
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace mucho tiempo los científicos saben que el Índice de Masa Corporal (o IMC) no es la mejor manera de medir la obesidad. Todos alguna vez hemos tomado nuestra estatura y la hemos dividido por nuestro peso al cuadrado para obtener un número que supuestamente nos dice si estamos en un rango saludable, pero la realidad es que el IMC no considera factores como la composición corporal, la distribución de grasa o la masa muscular.
Vamos a poner un ejemplo. Una persona que mide 1,70 y pesa 90 kilos está, a simple vista, con un IMC desfasado y dañino. Pero, ¿y si la persona juega fútbol americano y tiene una composición corporal donde lo que más pesa es su masa muscular? En este caso, el IMC clasificaría erróneamente a esta persona como obesa, ignorando que su peso proviene principalmente de músculos bien desarrollados, no de exceso de grasa corporal.
A pesar de que todo eso se sabe desde hace algún tiempo en el mundo, hasta ahora están comenzando a surgir nuevas propuestas para definir, diagnosticar y tratar la obesidad. Una comisión de 58 expertos de todo el mundo convocada por la prestigiosa revista médica The Lancet acaba de publicar un nuevo gran consenso en el que propone nuevos enfoques para entender una condición que hoy afecta a alrededor de 890 millones de personas, según al Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Comisión define la obesidad como una condición caracterizada por el exceso de adiposidad, con o sin distribución o función anormal del tejido adiposo, y con causas que son multifactoriales y aún no se comprenden por completo. Con adiposidad, los expertos se refieren a la cantidad de tejido graso que se acumula en el cuerpo. Este tejido no solo actúa como una reserva de energía, sino que también tiene funciones metabólicas importantes, como la producción de hormonas y señales inflamatorias. Sin embargo, cuando la adiposidad es excesiva o se distribuye de manera anormal, puede provocar disfunciones metabólicas que contribuyen al desarrollo de enfermedades como la diabetes tipo 2, la hipertensión y los trastornos cardiovasculares.
“Definimos la obesidad clínica como una enfermedad sistémica crónica caracterizada por alteraciones en la función de los tejidos, órganos, el individuo entero o una combinación de ambos, debido al exceso de adiposidad”, se puede leer en el artículo publicado. Ese tipo de obesidad, agregan, puede provocar graves daños en los órganos, causando complicaciones que alteran la vida y potencialmente la ponen en peligro (por ejemplo, ataque cardíaco, accidente cerebrovascular e insuficiencia renal).
Pero los expertos también crean una nueva categoría muy importante: la obesidad preclínica. Esta la definen como un estado en el que existe un exceso de grasa corporal (adiposidad), pero los órganos y tejidos aún funcionan de manera “normal”. Aunque la salud no se ve afectada de manera inmediata, este exceso de grasa aumenta el riesgo de desarrollar obesidad clínica y otras enfermedades no transmisibles, como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer y trastornos mentales.
La diferencia fundamental entre obesidad preclínica y obesidad clínica radica en el impacto sobre la salud. En la obesidad preclínica, aunque hay un mayor riesgo de complicaciones, los órganos todavía funcionan correctamente, por lo que no se observan daños evidentes. Por el contrario, la obesidad clínica implica que el exceso de grasa ya ha causado daño significativo a los órganos o tejidos, marcando una transición clara de un estado de “salud” a un estado de “enfermedad”.
“Recomendamos que el IMC se utilice solo como una medida sustitutiva del riesgo para la salud a nivel de población, para estudios epidemiológicos o para fines de detección, en lugar de como una medida individual de la salud”, agregan los científicos. Es decir, los científicos están diciendo que el Índice de Masa Corporal no debería usarse como una herramienta para evaluar la salud de una persona en particular. En cambio, recomiendan que se utilice únicamente para analizar tendencias de salud en grupos grandes de personas, como en estudios poblacionales o para detectar posibles riesgos de salud de manera general.
Por ejemplo, el IMC es útil para identificar cuántas personas en una población podrían estar en riesgo de obesidad o enfermedades relacionadas. Sin embargo, no es adecuado para decir si una persona específica está sana o no, porque no toma en cuenta factores importantes como la cantidad de músculo, grasa, o cómo está distribuida esa grasa en el cuerpo. En pocas palabras, es una herramienta general, no personalizada. Si el IMC no funciona, ¿cómo se diagnostica entonces la obesidad?
Hora de ir a otros datos
La Comisión explica que, para diagnosticar la obesidad, lo esencial es confirmar si existe o no un exceso de grasa corporal, conocido como adiposidad. Esto debe hacerse idealmente con mediciones directas de grasa, como un análisis de composición corporal.
Sin embargo, si estas herramientas no están disponibles en los centros de salud, se pueden utilizar métodos más simples y accesibles, como medir la circunferencia de la cintura, calcular el índice cintura-cadera (que es la relación entre la cintura y las caderas) o el índice cintura-altura (que compara la cintura con la altura de la persona). Es importante, agregan los científicos, que estas mediciones se realicen utilizando métodos validados, y que se tomen en cuenta factores como la edad, el género y la etnia para asegurarse de que los resultados sean adecuados para cada persona. De esta manera, el diagnóstico de obesidad debe basarse en mediciones precisas y personalizadas, en lugar de depender solo de herramientas generales como el IMC.
Para diagnosticar la obesidad clínica, continúa la comisión de expertos en el artículo, se deben cumplir entonces uno o ambos de los siguientes criterios principales. El primero es que haya problemas en la función de órganos o tejidos causados por la obesidad. Esto se puede detectar mediante síntomas, signos o pruebas médicas que muestren fallos en la función de uno o más órganos o sistemas del cuerpo. El segundo criterio es que la persona tenga limitaciones en las actividades diarias, como moverse, bañarse, vestirse o comer, debido a la obesidad. Estas limitaciones deben tener en cuenta la edad de la persona y reflejar cómo la obesidad afecta su capacidad para realizar tareas básicas.
La distinción entre los dos tipos de obesidad es importante para el tratamiento. Las personas con obesidad clínica, dicen los científicos, deben recibir un tratamiento oportuno y basado en evidencia, con el objetivo de inducir la mejoría (o remisión, cuando sea posible) de las manifestaciones clínicas de la obesidad y prevenir la progresión al daño de los órganos. Las personas con obesidad preclínica, por otro lado, deben recibir asesoramiento sanitario basado en la evidencia, un seguimiento de su estado de salud a lo largo del tiempo y, cuando corresponda, una intervención adecuada para reducir el riesgo de desarrollar obesidad clínica y otras enfermedades relacionadas con la obesidad, según corresponda al nivel de riesgo individual.
“Los encargados de la formulación de políticas y las autoridades sanitarias deben garantizar un acceso adecuado y equitativo a los tratamientos disponibles basados en la evidencia para las personas con obesidad clínica, según corresponda a las personas con una enfermedad crónica y potencialmente mortal”, se puede leer en el artículo. El sesgo y el estigma basados en el peso, agregan, son obstáculos importantes en los esfuerzos por prevenir y tratar eficazmente la obesidad. Los profesionales de la salud y los encargados de la formulación de políticas, además, deben recibir la capacitación adecuada para abordar esta importante cuestión para el mundo. Las recomendaciones acordadas con el más alto nivel de consenso entre los comisionados y han sido respaldadas por 76 organizaciones de todo el mundo, incluidas sociedades científicas y grupos de defensa de los pacientes.
👩⚕️📄¿Quieres conocer las últimas noticias sobre salud? Te invitamos a verlas en El Espectador.⚕️🩺
