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La tiranía del tutú

La nominada película ‘Black Swan’, protagonizada por Natalie Portman, levanta polémica sobre la vida de las bailarinas.

Especial de El País, España

13 de febrero de 2011 - 10:00 p. m.
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Es una eterna pirueta, un mal que no cesa. Después de carreras truncadas, vidas destrozadas y casos extremos de muertes a deshora, el ballet sigue siendo una fuente inacabable de polémica por el tipo de cuerpo femenino que exige sobre el escenario. Frente a la presión que recibe, por ejemplo, el mundo de la moda, el ballet sigue amparado en que es un arte.

La nominada película protagonizado por Natalie Portman, Black Swan (Cisne negro), de Darren Aronofsky, reabrió la polémica. La protagonista, esquelética, sólo come medio pomelo durante todo el largometraje y se induce el vómito en un baño en dos ocasiones, todo para lucir la extrema delgadez que parece ser requisito en el ballet en donde trabaja y en donde se prepara para interpretar a los dos ánsares, blanco y negro, de El Lago de los Cisnes, en la versión coreografiada por George Balanchine. Portman, que tuvo que perder 10 kilos para poder enfundarse en su tutú, ganó ya el Globo de Oro como la mejor actriz dramática por ese papel.

El de la bailarina esquelética es un fantasma del pasado que ha regresado a los cines. De la mente de muchas profesionales se había borrado ya la triste historia de Heidi Guenther, fallecida en 1997 a los 22 años, en la parte trasera del coche de su madre, de camino a Disneylandia, en presencia de su hermano. Heidi bailaba en el Boston Ballet. Cinco meses antes, la directora artística de la compañía le había recomendado perder 2,5 kilos. Pesaba 52 y pronto se quedó en 47. No fue suficiente. Comenzó un calvario dietético: se saltaba comidas, tomaba laxantes, ayunaba. Al morir, pesaba 42 kilos.

El diario The Boston Globe investigó el asunto y llegó a entrevistar a la directora artística que recomendó a Heidi adelgazar, Anna-Marie Holmes. Ésta se defendió diciendo que el ballet es un arte de delgadez: “Me parecía regordeta, sus pechos, sus caderas, sus muslos... Si ves a una niña en escena, y su trasero va de arriba abajo, no resulta atractivo. Es un arte visual”.

Una década después, la polémica se mantiene intacta. En esta ocasión, un influyente crítico defiende exactamente el mismo punto de vista de la directora artística del Ballet de Boston. Fue una frase suya la que provocó la ira de la opinión pública norteamericana. Alastair Macaulay, crítico de ballet del prestigioso y respetado diario The New York Times, aseveró en un comentario a la representación navideña de El Cascanueces por el New York City Ballet: “Aquello no parecía un estreno. Jenifer Ringer, el hada de azúcar, parecía que se hubiera comido demasiados terrones de azúcar, y Jared Angle, como el caballero, parece haber estado probando más de la mitad del reino de los dulces”.

El problema es que Ringer, el hada de azúcar, de 37 años, es una mujer con una figura que, a todas luces, fuera de los escenarios, se consideraría perfectamente esbelta. Además, ha admitido, en el pasado, haber sufrido por la presión de estar muy delgada y haber padecido diversos desórdenes alimentarios. Ella sólo ha hablado de la polémica en una ocasión, en una entrevista al programa Today de NBC: “Como bailarina, me exhibo para que se me critique. Y mi cuerpo es parte de mi arte”. Dijo, tajante, que no sufre sobrepeso alguno, pero admitió: “Mi figura es más curvilínea que la de la típica bailarina”.

Ante las críticas, Macaulay ha contraatacado con un largo ensayo, publicado de nuevo en el Times, en el que defiende que el ballet no es sólo un arte donde importa la postura. Afirma que el cuerpo y sus formas tienen un papel estéticamente tan importante como la técnica.

“El ballet requiere sacrificio en su búsqueda de los ideales mayoritariamente aceptados de belleza. Para muchos lectores ese sufrimiento es, tristemente pero históricamente demostrable en el caso de muchas mujeres, concomitante con la anorexia”, respondió el crítico. “La talla en el ballet no es sólo una obsesión moderna. A mediados del siglo XVIII, en la Ópera de París, la bailarina Marie Allard fue despedida por su incapacidad para perder peso (y sus continuos embarazos) mientras su coetánea Marie-Madeleine Guimard recibió el sobrenombre de el esqueleto agraciado”.

Los expertos responsabilizan, en gran parte, a una persona, un maestro de la coreografía: George Balanchine (1904-1983), nacido en Rusia, afincado en EE.UU. y fundador del New York City Ballet. Balanchine le dijo a la bailarina Gelsey Kirkland, en los sesenta: “Quiero verte los huesos”. Es la premisa de lo que se conoce, en círculos especializados, como “el cuerpo Balanchine”: ni una sola curva, solo ángulos y líneas rectas, para acometer las posturas más gráciles y dramáticas.

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Por Especial de El País, España

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