En los años setenta, Ivars Kalvins, un investigador letón que buscaba un producto para acelerar el crecimiento de los animales, descubrió en Riga una molécula a la que bautizó meldonium. Cuatro décadas más tarde, después de nuevas investigaciones, se descubrió que la molécula, convenientemente dosificada, no sólo hacía cerdos más gordos y lustrosos, sino que prevenía el infarto cardíaco y la isquemia cerebral entre los humanos, mejoraba la circulación, aumentaba el vigor sexual y la motilidad del semen de los verracos, más rico en testosterona, y hasta era buena para aliviar del síndrome de abstinencia a alcohólicos crónicos.
Comercializado con el nombre de Mildronate, el curalotodo, en cápsulas e inyectable, se convirtió en un bestseller en las farmacias de las decenas de repúblicas en que se pulverizó la Unión Soviética y en una gran fuente de ingresos para Letonia, que lo exporta por valor de unos 150 millones de euros anuales. A falta de estudios clínicos y ensayos suficientes, ni la agencia europea del medicamento ni su equivalente estadounidense lo han aprobado, y no se habría oído hablar jamás de él fuera de aquel rincón oriental si no fuera porque el año pasado, en el laboratorio antidopaje de Colonia, comenzaron a hacer pruebas para homologar un espectrómetro de masas de alta definición. Después de analizar centenares de muestras de orina de deportistas descubrieron que en muchas de ellas se repetía una interferencia, la huella de una molécula desconocida. Poco después, cuando la identificaron, llegaron a una conclusión: como una gran cantidad de deportistas la usaba, seguramente serviría también para mejorar el rendimiento.
“El uso del medicamento Mildronate demuestra un incremento en la resistencia de los deportistas, ayuda en la recuperación tras el ejercicio, protege contra el estrés y mejora la activación del sistema nervioso central”, escribieron los de Colonia en una publicación científica, un artículo que ha servido de argumento para que la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) lo introduzca en la lista de sustancias prohibidas que entrará en vigor el 1º de enero de 2016.
Hasta entonces, los deportistas podrán seguir usándolo sin problemas, aunque sus efectos verdaderos sobre el rendimiento y su mecanismo de acción sean un misterio para la mayoría. En España, el Mildronate era desconocido para el laboratorio antidopaje de Madrid y para varios médicos deportivos que suelen estar a la última y que después de leer lo publicado en internet llegaron a la conclusión de que, como intervenía en la síntesis y el metabolismo de la carnitina, tendría verdaderos efectos anabolizantes. Mientras todo eso ocurría en Colonia y Letonia, en París, este 2015, la Oficina Europea de Patentes (EPO) celebraba el éxito del producto eligiendo al descubridor, Ivars Calvin, como finalista de los premios al inventor del año.
La hormona tiroidea sigue permitida
La misma perplejidad que la prohibición del Mildronate ha despertado en los expertos la decisión de la AMA de seguir autorizando la tirosina, la hormona tiroidea, la que regula el estrés subagudo, el que dura dos semanas, cuyo uso en el deporte como acelerador del metabolismo data de décadas y cuyo peligro para la salud está plenamente documentado.