Saúl Santoyo es médico especializado en ginecología. Tiene 67 años y los últimos veinte los ha pasado en institutos de bioética. En los años ochenta se vinculó al Centro Nacional de Bioética (Cenalbe), del padre Alfonso Llanos, y al Instituto Colombiano de Estudios Bioéticos, del doctor Fernando Sánchez. Desde entonces se ha convertido en un defensor del derecho a morir dignamente, que diferencia con vehemencia de la eutanasia. Asesoró al Ministerio de Salud en la resolución 1216 que desde el 20 de abril les dio piso jurídico a las prácticas médicas que permiten acceder a la muerte digna como un derecho.
¿Qué opina del decreto?
Es excelente, porque después de 17 años de la sentencia C-239 de 1997, de Carlos Gaviria, garantiza el derecho de quienes estando en condiciones de enfermedad terminal o de sufrimiento refractario —que no responde al tratamiento— y estando la muerte próxima pueden anticiparla. Pero he visto como un problema que haya sido recibido como si se tratara de una eutanasia. No lo es. Está dentro del paradigma de la muerte digna, tiene un marco normativo y un protocolo médico. No es tan libre como la eutanasia, que sigue un modelo de ayudar a quien sufre sin tener en cuenta las condiciones médicas y la ley.
¿En qué se diferencian?
La eutanasia, por ejemplo, incluye el suicidio y se ubica filosóficamente en la libre disposición de la vida. Está fundamentada en un concepto liberal amplio. Basta con que la persona considere que la vida no tiene sentido. El modelo eutanásico tiene una cantidad de prácticas de aceptación cultural. Pero al dejar de ser clandestinas y tener regulación normativa pasan al paradigma de la muerte digna.
¿Por qué llegó a este tema?
Ver que la gente vive un sufrimiento insoportable, del que la única salida es la muerte, desata reflexiones. La medicina es una solución para muchos problemas, pero también tiene límites. Se cometen excesos al prolongar el sufrimiento. La medicina tiene fronteras y a veces hace daño.
¿Cuál es ese límite?
Hay que ser cuidadoso para dispensar la muerte, anticiparla cuando realmente se han agotado todos los procesos: de diálogo interpersonal, humanitario, de apoyo médico y hasta de trabajar el aspecto afectivo. Muchas veces la soledad es la causa de la intención de morir. Pero hay enfermos que sólo pueden ser rescatados del dolor con la muerte.
Usted dijo que en medicina existe una frontera muy difusa, ¿a qué se refiere?
Le voy a poner casos. Las enfermedades neurodegenerativas tienen esa particularidad. En medicina se consideran crónicas, no terminales. Esta últimas son las que comprometen un órgano vital. Por ejemplo, cuando una persona con alzhéimer no puede pasar alimentos. Si esa persona no se pone la sonda de alimentación se considera terminal, pero antes de eso el paciente ya ha pasado por una desconexión de su ambiente social y ha pasado grandes crisis. Esos pacientes realmente requieren una solución para su problema.
Deme otro caso...
El médico trabaja con incertidumbre y con la obligación de buscar la vida, pero en el proceso ve que la persona puede sobrevivir con grandes discapacidades. Entonces surge la limitación de esfuerzos terapéuticos (LED), que es un proceso que necesita diálogo con la familia, pues muchas veces el pacientes no está en capacidad de tomar decisiones. La familia y el médico deben tomar esa decisión. Pero eso no está regulado por el decreto.
¿Y quién lo va a regular?
Pues el Congreso, pero hay muchos problemas. El primero es que los proyectos de ley llevan la palabra eutanasia, y eso los mata de entrada, porque es un concepto cargado de negatividad. Esa palabra es rechazadas por los médicos, por la Iglesia, por los abogados, por los jueces. El otro problema es que amplían el paquete demasiado. No sólo es para pacientes terminales, sino para niños con malformaciones congénitas, parapléjicos, para todo. Eso hace que se despierten y se sumen muchas resistencias.
Muchas de las clínicas son propiedad de comunidades religiosas, que se oponen a estas prácticas...
Una vez atendí a una mujer que presentaba unas arritmias cardiacas intermitentes, que duraban una o dos horas, pero después evolucionaba hacia la mejoría. Estaba hospitalizada en una clínica de religiosos y entró en un cuadro de esos; la institución le ofrecía cuidados intensivos. Como yo conocía el caso, sabía que quitándole la conciencia transitoriamente se iba a despertar en un corto tiempo sintiéndose mejor y sin sufrir la angustia. Entonces la sedé en su habitación y me acusaron de intentar hacer una eutanasia.
¿Cuáles han sido los principales problemas para hacer valer el derecho a la muerte digna?
Las primeras con quienes me he tenido que enfrentar son las organizaciones que promueven morir con dignidad, a las cuales pertenecí por muchos años. Lo que ha pasado con ellos es que, como toda organización, tienden al fundamentalismo, entonces cuando uno habla de separar la muerte digna de la eutanasia se vuelve un problema.
¿Cómo así?
Hoy me dedico a orientar a las personas interesadas en conocer el concepto de la muerte digna. La gente dice que no quiere ir a cuidados intensivos, pero si a los 90 años le da una neumonía, puede ir a cuidados intensivos con la tranquilidad de que va a salir bien. Muchas veces se piensa que cuidados intensivos no tiene salida, y resulta que sí, pero uno renuncia a ellos al firmar la declaración.
Pero existe el caso de sobrevivir y quedar con muchas dificultades...
Hay personas que llegan a urgencias y la expectativa es salir con grandes discapacidades. Entonces los médicos y los familiares se preguntan si lo mejor es dejar que se muera, pero no hay una reglamentación sobre cómo manejar esa situación, sin que haya tanto miedo. Que se analice lo que los médicos conocen y lo que la familia puede soportar. Hay casos en que una persona sufre un accidente que lo revienta por dentro, en la sala de cirugías los médicos saben que no va a sobrevivir, y si lo hace va a tener una vida espantosa, pero nadie se atreve a parar la máquina clínica, porque los médicos pueden ser acusados de actuar mal. Detenerme la máquina hospitalaria es muy difícil.
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