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Personas mayores, sin protocolo de salida

El confinamiento obligatorio y prolongado de las personas mayores durante la pandemia ha abierto el debate entre el cuidado a la población considerada más vulnerable y el derecho de los viejos a decidir por ellos mismos.

Daniela Quintero Díaz y Thomas Blanco (@Thomblalin)
16 de mayo de 2020 - 03:10 a. m.
Personas mayores, sin protocolo de salida

Ya se cumplen dos meses desde que el presidente Iván Duque decretó el aislamiento preventivo obligatorio en todo el país. Desde entonces, un sinnúmero de protocolos se han establecido para que algunas actividades puedan realizarse. Los titulares apuntan a los trabajadores informales, manufacturas, deportistas, niños y mascotas. Pero pocos hablan de las personas mayores, que son más de seis millones en el país, y que se ha convertido en las más olvidadas y silenciadas del confinamiento. Y cuando se oye de ellos, se hace con una infantilización que empieza desde el mismo discurso del presidente: “Hay que cuidar a los abuelitos”.

“A nosotros, los mayores de 70 años, nos archivaron al comenzar la lucha contra la pandemia y desde entonces ni siquiera figuramos en los decretos que establecen beneficios o restricciones. La caca de los perros ha merecido más debates que la posibilidad de que salgamos media hora diaria al sol. A muchos viejos no les gusta que les digan abuelos ni mucho menos abuelitos. Otros solo le permiten este gesto de confianza a sus nietos. Es un acto de mala educación, de cursilería, de demagogia y de falso afecto que un presidente de la República irrespete un lenguaje que solo debe emplearse en clave familiar, mientras nos enjaula sin remedio durante dos meses”, son las palabras de Daniel Samper Pizano, periodista y escritor de 74 años.

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Más allá de los números temerarios, del rigor de aquella tasa de letalidad del nuevo coronavirus que roza el 10 % en los mayores de 70 años y un 16 % en los octogenarios y nonagenarios, la vulnerabilidad es un término muy ambiguo por estos días. “¿Que si somos vulnerables? ¡Claro! Pero, ¿qué significa ser vulnerable? La diabetes, la obesidad, la hipertensión y fumar también nos hacen vulnerables. Y ellos no están encerrados. Todos, en cierta medida, somos vulnerables. No solo se muere la gente de COVID-19, también de soledad, depresión y tristeza”, reconoce Florence Thomas, activista de 77 años.

Los expertos coinciden: “Han ocurrido situaciones en las que la pérdida de masa muscular, la depresión, los trastornos nutricionales, y otros factores pueden tener una repercusión cuando las personas empiecen a salir, como aumentar el riesgo de caídas y fracturas”, asegura Róbinson Cuadros, médico geriatra y representante de Colombia ante la Asociación Internacional de Gerontología y Geriatría, quien recalca que no se puede homogenizar cuatro grupos distintos: las personas mayores que viven solas, quienes viven en hogares multigeneracionales, los que viven en hogares geriátricos y quienes están internados en algún centro de salud. “Ciertamente, algunas personas mayores son más vulnerables que otras, y en quienes son relativamente sanas se requiere analizar el balance de riesgo/beneficio, dado que pueden incrementarse ciertas enfermedades que requieren movilización, o desarrollarse padecimientos de salud mental”, añade Julián Fernández, médico epidemiólogo.

La “rebelión de las canas”, como se ha llamado a los pronunciamientos de los viejos desde su confinamiento, tuvo su epicentro en Francia y se está replicando, de forma natural, en todo el planeta. A raíz de esto, varios gobiernos empezaron a aliviar las medidas de restricción. “Habría querido ver más protestas de los mayores de 70 contra las medidas que nos tratan a todos como inválidos en estado de avanzada senectud e incluso en la antesala de la muerte. Lo que pasa es que no somos grupo de presión porque no tenemos cómo presionar. Nadie nos teme: consumimos poco y los gobernantes nos tratan como a niños incapacitados, de modo que se preocupan mucho más por Fenalco, la Andi y la SAC”, admite Samper Pizano.

En el país, la salud mental, según un informe del Ministerio de Salud de 2015, es un tema crítico en las personas mayores, pues el 40,5 % de la población mayor de 60 años reporta síntomas depresivos. Por su parte, Medicina Legal reporta, en promedio, un suicidio diario en esta población. ¿Qué estará pasando con ellos en el aislamiento?

