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El boom del bótox y el ácido hialurónico destapa un vacío normativo en Colombia

El auge de los procedimientos estéticos no quirúrgicos avanza más rápido que la regulación que debería vigilarlos. En Colombia, mientras la toxina botulínica (bótox) y el ácido hialurónico se popularizan como tratamientos casi rutinarios, persisten vacíos normativos que dejan en el aire quién está realmente autorizado para aplicarlos.

Daniela Bueno

07 de diciembre de 2025 - 09:00 a. m.
El año pasado, solo los cirujanos plásticos realizaron 7,8 millones de procedimientos con toxina butolínica, conocida popularmente como bótox, según la ISAPS.
Foto: pixabay
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¿Les suena el nombre de Kris Jenner, la “matriarca” de la reconocida familia Kardashian Jenner? Hace unas semanas, celebró su cumpleaños 70, pero no fue su edad lo que acaparó la atención de los medios (¿por qué tendría que hacerlo?), sino su apariencia. Días antes, su imagen rondaba en redes sociales y en la prensa: “El cambio físico de Kris Jenner antes de cumplir los 70 años” o “¿Qué se hizo Kris Jenner? La socialité sorprende con su apariencia rejuvenecida”. Incluso hoy, si busca “Kris Jenner” en Google, la primera pregunta sugerida es: ¿qué se hizo?

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La respuesta, en realidad, es menos misteriosa de lo que parece. Aunque Jenner no ha dicho exactamente qué se hizo en esta ocasión, a lo largo de los años, tanto ella como sus hijas han hablado abiertamente del uso de sustancias como la toxina botulínica (conocida como bótox, aunque esta es solo una marca), y el ácido hialurónico, que seguramente todos hemos escuchado alguna vez. Con estas sustancias se puede suavizar líneas de expresión, devolver volumen perdido e incluso “reponer” ciertos tejidos para lograr una apariencia más fresca y juvenil.

Las Jenner, aunque archifamosas, no son las únicas que conocen y usan estos “retoques”. En los últimos años, los procedimientos de este tipo han aumentado un 42 % en el mundo, según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS). Quienes los promocionan los describen como rápidos, “fáciles”, temporales y sin necesidad de anestesia. Por eso, se suele decir que son “mínimamente invasivos”, una expresión que quedó instalada en la opinión pública, pero que no convence del todo a varios profesionales de la salud.

“Ese término ha cambiado dentro del mundo de la estética: hoy incluso a una laparoscopia —donde se introduce una cámara para ver el interior del abdomen o la pelvis— o a un bypass los llaman procedimientos mínimamente invasivos”, opina Daniela Durán, odontóloga de la Universidad Nacional de Colombia. De hecho, una investigación publicada el año pasado en Anais Brasileiros de Dermatologia, la revista científica de la Sociedad Brasileña de Dermatología, advierte que es incorrecto llamarlos así y que el uso de términos que suavizan o minimizan su complejidad “puede dificultar que la población entienda los riesgos que conllevan”.

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En otras palabras, eso de “mínimamente invasivo” no es tan mínimo como suena. Creerlo así, además, ha llevado a que muchas personas piensen que, por tratarse de algo “simple”, basta con una inyección, un pinchazo, una cosa sin mayor ciencia… y que cualquiera puede aplicarla. En Colombia, esto se agrava por un vacío legal que preocupa cada vez más a médicos y científicos: no hay tanta claridad sobre quién puede (o no puede) realizar este tipo de procedimientos. La normativa deja zonas grises y, al final, está abriendo la puerta para que personas sin la formación adecuada los ofrezcan como si fueran servicios de nulo riesgo.

