tratamiento adecuado.
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Lo primero que dicen es que no te lo tomes personal. Que muchos factores pudieron llevar a esa persona a tomar la decisión. Lo segundo, que no tienes la culpa, y lo tercero, que no vale la pena preguntarse si algo pudo ser diferente: que una persona cercana a ti decidiera quitarse la vida.
Escribo este artículo porque me pasó, pero no por eso voy a entrar en detalles. No es necesario. Al principio, me enfoqué demasiado en lo que la pérdida significaba para mí; en cómo me afectaba y en lo triste que era mi tristeza. Todo eso junto a una mezcla de culpa, vergüenza y arrepentimiento.
Preguntas de qué pudo hacerse diferente; qué se habría evitado al hacer una llamada, escribir un mensaje. Hubo una especie de pudor, también, al contarle a las demás personas lo que había pasado con mi ser querido. Me fue preferible camuflar lo que sucedió con un accidente. “Se accidentó”, dije en más de una ocasión, para que, al final, todo se resumiera en lo que dice la escritora brasilera Clarice Lispector en uno de sus poemas: “hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice”.
Cada vez más suele hablarse de salud mental y prevención del suicidio. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) tienen un manual para que los periodistas escribamos sobre el tema, pero poco se menciona lo que sucede con los familiares, amigos y personas cercanas de quienes se quitan la vida, o intentan hacerlo. Gabriel Oviedo, Jefe de la Unidad de Salud Mental del Hospital Universitario San Ignacio, relata que, desde su experiencia, brindar apoyo a estas personas es complejo. Sentimientos como rabia, confusión y dolor son bastante recurrentes. “Pero la culpa es la sensación que reina. En ese sentido, es importante construir un proceso de duelo que valide las emociones y no le reste importancia al dolor”, señala Oviedo.
El psiquiatra Juan Manuel Santacruz, anterior presidente y ahora integrante de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, pone en perspectiva el problema: “Según lo que hemos visto, una persona que muere por suicidio puede impactar a 6 personas a su alrededor como segundas víctimas”.
Santacruz y Oviedo advierten que los casos de muerte por suicidio han aumentado en Colombia durante la última década. Así puede verse en el último informe del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en el que se describe que la tasa nacional era de 6,59 muertes por suicidio por cada 100.000 habitantes en 2023, lo que correspondió a un aproximado de 3.195 casos. Esta cifra representa un aumento respecto a 2022, cuando ese valor era de 6,16 por cada 100.000 habitantes, lo que equivale a 2.952 fallecimientos.
Oviedo va más allá y señala que el aumento responde a múltiples factores, entre ellos el incremento del malestar emocional crónico a nivel mundial tras la pandemia, así como una mayor carga de trastornos por ansiedad y depresión, que aumentaron en un 25 % y 30 %, respectivamente.
Sin embargo, el último boletín estadístico mensual del Instituto Nacional de Medicina Legal publicó los casos de muertes por suicidio registrados entre enero y febrero de 2025, con un total nacional de 414. Esto, según se lee en el documento, representa una disminución del 13 % respecto al mismo periodo de tiempo en 2024, cuando hubo 480 muertes por suicidio. Bogotá es la ciudad con mayor número de hechos, con un total de 52. “Cuando finalizamos 2024, el número de casos también tenía una tendencia a la baja, y esta continuó en el inicio de 2025. No son cifras determinantes, pero nos brindan un panorama un poco más positivo”, explica Santacruz.
Construir un duelo difícil de elaborar
El doctor Carlos Palacio, médico psiquiatra y docente de la Universidad de Antioquia, menciona una realidad: hablar de la muerte es complicado, y hablar del duelo mucho más. Definirlo es complejo, pero Palacio lo resume como el proceso que los seres humanos hacemos ante la realización de una pérdida. A menudo se elabora en soledad, otras veces en colectivo, y tiene diferentes etapas: primero viene la negación, luego los sentimientos de rabia y culpa, y es inevitable que se vivan momentos de depresión. La aceptación, dice, es el último paso. “Pero en la muerte por suicidio esta linealidad es bastante compleja, pues hay elementos contradictorios: no es lo mismo que alguien fallezca violentamente o de una enfermedad, a que alguien decida quitarse la vida. Ante esto último no hay preparación, sino sorpresa. Además, está la intencionalidad del individuo”, describe.
Ante ese panorama, Palacio explica que es inevitable que el entorno afectivo experimente una serie de cambios emocionales y psicológicos significativos. Una de las respuestas más comunes, según él, es el aislamiento: cada individuo se retrae y hablar resulta vergonzoso. “Incluso, algunas religiones prohíben el suicidio, y eso lo hace aún más difícil todavía”, agrega Palacio.
Paulo Daniel Acero es psicólogo de la Universidad Nacional y ha dedicado parte de su carrera a guiar a las personas en la construcción de ese duelo. Él comenta que un factor clave para reducir el estigma es hablar de él. “Está bien mencionar la palabra suicidio. Lo que importa es la manera en que se nombra. Las palabras tienen poder. Por eso, no se habla de ‘cometer’ suicidio, sino de muerte por suicidio”, sostiene.
