Aunque el uso del cannabis con fines medicinales se ha vuelto cada vez más común, tanto dentro de los sistemas de salud como en prácticas informales, como pomadas, ungüentos y otros productos que se venden en las calles colombianas, la evidencia científica que respalda muchos de estos usos sigue siendo limitada.
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En Estados Unidos, por ejemplo, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) solo ha aprobado cannabinoides para un número reducido de condiciones: la pérdida de apetito asociada al VIH/sida, las náuseas y los vómitos provocados por la quimioterapia y algunos trastornos convulsivos en población pediátrica. Fuera de estos escenarios, el respaldo científico es débil o inexistente. Una nueva investigación, publicada en la revista JAMA, agrega un par de detalles.
La investigación no fue un experimento nuevo ni un estudio con pacientes propios. El método utilizado fue la revisión y síntesis de evidencia existente, principalmente a través de lo que los científicos conocen como metaanálisis.
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En concreto, los autores analizaron ensayos clínicos aleatorizados, que comparan cannabinoides recetados con placebo u otros medicamentos, y estudios observacionales, que permiten identificar riesgos y efectos adversos asociados al consumo en la vida real. A partir de esos estudios ya publicados, se combinaron los resultados estadísticamente para estimar efectos promedio, como la reducción de náuseas, el aumento de peso o la frecuencia de eventos adversos.
Es decir, el trabajo se basó en metaanálisis de estudios publicados, tanto experimentales como observacionales, para evaluar de forma global la eficacia y los riesgos del cannabis y los cannabinoides en distintas condiciones médicas.
Los resultados sugieren claramente que cannabinoides recetados, como el dronabinol o la nabilona, logran una reducción pequeña pero estadísticamente significativa de las náuseas y los vómitos frente a placebo u otros medicamentos. En pacientes con VIH/sida, otro metaanálisis reportó un efecto moderado en el aumento de peso corporal en comparación con placebo. Sin embargo, se puede leer en el estudio, estos resultados no se extienden a la mayoría de enfermedades para las que el cannabis suele promocionarse como tratamiento.
“La evidencia no respalda el uso de cannabis ni de cannabinoides en este momento para la mayoría de las indicaciones para las que se usa”, le dijo a The New York Times Michael Hsu, psiquiatra especializado en adicciones e instructor clínico de la Universidad de California en Los Ángeles, y autor principal de la revisión. El análisis se publica en un contexto de creciente aceptación y normalización del cannabis, tanto en el ámbito médico como en el comercial. La revisión señala, sin embargo, que existe una brecha importante entre los fines de salud para los que muchas personas buscan productos de cannabis y lo que la evidencia científica realmente demuestra sobre su eficacia. En ese sentido, el estudio busca poner en perspectiva el entusiasmo social y comercial frente a los datos disponibles y aceptados.
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Las guías clínicas basadas en evidencia son claras en marcar límites. No recomiendan el uso médico de cannabis inhalado ni de productos de alta potencia, definidos como aquellos con concentraciones elevadas de THC.
El consumo de cannabis de alta potencia, por el contrario, se asocia con un mayor riesgo de síntomas psicóticos y de trastorno de ansiedad generalizada frente al uso de variedades de baja potencia. Además, un metaanálisis de estudios observacionales indicó que el 29% de quienes usan cannabis con fines médicos cumplen criterios de trastorno por consumo de cannabis.
Pero los riesgos que resalta la nueva investigación no se limitan a la salud mental. El uso diario de cannabis inhalado se asocia con un mayor riesgo de enfermedad coronaria, infarto de miocardio y accidente cerebrovascular en comparación con un consumo no diario. A pesar de su popularidad, entonces, los ensayos clínicos no respaldan el uso de cannabis o cannabinoides para la mayoría de las indicaciones para las que se promocionan, como el dolor agudo o el insomnio.
Ante este panorama, los autores recomiendan cautela. Antes de considerar el uso médico de cannabis o cannabinoides, los profesionales de la salud deben revisar la normativa vigente, evaluar posibles interacciones con otros medicamentos y descartar contraindicaciones como el embarazo o enfermedades en las que los riesgos superan los beneficios, como la esquizofrenia o la cardiopatía isquémica. En los pacientes que ya los utilizan, se insiste en estrategias de reducción de daños, como evitar su combinación con alcohol u otros depresores del sistema nervioso, usar la dosis más baja efectiva y no consumirlos al conducir o manejar maquinaria.
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