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Robert F. Kennedy Jr, el principal funcionario de salud pública de Estados Unidos, dijo el pasado 30 de abril que “la vacuna MMR (que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola) contiene muchos restos de fetos abortados”. Lo dijo en un momento complicado para su país: EE. UU. enfrenta uno de sus peores brotes de sarampión en años, con casi 900 casos en todo el país y brotes activos en varios estados. Lo que dijo Kennedy Jr es completamente falso o malinterpretado.
Kennedy afirmó que los “restos de fetos abortados” presentes en las vacunas son la razón por la que muchas personas religiosas se niegan a vacunarse. Su afirmación parece referirse al componente de la rubéola de la vacuna triple vírica que utiliza líneas celulares derivadas de dos abortos electivos realizados en la década de 1960. Sin embargo, estas líneas celulares no contienen tejidos fetales originales, sino que son células que se han reproducido en laboratorio durante décadas para fabricar vacunas. Es decir, y en términos muchos más sencillos, las células que se usan para producir la vacuna no son partes de un feto, sino “copias” que se han ido multiplicando artificialmente en laboratorios durante muchos años.
Estas células, además, permiten fabricar la vacuna de forma segura, y el producto final no contiene ningún tejido fetal. “Estas células se utilizan no por su origen, sino porque proporcionan un entorno estable, seguro y fiable para el crecimiento del virus atenuado. Sirven únicamente como medio de crecimiento del virus y no forman parte del producto final”, explicaba en The Conversatión Hassan Vally, profesor asociado de Epidemiología, Universidad de Deakin. Estas células sirven solo como una “plataforma” o medio de cultivo para producir el virus atenuado, y no forman parte del producto final de la vacuna que se administra. Antes de que la vacuna se envase, el virus se purifica cuidadosamente, eliminando las células y cualquier otro residuo, garantizando que la vacuna sea segura y efectiva.
“Lo que queda en la vacuna final es el propio virus y los agentes estabilizadores, pero no células humanas ni tejido fetal. Por lo tanto, las afirmaciones sobre “restos fetales” en la vacuna son falsas", escribía Vally en el medio especializado.
Kennedy también afirmó que el rechazo de algunas comunidades religiosas a vacunarse se debe a la presencia de “partículas de ADN” en la vacuna. Esta afirmación es técnicamente cierta, pues durante el proceso de fabricación de algunas vacunas, como la triple vírica (SPR), se utilizan líneas celulares humanas para cultivar los virus. Estas células contienen ADN, y es posible que pequeñas cantidades de material genético residual estén presentes en la vacuna final.
Sin embargo, estas partículas de ADN están en cantidades extremadamente bajas, son fragmentos inactivos que no pueden replicarse ni causar daño, y no representan ningún riesgo para la salud. Las autoridades regulatorias exigen rigurosos controles para asegurar que las vacunas sean seguras, libres de contaminantes y efectivas. “Incluso si, hipotéticamente, la vacuna tuviera ADN intacto (lo cual no es el caso), no tendría la capacidad de causar daño. Una preocupación común (pero infundada) es que el ADN extraño podría integrarse con el ADN de una persona y alterar su genoma”, escribe Vally en The Conversation. Pero introducir ADN en células humanas de forma que provoque su integración es muy difícil y requiere condiciones específicas que no se presentan con la administración normal de una vacuna.
Además, nuestro cuerpo tiene mecanismos para degradar y eliminar cualquier fragmento de ADN extraño que pueda ingresar, por lo que no hay riesgo de que esto altere el material genético de las personas vacunadas. “A pesar de lo que Kennedy quiere hacernos creer, no hay restos fetales en la vacuna MMR, y los restos de fragmentos de ADN que puedan quedar no representan ningún riesgo para la salud”, finalizaba el experto en su columna en The Conversation. Las vacunas contra el sarampión, la rubéola y las paperas son seguras, se han usado durante décadas y han demostrado ser altamente efectivas para prevenir estas enfermedades, que pueden tener consecuencias graves si no se controlan.
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