El vacío legal

Cuando se habla de estos procedimientos, hay dos sustancias, o moléculas, que están presentes en casi todos. Por un lado, está la toxina botulínica, “uno de los pilares más importantes del rejuvenecimiento”, describe Ernesto Barbosa, cirujano plástico, miembro de la ISAPS, y de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica Estética y Reconstructiva (SCCP), que, entre otras cosas, sirve para suavizar las arrugas. Este fue el más común en 2024 en el mundo. Solo los cirujanos plásticos realizaron 7,8 millones de procedimientos con esta molécula, según ISAPS.

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El segundo en la lista es el ácido hialurónico que también se utiliza para la corrección de arrugas y pliegues, así como para restaurar la pérdida de volumen de los tejidos blandos causada por el envejecimiento, en el área estética. El uso de rellenos dérmicos de ácido hialurónico aumentó un 53 % desde 2012 hasta 2019 (cuando se aplicaron 5.416.274 inyecciones), según la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos y la Sociedad Estadounidense de Cirugía Dermatológica.

Aunque estos procedimientos suelen ser seguros, no están exentos de riesgos. De acuerdo con un estudio publicado en abril de este año en Journal of Cosmetic Dermatology, las complicaciones de aparición temprana pueden incluir hematomas, edema, reacciones de hipersensibilidad, asimetría e irregularidades, infecciones y compromiso vascular. Las complicaciones de aparición tardía pueden incluir migración del relleno, reacciones granulomatosas (un tipo de inflamación), reacciones de hipersensibilidad retardada e infecciones. Lina Triana, cirujana plástica colombiana, miembro y expresidente de la ISAPS, agrega otro par. “Si el producto tapa un vaso sanguíneo, puede producir un trombo, y eso a su vez puede provocar que se muera ese pedazo de piel. Hay sitios de la cara donde hay más riesgo, por ejemplo, en el ceño donde pasa una artería, y si por desgracia se va producto por esa artería (la supratroclear) puede provocar ceguera”.

Son sustancias que, además, no pueden permanecer en el cuerpo para siempre. La toxina botulínica se degrada de manera natural con el paso de los meses, y el ácido hialurónico —una molécula que el propio cuerpo produce— termina siendo descompuesto y degradado por enzimas naturales. El problema aparece cuando lo que se inyecta no es realmente ácido hialurónico, sino una mezcla adulterada. “Todo lo que pongamos en nuestro cuerpo y que este no sea capaz de degradarse se llama biopolímero”, aclara Triana. Esto significa que el cuerpo no reconoce esa sustancia, no sabe deshacerla ni eliminarla, y empieza a defenderse: la encapsula, la inflama, intenta expulsarla. Con el tiempo, esa reacción puede provocar deformidades, endurecimientos, dolor, infecciones, migración del producto a otras zonas e incluso algo más grave que requiere cirugía.

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Otros estudios señalan que factores como la calidad del producto, la variabilidad de la anatomía facial y la falta de competencia profesional están detrás de muchos de estos eventos adversos. Hagamos entonces un ejercicio sencillo. Si usted entra en una red social como Instagram y escribe “armonización facial”, aparece una primera lista de unos, aproximadamente, 60 perfiles. Pero apenas se empieza a deslizar, la plataforma ofrece decenas de recomendaciones adicionales. Entre esos perfiles, algunos se presentan como médicos estéticos; otros como cirujanos plásticos, esteticistas, cosmetólogos, odontólogos o simplemente enfermeros.

¿Realmente todos pueden aplicar estos procedimientos? Hace dos años, el Congreso aprobó la Ley 2316 de 2023, que busca prohibir y sancionar el uso de sustancias modelantes no permitidas (los famosos biopolímeros) en tratamientos estéticos. Esa misma ley le encargó al Ministerio de Salud dos tareas: publicar un listado oficial de las sustancias autorizadas (entre ellas quedó el ácido hialurónico) y otro con “las instituciones y profesionales habilitados para la realización de estos procedimientos”.

