Las últimas veces que he ido a Las Moyas, un sendero de los cerros orientales de Bogotá, al que se sube por la calle 78, he escuchado el mismo comentario a varias personas: “Wow, increíble la capa de contaminación que se ve desde acá”. Al llegar a uno de los puntos más altos, donde los visitantes suelen hacer una pausa para tomarse una fotografía después del ascenso, era inevitable pensar lo mismo. Increíble que el aire que respiramos en la capital de Colombia esté tan contaminado que sea usual ver una nube gris sobre los edificios.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
No es algo que solo pase en Bogotá. Muchos lugares están enfrentando el mismo desafío. Basta una cifra para dimensionarlo: la contaminación del aire causa unas 6,67 millones de muertes en el planeta, señalaba el informe Contaminación y Salud, de la prestigiosa revista The Lancet, en 2022.
Aunque no capturen tanta atención, hay ciudades colombianas que también están lidiando con un aire de mala calidad y que deberían, como dice Diana Marín, “tomar medidas urgentes. Nos hemos dado cuenta de que las ciudades y los municipios no pueden tener las mismas políticas para mejorar la calidad del aire. Es posible que cada una necesite una diferente”.
Marín es profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es epidemióloga y PhD en Ciencias Médicas, y tiene una buena razón detrás de su argumento: junto con un grupo de colegas publicó hace poco un estudio en el que observaron cuál era la relación de la calidad de aire con muertes causadas por enfermedades respiratorias y cardiovasculares en las cinco ciudades colombianas más pobladas: Bogotá, con 8 millones de residentes, Medellín (2,8 millones de habitantes), Cali (2,5 millones), Barranquilla (750.000) y Bucaramanga (600.000). En todas evaluaron la exposición de las personas mayores de 18 años a unas partículas diminutas que son imperceptibles al ojo humano y pueden atravesar la barrera de los pulmones o llegar a la sangre: el material particulado de 2,5 micras o “PM 2,5”, como usualmente lo llaman. Para que se hagan una idea de su tamaño, un pelo humano puede medir 20 veces más que una partícula de PM 2,5.
“Hasta donde sabemos, este es el primer estudio en América Latina y el Caribe que analiza la asociación entre la exposición a largo plazo a PM 2,5 y la mortalidad a nivel intraurbano”, escribieron los autores en el artículo, publicado en la revista Cadernos de Saúde Pública. El título que le pusieron fue el siguiente: Exposición a largo plazo a PM 2,5 y mortalidad cardiorrespiratoria: un estudio ecológico de áreas pequeñas en cinco ciudades de Colombia.
Para la profesora de la Universidad Industrial de Santander, Laura Rodríguez, se trató de un esfuerzo que jamás se había hecho en Colombia y que buscaba, precisamente, ver los efectos de estar expuesto a largo plazo a una mala calidad del aire. La mayoría de análisis, explica, se han centrado en ver efectos de corto plazo, “pero nosotros quisimos ver qué sucedía al estar, al menos, un año en una misma área”. Rodríguez, médica y PhD en Epidemiología, fue una de las líderes de ese proyecto, que, además de esta investigación, contempló otros estudios de salud ambiental y fue financiado por el Minciencias.
Saltándonos varios detalles metodológicos, el grupo de científicos reunió varias bases de datos. Entre ellas, la de la población mayor de edad que había en esas ciudades y que falleció entre el 1 de enero de 2015 y el 31 de diciembre de 2019. Incluyeron también datos del Índice de Pobreza Multidimensional y del Sistema Nacional de Estadísticas Vitales de Colombia del DANE para saber las muertes que hubo por enfermedades cardiovasculares, como angina de pecho o infarto agudo de miocardio, y por enfermedades respiratorias, como infecciones respiratorias, asma y enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
Para conocer cuál había sido la exposición de esas personas a material particulado 2,5 (PM 2,5), el equipo había desarrollado previamente unos modelos, para los que tuvieron que medir la calidad del aire en las ciudades incluidas. En cada una hicieron 20 muestreos, con excepción de Bogotá, donde llevaron a cabo 40. Además, incluyeron otras variables como uso de la tierra, densidad poblacional, altitud y otros datos meteorológicos. Su análisis lo hicieron a nivel de “sectores censales”, una unidad geográfica que usa el DANE para hacer sus censos en municipios. Son espacios un poco más pequeños que un barrio, pero más grandes que una manzana.
En palabras de Marín, ese proceso les permitió saber cuál es la exposición que tienen quienes están en esos “sectores censales” a un contaminante. “Es como si hubiéramos podido ver con más claridad y con más precisión cómo se distribuye el PM 2.5 en las ciudades. Es, más o menos, como si hubiésemos logrado obtener la ‘manta’ que suele haber en esas capitales para ver qué tan expuestas están las personas a largo plazo”, dice.
¿Qué encontraron? Tras correr sus modelos estadísticos, imposibles de explicar en esta página, Marín, Rodríguez y los otros autores (entre los que están Néstor Rojas, de la U. Nacional y Juan Gabriel Piñeros-Jiménez, de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia) hallaron que sí hay una asociación estadísticamente significativa entre la exposición a PM 2,5 y las muertes por enfermedades cardiorrespiratorias en Bucaramanga y Medellín, donde la semana pasada se llevó a cabo la “Conferencia Internacional de Calidad de aire, cambio climático y salud pública”.
Dicho de otra manera, indica Rodríguez, “la exposición crónica —es decir, a largo plazo— a ese contaminante tuvo un efecto importante en la mortalidad por enfermedad cardiorrespiratoria, algo que fue mucho más evidente en Medellín y en Bucaramanga”, donde, añade, no hay concentraciones tan altas de aire contaminado, “pero en los lugares donde hay concentraciones, estas pueden ser más tóxicas que en otras ciudades”.
¿Quiere decir esto que en Cali, Bogotá y Barranquilla el PM 2,5 no está teniendo un efecto en las muertes causadas por enfermedades cardiorrespiratorias? No, necesariamente. Como asegura Marín, aunque no hallaron una asociación estadísticamente significativa, observaron una tendencia: a mayor exposición a ese material contaminante, mayor riesgo de morir por esas enfermedades.
Sus resultados y sus modelos fueron compartidos a las secretarías de salud de esas ciudades, antes de que fueran publicados en revistas especializadas. “Es un instrumento que les servirá para tomar mejores decisiones y planear mejor sus inversiones”, indica Rodríguez. Como escribieron en su artículo, los hallazgos sugieren también que a la hora de hablar de calidad el aire, cada ciudad necesita “intervenciones y políticas específicas”.
Muestra de ello, tal vez, fue el otro estudio que publicó en la revista Atmosphere, otro grupo donde estaba Rodríguez y fue encabezado por Astrid Berena Herrera López, de la Facultad Nacional de Salud Pública de la U. de Antioquia. Luego de seguirle la pista a 722 pacientes en Bogotá, mostraron la asociación clara que hay entre la exposición crónica a PM 2,5 y a dióxido de nitrógeno (NO₂), con el riesgo de tener EPOC, una sigla que traduce una condición que nadie quisiera experimentar: Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica.
👩⚕️📄¿Quieres conocer las últimas noticias sobre salud? Te invitamos a verlas en El Espectador.⚕️🩺