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El hombre que incomoda a las farmacéuticas

Gracias a este caleño, el TLC con EE.UU. no puso en riesgo el acceso a fármacos en el país. En su último libro analiza los mitos de la industria y explica por qué estamos en una guerra que causa 10 millones de muertes al año.

Sergio Silva Numa
14 de septiembre de 2014 - 02:00 a. m.
Germán Holguín, director de la Fundación Misión Salud.  / Cristian Garavito - El Espectador
Germán Holguín, director de la Fundación Misión Salud. / Cristian Garavito - El Espectador
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“¿Cuál es mi angustia? Que esta guerra nos está dejando diez millones de muertos al año. Este, repito, es el mayor problema que enfrenta hoy la humanidad. Pero hay algo peor: la mayoría de la población ignora el tema, lo desconoce. De eso no se puede hablar, porque al que hable lo tildan de loco. Sí, loco. Y hay quienes saben de qué se trata, pero lo asumen como algo natural, como un hecho irremediable. Creen que se da porque así tiene que ser. Y yo creo que no, que así no debe ser. El mundo tiene que reaccionar. Es hora de que tome medidas para que esta guerra contra los medicamentos genéricos termine. No puede ser que este año se registren los mismos diez millones de muertos. Y al siguiente otros más y se siga tomando como algo natural. No. Es tiempo de parar”.

A Germán Holguín le sobran los argumentos para decir que buena parte del mundo, sin saberlo, está inmerso en esa batalla en la que se convirtió el comercio de fármacos. Una batalla que, según él, inevitablemente está atravesándoles la vida a 2.000 millones de personas y que tiene en vilo a los países desarrollados, es decir, al 80% de la población mundial.

“Este —dice— es el único problema comparable a la falta de agua potable. Aún mayor que el del hambre y la desnutrición. Las barreras que ha puesto la industria farmacéutica a la venta de medicamentos genéricos, por su buena calidad y bajo precio, están causando estragos en los sistemas de salud. Es una estrategia orquestada, concebida y ejecutada por las multinacionales. Es cierto que sólo buscan bloquear la competencia, pero el resultado es otro: sufrimiento, muerte y discapacidad”.

Holguín habla despacio, sin revelar el acento caleño que debió perder hace un buen tiempo. Su tono es sereno, pero de vez en vez arremete con pizcas de vehemencia. Sabe que para algunos el libro que acaba de publicar (La guerra contra los medicamentos genéricos, de Aguilar) resultará espinoso. Pero para él es apenas un paliativo lleno de datos, estudios, citas jurídicas y análisis sesudos sobre un asunto por el que pelea hace 15 años.

Pocos lo saben, pero a él, de casi un metro noventa de estatura y de pelo cano y lacio, los colombianos le deben algo más que un agradecimiento. Si no fuese por su labor, el TLC que alguna vez firmó el país con Estados Unidos (y luego con la Unión Europea, con Suiza y Canadá) vendría lleno de goles en términos de patentes y derechos de propiedad intelectual. Y los pacientes, claro, hoy tendrían más tropiezos para hacerse con un fármaco. El ejemplo lo dio hace unos años: “Las concesiones hechas por el Gobierno aumentaban entre $500 millones y $1.000 millones el gasto en salud. Como consecuencia, cinco millones de colombianos podían perder el acceso a medicamentos”. 

De empresario a defensor de la salud 

En mayo de 1995 el periódico El Tiempo publicó un breve perfil de Germán Holguín que resulta distante del que es hoy el director de la Fundación Misión Salud; del hombre que hace unos años, apoyado por la ONG Oxfam, fue a hablar de tú a tú con 50 congresistas estadounidenses para pedirles ayuda, para rogarles, en una titánica jornada de dos semanas, que se opusieran al TLC si no se echaban para atrás las concesiones hechas por Colombia. “El Partido Demócrata hizo por la salud del país lo que no pudo nuestro Gobierno”, dijo alguna vez.

Bajo el título de “Holguín, el visionario de la construcción”, aquel texto del 95 caracterizaba a un personaje con una cierta particularidad: “La carrera de Germán Holguín Zamorano es brillante. En el Valle del Cauca su nombre y su firma, Holguines S.A., son toda una institución (…) Tiene su propio sello que lo convirtió en uno de los empresarios constructores más respetados y admirados (…) Fue fundador de la Universidad Icesa y presidente de Incolda”.

¿Por qué un empresario de tal magnitud decide meterse en un lío tan tremendo como lo es la salud en Colombia? ¿En semejante pelea que es el acceso a los medicamentos?

