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Un nuevo estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona y publicado en The Lancet Respiratory Medicine ha identificado, por primera vez, según sus autores, cómo evoluciona la capacidad pulmonar desde la infancia hasta la vejez. Quizá uno de los hallazgos más vistosos es que, contrario a lo que se creía, la capacidad pulmonar comienza a desmejorar entre los 20 y los 25 años.
Los investigadores combinaron datos de ocho grandes estudios en Europa y Australia que seguían a personas desde la niñez o adultez temprana. En total, incluyeron a más de 30.000 personas de entre 4 y 80 años, con cerca de 88.000 mediciones de función pulmonar. Analizaron tres medidas principales: FEV1 (el volumen de aire que una persona puede expulsar en un segundo), FVC (la cantidad total de aire que puede expulsar) y la relación FEV1/FVC, que indica si hay obstrucción respiratoria. Además, en la investigación se lograron aplicar algunos modelos estadísticos avanzados para entender cómo estas medidas cambian con la edad y cómo influyen factores como el asma y el tabaquismo.
Entonces, ¿qué encontraron? Los científicos establecieron que la función pulmonar crece en dos fases diferenciadas: hay una fase de crecimiento rápido desde los 4 años hasta la adolescencia temprana (13–16 años), seguida de un crecimiento más lento hasta que se alcanza el máximo de función pulmonar. Las mujeres alcanzan su pico alrededor de los 20 años, mientras los hombres lo hacen un poco después, cerca de los 23 años. Contrario a lo que se creía antes, después de este pico no hay un periodo estable. “Modelos anteriores sugerían una fase de estabilidad hasta los 40 años de edad, pero nuestros datos muestran que el descenso de la función pulmonar comienza mucho antes de lo que se creía, inmediatamente después de alcanzar el valor máximo”, explica Judith Garcia-Aymerich, primera autora y codirectora del programa de Medio ambiente y salud a lo largo de la vida de ISGlobal
Según los nuevos hallazgos, la función pulmonar empieza a disminuir de inmediato tras el máximo, incluso en personas sanas que nunca han fumado ni tenido asma.
El análisis, sin embargo, confirmó que tanto el asma persistente como el tabaquismo sí influyen en la función pulmonar, aunque de manera distinta a lo que se creía. Quienes tenían asma constante alcanzaban su pico pulmonar más temprano y luego presentaban niveles más bajos de FEV1 y una menor relación FEV1/FVC durante toda la vida. De manera similar, los fumadores persistentes mostraban una disminución más rápida de la función pulmonar en la adultez.
Para los investigadores, las implicaciones de su investigación son claras: hay que prestar atención a la salud pulmonar desde los primeros años de vida. Usar pruebas como la espirometría desde edades tempranas puede ayudar a detectar personas en riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias en la adultez. “La detección temprana de una baja función pulmonar puede permitir intervenciones para prevenir enfermedades respiratorias crónicas en la edad adulta”, concluye Rosa Faner, investigadora de la U. de Barcelona y del Clínic-IDIBAPS y última autora del estudio.
Además, promover hábitos saludables desde la niñez —como evitar el tabaquismo y controlar el asma— puede ser crucial para que los pulmones se desarrollen plenamente y mantengan una buena función el mayor tiempo posible.
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