Un elemento fundamental durante todo el proceso, menciona Acero, es aceptar que cada duelo tiene una construcción personal. Para comprenderlo mucho mejor, el psicólogo recuerda que todas las interacciones humanas están llenas de símbolos. Son ellos los que forjan la singularidad de las relaciones familiares, amistosas o mínimamente cercanas, y son esos mismos símbolos los que pueden crear puentes para aceptar la muerte del ser querido. “Por ejemplo, hacer rituales de despedida a partir de una actividad que disfrutaban hacer juntos puede brindar una especie de cierre. También se pueden buscar grupos de apoyo que se enfoquen en ese tema. En los colegios, ante la muerte por suicidio de un compañero, también suelen hacerse terapias grupales que apelen a la desculpabilización. Lo mismo en las intervenciones que suelen ser familiares”, cuenta Acero.
Las personas allegadas, además, pueden desarrollar una serie de sintomatologías. Palacio explica que esta puede abarcar desde trastornos por ansiedad y depresión, hasta alteraciones del sueño, pérdida de apetito, dolores de cabeza e, incluso, estrés postraumático. “Incluso, entre familiares y amigos puede suceder que se comiencen a atribuir culpas”, detalla.
Por eso, en palabras de Santacruz, también se debería brindar atención psicológica y, en ciertas ocasiones, psiquiátrica, ya que “las personas del círculo de quien murió por suicidio también está en riesgo y se podría presentar lo que conocemos como epidemia. Esto significa que, cuando una persona decide quitarse la vida, genera una conversación sobre ese tema entre sus seres queridos, o incluso un rechazo total a mencionarlo. Puede ocurrir que, en ambos casos, la idea del suicidio se plante en cada persona como una posibilidad, convirtiéndose en un riesgo latente de que ocurra un efecto cascada”.
Para evitar que eso suceda, algo en lo que concuerdan todos los expertos consultados para este artículo es en que no se debe glorificar a quien muere por suicidio. “Si se glorifica, hay personas que pueden verlo como una manera de que se les reconozca o se les enaltezca, y no. Eso es bastante peligroso”, menciona Acero.
Acompañar sin juzgar
El 2 de diciembre de 2024, José Escobar y Camila Luján vivieron el mismo evento: una de sus personas más cercanas intentó quitarse la vida en horas de la noche y fue trasladada a una unidad de cuidados intensivos de Medellín. Tras la confirmación de que salió con vida después de varias intervenciones quirúrgicas, ambos tuvieron pensamientos similares. “¿Fue algo que dije? Es la pregunta que, desde entonces, invade mis pensamientos. Pasar de la culpa a la angustia; de la esperanza a la desazón, es la dinámica a la que me he ido acostumbrando con el tiempo. Y aunque ella sobrevivió, una parte suya se fue con esa parte mía que tampoco volverá”, recuerda Luján.
Escobar ya había experimentado el intento de suicido de otro de sus mejores amigos a finales de 2023. “¿Por qué no hice nada? ¿Cómo es posible que no me hubiera alarmado ante sus conductas? ¿Será que estaba muy enfrascado en mi trabajo? Sentí que había sido un mal amigo, que no estuve presente cuando él me necesitaba. Sentí mucha culpa”, relata.
Santacruz afirma que los intentos de suicidio suceden unas 10 a 20 veces más que el suicidio como tal. “Es más frecuente en mujeres”, advierte. “Por 3 mujeres que intentan suicidarse, lo intenta hacer un hombre”. La veeduría ciudadana Medellín Cómo Vamos (MCV) realizó una alerta reciente para esa ciudad: el intento de suicidio en mujeres entre los 14 y 24 años en la capital antioqueña: de los 2.892 casos que se presentaron durante 2023, 1.908 fueron mujeres. Esta cifra representó un aumento frente a los 1.658 casos de mujeres que se presentaron en 2022, según el Observatorio de Salud de la Alcaldía de Medellín.
En Bogotá el panorama es similar: según cifras del Observatorio de Salud de Bogotá, en 2023 hubo 8.212 intentos de suicidio, cifra que aumentó en 2024, con un total de 8.582. De esa cifra, 3.082 fueron hombres, y 5.500 fueron mujeres.
Oviedo explica que, ante un intento de suicidio, lo que profesionales de la salud especializados en el tema le recomiendan al círculo cercano es no señalar ni culpabilizar a la persona. Evitar juicios y reproches a toda costa. “Debe haber un apoyo muy empático con quien hizo el intento”, explica. Oviedo describe que, una vez se recibe el caso, el personal de salud también intenta establecer una escucha activa, sin juicios. “Y si hay historia de intentos previos, el acompañamiento se vuelve más determinante. El 90 % de quienes intentan un suicidio tienen enfermedades físicas o mentales. Por ejemplo, un factor de riesgo es que el paciente haya sido diagnosticado con ciertos trastornos, como bipolaridad, esquizofrenia, Trastorno Límite de Personalidad (TLP), depresión y ansiedad severas”, cuenta.
