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Repensar el sistema educativo

Las dificultades que ha dejado la pandemia mostraron que el sistema educativo necesita buscar alternativas para garantizar el servicio. Impulsar la innovación y transformar la actividad del maestro son algunos de los cambios que se avecinan.

Cecilia María Vélez*
17 de noviembre de 2020 - 01:58 a. m.
La crisis enfrentó el sistema con la necesidad de buscar nuevas alternativas para garantizar la continuidad del servicio.
La crisis enfrentó el sistema con la necesidad de buscar nuevas alternativas para garantizar la continuidad del servicio.
Foto: cromaconceptovisual en Pixabay

Repensar la educación frente a la crisis global generada por la aparición del COVID-19 es un imperativo, tanto por lo que esta coyuntura nos ha cuestionado como por lo que ha reafirmado sobre la necesidad de la evolución del sector frente a los retos que le imponen los cambios en la sociedad en el siglo XXI. Las posibilidades que la pandemia ha develado para la educación se deben aprovechar para salir de ella con un sector fortalecido y adecuado a las realidades de la época.

El COVID-19 ha traído problemas graves a la sociedad que no serán superados en un período corto de tiempo. Los que ha generado en el sistema educativo han sido ampliamente analizados : la deserción, la pérdida en los aprendizajes de un gran número de niños y el avance de la pobreza, que golpeará sin duda a los estudiantes. Sin embargo, el sector educativo puede salir fortalecido por las capacidades que desarrolló para superar la crisis, que le permiten acelerar las transformaciones que de tiempo atrás se han hecho necesarias.

Las tendencias globales venían exigiendo cambios en el sistema educativo. Las de mayor impacto para la educación son: la transformación tecnológica (cuarta revolución industrial), la profundización de la interconectividad, la evolución demográfica y el cambio ambiental. En consecuencia, para enfrentarlas y desarrollar en los estudiantes las competencias requeridas es necesaria la adaptación del sector educativo iniciada en las últimas décadas.

La aparición del COVID-19 exigió la pronta respuesta del sistema educativo a todos los niveles. Esto no fue fácil para un sector que siempre ha buscado verdades y certezas, y que ha considerado que su papel en la sociedad debe ser transmitir los conocimientos establecidos y confiables. En un mundo cambiante e incierto, debemos transformar este paradigma y lograr un sector flexible que responda a las señales que aparecen en la sociedad. A continuación expongo algunos de los aspectos sobre los que nos ha enseñado esta coyuntura.

La institución educativa como centro de la administración

La crisis enfrentó el sistema con la necesidad de buscar nuevas alternativas para garantizar la continuidad del servicio. Las respuestas se han originado desde las escuelas que, de un día para otro, se vieron obligadas a cambiar su forma de operar. Asimismo, las administraciones locales se vieron en la necesidad de flexibilizar sus respuestas y apoyos, y ante una situación impredecible debieron volcarse al apoyo de las instituciones, en la primera línea de atención. A su vez, la administración nacional tuvo que adaptar sus programas, diseñar rápidamente apoyos y ha debido tener en cuenta las particularidades regionales para responder.

Es un cambio fundamental en la manera en que se han diseñado tradicionalmente las modificaciones en el sector educativo mediante instrucciones que se imparten desde el centro. Esta forma de operar genera mayor flexibilidad y mejores respuestas a las necesidades de la sociedad. Es un reto hacia adelante promover mantener y promover mayor autonomía y como contrapartida reforzar los sistemas de información, con el fin de que tanto la sociedad en general como las administraciones puedan realizar la evaluación y el seguimiento de los logros o dificultades de las instituciones para garantizar su buen funcionamiento.

Impulso a la innovación

Directivos, maestros y administradores se vieron obligados a cambiar sus prácticas. Muchos lo han hecho de manera innovadora, entendiendo y aceptando que es necesaria la comprensión de la forma de aprender en unas circunstancias diferentes (por fuera de la escuela). En este sentido, además de utilizar de manera novedosa las herramientas tecnológicas, introdujeron cambios en el modelo pedagógico para lograr el desarrollo de los estudiantes. Algunos trataron, a través de los mismos medios, de distribuir los programas que estaban desarrollando antes de la pandemia y han sufrido muchos desengaños, dado que el modelo tradicional no se ajusta a los nuevos mecanismos, en los cuales la adaptabilidad de los contenidos y la autonomía del estudiante son requisitos básicos.

Todo el sistema ha visto en la práctica que hay formas diferentes a las tradicionales de desarrollar el proceso educativo, y ha aplicado el método de ensayo y error para generar nuevas modalidades. La vivencia de esta transformación debe generar mayor confianza en las bondades de la innovación.

El rol del maestro, de la escuela y la relación con los padres de familia

El cambio del modelo requiere una trasformación en la actividad del maestro. Lo vienen experimentando los profesores en este período en donde el estudiante, en su casa, debe desarrollar las actividades con apoyo de sus familias, y ellos establecen las actividades y hacen el seguimiento. El maestro pasa a ser un orientador del proceso, debe diseñar las clases en función de los logros de aprendizaje, hacer seguimiento de las actividades que los estudiantes desarrollan en sus casas y dar retroalimentación individual. Y ha profundizado el conocimiento de las capacidades individuales de los estudiantes, generando respuestas diferenciadas.

Asimismo, la participación de los padres de familia en el proceso educativo se transformó en un rol activo, ya que son ellos quienes acompañan en sus hogares el desarrollo de las actividades de los estudiantes. Si bien probablemente no es sostenible después de la crisis este grado de involucramiento, sí es un llamado a un mayor seguimiento del proceso para colaborar con la escuela en el desarrollo de la autonomía y las competencias de los niños y jóvenes.

La importancia de las competencias socio-emocionales

En la crisis se han manifestado en estudiantes y maestros los problemas generados por el aislamiento. Los conflictos interpersonales, la angustia frente a la incertidumbre y el miedo que genera la enfermedad se presentan y establecen retos a la educación.

Se ha visto la urgencia de focalizar esfuerzos en el desarrollo de competencias para regular las emociones, comprendiéndolas y expresándolas de forma adecuada, respetando los derechos de los demás. Y esto ha generado acciones de los maestros para responder a los problemas de los estudiantes, así como de las administraciones para abordar los que se presentan en los maestros. Es una reflexión que debe mantenerse en el sistema, se deben generar respuestas y generalizar las que ya se venían aplicando.

La valoración de la educación

Como es usual, la pérdida de algo nos lleva a reconocer su importancia. La necesidad de la presencia para una interacción más humana entre maestros y estudiantes y asimismo entre los compañeros, la mayor facilidad para el aprendizaje colaborativo, más observación y seguimiento por parte de los maestros, todo esto hace importante la existencia de la escuela como punto de encuentro. También se valoró la escuela como lugar seguro, en el que se detectan con mayor facilidad casos de abusos y en el que muchos niños se pueden desarrollar mejor que en el ambiente de sus casas.

No menos importante, es la liberación del tiempo de los padres para sus actividades laborales. En el caso de las mujeres esto es esencial: la sociedad no podría contar con el aporte de ellas si la escuela no se encarga de la educación de los niños y jóvenes.

*Ex ministra de Educación.

Por Cecilia María Vélez*

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-(-)17 de noviembre de 2020 - 12:35 p. m.
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