Desde el 7 de marzo, cuando Colombia solo tenía un caso confirmado de COVID-19, el presidente Iván Duque anunció la aplicación que “ayudaría a salvar vidas”. Tres meses después, para el 7 de junio, Coronapp había sido descargada por 9’691.180 personas, de las cuales 5’753.275 eran usuarias activas (es decir, estaban usando la aplicación). La Agencia Nacional Digital, que lidera la estrategia, había invertido $510’318.794 solo en el desarrollo y mantenimiento de la aplicación.
La aplicación, que no es de uso obligatorio, funciona así: previa autorización voluntaria de los usuarios (cuando le decimos SÍ, ACEPTO, a los términos y condiciones), se establece la frecuencia y distribución de síntomas autorreportados por los usuarios y se clasifican en categorías de riesgo.
Los datos son analizados por el Centro de Operaciones de Emergencias del Instituto Nacional de Salud (INS), que cruza estos datos con los del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila) e informa a las secretarías de Salud departamentales y alcaldías locales para que focalicen la toma de muestrasen lugares específicos en donde la gente está reportando más y más graves síntomas.
La aplicación entrega información y recomendaciones a los usuarios sobre el coronavirus en Colombia, ofrece un test de autodiagnóstico, hace las veces de pasaporte de movilidad (lo que la haría de uso obligatorio si el pase de movilidad llegase a ser obligatorio) y, sobre todo, se convierte en el sistema de rastreo digital de contactos para el país. Los datos recolectados, según Víctor Muñoz, consejero presidencial para la Innovación y Transformación Digital, cumplen con todos los requerimientos de la Ley de Hábeas Data y son de uso exclusivo del INS.
Hasta aquí todo pinta muy bien, pero el diablo está en los detalles. La aplicación ha cambiado mucho desde que fue lanzada en marzo, pero desde que comenzó funciona con Bluetooth (y, por lo tanto, su efectividad está supeditada a que esté activado o no). En mayo se adoptó el protocolo Blue Trace, usando en Singapur (en donde la aplicación solo fue usada por el 20 % de la población). El Bluetooth se usa para que el INS rastree los contactos que pudo haber tenido una persona confirmada con COVID-19 y que use la Coronapp en los últimos 21 días.
Si una persona está expuesta a un alto riesgo de COVID-19 o tiene síntomas graves, se le notifica a través de la aplicación y se le pide activar un botón que se llama “Historia de cercanías”, que viene desactivado por defecto. “Solo se activarán cuando así lo deseen los usuarios y voluntariamente programe su equipo o dispositivo para dicho efecto”, dice Muñoz. Es decir, que la aplicación no tiene rastreo de contactos a menos que lo autorice el usuario.
Otra opción es la que está desarrollando Google y Apple, que según un reporte de Reuters, se está considerando para su uso en Colombia: “A cada usuario se le asigna un código y va cambiando cada 10 o 20 minutos, y se va comunicando con otros códigos que están por ahí. Esos cambios te permiten identificar el tiempo en que estas personas están cerca y que tengan la aplicación. Si un usuario reporta síntomas y sale positivo se le pide autorización para rastrear los contactos que pudo tener con otros códigos, y notificar a esas personas que estuvieron expuestas al virus”, explica Luisa Isaza, investigadora de la organización de derechos de internet Linterna Verde.
La explicación técnica de cómo funcionan estas apps viene al caso porque justamente, a mediados de abril, la revista Nature publicó un editorial en donde elevaba ciertas preocupaciones sobre el uso de estas aplicaciones. Una de ellas es la precisión: “Las aplicaciones que enlazan con pruebas validadas oficiales tienen más probabilidades de dar resultados precisos. Una alerta basada en el autodiagnóstico que resulta ser incorrecta, un falso positivo, podría corregirse. Pero si se ha enviado información incorrecta a un gran grupo de contactos, habrá causado una alarma innecesaria y podría haber enviado a las personas a aislamiento por error durante semanas”.
Las preocupaciones de Isaza van por ese lado: “Digamos que tengo un vecino, y ambos tenemos Coronapp. Ni lo conozco, pero nos separa solo una pared. Con el sistema con el que está funcionando, él puede tener síntomas y reportarlos, y me incluye a mí como si hubiese estado en contacto con una persona sintomática durante horas”.
“Tengo geolocalizados los datos, la gravedad de cada caso, y voy priorizando dónde voy tomando los test para saber si en equis punto de la ciudad hay un conglomerado. Si tengo cinco personas graves y cerca de ellos hay 200 registradas con Coronapp, cómo no va a ser útil para decirles a los equipos de búsqueda que tomen muestras. ¿Y por qué? Porque no tenemos los recursos suficientes para testear a todo mundo como en Corea del Sur, ni los reactivos ni los equipos. Ahora, hoy tenemos capacidad de hacer más de 10 mil pruebas, y cuando salió la Coronapp estábamos haciendo apenas cientos”, explica la científica de datos y epidemióloga espacial Silvana Zapata, quien trabaja en la Gobernación de Antioquia.
Otra de las preocupaciones sobre si sirve o no es que la brecha digital en Colombia es inmensa. De 42,8 millones de colombianos, solo 23 millones tienen acceso a internet. “En el mundo ideal, para que Coronapp funcione como estrategia de rastreo epidemiológico nacional, debería poder llegar a más del 50 % de la población que está en circulación, sin embargo, es suficiente para detectar zonas de alto riesgo, con muestras representativas a nivel geográfico con data actualizada de forma periódica”, responde Muñoz.