“Yo tengo muchas cosas para soportar: leo, escribo, soy privilegiada. La virtualidad le da más duro a los viejos: yo no he podido manejar el Zoom, por ejemplo. Pero hay una contradicción, y es que los más disciplinados son los que están encerrados. Las cosas que he visto en un noticiero jamás se las vería hacer a una persona mayor. ¡Pero por favor! Los viejos están solos. Y en su mayoría no tienen los privilegios que tengo yo”, reconoce Florence Thomas.

Privilegios que no tiene María Vásquez, de 61 años, que vive en Patio Bonito. No sabe por qué su nombre no figura en las bases de datos del Gobierno y no ha recibido ninguna ayuda. Vende bolsas y tapabocas en el norte de la ciudad. Tiene un hijo, Víctor Jaime, que tiene gangrena. “Un mes sin salir duré. No he podido pagar el arriendo hace dos meses y perdí la paz porque la señora lo acosa a uno para que le pague. He estado muy triste, porque no tengo ni para comerme algo. Hace un mes estaba más repuesta, estoy muy flaca. Fue duro no salir, porque estoy enseñada a buscar la comida, a rebuscarme las medicinas de mi hijo”, confiesa.

Cuidar no es anular

“El hecho de tener 70 o más años no implica para nosotros una fecha de vencimiento de la posibilidad de pensar, no nos quita la posibilidad de decidir por nosotros mismos”, asegura Elisa Dulcey, pionera en los estudios sobre envejecimiento y vejez en Colombia. “Es necesario que se deje de ver la vejez como minoría de edad, como incapacidad de decisión, como enfermedad”, agrega. “Queremos que se reconozca que no somos sillones desvencijados, sino seres humanos capaces de participar en proyectos y aportar experiencias e información”, insiste Samper.

Para Julián Fernández, médico epidemiólogo, al tratarse de una emergencia sanitaria, las decisiones se tomaron en principio de forma unidireccional con el objetivo de proteger la mayor cantidad de personas. “Cuando un barco se hunde, uno no se pone a concertar a quién salva primero. Sino que hay protocolos y se actúa conforme a eso. Sin embargo, ahora que sabemos que esto no es algo que va a durar días o semanas, sino meses o años, es necesario ponderar los riesgos y beneficios de las medidas tomadas y abrir la discusión. Pensar en la posibilidad de que haya horarios en los que puedan salir con todas las medidas, sin estar expuestos a otras personas, manteniendo el distanciamiento social y saliendo de manera aislada o acompañados de su familia con la que conviven; insistiendo en que aquí no se trata solo de un tema de responsabilidad individual, y que hay que revisar qué es lo más prudente manteniendo unos límites", explica. Para él, debe buscarse un punto medio entre la restricción absoluta y la liberación completa.

Lo cierto es que la pandemia ha puesto en el panorama con fuerza la discusión sobre vejez. “Se está dando un debate social histórico, que empieza a mostrar cómo un montón de voces, en especial las de los viejos, cuestionan esa representación de la vejez tan dominante que se ha tenido hasta ahora: la de una población que una vez se 'desvincula' de lo económico no existe. Para mí, estas son expresiones que visibilizan la fuerza social de una población que tiene voz propia y que está demandando el reconocimiento de su autonomía en el contexto de sus derechos”, explica la socióloga Ángela Jaramillo, experta en temas de familia, envejecimiento y vejez.

En adelante, indica, es necesario hacer buenos diagnósticos sobre la situación de los viejos en el país, una población heterogénea que vive en contextos muy diferentes. “Si conozco que cuatro de cada diez viejos viven solos o en pareja en Colombia puedo empezar a preguntarme, ¿tendrán cómo resolver sus asuntos de abastecimiento o de salud en un aislamiento obligatorio? ¿Cómo hacen para estar en cuarentena si no tienen pensión? Porque en el país ocho de cada diez personas mayores no tienen seguridad económica. Y, a partir de reconocer la compleja situación, sí pensarse en unos protocolos, en un manejo responsable y, sobre todo, en acompañar". "Decir ‘quédese en casa’ es muy distinto en un sector u otro, en un contexto u otro”, agrega Dulcey, quien espera que esta no sea una ocasión para que se resalte la vejez como llena de prejuicios y estereotipos, sino que sea puesta como un tema que nos incumbe a todos, “porque aun cuando queramos disimularla, es una realidad que a todos nos alcanza”, concluye.

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Por Thomas Blanco (@Thomblalin)

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