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Para cumplir con esa segunda tarea, el Minsalud convocó a distintos actores del sector: sociedades científicas, representantes académicos y delegados de varias profesiones y especialidades. Durante 2024 y comienzos de 2025, el Ministerio realizó varias mesas técnicas (incluidas reuniones en noviembre de 2024 y febrero de 2025) para revisar y ajustar qué especialidades debían hacer parte de lo que denomina “el listado de especialidades habilitadas para realizar procedimientos con fines estéticos que involucren el uso de sustancias modelantes permitidas”.

El resultado fue un listado compuesto, principalmente, por profesionales de medicina y odontología con formación quirúrgica avanzada. Entre otros, quedaron incluidos especialistas en cirugía plástica, dermatología (y sus ramas quirúrgicas), cirugía maxilofacial, cirugía plástica facial, otorrinolaringología con énfasis en cirugía estética facial, cirugía oncológica y reconstructiva, y cirugía de mano y de la parte maxilofacial. Según el Ministerio de Salud, estas son las especialidades que hoy cuentan con una formación académica “que permite el desarrollo de las competencias necesarias para la realización de procedimientos estéticos, médicos o quirúrgicos, que involucren el uso de sustancias modelantes permitidas”.

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El problema, sin embargo, y según una respuesta oficial que la cartera de Jaramillo le envía a Omar Giraldo León, el presidente del Colegio Colombiano de Odontólogos, es que este listado “no tiene un carácter restrictivo para el ejercicio profesional”, sino que su propósito es informar a la ciudadanía “los profesionales habilitados para la realización de los mencionados procedimientos”. A Giraldo, entonces, le inquieta algo: ¿qué pasa con los procedimientos odontológicos con fines terapéuticos funcionales que también usan estas sustancias?

¿Odontólogos aplicando bótox por estética?

Tanto la toxina botulínica como el ácido hialurónico no se usan únicamente en tratamientos estéticos. También tienen aplicaciones terapéuticas importantes. Por ejemplo, la toxina botulínica se utiliza para tratar el bruxismo —una condición que provoca desgaste dental, dolor muscular y cefaleas tensionales— y la disfunción temporomandibular, un trastorno que afecta la articulación que conecta la mandíbula con el cráneo. Para Giraldo, quien además de odontólogo es abogado, “la Ley 2316 de 2023, al centrarse sobre todo en los usos estéticos, deja abiertas varias preguntas sobre la aplicación de sus disposiciones (y de su reglamentación) en aquellos casos donde estas mismas sustancias, aunque catalogadas como ‘modelantes’, son empleadas por odontólogos con fines terapéuticos y funcionales”.

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Cuando los mismos productos se usan para tratar dolor, mejorar funciones alteradas o manejar trastornos musculares y articulares, pasan a un escenario distinto, propio de la práctica clínica. Y es allí donde surgen las dudas. ¿Deben los odontólogos que usan estas sustancias con fines terapéuticos cumplir los mismos requisitos que quienes las emplean para armonización facial? ¿La autoridad sanitaria debería evaluar y vigilar estos productos de la misma manera, aun cuando su propósito no sea modificar la apariencia, sino mejorar la función? ¿O tendría sentido que existieran criterios específicos para los usos estrictamente clínicos, no estéticos?

Nada de eso queda claro en las directrices del Minsalud, a quien consultamos para este artículo, sin obtener respuestas hasta el cierre de esta edición. Al no diferenciar con claridad entre los fines clínicos y los fines estéticos, la ley crea zonas grises sobre quién puede aplicar determinadas sustancias y bajo qué requisitos.

En otras palabras, podría abrir la puerta a interpretaciones laxas que algunos podrían usar para justificar procedimientos estéticos como si fueran terapéuticos.

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Precisamente, y en línea con esa ambigüedad, aparece otro punto clave: hasta dónde llegan realmente las competencias de un odontólogo. Otra ley, (la 35 de 1989, que se conoce como el Código de Ética Odontológica) estableció que su práctica se limita a los dientes, los maxilares y los tejidos que conforman el sistema estomatognático. Pero aquí el primer nudo: aunque la palabra suena técnica, ninguna norma define con precisión qué comprende exactamente ese sistema estomatognático.