Según Karisma, en Alemania se estimó que es necesario que 60 % de la población instale la aplicación basada en Bluetooth y que al final no va a implementarse. Sin embargo, una encuesta mostró que solo 47 % de las personas estaban de acuerdo con instalarla y que 8 % no tenía smartphone. En Singapur, un país con alto conocimiento en tecnología y confianza en su gobierno, sólo una de cada cinco personas instaló la aplicación. Mientras que en Islandia, a pesar de que casi 40 % de su población usa la aplicación nacional, han reconocido que el impacto real ha sido pequeño, si se compara con las técnicas de rastreo manual, como la llamada telefónica.
Zapata pone el ejemplo de Vichada, un departamento con apenas 22 % de cobertura de internet, todos en la cabecera municipal: “Hay personas entrenadas para vigilar la salud de sus comunidades, que por lo general son enfermeras y enfermeros, líderes o personas queridas en sus comunidades o barrios. A esta persona le avisan por equis medio que una persona está enferma, y como el agente comunitario sabe que debe preguntar si tiene fiebre, tos o demás, puede considerar si es un posible caso de coronavirus y reportarlo. En las cabeceras municipales nos sirve muchísimo. Si el líder tiene celular, pues cuando está en la casa le dice a Google Earth que envíe la ubicación de la persona posiblemente infectada y obtiene una coordenada, y ese profesional en salud pública puede saber cómo se mueven esos puntos anónimos. Yo llevo muchos años aplicando estas estrategias y funcionan”, explica. Así que con una persona que reporte síntomas, y que tenga la aplicación, es posible conocer varios posibles casos.
Lo bueno, lo malo y lo feo
Lo novedoso para el caso de la Coronapp es que refuerza el rastreo epidemiológico de una enfermedad que hasta hace seis meses desconocíamos por completo. Pero el uso de datos y tecnología celular para la prevención de enfermedades o el rastreo de vectores se usa en Colombia desde hace por lo menos una década.
La gran mayoría de entidades territoriales hacen uso de estas tecnologías, en especial las de mayor densidad poblacional (por supuesto, donde hay mejor conexión a internet y el uso más generalizado de celulares y dispositivos como Cundinamarca, Valle del Cauca y, en especial, Antioquia).
Pero en el caso de la Coronapp, no queda claro cómo se recibe y usa esta información. En una pregunta informal que hizo el director de Linterna Verde, Carlos Cortés, en Twitter, varios usuarios respondieron que habían reportado síntomas, pero no habían sido contactados. “Por un lado, si no tengo Coronapp, pues no me pueden notificar. Y en cuanto a rastreo, es difícil saber si funciona o no. Lo importante es que no van a funcionar por sí solas, tiene que estar acompañada de acciones en el mundo análogo, o sea, atención médica y pruebas. Si reporto síntomas, ¿me van a testear o me dejan en eterna paranoia”, concluye Isaza.
Ahora, volviendo a la Coronapp, en últimas, aunque la estrategia sea complementaria a los rastreadores y las pruebas que puedan hacerse, o los cierres que puedan realizarse en barrios o localidades con alta tasa de contagios, dependerá de cómo usa esa información cada gobierno.
“Los gobiernos y las empresas tecnológicas nos están transmitiendo la equivocada idea de que las apps proveen alguna protección contra la enfermedad: que si reporto síntomas tendré la respuesta sanitaria asegurada e inmediata para atender mi caso; que casi en tiempo real sabré de cualquier posible daño derivado de haber estado en contacto con alguien con COVID-19 o que la autorización de movilidad me protegerá de contagiarme, entre otros imaginarios”, explican Juan Diego Castañeda y Amalia Toledo, investigadores de la Fundación Karisma, en una columna de opinión publicada en este periódico.
En cuanto a su efectividad, al preguntarle a Muñoz si algún caso de coronavirus ha sido confirmado gracias a la Coronapp, no respondió, pero sí dijo esto: “Los datos individuales, como lo hemos dicho desde el inicio, son datos que se encuentran en la base de datos de Sivigila y cuando se hacen cercos epidemiológicos los mismos combinados con las otras herramientas de rastreo permiten identificar de forma puntual los casos positivos”. Es decir, que aún no está muy claro si para el Gobierno la estrategia de Coronapp, que es la nacional, funciona o no.
La Coronapp fue impulsada fuertemente desde las alocuciones presidenciales de Duque, pero de acuerdo con Linterna Verde, desde el 29 de abril se frenó su promoción, a pesar de que aún se invita a descargarla.
En su “Guía ética para aplicaciones de rastreo de COVID-19”, la OMS lo pone en estos términos: “El seguimiento digital de proximidad tiene sus limitaciones. Esta tecnología no puede capturar todas las situaciones en las que un usuario puede adquirir COVID-19, y no puede reemplazar el rastreo, las pruebas o la divulgación tradicional de contactos de salud pública de persona a persona, que generalmente se realiza por teléfono o cara a cara. Las aplicaciones digitales de seguimiento de proximidad solo pueden ser efectivas en términos de proporcionar datos para ayudar con la respuesta COVID-19 cuando están completamente integradas en un sistema de salud pública existente y una respuesta nacional de pandemia. Tal sistema necesitaría incluir personal de servicios de salud, servicios de prueba y la infraestructura de rastreo de contactos manual”.