Todos los días aparecen noticias en la prensa sobre la compleja situación de la natalidad: cada vez hay menos nacimientos y, al mismo tiempo, crece la población de adultos mayores que demandan más atención en salud y pensiones. “El envejecimiento de la sociedad es el gran problema del siglo XXI”, se repite con frecuencia. Como respuesta, algunos gobiernos han optado por incentivar la maternidad con subsidios, licencias extendidas o ayudas económicas; otros apuestan por atraer migrantes jóvenes para equilibrar la balanza. ¿Ha escuchado que alguno se haya preguntado cómo estamos envejeciendo? ¿Alguno ha propuesto mejorar la calidad del aire o fortalecer su democracia como parte de la solución?
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“El enfoque que tenemos es uno que le da valor a una biología contextualizada. A una biología modificada, impactada, moldeada y tallada por factores sociales”, explica Hernando Santamaría García, investigador de la Universidad Javeriana y doctor en Neurociencias. Con esto se refiere a que, cuando hablamos de envejecimiento, quizá no basta con considerar únicamente la edad cronológica del cuerpo. La biología, agrega Santamaria, no es algo “aséptico”, ajeno de lo que pasa alrededor. ”Lo que pasa en el contexto tiene un altísimo poder para modificar la salud o el bienestar y, en este caso, el envejecimiento”.
En una investigación publicada en Nature Medicine el pasado 14 de julio, Hernan Hernández, junto a colegas como Hernando Santamaría, de la Universidad Javeriana, Sandra Báez, de la Universidad de los Andes, y Agustín Ibáñez, del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat), la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago de Chile, y el Global Brain Health Institute (GBHI), exploraron cómo diversos factores moldean el proceso de envejecimiento. En particular, analizaron cómo los exposomas adversos—como la pobreza, la contaminación, la desigualdad e incluso el sistema político en el que viven las personas— influyen en la forma en la que envejecemos.
La investigación muestra que no solo importan los años que vivimos, sino las condiciones en las que vivimos.
Los países ricos envejecen mejor
Este grupo de científicos lleva varios años enfocado en la idea de que el envejecimiento no es solo un proceso individual. En septiembre de 2024 reportamos que uno de sus estudios había encontrado que los cerebros latinoamericanos hacen conexiones complejas como si estuvieran cinco años más viejos de lo que indica su edad cronológica. Para llegar a esa conclusión, nos contaba entonces la investigadora Sandra Báez, utilizaron medidas de brain clocks, o en palabras más sencillas, modelos que estiman la edad del cerebro basándose en patrones de conectividad. Lo que esto implicó para quienes participaron en ese estudio anterior fue someterse a pruebas costosas, como la resonancia magnética funcional, que permiten analizar la actividad y la anatomía del cerebro con gran detalle.
Por eso, dice ahora Báez, uno de los grandes retos que dejó ese estudio anterior fue desarrollar una medida del envejecimiento que fuera más económica, fácil de aplicar y escalable a nivel global. Esa búsqueda los llevó a lo que en esta nueva investigación llaman BBAG, las siglas en inglés de “brechas de edad bioconductual”. En términos simples, se trata de una nueva forma de medir el envejecimiento acelerado, comparando la edad cronológica con una edad estimada a partir de variables mucho más accesibles que una resonancia magnética: el estado de salud de la persona, el nivel educativo, el rendimiento cognitivo y riesgos comunes como enfermedades cardiovasculares.
“Logramos reunir una cantidad muy considerable de datos: información de poco más de 161.000 personas. Esto fue posible gracias a la estrategia que adoptamos, basada en medidas más accesibles y económicas; de otro modo, habría sido imposible incluir regiones como África”, explica Hernán Hernández, investigador del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat), Universidad Adolfo Ibáñez y primer autor del estudio. La investigación recopiló entonces datos de Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Ecuador, Costa Rica y México, además de registros de alrededor de 27 países europeos. También hay presencia de países asiáticos, como China e India, y africanos, como Sudáfrica y Egipto. En total, hay información proveniente de unas cuarenta naciones.
“La clave fue identificar variables comunes entre todos estos países, que pudiéramos armonizar y que estuvieran dentro del rango de nuestro interés. Clasificamos esas variables en dos categorías: factores de riesgo y factores protectores para luego, con un modelo de machine learning (inteligencia artificial) predecir la edad y calcular la brecha bioconductual,”, explica Hernández. Estos factores no solo incluían aspectos biológicos, como la presencia de diabetes, hipertensión o enfermedades cardíacas, sino también medidas conductuales, como el bienestar, la función cognitiva, el estilo de vida, la práctica de ejercicio o los hábitos de sueño. “Esto representa una novedad frente a lo que veníamos haciendo”, agrega Báez.
De esta manera, construyeron la brecha de edad bioconductual (BBAG), que funciona como una especie de marcador que compara la edad cronológica con la edad estimada a partir de esas variables.
