El día en el que se escribe este texto se han presentado 935 casos de sarampión en Estados Unidos. Hay varios brotes; también ha habido tres muertes. En Canadá la situación no es muy distinta (se han confirmado 1.019 casos) y en México la Secretaría de Salud está corriendo para contener el brote, que ya infectó a 421 pacientes y causó un fallecimiento. Mientras tanto, hace un par de días declararon alerta epidemiológica en Ecuador por el incremento de casos de tos ferina (321), lo que también tiene nerviosos a varios en Colombia: han detectado 184 casos este año (en 2024 solo hubo once). Sobre la fiebre amarilla, el último reporte del Ministerio de Salud confirma que hay 62 pacientes con el virus en los últimos cinco meses y 25 han fallecido.
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Y aunque hay vacunas contra el sarampión, la tos ferina y la fiebre amarilla, por diversos motivos, muchos ciudadanos no se la aplicaron y son los que, en su mayoría, han enfermado. Otros, como ha sucedido con algunos habitantes de Tolima, no habían podido acceder a ellas. Son situaciones que han hecho que todos los gobiernos impulsen campañas de vacunación para evitar que los brotes proliferen.
Después de todo, Angus Deaton —ganador del Premio Nobel de Economía— escribió en El gran escape que las vacunas están en la lista de éxitos grandiosos (junto a los antibióticos y el acceso al agua potable), que nos han permitido escapar de la muerte. Por su parte, Steven Pinker, en su obra En defensa de la ilustración, anotó que la vacunación hizo posible que, a partir del siglo XVII, la balanza se inclinara a favor de los humanos en la lucha contra las enfermedades.
Entre los ejemplos planteados por Pinker había uno conocido que repiten en las facultades de medicina: el de la viruela, que mató a 300 millones de personas el siglo pasado, hasta que finalmente se erradicó del planeta. El último caso se diagnosticó en Somalia en 1977, tras una exitosa estrategia de vacunación que duró una década y salvó 131 millones de vidas. Pero la historia que no es tan usual en los pasillos de la academia es la de la primera “vacuna” que llegó a Colombia un par de siglos antes para contener, precisamente, los brotes de viruela.
La historia la reconstruyó el periodista Carlos Dáguer en un libro que lanzó hace poco y está en la Feria del Libro: De brazo en brazo: la odisea de una vacuna (Planeta). En él, cuenta que, posiblemente, el virus de la viruela llegó en 1558 en un barco de esclavos y, desde entonces, hubo brotes que pusieron en serios aprietos a los habitantes del Nuevo Reino de Granada. Uno de los momentos más inquietantes fue la epidemia de 1782 y 1783, que provocó entre 3.000 y 7.000 muertes. La cifra puede no ser tan precisa, pero fue uno de los primeros campanazos que motivó, escribe Dáguer, la primera campaña mundial de vacunación: una travesía de más de diez años en los que un catalán y varios acompañantes atravesaron el océano Atlántico, navegaron por el río Magdalena y ascendieron a muchas montañas para evitar futuras epidemias.
Dáguer, quien ha estado en diversos sectores de la salud, descubrió que el catalán se llamaba José Salvany y reconstruyó parte de su vida tras examinar unos 3.000 folios, que están, entre otros, en el Archivo General de las Indias, en Sevilla; el Archivo General de la Nación o en el Archivo Central del Cauca. El resultado es un libro de más de 450 páginas que narra esa travesía con exceso de detalles y sin coquetear con la ficción. Los vacíos que no pudo llenar con las cartas y los relatos de quienes participaron en esa odisea los completó con las descripciones de viajeros como Alexander von Humboldt, quien en su paso por Colombia estableció una nueva visión de la naturaleza y de un mundo interconectado —diría Andrea Wulf , su biógrafa—.
El viaje de Salvany comenzó en La Coruña, España, en noviembre de 1803. Partió con la idea de llevar al Nuevo Mundo la vacuna contra la viruela, donde la habían solicitado. La noticia de que un médico inglés había descubierto un método (en 1796) para prevenir la infección se difundió con rapidez y los ciudadanos neogranadinos la necesitaban con urgencia: en 1802 otra epidemia atacaba a los habitantes de Santa Fe de Bogotá; además, las erráticas maniobras de los gobernantes para contenerla desataron una pelotera entre los cabildos, la Iglesia y el virrey.
Pero lo que traía Salvany en su embarcación, como subdirector de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, no era propiamente una vacuna como hoy la conocemos; eran 22 niños que reclutaron de orfanatos españoles para que se traspasaran de brazo en brazo un pus que brotaba de los granos de la viruela. La idea era que no se rompiera la cadena y se mantuviera “viva” esa materia, cuyo origen fueron las vacas, hasta llegar a tierra firme. El médico inglés Edward Jenner había descubierto que la manera de generar inmunidad entre los humanos era inocular el pus de la infección que producía en ellos el virus de la viruela vacuna.
Dáguer relata que la primera travesía por el océano duró 34 días. El grupo llegó a Puerto Rico, donde se llevaron una sorpresa: ya 1.500 personas tenían la cicatriz en sus brazos, reflejo de que les habían traspasado el pus, algo que sucedió en otros lugares (incluso en Colombia). Luego, partió hacia La Guaira, al norte de Caracas, donde naufragaron y gracias a cuatro niños pudieron mantener viva la “vacuna” para continuar la expedición.
El viaje, sin dar muchos rodeos, siguió por el Caribe colombiano, a bordo de embarcaciones impulsadas por bogas en el río Magdalena, en medio del calor, los mosquitos y la falta de plata. Poco a poco, siguió por la cordillera oriental y la zona andina, para luego ir al sur y continuar hacia Perú. El autor escribe que fueron vacunados indios, negros, enfermos, ricos y sanos, en medio, claro, de una que otra pelea política. Como ocurre ahora, más de uno quería sacar pecho por los logros en salud pública que otros alcanzaron, desconociendo los éxitos de quienes sí habían cumplido sus tareas sanitarias. Al parecer, la campaña terminó en marzo de 1816, seis años después de la muerte de Salvany; En total, duró trece años.
“Los relatos sobre la expedición suelen exaltar la figura de Francisco Javier Balmis, el director de esa gesta, pero proporcionalmente subestiman a su subdirector, José Salvany, el responsable de diseminar la vacuna”, dice Dáguer ahora. “De brazo en brazo quería reivindicarlo, pues fue él quien creó nuestras primeras instituciones de salud pública”. El libro también fue impulsado por otra motivación, un poco más íntima: es un homenaje a Alejandro Dáguer Espejo, su papá, que murió por covid-19.
Alguna vez, Dáguer (hijo) dijo que reconstruir ese capítulo de la salud colombiana le tomó 1.444 días de investigación, en los que organizó la información en cuadros de Excel y en líneas de tiempo. Quería escribir la historia desde antes de la pandemia, cuyas medidas de higiene, escribe en las últimas páginas, no fueron una coincidencia, sino una herencia de aquellos años olvidados. Después de todo, pocos asuntos como la salud pueden paralizar un país o motivar travesías de 4.500 días.
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