Casi que por azar. O mejor: porque tras la crisis del sector de la construcción a finales de los noventa, unas organizaciones le pidieron evaluar la normatividad en torno a la propiedad intelectual y los medicamentos. Holguín, abogado y economista de la Javeriana de Bogotá y máster en Administración de Empresas de la Universidad del Valle, lo dudó, pero prometió estudiar el tema, pese a no haber oído jamás qué era un biosimilar.

Lo que encontró un mes y medio después fue una soberbia cachetada. Un mazazo que le dio un vuelco a su vida. “Me encontré con un problema mayor del que muy pocos tenían idea y que estaba afectando a la población más vulnerable”. Un problema casi que inconmensurable al que prometió dedicarle el resto de su energía. Y eso le ha valido para, en la marcha, hallar mitos como el costo que conlleva sacar una nueva molécula al mercado: US$1.300 millones.

Ese estimado, se lee en su libro, fue basado en un estudio realizado por Joseph DiMasi y otros para la U. de Tufts, de EE.UU., y publicado en 2003 en la revista Health Economics. Pero evaluaciones hechas por organizaciones sin fines de lucro como Public Citizen y Alianza Global, o catedráticos como la doctora Marcia Angell, de la U. de Harvard, concluyeron que aquella investigación tenía fallas metodológicas. Por ejemplo: solo se cubre a un grupo de fármacos, desarrollados por diez compañías en la última década, y además no se conoce con qué criterios fueron seleccionados. “Son datos que no pueden ser verificados por terceros, porque hay un pacto de confidencialidad”. De acuerdo con estos autores, la cifra, en verdad, alcanza un máximo de entre US$115 millones y $240 millones.

Holguín se tropezó, en suma, con una guerra con tantas arandelas, secretos y enigmas que para él podría resumirse en una frase que se hizo famosa a principios de enero de 2014: “Nosotros no producimos medicamentos para los indios. Los producimos para los pacientes occidentales que pueden pagarlos”. Su autor es Marijn Dekker, un alto directivo de Bayer. 

La pelea sigue 

¿Quién es Germán Holguín? Francisco Rossi, director de la Fundación Ifarma, lo define de forma breve: “Es una persona que después de haber tenido un gran éxito económico resolvió dedicar su vida a la defensa del acceso a los medicamentos. Es una persona a la que le debemos que algunas de esas decisiones que han perjudicado nuestro sistema de salud, como la liberación de precios y las patentes, hayan tenido mejoras, especialmente en lo relacionado con la firma de los TLC”.

“Pero su gran logro —cuenta Rossi— es haber tenido la capacidad de juntar a todos los actores que estábamos trabajando por el tema de precios, de uso de medicamentos, de propiedad intelectual y hacer entre todos un frente común”. De ellas hacen parte la Federación Médica y su Observatorio del Medicamento, que junto a Ifarma, se han unido para dar peleas tan difíciles y espinosas como la de regular la producción de fármacos biotecnológicos.

“Mi perfil si acaso da para unos minutos. Nada más”, asegura Holguín. Unos minutos que resumen 15 años: Holguín dirige Misión Salud, coordina la Alianza LAC-Global por el Acceso a Medicamentos, preside el Comité para la veeduría ciudadana en salud de Colombia y está al frente del Banco de Medicamentos, un programa que nació hace más de una década y que ha entregado más de 16 millones de unidades de genéricos a personas de bajos recursos.

Es la persona que durante varios años se dio a la tarea de escribir este polémico libro que hoy es otro de sus hijos, que insiste en que la solución para que las grandes farmacéuticas se preocupen por investigar las enfermedades de los países más pobres es eliminar las patentes y declarar esta guerra, que hizo suya, como delito de lesa humanidad. Porque, en sus palabras, el origen de aquellas patentes es apenas un embeleco de la industria multinacional: “Antes del 94, cuando aparecieron, eran, igual, muy fuertes. Pero están de por medio la ambición y la codicia. El afán de lucro del ser humano”.

Es quien cree que al país le falta pelear un par de batallas más: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), en el que según él vienen no pocas arandelas, y el acuerdo comercial que se pretende firmar con Japón. “Antes lo negaban, pero la semana pasada nos confirmaron que el país asiático aspira a tener un capítulo de propiedad intelectual y en protección de patentes”. Un par de peleas que él, con sus años, está dispuesto a dar. 

ssilva@elespectador.com

@SergioSilva03

Por Sergio Silva Numa

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