El cáncer de páncreas es uno de los tipos de cáncer más agresivos y difíciles de tratar. Según la Sociedad Americana Contra El Cáncer, representa alrededor del 3% de todos los cánceres en los EE. UU., pero es responsable del 7% de todas las muertes por cáncer. A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud lo ubica como el cuarto cáncer más mortal, después del de pulmón, colorrectal y mama en mujeres, y próstata en hombres.
La enfermedad se produce cuando las células sanas del páncreas dejan de funcionar correctamente, comienzan a multiplicarse de forma descontrolada y forman un tumor, que puede afectar la función del páncreas, un órgano que se encarga de producir enzimas digestivas y hormonas, como la insulina. El tumor puede crecer hacia los vasos sanguíneos y órganos cercanos y, finalmente, extenderse a otras partes del cuerpo mediante metástasis.
Una cifra basta para entender lo agresivo que puede ser este tipo de cáncer. Según la Sociedad Americana contra el Cáncer, solo alrededor del 10% de las personas diagnosticadas con cáncer de páncreas sobreviven más de 5 años después del diagnóstico. Si el cáncer se detecta en una etapa temprana y es resecable (es decir, puede extirparse quirúrgicamente), la tasa de supervivencia a 5 años aumenta significativamente, pero sigue siendo baja en comparación con otros tipos de cáncer. La supervivencia a 5 años para este grupo puede llegar al 20% o más. Para los pacientes con cáncer metastásico de páncreas, la supervivencia a 5 años es incluso inferior al 3%.
¿Qué hay detrás de esa agresividad? Varias cosas. El cáncer de páncreas suele no presentar síntomas en las etapas iniciales, o los síntomas pueden ser vagos y fácilmente confundidos con otras afecciones. Por ejemplo, dolor abdominal vago, pérdida de apetito o fatiga, lo que afecta su diagnóstico. Pero además, es resistente a muchos de los tratamientos estándar, incluida la quimioterapia. Se cree que una de las razones de esa resistencia es algo que los investigadores llaman microambiente tumoral (TME), es decir, el entorno celular que rodea al tumor y que ayuda a que el cáncer crezca y se resista a los tratamientos. Esto actúa como una “cápsula” que dificulta que los medicamentos de quimioterapia lleguen al centro del tumor.
En un nuevo estudio científico publicado en la revista PNAS, un grupo de investigadores descubrió que una proteína llamada galectina-1 (Gal1) cumple un papel clave en el cáncer de páncreas. Esta proteína es producida en grandes cantidades por unas células especiales del páncreas llamadas células estrelladas pancreáticas activadas (PSC). Estas células, en lugar de ayudar al cuerpo, terminan apoyando el crecimiento del tumor.
Los investigadores encontraron que la proteína Gal1 se acumula dentro del núcleo de estas células. Allí, actúa como una especie de “interruptor” que enciende genes relacionados con el cáncer, especialmente uno muy conocido llamado KRAS. Este gen es uno de los principales responsables del desarrollo del cáncer de páncreas. Además, descubrieron que Gal1 también cambia la forma en que el ADN se organiza dentro del núcleo. Ayuda a mantener ciertas marcas químicas que hacen que los genes del cáncer se mantengan activos. También colabora con una enzima llamada MLL1, que refuerza esa activación.
Esta información, creen los científicos, podría ser útil en el futuro para desarrollar tratamientos que bloqueen la acción de Gal1 y frenen el avance de esta enfermedad tan agresiva.
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