Por ejemplo, padecer enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2 fue un factor de riesgo, mientras que mantener la presión arterial en niveles normales resultó ser un factor protector. También se vio que dormir bien, hacer ejercicio con frecuencia y contar con redes de apoyo social contribuyen a un envejecimiento más saludable. Así, una persona de 67 años puede tener una edad cerebral menor —como la de alguien de 60— si acumula factores protectores, o mayor —como la de alguien de 75— si predomina lo contrario.
Pero el estudio fue aún más allá. “Lo que hicimos, además, fue armonizar un conjunto de exposomas comunes a todas las bases de datos disponibles de los países. Luego los agrupamos en tres grandes categorías: uno físico, que incluye variables como la contaminación del aire; uno social, donde están indicadores como la desigualdad de género o el índice de Gini; y uno sociopolítico”, explica Hernández, desde Santiago de Chile.
El exposoma es el conjunto total de exposiciones ambientales y sociales que una persona experimenta a lo largo de su vida y que no controla de manera individual, como por ejemplo el nivel de contaminación de la ciudad en la que vive. Los investigadores aplicaron un modelo de regresión lineal para evaluar la relación entre estos exposomas y el envejecimiento biológico. “Cada exposoma se ubicaba entre un valor mínimo y máximo. El mínimo representaba el peor escenario posible —por ejemplo, una mala calidad del aire— y el máximo correspondía a países con condiciones óptimas”, detalla el investigador cubano.
Los resultados fueron consistentes en todos los análisis: cuanto más adverso el exposoma —ya fuera social, físico o político—, mayor era el nivel de envejecimiento acelerado en la población. En esa línea, los hallazgos revelan que Europa registró el envejecimiento más saludable de entre todos los continentes, mientras que Egipto y Sudáfrica presentaron los niveles más altos de envejecimiento acelerado, seguidos de Latinoamérica. Asia se ubicó en las posiciones intermedias. “Identificamos una diferencia de aproximadamente cinco años entre los países de altos ingresos y el resto de las naciones”, señala Hernández. Es decir, la brecha de edad bioconductual —la diferencia entre la edad cronológica y la edad estimada con base en factores de salud y comportamiento— afectó más negativamente a los habitantes de los países menos desarrollados.
A nivel global, un envejecimiento más acelerado se asoció con menores niveles de ingreso.
Otra de las grandes novedades del estudio fue haber incluido, por primera vez, los exposomas sociopolíticos. Aunque ya se sabía que factores como la desigualdad o la polución afectan el envejecimiento, nunca se había medido el impacto específico de variables relacionadas con la calidad de la democracia. “En cuanto a los indicadores de democracia, lo que observamos es que los países con peores resultados en este aspecto suelen ser lugares donde las personas viven bajo condiciones de estrés crónico. Es decir, contextos donde el entorno sociopolítico genera probablemente lo que se conoce como sobrecarga alostática (una acumulación de desgaste en el cuerpo producto de respuestas biológicas prolongadas al estrés). Esto puede desencadenar procesos inflamatorios a nivel sistémico y cerebral, lo que, en última instancia, acelera el envejecimiento”, dice Báez.
Envejecer no es solo una cuestión individual
Los investigadores ya esperaban que condiciones externas a las personas, como la contaminación de sus ciudades, la desigualdad social o incluso la calidad de la democracia, afectaran el envejecimiento, pero les sorprendió que lo hicieran con un efecto tan claro y robusto, tanto como los factores y comportamientos individuales. Es decir, vivir en un entorno hostil o injusto puede influir en qué tan rápido envejece nuestro cerebro, incluso si llevamos un estilo de vida saludable o contamos con una buena predisposición genética.
“Nuestra edad biológica refleja el mundo en el que vivimos”, resume Agustín Ibáñez, autor de correspondencia del estudio. “La exposición al aire tóxico, la inestabilidad política y la desigualdad no solo afectan a la sociedad, también moldean nuestra salud. Tenemos que dejar de pensar en la salud cerebral como una responsabilidad puramente individual y adoptar un enfoque más ecológico y neurosindémico”. Con “neurosindémico”, Ibáñez se refiere a un enfoque que reconoce cómo múltiples factores sociales, políticos, económicos y ambientales interactúan entre sí —como en una sindemia— y terminan afectando en conjunto la salud cerebral. Es una forma de mirar el envejecimiento y el deterioro neurológico no solo desde lo biológico, sino también desde las condiciones estructurales que rodean a las personas.
De forma aún más contundente, las BBAG más altas se asociaron con consecuencias reales en el mediano y largo: predijeron un mayor deterioro cognitivo y funcional con el paso del tiempo. Es decir, quienes mostraban mayores brechas de edad tenían más probabilidades de experimentar pérdidas significativas en estas áreas de su vida.
El mensaje de los investigadores es claro: “los gobiernos, las organizaciones internacionales y los líderes en salud pública deben actuar con urgencia para transformar los entornos: desde reducir la contaminación del aire hasta fortalecer las instituciones democráticas”. Estas acciones no son solo temas de gobernanza o clima, sino intervenciones clave para la salud. Los libros de medicina son tratados de cómo la biología funciona de forma inalterada, en modelos idealizados de cuerpos biológicos perfectos, iguales, simétricos”, concluye Santamaría, de la U. Javeriana, “pero esa no es la realidad”.
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