Como explica Cristhian Cárdenas, abogado especialista en Derecho Sancionatorio, el término se ha interpretado de forma amplia, pues involucra estructuras de la cara relacionadas con los sistemas digestivo, respiratorio, fonológico y movimientos de expresión facial. Esa amplitud interpretativa ha sido la base para que muchos defiendan que la armonización orofacial —un conjunto de procedimientos que sí tienen impacto estético— puede ser realizada por odontólogos en Colombia.

Sin embargo, como advierten Cárdenas y Daniela Durán, odontóloga de la UNAL, cuando revisaron los planes de estudio de las facultades de Odontología en el país encontraron algo bastante inquietante: ningún programa incluye formación específica en armonización facial. Su análisis, que será publicado en Acta Odontológica Colombiana, muestra que existe un desfase entre lo que algunos profesionales están haciendo y lo que realmente están formados para hacer.

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Para Andrés Bastidas, cirujano plástico facial y docente en la Universidad de Antioquia, hay una distinción que tiene ser muy clara: que un odontólogo conozca el sistema estomatognático (que incluye estructuras de la cara y el cuello) es indispensable para diagnosticar en su área, pero eso no lo convierte en el profesional idóneo para realizar procedimientos como una lipopapada (la eliminación de grasa bajo el mentón) o una bichectomía (la extracción de bolsas de grasa en las mejillas). “No tiene el entrenamiento para este tipo de intervenciones, ni tampoco para manejar las posibles complicaciones que pueden presentarse”, explica.

El análisis de Cárdenas y Durán va en la misma dirección. Según su revisión de la normativa vigente, el único especialista de la odontología con competencia para intervenir el tercio superior, medio e inferior de la cara es el cirujano maxilofacial. Y lo es por una razón clara: esta especialidad, que exige cuatro años de formación adicional, incluye un estudio profundo de los planos anatómicos y de las técnicas quirúrgicas necesarias para operar de manera segura en esas zonas.

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Pese a eso, algunos odontólogos, —pero no solo ellos, sino otros profesionales de la salud y esteticistas o cosmetólogos—, se identifican como especialistas en armonización facial. Pero en Colombia no existe un posgrado sobre esto. La mayoría afirma entonces haberse formado en Brasil, donde la armonización orofacial sí es una especialidad odontológica formal. Allí, los programas exigen un mínimo de 500 horas y al menos una docena de instituciones ofrecen esa formación. Cárdenas consultó al Ministerio de Educación en febrero de este año si algún título de armonización orofacial obtenido en Brasil había sido convalidado, y la respuesta fue clara: hasta ese momento, ninguno.

Es decir, aunque es posible encontrar muchos “especialistas en armonización facial” en las redes sociales colombianas, en la práctica no existe un título oficial que respalde esa especialidad en el país. A lo último se suma una preocupación que no es menor: la proliferación de diplomados y cursos exprés en el país. Se ofrecen capacitaciones de hasta 5, 20 o 40 horas donde se enseñan técnicas para aumentar el volumen de los labios, perfilar la nariz o aplicar rellenos dérmicos.

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La Secretaría de Salud de Bogotá es clara en este tema: “un odontólogo únicamente puede realizar dichos procedimientos cuando su formación de pregrado o posgrado formalmente reconocida en el país, incorpore estas competencias, sin que la educación informal o la capacitación complementaria puedan suplir o reemplazar la formación académica exigida por la ley”. Por esto, una de las solicitudes que hacen los profesionales es que el Ministerio de Educación, en conjunto con las sociedades científicas de odontología y medicina estética “establezca lineamientos claros y estándares mínimos para estos diplomados”, enfatiza Giraldo, del Colegio de Odontólogos, pues la disparidad en la calidad y el contenido de estos programas, “puede generar incertidumbre y riesgos para los pacientes”, agrega.

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