*En las entregas previas de este reportaje, fruto de una alianza periodística entreThe Examination, el Centro Latinoamericano de Investigación (CLIP), Salud con Lupa (Perú) y El Espectador, revelamos cómo la farmacéutica Grünenthal ha financiado asociaciones médicas en América Latina y ha mantenido una estrecha relación con varios de sus dirigentes, lo cual plantea varios interrogantes sobre los posibles conflictos de interés. También revelamos cómo se ha promocionado uno de sus principales productos, el tapentadol, como un opioide menos adictivo de lo que es. Aquí puede leer la primera entrega sobre la situación en América Latina. Aquí, la segunda, centrada en Colombia.
En junio de 2024, un estudio publicado en la revista médica Palliative Care BMC liderado por Marta León, de la Universidad de La Sabana y, por Miguel Sánchez, director del Observatorio de Cuidados Paliativos de la Universidad El Bosque, mostró que, a la hora de hablar de educación en cuidados paliativos, a Colombia le falta un largo camino por recorrer.
Tras analizar 31 programas de enfermería y 17 programas de medicina en universidades del país, el grupo notó que solo el 41,6% integraba competencias de cuidado paliativo a lo largo de los currículos, el 31,5% tenía asignaturas optativas en esa área y solo el 27% tenía cursos que los estudiantes debían tomar de manera obligatoria sobre cuidados paliativos. También detectaron que no es usual que los programas, en su último año de prácticas, pidan a sus alumnos rotar en áreas de cuidado paliativo.
En otras palabras, explica hoy la doctora León, continúa siendo un tema ausente en la formación médica de pregrado, pese a que hay una ley del 2022 que fomenta (no obliga) la integración de esos temas en los programas de ciencias de la salud, en los hospitales y en las EPS.
La historia en los posgrados es diferente. Mientras que a inicios de 2022 había 12 programas (11 especializaciones y una maestría) en cuidados paliativos, ahora hay —según los datos del Ministerio de Educación— 18 (15 especializaciones y tres maestrías). Dos son dictadas por universidades públicas; el resto, por privadas. A la par de esos programas, que duran entre dos y seis semestres, las instituciones de educación superior ofrecen cursos y diplomados. En 2021, el Observatorio Colombiano de Cuidados Paliativos había rastreado 14, pero es un número que puede variar cada semestre.
Los vacíos en la educación de los profesionales de la salud se manifiestan en el día a día de quienes reciben pacientes. Tanto Sánchez como Jairo Moyano, PhD en Farmacología e integrante del grupo de dolor y cuidados paliativos de la Clínica del Country, recuerdan anécdotas que ayudan a comprender las consecuencias: “Ha habido casos de pacientes que terminan con dos opioides potentes porque un día, tras sufrir un trauma, un ortopedista, por poner un ejemplo, le formula uno, pero, al siguiente, el neurólogo le prescribe otro diferente”, apunta Sánchez. “He tenido pacientes que ven a varios médicos durante un período, pero ninguno sabe qué le prescribió el anterior y cada uno formula un opioide distinto, lo cual puede ser peligroso”, añade.
Grünenthal ha intentado llenar esos baches educativos con un programa que cualquier especialista en dolor reconoce: Change Pain, que tiene convenios en diez países de América Latina (entre ellos, Brasil, Chile, Ecuador, Perú y Colombia). “Esperamos que Change Pain ayude a los profesionales de la salud a mantenerse actualizados con los últimos datos y recomendaciones para el diagnóstico, tratamiento y manejo del dolor”, es la frase con la que lo presentan.
Con módulos virtuales que incluyen conceptos básicos de cuidados paliativos y “optimización del uso de opioides” y que Grünenthal ofrece de manera gratuita, hasta principios de este año Change Pain tenía convenios con 103 actores del sistema de salud colombiano. Hay desde clínicas muy conocidas como la Fundación Clínica Shaio, Los Cobos Medical Center o Méredi (todas en Bogotá) hasta EPS como Sura, Sanitas y Asmetsalud. También hay universidades públicas como la Industrial de Santander, así como sociedades científicas como la Federación Colombiana de Obstetricia y la Asociación Colombiana de Cuidados Paliativos.