Luego, los profesionales determinan el riesgo de cada paciente y, a partir de ello, se hace un manejo. El riesgo es moderado, declara Oviedo, cuando hay una red de apoyo estrecha que pueda vigilar a su ser querido. “Allí se puede hacer un plan de seguimiento a partir de psicoeducación, reducción de acceso a armas letales, y validación de sentimientos”, continúa. Sin embargo, en quienes tienen un riesgo más alto a veces se debe acudir a la hospitalización voluntaria o involuntaria, con diferentes grados de vigilancia por parte del personal médico. En últimas, el tiempo que permanezca en cama depende de la gravedad.
La capacidad de cobertura es otro elemento que, según Oviedo, complica la debida atención de casos de intento de suicidio. En sus palabras, en el sector privado, algunas pólizas de seguros de vida suelen excluir o restringir la cobertura en casos de suicidio, sobre todo un par de meses después de la contratación. “Consideran que hay un riesgo moral”, explica. “También porque hay una dificultad para determinar la intencionalidad: las líneas entre suicidio, accidente o enfermedad puede ser ambigua”.
Ahora, en el Sistema General de Seguridad Social, Oviedo detalla que, a pesar de que desde 2013 existe la Ley 1616 que aborda la salud mental en Colombia, todavía queda un largo camino para su implementación. “Aunque es obligación que se atienda todo lo relacionado con el suicidio, tanto en urgencias como en el seguimiento de casos, en la práctica real hay dificultades. La red de salud mental no está fortalecida en el país: nos hacen falta especialistas, trabajadores sociales y centros para la atención. A veces se dilatan o incluso se niegan los servicios ”, relata.
Palacio lo complementa y manifiesta que los servicios de urgencias tienen que tener un entrenamiento, capacitación y formación adecuada con la que a veces no cuentan en su totalidad. “Agregado a eso, puede que un médico esté desbordado y, justo en ese momento, reciba un caso de intento por suicidio. Ante ese panorama, el personal de salud debe saber manejar sentimientos complejos, como la rabia y la impotencia”, dice Palacio.
Además, como lo mencionamos en este artículo, la deficiencia de camas psiquiátricas en el país impacta la continuidad y la calidad de atención en salud mental. Oviedo pone en perspectiva el problema: en nuestro país hay menos de 5 camas psiquiátricas por 100.000 habitantes, cuando la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dictamina que deben ser al menos 30 camas por 100.000 habitantes. La misma situación se presenta con la cantidad de profesionales en salud mental. “En 2023, sabíamos que había alrededor de 1.400 psiquiatras en el país, lo que corresponde a aproximadamente 3 profesionales por 100.000 habitantes en el país. Esto está muy por debajo de lo requerido. Sin contar que los especialistas están concentrados en las capitales del país, como Medellín, Bogotá y Cali, dejando un poco a la deriva a las demás regiones”, menciona Oviedo.
Una muerte prevenible
Santacruz hace una diferenciación importante: no es lo mismo querer morirse a querer matarse. Ambos enunciados pueden ser similares, pero tienen implicaciones diferentes. El primero supone algo de pasividad, que denota un deseo de desaparecer y no querer seguir en padecimiento. El segundo tiene que ver con una planeación más activa, con una intencionalidad que puede tener impulsos suicidas directos. “Los pacientes que nos consultan por esto sienten mucha vergüenza y tienen reproches hacia ellos mismos. Estas manifestaciones están marcadas en un hecho de vivir diferente; quieren acabar ciertas porciones de ese sufrimiento que viven, pero en el acto suicida se termina acabando todo el ser”, describe Santacruz.
Todos los expertos concuerdan en que es útil que las personas conozcamos algunos signos de alarma que, según la epidemiología, pueden ser indicadores de que una persona podría intentar quitarse la vida. Los más comunes son el aislamiento social repentino abrupto o progresivo, la pérdida de interés en actividades que antes resultaban placenteras, los cambios bruscos del ánimo, las conductas autodestructivas, el consumo de sustancias, y algunas frases más explícitas en que las personas manifiestan un deseo por dejar de existir. También influyen rupturas amorosas, matoneo escolar o laboral, y pérdidas económicas significativas.
Santacruz comenta que en la Asociación Colombiana de Psiquiatría han realizado varias campañas de prevención del suicidio. Una de ellas se llama “Prevenir es preguntar”, que está enfocada a hablar directamente del tema. “Las personas suelen pensar que hablar del suicidio es inadecuado, pero, lo que sabemos desde la psicología y la psiquiatría es que, si se hace de la forma correcta, disminuye las tasas de suicidio. Hacerlo mal sí puede tener una consecuencia negativa. Lo que no se debe hacer es incentivarlo o validar la idea”, explica.
A diferencia de las enfermedades físicas, las mentales se pueden tratar exitosamente y, en palabras de Santacruz, hay tratamientos que pueden ser muy efectivos. “Las tasas de éxito pueden ser mucho mejores que otras condiciones médicas. Por ello, ante una persona que esté presentando señales de alarma, o en quienes están realizando un duelo, buscar ayuda profesional resulta clave”, enfatiza Santacruz.