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¿Por qué dormir poco es peligroso? El cuerpo entra en un estado de alerta

La falta de sueño afecta gravemente el metabolismo celular, especialmente en las neuronas, lo que interfiere con procesos clave como el aprendizaje. Además, los efectos de la privación de sueño podrían acumularse con el tiempo, contribuyendo al deterioro cognitivo y a enfermedades neurodegenerativas.

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12 de abril de 2025 - 02:01 p. m.
Dormir
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Foto: Pixabay
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Durante mucho tiempo, se pensaba que cuando dormíamos, el cuerpo y el cerebro simplemente “se apagaban” como si estuviéramos en pausa. Gracias a estudios científicos desarrollados durante las últimas décadas, hoy sabemos que eso no es así. Dormir no es un estado uniforme: el sueño está formado por varias etapas que se repiten en ciclos a lo largo de la noche. En cada una de estas etapas, el cuerpo y el cerebro siguen activos, pero haciendo cosas diferentes. Algunas etapas nos ayudan a descansar físicamente y a recuperar la energía que necesitamos para el día siguiente.

Otras son clave para el aprendizaje y para formar recuerdos, es decir, ayudan a que lo que vivimos o estudiamos durante el día se fije mejor en nuestra memoria. Por otro lado, no dormir bien también tiene efectos. Siempre hemos intuido que dormir mal o no dormir afecta nuestro día a día. ¿Quién no ha pasado una jornada difícil después de una noche de insomnio?

Sin embargo, lo que antes era solo una sensación, cada vez tiene una base científica más sólida. Un nuevo estudio publicado esta semana en Science revisa varias investigaciones y llega a una conclusión contundente: la pérdida de sueño no solo nos hace sentir cansados, también altera profundamente el metabolismo de nuestras células, especialmente las del cerebro.

Los autores, todos vinculados a la Universidad de Saint Joseph en Estados Unidos, explican que cuando no dormimos lo suficiente, el cuerpo pierde el equilibrio en su metabolismo celular, es decir, en la forma en que las células obtienen, distribuyen y utilizan la energía. Este desequilibrio impacta especialmente a las células más activas, como las neuronas, que dependen de un alto consumo energético para funcionar correctamente.

Durante la privación del sueño, estas neuronas entran en un “modo de emergencia” y comienzan a degradar sus propios recursos para mantenerse activas. Este estado de alerta interfiere con procesos esenciales para el funcionamiento del cerebro. Entre los más afectados están la formación de nuevas conexiones sinápticas —esenciales para el aprendizaje— y la consolidación de la memoria a largo plazo. En otras palabras, cuando no dormimos, nuestras neuronas se ven obligadas a priorizar la supervivencia sobre funciones complejas como recordar, pensar con claridad o aprender.

Lo más preocupante, advierten los científicos, es que estos efectos podrían no ser transitorios. De hecho, consideran “imperativo” entender con precisión las consecuencias metabólicas de la falta de sueño para poder prevenir y tratar trastornos neurodegenerativos. Señalan que los cambios metabólicos extremos observados en enfermedades como el Alzheimer sugieren que los efectos de la privación de sueño podrían acumularse con el tiempo.

Es decir, dormir mal de forma crónica no solo afecta el bienestar diario, sino que podría contribuir al deterioro cognitivo a largo plazo, al generar alteraciones similares a las que se observan en procesos neurodegenerativos.

La falta de sueño incrementa también el gasto energético incluso en reposo, dicen los investigadores, lo que genera un “balance energético negativo”. Esto significa que el cuerpo no cuenta con suficientes recursos metabólicos para cubrir sus necesidades básicas, especialmente en células tan exigentes como las del cerebro. Como resultado, se altera el equilibrio de moléculas clave como la adenosina, el lactato y ciertos lípidos. Esto afecta procesos como la formación de nuevas sinapsis, que se ven relegados mientras el organismo concentra sus esfuerzos en sostener lo más básico: la supervivencia celular.

La cantidad de horas de sueño necesarias varía según la persona y cambia a lo largo del ciclo de vida. La Organización Mundial de la Salud cree que la mayoría de los adultos necesitan entre 7 y 8 horas de sueño cada noche. Los recién nacidos, por otro lado, duermen entre 16 y 18 horas al día, y los niños en edad preescolar duermen entre 11 y 12 horas al día. Los niños y adolescentes en edad escolar necesitan, por lo menos, 10 horas de sueño.

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