Juan Diego Londoño, presidente de la Asociación Colombiana para el Estudio del Dolor (ACED) —asociación que ha recibido financiación de la multinacional, como contamos ayer— también reconoce que la organización que dirige tiene convenio con el programa Change Pain. Pero dice que les ha permitido llegar a la mayor cantidad de personas y “difundir conocimiento y compartir experiencias sobre el manejo del dolor”. Neiva, Valledupar, Manizales y Popayán son algunas de las ciudades a las que han ido para conversar con médicos de todas las especialidades.
“A mí me parece que es un buen programa. Yo elegí unos módulos para los estudiantes y pedí que no saliera ningún logo y ninguna marca comercial, y lo respetaron”, responde una integrante de uno de los posgrados en dolor y cuidados paliativos, que pide omitir su nombre porque no está autorizada para hablar en nombre de la universidad donde trabaja.
“La calidad no es mala, pero hay módulos donde por una morfina mencionan seis buprenorfinas [otro producto de Grünenthal]”, asegura otra profesora que ha visto el contenido, pero prefiere hablar desde el anonimato para no tomar la vocería de su universidad. “Yo formé parte del grupo que creó Change Pain y puedo decir que fue un trabajo ético. No hubo ninguna presión para los médicos”, manifiesta, desde Bucaramanga, Ómar Gomezese, especialista en dolor y cuidado paliativo del Hospital Internacional de Colombia.
Sánchez y Jairo Moyano, en Bogotá, coinciden en que hay módulos valiosos, fáciles de acceder y útiles para formar a médicos en asuntos de dolor, pero no son ajenos a las preguntas que eso genera: ¿Está bien que sea una farmacéutica la que lidere ese proceso de formación en dolor, cuando sus principales productos de venta son, justamente, de ese segmento? ¿Cómo definir los límites para que esa educación no incida en la prescripción? ¿Quién debería llenar esos vacíos en educación?
Es un debate con mucha tela por cortar. Moyano cree que las percepciones que puede generar un curso liderado por una farmacéutica son tan sutiles que, dice, aunque no mencione marcas específicas de medicamentos ni nombres de laboratorios, un médico podría recomendar sus productos al pensar que es una casa farmacéutica preocupada por la educación. Se le ocurre que un camino para evitar levantar suspicacias es que sea una entidad, libre de conflictos de interés y que no haya recibido ningún patrocinio de una empresa, la que evalúe los contenidos de los programas de educación que ofrecen las farmacéuticas y emita un concepto.
Vaca opina algo similar. “La agenda debería estar establecida, por ejemplo, por un consejo de universidades, un consejo nacional de bioética o un consejo nacional de salud. Pero de ninguna manera se debería permitir que las prioridades y que los contenidos estén determinados por la industria. Me parece gravísimo que se termine involucrando así con la academia y con las EPS, que tienen un rol esencial en el sistema de salud”.
Sánchez, por su parte, pide que el Ministerio de Salud ponga reglas claras sobre esas relaciones, para que no haya lugar a ninguna desconfianza.
Después de todo, no hay nadie entre los especialistas del dolor y del cuidado paliativo que no crea que es la educación el punto de partida tanto para evitar que la prescripción de opioides se salga de control como para garantizar su acceso a quienes realmente lo necesitan. “El principal punto de inflexión entre la crisis de los opioides y su uso racional”, reflexiona Sánchez, “es que haya un buen criterio para formularlos”.
*Un Mundo de Dolor es una investigación colaborativa en la que participan The Examination (Estados Unidos), Paper Trail Media (Alemania), el Centro Latinoamericano de Periodismo de Investigación (CLIP), PlatôBr (Brasil), Salud Con Lupa (Perú), El Espectador (Colombia) y Der Spiegel (Alemania).
👩⚕️📄¿Quieres conocer las últimas noticias sobre salud? Te invitamos a verlas en El Espectador.⚕️🩺